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ARTE BARROCO

Arquitectura

 

La arquitectura barroca se desarrolla desde el principio del siglo XVII hasta dos tercios del siglo XVIII. En esta última etapa se denomina estilo rococó. Se manifiesta en casi todos los países europeos y en lo que eran por aquel entonces los territorios de España y Portugal en América, hoy países independientes. El barroco se da también en otras artes, como Música, Literatura, Pintura y Escultura. El interés que sustenta la arquitectura es el de hacer marketing y urbanizar. Juega un papel muy importante, un ejemplo de ello, sin irnos más lejos, la plaza Mayor de Madrid. Sigue una armonía y su monumentalidad crea un ambiente propicio de una ciudad rica, justamente la pretensión de los artistas barrocos. Hace falta aclarar que el paradigma de este estilo se halla en la megalomanía de Luis XIV, con las reconstrucciones de Versalles. Los materiales propicios de construcción en la arquitectura barroca son los materiales pobres sin ningún valor aun así viendo la sensación de monumentalidad y majestuosidad sinuosa de la arquitectura barroca. Se juega un poco con la falsedad, aunque eso no quiere decir que no se emplearan materiales ricos. De hecho surgieron las Manufacturas reales donde se manufacturaron productos de calidad como el vidrio de carrá, las alfombras pérsicas, las cerámicas u otros. Los elementos constructivos no presentan ninguna novedad, ya que siguen los órdenes clásicos del Renacimiento; la diferencia es que en el Barroco se contraponen elementos arquitectónicos utilizándolos con cierta libertad e individualidad. No se pierde la armonía sino la perspectiva renacentista, que abarca el espacio del espectador. La grandiosidad es una cualidad típica Barroca que está claramente reflejada en la Plaza de San Pedro.  De hecho, al situarse justamente en la entrada de la plaza se puede observar la altitud del obelisco, pero al adentrarse en dirección a la basílica de San Pedro aparecen las inesperadas columnatas que rodean el perímetro de la Plaza. Los arcos se utilizan de formas variadas y las cúpulas son el elemento por excelencia del arte Barroco.

H. Wölfflin, establecía como caracteres propios del arte barroco, el movimiento, los edificios no aparecen estables e inertes, sino llenos de movimiento. Los elementos arquitectónicos adquieren extraordinaria potencia: atlantes, cariátides, grandes columnas y pilastras; enormes cúpulas por lo general elípticas en las que se suelen pintar al fresco grandiosas composiciones celestes, empleo de la columna salomónica que sugiere extraordinaria fuerza y movimiento frenético. Esta misma pérdida de límites se aprecia en los frontones partido. Se evita la planitud: Las columnas se aislan del muro, se abren nichos abundantes, velan prominentemente las cornisas, sostenidas por vigorosos canes, adquiriendo las techumbres una gran personalidad.

A esta decoración propiamente arquitectónica hay que añadir los motivos vegetales que producen fuertes efectos de claroscuro. La pared en su conjunto adquiere una significación dinámica. Miguel Angel ya había animado las paredes de la Biblioteca Laurenciana con pilastras alojadas en estrechas ventanas, pero aún estaba dentro de la estética manierista, Borromini alabea (retuerce) los muros de manera que todo el edificio parece moverse. Además la pared pierde su condición fronteriza, comienza un juego de efectos ópticos que eliminan la pared real. Todo adquiere un ritmo dinámico, las formas se inspiran en los efectos de movimiento de la naturaleza. Se imitan las rocas, las llamas, los juegos de agua, la espuma. Este efecto fantástico se acentúa con el despliegue de una luz misteriosa.

La luz en el Barroco oculta su origen, invade el espacio de misterio, las bóvedas se animan de fulgores y a veces se desconoce la procedencia. En muchos retablos, el transparente hace que las figuras se animen con potentes impactos lumínicos.

En el aspecto urbanístico, el barroco sigue la línea abierta por el Renacimiento:

La valoración en masa del exterior de los edificios obliga a un ensanchamiento espacial. Durante la Edad Media, la tendencia a las alturas se explica por la insuficiencia del espacio. Las catedrales góticas estuvieron materialmente rodeadas de tenduchos y viviendas, sobresaliendo por encima sólo las partes altas del templo. Con el Renacimiento se trató de buscar una lógica en el trazado urbano, cosa que sólo se logra, en parte, en el último momento (Miguel Ángel, “el Campidoglio”). Esta tendencia es heredada por el Barroco. La estética urbanística barroca busca el efecto de la perspectiva, por ello se prefiere situar al fondo un edificio, para que la mirada se dirija allí. Con el mismo fin se disponen soportes laterales que conduzcan esa perspectiva.

Con ese mismo objetivo, se aprovechan los desniveles en las poblaciones para construir monumentales escaleras que se colocan en trazos movidos (Plaza de España en Roma), o rectos (escalera de la Catedral de Gerona). Y también se unen los diferentes edificios en espacios comunes para conseguir espacios armónicos y aumentar la perspectiva desde cualquier ángulo (Plaza Mayor de Madrid, Plaza Vendôme de París…). Los vacíos urbanos se adornan con grandes estatuas o fuentes.

Se produce una expansión del jardín en la ciudad y en el campo, tratado con criterio urbanístico, formando perspectivas, calles, avenidas y cortando los macizos de peremnes a escuadra y compás (parterres).

En el Barroco se pierde la autonomía constructiva para ajustarse a la planificación municipal.

 EN ITALIA:

ARQUITECTURA Y URBANISMO


 

 BERNINI Y BORROMINI.

ROMA, ciudad fastuosa y monumental, se explica se debe en buena parte a dos tipos que se odiaron, los artis­tas Gian Lorenzo Bernini y Francesco Borromini, arquitectos y escultores

En Italia surgieron los inicios del barroco y es en este país donde se hallan los prototipos de su arquitectura. Se distingue la arquitectura italiana por el gran empleo de la columna, tanto para las fachadas como para producir efectos de perspectiva, y podemos considerar a Roma como el centro neurálgico.

Distinguimos tres épocas distintas en la arquitectura barroca italaiana: Desde los comienzos del XVII, hasta 1630, se trata de un barroco calmado, continuación del arte de la Contrarreforma, cuya principal figura es Carlo Maderno, (1556, 1629), su obra principal, la terminación de la iglesia de San Pedro.

En los cincuenta años siguientes, viven dos figuras cumbres de la historia de la arquitectura italiana: Bernini y Borromini.

Na­cieron cada uno en una punta de Ita­lia. Bernini en Nápoles, Borromini en el lago de Lugano, ahora Suiza

Lorenzo Bernini: (1598-1680)

Es, como Miguel Angel, un artista integral, también fue su talento escultórico el que prodominó en su obra. Bernini era extrovertido, agudo y bri­llante, protegido de los papas y un ge­nio natural, que un día esculpía, otro pintaba y al tercero escribía una co­media. Era rico, mujeriego y trasno­chador. Luego se casó felizmente y tuvo 11 hijos. Es más clásico de formas que Borromini.

Su obra más movida, el baldaquino o tabernáculo de San Pedro (1624-1633) pertenece a una tendencia que luego abandona. En esta obra, consagra la columna salomónica que se usará profusamente en todo el barroco. El imponente y frondoso balda­quino de 28 metros de altura de San Pedro consagró la inauguración del Barroco. Bernini se llevó todo el méri­to, pese a la importante participación de Borromini. En síntesis podemos decir que el barroquismo de Bernini se basa principalmente en el efecto de movimiento y en el ilusionismo espacial.

 Por muerte de Maderno, tuvo que continuar el palacio Barberini de Roma: los vanos del piso alto de la fachada muestran los juegos ópticos (trampantojos) típicos del barroco (Se simula que las ventanas forman un pasillo abovedado). 

El efecto ilusionista sigue en la Scala Regia del Vaticano, donde dispuso a cada lado de la escalera una hilera de columnas convergentes y progresivamente más delgadas de manera que parece mucho más larga de lo que es. El mismo artificio culmina en la columnata elíptica que dispuso Bernini precediendo a la iglesia de San Pedro: Cuatro hileras de columnas describen una forma oval que se abre como gigantesca pinza para recoger a los fieles. No ha de desconocerse el significado ideológico de la Plaza de Las Naciones, lugar de concentración de todas las gentes del mundo. Recientemente trazada la Vía de la Concilliazione ha permitido redoblar el efecto de perspectiva.

Por indicación de Inocencio X, trabajó para San Pedro. Colocó figuras recostadas en las enjutas de los arcos y recubrió con un placado de mármoles de diferentes colores las pilastras.

Otras obras, todas ellas de gran vistosidad son, la iglesia de la Asunción en Ariccia cerca de Roma, y San Andrés del Quirinal cuyo pórtico está inspirado en el Panteón de Roma.


Francesco Borromini: (1599-1667)

 Borromini, en cambio, tenía un talante silencioso, cerebral, era muy religioso, célibe, quizá ho­mosexual. Siempre vestido de negro, de carácter difícil, con broncas fijas con quien le encargaba un trabajo. Sobrepasa a todos los arquitectos italianos por su invención decorativa. Llegó a la ciudad con 19 años desde Milán, donde había aprendido el oficio en el Duomo. Se convirtió en la mano derecha de Car­lo Maderno, el arquitecto que rema­taba la basílica de San Pedro. Colaborador primero de Bernini y después competidor, lleva a la concepción general del templo el ansia barroca de dinamismo. Utiliza las plantas y formas ornamentales más inverosímiles. El plano de San Ivo, de Roma, es tan extraño que se le ha comparado a la forma de una abeja: La curva de la fachada se opone a la contracurva de la cúpula. Toda la iglesia es un conjunto de curvas, contracurvas y rectas, tanto en planta como en alzado, y se remata con una cúpula con pináculo en forma de espiral, donde se ve culminar la voluntad ascensional barroca.

En San Carlos de las Cuatro Fuentes, el arquitecto chaflana la esquina para mejorar la perspectiva. Triunfa sobre todo, como buen barroco, en la instalación de una iglesia en un lugar angosto, con un espacio irregular, y adaptándose a esta estrechez, impone la pared alabeada, típicamente suya. También en el interior es alabeada. Las columnas gigantes se deben al afán de perspectiva. El entablamento se adapta a la siuosidad de la pared, con olvido de toda rigurosidad clasicista.

Otras obras de Borromine son: El Colegio de Propaganda Fide (1649), en cuya fachada mueve intensamente el encuadramiento de los vanos y emplea pilastras esquinadas.

 El Oratorio de los Filipenses, o la iglesia de Santa Inés, también de planta articulada, la fachada se abre de forma cóncava, en los lados, dos campaniles abiertos y en el centro, una esbelta cúpula a imitación de la de San Pedro.

Borromini lleva al más alto nivel el dinamismo barroco y la ilusión óptica.

Borromini, al final de su vida, era errático, gruñón y autodestructivo, mientras Bernini era famoso y hasta le llamaron a París para ampliar el palacio real del Louvre. Los arreba­tos de locura de Borromini eran tan conocidos que a nadie le sorprendió que se suicidase por una banal discu­sión con su sirviente sobre si se en­cendía o se apagaba la luz. Se arrojó sobre una espada y tardó un día en morir.
  • Fachada y planta Iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane Roma,
     por Francesco Borromini en 1637.




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 EN FRANCIA.

LA ARQUITECTURA CORTESANA

Arquitectura cortesana en Francia.

Rasgo fundamental del arte francés de la época barroca es su carácter cortesano. Los artistas principales trabajan para los reyes, y éstos prefieren obras civiles; el edificio típico es el palacio. Entre sus características podemos mencionar:

Una estructura a base de un cuerpo alargado y dos alas hacia el jardín.
La fachada no miran hacia la calle sino también hacia el jardín.
La techumbre típicamente francesa, formanda por un cuerpo piramidal de gran altura en el que se abren buhardillas.
Gran horizontalidad por la ordenación de las masas y el gran desenvolvimiento de los cuerpos en una dirección.
El interior del palacio es una interminable serie de salones ricamente decorados, donde los tapices de la fábrica de Gobelinos alternan con los cuadros, los bronces, los espejos y los mármoles de colores.
Pero el complemento de la arquitectura palaciega francesa es, ante todo, el jardín: Dibujado a escuadra y compás, con recortados setos que simulan muros, una gran camino central, terrazas y estanques a distintos niveles, fuentes y estatuas. En Versalles se crea el tipo de jardín francés.

Además de los palacios, objeto principal del tema, hemos de señalar que también tuvieron importancia en el barroco francés los monumentos religiosos, iglesias principalmente, aunque hay que señalar que se adopta la disposición de los edificios civiles en tres plantas.

El urbanismo alcanzó un gran desenvolvimiento en Francia: Creó amplias plazas, dio gran impulso a la jardinería y siguiendo un severo clasicismo, utiliza como monumentos conmemorativos los arcos de triunfo y las columnas.

Se pueden señalar tres períodos diferentes en el desarrollo de la arquitectura cortesana francesa:

Primera mitad del XVII:

 Época de gran actividad constructiva. Como arquitecto destaca Jaime Lemercier, que construyó para Richelieu un palacio en Poitou que era anuncio de lo que sería Versalles.

Los nobles también se hacen construir en las proximidades de París vastas mansiones que como decíamos constan de un cuerpo alargado y dos alas en escuadra, orientadas al jardín. La fachada principal da a la calle, pero otra aún más trabajada se orienta al jardín. El ministro Fouquet hizo construir uno en Vaux-le-Vicomte, según planos del arquitecto Luis Levau .

Luis XIII encargó al arquitecto Leroy el palacio de Versalles. Se trataba de una construcción bastante modesta fabricada a base de ladrillo y piedra con tejado de pizarra a la francesa. Se construyó en pleno bosque de Versalles como residencia de caza. Esta edificación no desapareció, aún hoy constituye el centro mismo del conjunto.

Segunda mitad del XVII: Bajo Luis XIV, la arquitectura francesa acentúa su carácter monárquico. El rey, por medio de las Academias, fiscaliza toda actividad artística. Se han creado las manufacturas de la Corona, que nutren de tapices y de toda clase de mobiliario a los edificios reales.

Tan pronto como subió al trono, Luis XIV (1661) decidió ocuparse de Versalles para no ser menos que Fouquet. Proyecto amueblarlo debidamente, con objeto de hacer estancias muy prolongadas. En 1668, decidió engrandecer el palacio para fijar en él su residencia, e incluso la de la Corte, por lo que había que añadir nuevos edificios. Para esta tarea eligió al arquitecto Luis Levau, ayudado en la decoración por Lebrun, a quien se debe la Escalera de los Embajadores.

Diez años después, (1678) Versalles se convierte en sede del gobierno y Luis XIV proyecta una tercera ampliación designando para acometerla al gran arquitecto Luis Hardouin Mansart, que añade dos alas muy prolongadas que dan al edificio la enorme extensión de 580 metros. Entre las dependencias cabe mencionar los salones de la Paz, de la Guerra y la Galería de los Espejos, ornamentados según los proyectos de Lebrun. Versalles tiene en los jardines el complemento adecuado a tan magnífica obra.

Siglo XVIII: El rococó: 

Este siglo encarna el auge de la burguesía, y su interés se centra en París, mientras que la nobleza sigue interesándose más por el campo. Los burgueses se hacen construir hoteles (chalets), y muestran gusto y exquisitez en su vivir. El arte se hace doméstico, agradable, menudo, de interior. Se imponen formas graciosas en el mobiliario, colores claros en telas y pinturas. Esta misma preocupación por conseguir estos ambientes de ensueño será la de la realeza.

Dos estilos cortesanos se distinguen en la primera mitad del siglo XVIII: El Regencia, y el Luis XV, aunque ambos pueden asimilarse al Luis XV. En el exterior predomina la misma frialdad clasicista, reservándose la decoración para el interior, donde se impone el llamado estilo rococó o estilo rocalla, caracterizado por este motivo ornamental.

La rocalla constituye una decoración fluyente, movida y asimétrica, anticlásica por tanto. Adquiere preferencia en la decoración de mobiliario, paramentos, vestidos, etc. Los mayores atrevimientos fueron emprendidos por dos extranjeros: el italiano Meissonier y el holandés Oppenard

El paso entre el rococó y el clasicismo está representado por el arquitecto Jacques Gabriel (1698-1782) a quien corresponde uno de los más bellos conjuntos urbanísticos de París: La Plaza de la Concordia, concebida para gloria de Luis XV.

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