PATRIMONIO Y PAISAJE

LOS AUSTRIAS MENORES. S. XVII

Los Austrias menores: Felipe III, Felipe IV y Carlos II
Felipe III, Felipe IV y Carlos II

ESQUEMA 

    Política     

La política interior del Conde-Duque
La política exterior de los Austrias Menores
La forma de gobierno de los Austrias Menores: los validos
La crisis demográfica del siglo XVII

     Economía
     Sociedad
     Cultura


Las-Lanzas Velazquez

PARA SABER MÁS, VER:



Los Austrias menores:
 Felipe III, Felipe IV y Carlos II


                Durante los reinados de Felipe IV y Carlos II sobre todo, se destruye en un siglo, todo aquello que habían construido reyes como Felipe II y Carlos V, es decir, pasan de ser la primera potencia de Europa a ser una 2ª Potencia, a pesar de todo la decadencia española es inseparable de la crisis general europea.
  PARA SABER MÁS, VER:

a)  Decadencia político - militar:

                En paralelismo con los conflictos suscitados en todo el Occidente europeo, se producen en España los levantamientos de Cataluña y Portugal, instigados por los rivales de España, que a su vez revisten el triple carácter de las guerras civiles, conflictos internacionales y revoluciones sociales.
Rocroi señala la primera derrota española, y entonces el desmoronamiento es rápido: Westfalia (1648), Pirineos (1659), independencia de Portugal (1668).
Al contrario que los demás países de Europa, España restablece el régimen privativo en  Cataluña, y al declarar la independencia con Portugal, da el comienzo del denominado neofaralismo, que preside los días de Carlos II: al agotamiento de Castilla, invadida por el pesimismo y la amargura de la derrota, la periferia peninsular opone su propia recuperación, en marcha ascendente a partir de 1680, en consonancia con la trayectoria de la economía occidental, fertilizada por el oro brasileño, que entonces comienza a aparecer en el mercado.

b)  Decadencia económica:

                Comienza a manifestarse en España un cuarto de siglo antes que en el resto de Occidente (1605-1610).
                La depresión, se dio con especial intensidad en Castilla, que experimentó una acusada despoblación y su moneda estuvo sometida a ininterrumpidas alteraciones.
                Con este problema, se repiten las bancarrotas estatales (1627, 1647, 1656, 1664), y sobre todo las alteraciones monetarias.
Durante la segunda mitad del siglo XVII, se da en la economía española y sobre todo en la castellana, la fase más aguda de la depresión, con una coyuntura enmascarada por nuevas oleadas inflaccionistas y deflaccionistas. EL gran periodo de inflacción de 1664 - 1680, arruina lo poco que quedaba  en pie de la economía española y castellana.

c)   Decadencia humana:

                En el siglo XVII, la población, además de estancarse demográficamente en el ciclo demográfico antiguo. Se va envileciendo  y corrompiendo a causa de las variadas crisis que sufre España.

La sociedad estamental se va matizando.

 La aristocracia es pobre y pedigüeña , se dedica a defender su inmunidad con gran ahínco, propician levantamientos;
 el clero pierde en calidad y aumenta en cantidad, pues la gente al ver su modo de vida tan estupendo, se enrolaban en la Iglesia, sin ninguna vocación;
la "clase media" continúa agrupándose en gremios; y
los estamentos modestas sufren más la crisis, y como consecuencia de ello, surgen las mayores lacras sociales: pícaros, mendigos, bandoleros, etc


FELIPE III

         
                                                                                               Felipe III por Frans Pourbus el Joven
               
Nace en 1578 en Madrid. Reina del 1598 a 1621. Es hijo de Felipe II y su cuarta esposa Ana de Austria. Se casa con Margarita de Austria en 1599.

                Había sido bien educado por su padre para reinar, pero el sin voluntad alguna (rasgo principal del carácter de los Austrias Menores ) deja el reino en manos de sus validos. Con este rey se inicia la decadencia política de España, que no hay que confundir con la decadencia misma de la  Nación, que aún seguía manteniendo su vigor.

Felipe III se reveló como un gobernante apático con muy poco interés en los asuntos de estado, y sin la formación adecuada para ello, puesto que su educación había estado continuamente interrumpida por sus problemas de salud

La salud de Felipe III, que tenía un nivel de consanguineidad poco por debajo de su malogrado hermanastro el Príncipe Maldito, fue siempre precaria. «Dios, que siempre me ha dado tantos reinos, me ha negado un hijo capaz de regirlos», afirmó en una ocasión Felipe II, consciente de que era poco probable que su último hijo varón llegara a la edad adulta. Precisamente por ello, la educación

Mientras personajes como Francisco de Sandoval y Rojas o el dominico Luis de Aliaga conducían el reino sin timón hacía sus aguas particulares, Felipe III ocupaba sus horas en fiestas, jornadas de caza interminables –afición que heredó de su padre–, la cría de caballos, la danza, la música y los juegos de naipes

             
                A.- Duque de Lerma:

Francisco de Sandoval y Rojas, perteneciente a una familia noble con más deudas que rentas hasta que Felipe III elevó su condado a Ducado de Lerma en 1599. Educado en la corte como compañero de juegos del Príncipe Carlos, el Duque de Lerma pasó posteriormente a ocupar el cargo de gentilhombre del Príncipe Felipe III –el otro hijo de Felipe II que llegó a la edad adulta– con el que hizo buena amistad y sacó rico provecho. En el año 1601, el Duque de Lerma, nacido en Tordesillas, convenció al Rey para que trasladara la corte de Madrid a Valladolid. Previamente, el noble castellano y su red clientelar habían adquirido terrenos y palacios en Valladolid para después venderlos a la Corona. No conforme con unos beneficios que le convirtieron en el hombre más rico del Imperio español, Francisco de Sandoval y Rojas volvió a persuadir a Felipe III para restaurar la corte a Madrid solo seis años después. En la  capital , a cuyo Concejo le tocó pagar un elevado coste por el traslado, el duque repitió la operación urbanística y compró numerosos palacios y viviendas, que en ese momento estaban a precios muy bajos.
 Es valido de Felipe III desde 1558 hasta aproximadamente 1618, en que para escapar del rey se convierte en cardenal, tiempo en que tuvo al rey bajo su influencia. Podemos señalar los siguientes puntos:

·      Le interesaba enriquecerse. Cosa que logra en gran medida.
·      Otorgar cargos importantes a su familia.
·      Mantener España en paz, cosa que logra con la “Tregua de los 12 años”.
·      Echa de la Corte a todos aquellos que le puedan hacer sombra, haciéndolos embajadores o virreyes en otros reinos.
·      Como consecuencia de esto, la relaciones exteriores de España en este tiempo fueron excelentes.


Lo que nadie puede cuestionar es la enfermiza influencia que ejerció el Duque de Lerma sobre Felipe III. Cuando el Príncipe Felipe –descrito por su padre Felipe II como «alguien poco interesado en los asuntos de estado»– subió al trono, quiso acompañarse de hombres de su confianza que le permitieran abstraerse de toda responsabilidad. En 1599, el Rey otorgó al castellano el título de duque de Lerma con Grandeza de España

Entre 1599 y 1618, todas las decisiones acometidas por el Imperio español contaron con el sello del Duque de Lerma. Un periodo que en política exterior estuvo protagonizado por los tratados de paz y las treguas que España firmó con Inglaterra, Holanda y Francia; y que a nivel nacional es recordado por la expulsión de los Moriscos de 1609. La decisión populista causó un importante perjuicio económico del que la Península tardó décadas en recuperarse. El deterioro económico del Imperio cada vez era más visible para los enemigos de España. Cabe recordar que, dos años antes de esta medida, en 1607, se había producido una nueva suspensión de pagos por parte de la Hacienda Real al no ser capaz de hacer frente a la devolución de la deuda.

El deterioro económico encendió las primeras chispas para prender su caída. La Reina Margarita, esposa de Felipe III, reunió bajo su figura a todos los nobles que habían sido dañados por los abusos de poder de Lerma y preparó un proceso contra el. Hubo una investigación de las finanzas que descubrió el entramado de corrupción e irregularidades. Entre los acusados por delitos de corrupción se encontraba el hombre de confianza del valido, Rodrigo Calderón de Aranda, que fue ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid en 1621.

En 1618, el Rey recomendó al Duque de Lerma retirarse de la vida pública. Y desde su retiro en Valladolid, donde murió en el año 1625, el hombre más rico del Imperio español observó impotente como los mismos que habían conspirado para lograr su caída en desgracia, entre ellos el Duque de Uceda y el Conde-Duque de Olivares, ahora se disputaban su sillón.

                B.- Duque de Uceda: 

Es hijo del anterior y es valido hasta el final del reinado de Felipe II. Su gestión de gobierno fue pésima, y a la llegada de Felipe IV fue desterrado.

Con el fallecimiento de la Reina Margarita de Austria-Estiria en 1611, que había asumido gran importancia política y servía de obstáculo a quienes ambicionaban utilizar al Rey como mero títere, las luchas por hacerse con el control del reino se intensificaron entre el Duque de Lerma y el confesor Luis de Aliaga. Con ayuda del Duque de Uceda –hijo del Duque de Lerma– y del Conde-Duque de Olivares –futuro valido de Felipe IV–, 

Felipe III murió una década después que su esposa –a la que no había buscado remplazo, ni en la cama ni en el altar–, a los 43 años, de unas fiebres causadas por una infección bacteriana de la dermis.

             POLÍTICA INTERIOR.

                DESASTROSA. No hubo política definida porque los validos sólo buscaban el provecho personal, y para ello entretenían al rey con actos piadosos, de tal manera que no se ocupaba del gobierno. Aún así hubo dos detalles a destacar:

                A.- Cambio de la capital a Valladolid: 
   La corte de Felipe III estaba llena de fiestas, corridas de toros, y actos semejantes, que carecían de seriedad. Se traslada la Corte a Valladolid, donde las fiestas van en aumento, con el objetivo de mantener distraído al rey. Esto es una muestra de la transitoriedad del reinado.

                B.- Expulsión de los moriscos:
   Parece que es lo único que pudo hacer bien el Duque de Lerma, aunque es sabido que con ello aumento sus ganancias personales, más que otra cosa. Comienza la expulsión en Valencia en el 1609 y termina en Murcia en el 1614. La razón que se dio, es que ayudaban a los piratas berberiscos, pero se sabía de sobra, que practicaban en secreto su religión, y que eran un peligro para la unidad de la Nación. Esta expulsión, tuvo cosas buenas y cosas malas:
·      Completa unidad religiosa.
·      Decadencia agrícola, pues la mayor parte de los moriscos eran campesinos.
·      Disminución de la población en España: Salieron entre 150 y 300 mil moriscos, cifra grande para aquella época.


 POLÍTIA EXTERIOR.


Mapa de Europa siglo XVII después de Westfalia

                En general se tendió a la paz, pero hay que destacar:

                A.- Intento de mantener la paz: Heredaba la enemistad con Isabel de Inglaterra, por lo que ayudaba a los cristianos de Irlanda. Pero cuando Jacobo I toma el trono inglés, el rey firma la paz y tiene buenas relaciones con Inglaterra, gracias a su embajador el Conde de Gondomar.
                Con Francia se pacta la paz a la muerte de Enrique IV con María de Medicis, y con ella se pacta la boda del “delfín” Luis y la infanta Ana de Austria y la del futuro rey Felipe con Isabel de Borbón.

                B.- Guerra con Holanda: Flandes no obedecía al Archiduque Alberto. Logra Mauricio de Nassau la victoria de las Dunas (1600). Tras nueve años de guerra, los españoles capitaneados por Ambrosio Spinola, después de la rendición de la plaza de Ostende, firman la tregua de la Haya (1609).

C.- Ambrosio Spinola:  Militar italiano al servicio de España, es general del Ejército de Flandes. Lucha contra Mauricio de Nassau, a quien toma las plazas de Maastrich  (1625) y Breda (1626). Lucha en Italia con tropas españolas en auxilio del duque de Saboya.

                D.- La Tregua de los Doce Años: En vista de las dificultades con los P. Bajos, Felipe III les otorga la autonomía bajo el mando de Isabel Clara Eugenia, casada con el Archiduque  Alberto, a condición de que fueran devueltos, si no tenían descendencia. Esta tregua se hace, porque no se ve fin a las contingencias, por eso se firma la Paz de los doce años en , 1609 en La Haya.

    
-¿Cómo era la situación militar de España durante el reinado de Felipe III?
 
En la época de Felipe III no habrá un solo año sin algún conflicto bélico. Este reinado merece ser revisado con una mirada más generosa por la historiografía: Los años de reinado de este monarca, como pasa con todos los mandatarios, tuvo claros y oscuros pero no fue su época la que nos terminó quitando a los españoles el mundo que poseíamos y con el bolsillo roto tras haber gastado nuestra buena hacienda. Eso lo hicieron otros después.

Durante su reinado la todopoderosa España de entonces siguió extendiendo su poder y hegemonía por todo el mundo conocido, pese a lo que dice la historiografía de los últimos cuatro siglos que ha desdibujado su época y la ha llenado de críticas que, todavía, perduran sin ser cuestionadas.

De forma simplificada, el imperio global español abarcaba territorios en todos los continentes desde los actuales Estados Unidos hasta la Tierra de Fuego austral, islas y costas desde África hasta el Mar de la China Meridional, territorios en los Mares del Sur y posesiones por toda Europa. Tan vasto era el imperio español que no sólo nunca se ponía el sol en sus territorios, sino que sus diferentes culturas en Europa, América, África, Asia, y Oceanía no se comunicaban entre sí.

Propiciado por el cansancio general de las continuas guerras anteriores en suelo europeo, uno de los logros de Felipe III es que mantuvo la hegemonía imperial española en el mundo durante todo su reinado y, al mismo tiempo, consiguió una relativa paz con todos los antiguos enemigos europeos de España (básicamente, Francia, Inglaterra y Holanda).

Demasiado extenso el imperio español no era porque se pudo mantener durante más de 3 siglos con escasas pérdidas territoriales, salvedad hecha de lo que supuso en 1640 (ya bajo Felipe IV) la sublevación de Portugal, que contó con la ayuda indirecta de una parte de la oligarquía barcelonesa y su peregrina idea independentista.

El imperio español era realmente extenso porque en aquella época se necesitaban más de ocho meses para que llegara un mensaje desde España al Perú y había guarniciones españolas en fuertes, todavía hoy tan lejanos entre sí, como el de Santa Teresa en Uruguay o el de Santo Domingo en Taiwán.

El coste en términos humanos fue muy alto. Por ejemplo, en las dos últimas décadas del XVI el promedio de las bajas anuales del ejército español era de unos 1.500 soldados, totalizando para comienzos del siglo XVII el equivalente a 18 tercios. Unas cifras extraordinarias para la época.
Fueron muchos héroes españoles anónimos los que participaron y murieron durante esta gesta. Sin ellos nuestra lengua y cultura no sería ni grande ni universal. Ellos extendieron la señal de identidad de lo español por el mundo. Por estos muertos la España de hoy significa algo en nuestro mundo actual. Lamentablemente, estos héroes ya no reciben alabanzas, si acaso al contrario.


   FELIPE IV


                Nace en Valladolid en 1605 y muere en Madrid en 1665. Es hijo de Felipe III y Margarita de Austria. Sube al trono con 16 años. Se casa primero con Isabel de Borbón, con quien tiene a sus hijos Baltasar Carlos, que muere a los 14 años y María Teresa, que se casaría luego con Luis XIV de Francia. La segunda vez se casa con su sobrina, Mariana de Austria, con quien tiene a Carlos, heredero de la corona. Se rumorea que tuvo alrededor de 40 hijos con otras mujeres.

                No carece de talento, pero era vago y lo deja todo en manos de sus validos.Tras un breve reinado marcado para las treguas y las maniobras diplomáticas, la repentina muerte de Felipe III dio paso al periodo de Felipe IV, señalado por la alta nobleza como el retorno a los éxitos de los primeros Austrias españoles. Pero nada más lejos de la realidad, Felipe IV fue un Rey despreocupado, pasmado por los placeres

FELIPE IV, VELAZQUEZ

Nadie sabe el número exacto de hijos que tuvo Felipe IV de Habsburgo fuera de sus dos matrimonios. Entre 20 y 40 se mueven las cifras más exageradas, pero ninguno de sus contemporáneos tuvo el atrevimiento de contar los resultados de su promiscuidad sexual. El Rey acostumbraba a frecuentar de incógnito los palcos de los teatros populares de Madrid, como El Corral de la Cruz o El Corral del Príncipe,en busca de aventuras amorosas.

 En una de estas incursiones, Felipe IV conoció a una joven actriz llamada María Inés Calderón, a quien apodaban «la Calderona». Don Juan José de Austria, El niño que nació fruto de esta relación fue bautizado como «hijo de la tierra» (la forma en que se inscribían en el libro de bautizados a los hijos de padres desconocidos). una de las figuras políticas más importantes del reinado de su hermanastro Carlos II.

En 1615 se casó con Isabel de Borbón, la hija del Rey de Francia, con quien había sido prometido a la edad de 6 años. Fruto de este matrimonio nacieron siete hijos, de los cuales solo dos llegaron a adultos. Uno de estos fue Baltasar Carlos, que incluso juró antes las Cortes castellanas como heredero antes de fallecer repentinamente a los diecisiete años a causa de la viruela. La otra hija superviviente, María Teresa de Austria y Borbón, vivió 47 años y fue Reina consorte del Rey Luis XIV de Francia.

La nueva reina elegida para contraer matrimonio fue la prometida de su fallecido hijo y sobrina del Rey, la Archiduquesa Mariana de Austria.
El matrimonio de Felipe IV con su sobrina de 12 años dio como fruto cinco hijos, pero solo dos llegaron a adultos. Margarita, esposa del emperador alemán Leopoldo I, que murió con 21 años, y Carlos II «El Hechizado
                2.- VALIDOS.

                A.- Conde Duque de Olivares:  Al casarse con Isabel de Velasco, recibe el nombre de gentil hombre del Príncipe de Asturias.
                Es el primer valido de Felipe IV. Dura 22 años en el cargo. Su gobierno fue desastroso, tanto en el interior, como en el exterior, donde tuvo a un rival aventajado, el Cardenal Richelieu.
                El Conde, pone grandes con tiendas en el exterior, pues quería renovar viejas glorias de Felipe II, pero era tarde, pues la economía no pudo hacer frente a los gastos.
                Usa el gobierno en provecho propio, logrando una gran fortuna para sí y para sus familiares y amigos. Cuando logra el cargo, persigue a sus antecesores, acusándoles de sus males.
                Era un hombre con talento, pero sin la suficiente talla como para hacer frente a las dificultades: tenía depresiones en las que dimitía muy a menudo.
                Los asuntos catalanes, portugueses e italianos, unidos a la desastrosa marcha de las guerras, supusieron que fuera desterrado a Loeches y luego a Toro.


                B.- Don Luis de Haro: Sucede al anterior, y lo único de renombre, es que negocia con Mazarino, el Tratado de los Pirineos (1659).

                C.- Sor María Jesús de Agreda:  Escritora española, abadesa franciscana, procesada por la Inquisición. Fue consejera secreta de Felipe IV, con quien mantiene correspondencia, a pesar de no verle en toda su vida.

                3.- POLÍTICA INTERIOR.

POLÍTICA INTERIOR: durante el mandato del Conde-duque de Olivares:




                El agotamiento de España, obliga a pedir a los otros reinos en su participación en la política económica; para ello, se intenta la unificación de impuestos, y la centralización administrativa, pero ello hace levantarse al pueblo, mostrando la debilidad del poder:

a) Sublevación catalana:

A causa de la exigencia de mayor compromiso económico hacia la Monarquía Hispánica y, sobre todo, de su enemistad personal con el virrey, parte de la burguesía y la nobleza catalana auspició en 1640 una revuelta popular contra el ejército real que había acudido a esta región española a combatir a Francia. La población odiaban a la soldadesca de los tercios, muchos de ellos extranjeros, por las requisas de animales y los destrozos ocasionados a sus cosechas, así como por las afrentas derivadas del alojamiento forzoso en sus casas, pero no buscaba la separación de España, si acaso soñaban con una rebelión contra todos los amos. Asustados por la brutalidad de la revuelta, la oligarquía recurrió a una calamitosa alianza con la Francia del Cardenal Richelieu, que causó graves perjuicios económicos a los campesinos. Luis XIII inundó la administración de franceses y los mercados de productos de su país.

La Sublevación de Cataluña de 1640 tuvo su germen en la hoja de reformas con la que el Conde-Duque de Olivares buscaba repartir los esfuerzos y exigencias de mantener un sistema imperial entre los territorios que conformaban la Monarquía Hispánica. Hasta entonces Castilla había cargado de forma desproporcionada con los compromisos en Europa de la dinastía Habsburgo. Sin embargo, una profunda crisis demográfica azotaba las tierras castellanas, que, como ha descrito el hispanista Joseph Pérez, «se hallaban exhaustas, arruinadas, agobiadas después de un siglo de guerras casi continuas. Su población había mermado en proporción alarmante; su economía se venía abajo; las flotas de Indias que llevaban la plata a España llegaban muchas veces tarde, cuando llegaban, y las remesas tampoco eran las de antes».

La Unión de Armas: todos los «Reinos, Estados y Señoríos» contribuirían en hombres para su defensaLas reformas no pudieron ser recibidas en Cataluña con más hostilidad. El Conde-Duque de Olivares presentó oficialmente en 1626 lo que vino a llamarse la Unión de Armas, según la cual todos los «Reinos, Estados y Señoríos» de la Monarquía Hispánica contribuirían en hombres y en dinero a su defensa, en proporción a su población y a su riqueza. Si bien a la Corona de Castilla, que suponía cerca del 70% de la población de la Península Ibérica, le tocaba aportar 44.000 soldados, al Principado de Cataluña y otras regiones de poca poblacióndebían aportar 16.000 soldados.

la oligarquía catalana vio en el proyecto de Olivares una nueva amenaza a lo que el nacionalismo moderno ha llamado «las libertades históricas», aunque realmente eran una serie de privilegios administrativos de origen medieval.

Bajo este clima de hostilidad, el 26 de marzo de 1626 Felipe IV visitó Barcelona para jurar las Constituciones catalanas y conseguir apoyos a la Unión de Armas. Poco después se inauguraron las cortes catalanas que llevaban sin celebrarse desde 1599. Como las sesiones se alargaban y solo se trataban las quejas acumuladas durante los 27 años sin Cortes, el Rey Felipe IV abandonó precipitadamente Barcelona el 4 de mayo de 1626, frustrado por no haber podido abordar la Unión de Armas. Y no era el único asunto pendiente con la nobleza catalanas. La actuación de los últimos virreyes –representantes del Rey en esta región– en asuntos como la lucha contra el bandolerismo y el cobro de impuestos habían levantado muchas atipatías hacia Castilla.

ero lo único que hizo el nuevo Monarca fue infectar más las heridas del Imperio Español e involucrarse en todavía más frentes. Ya inmersa en la Guerra de los Treinta años desde el reinado de Felipe III, la Monarquía Hispánica abrió otra guerra en 1635 con la Francia del Cardenal Richelieu. El conflicto se trasladó rápidamente a las puertas de Cataluña, lo que fue aprovechado por el Conde-Duque de Olivares para exigir urgentemente tropas a la Generalitat.

En vez de dar marcha atrás, los gobernantes rebeldes ampliaron la alianza con Francia: Cataluña se constituyó en república independiente bajo la protección del país vecino

Durante doce años, la región de Cataluña permaneció bajo control francés hasta que el final de la Guerra de los Treinta años y el enfriamiento del choque hispano-francés permitió a Felipe IV recuperar el territorio perdido.

Como recordatorio histórico de su error, Cataluña –y por tanto España– nunca recuperaron las tierras del Rosellón que habían sido tomadas por las tropas francesas en el contexto de la guerra.

                b) Separación de Portugal:

El sueño de Fernando el Católico e unir la Península, no se lleva a cabo por la torpeza de Olivares:
                La imposición de una regente inepta y de un secretario sin letras, incita a la sublevación.
                En Lisboa, en 1640, Pinto Ribeiro levanta en armas al pueblo, proclamando rey al Duque de Braganza con el nombre de Juan IV, que en seguida cuenta con el apoyo de Inglaterra, Francia y Holanda. La represión se hace difícil, pues los ejércitos españoles estaban diezmados y por la indecisión delos jefes a actuar. Las tropas españolas son derrotadas en Elvas (1659) y Montesclaros (1665), por lo que a los 25 años de comenzar la sublevación, se estabiliza la separación (1668).
 
                4.- POLÍTICA EXTERIOR.

                1.- Fin de la tregua de los 12 años. Guerra con Holanda. Toma de Breda.
La tregua de los 12 años finaliza en el año que empieza reinar Felipe IV, por lo que continúa la guerra. Los holandeses, querían la paz, porque la guerra perjudicaba al comercio, pero Olivares, reinicia las hostilidades, de este modo, los protestantes se alían con los holandeses y Alemanes, que atacan a los ejércitos españoles, que dirigidos por Ambrosio Spinola admirablemente, conservan Bruselas y además conquistan Breda, hasta entonces inexpugnable.
                Richelieu, a espaldas del rey francés, que era católico, anima a Cristian IV de Dinamarca, para que intervenga ayudando a los enemigos españoles.
                La corona de los P. Bajos vuelve a España, al morir Isabel Clara Eugenia sin descendencia, y va a regentar el Cardenal Infante con 18.000 hombres más. Pero el Cardenal, es requerido por el Imperio, venciendo a loa invencibles suecos en Nordlingen, lo que produce la entrada de Francia en la guerra.

                2.- España en la Guerra de los Treinta Años.
                Se inicia en 1618 en el territorio alemán. Luchan dos ideologías que luchaban sobre la forma de ver Europa:
·      Teocentrista (católica) que es la que tiene el Emperador alemán, al que ayuda España.
·      Antropocentrista: que es el bando opuesto.
                La guerra con Flandes se complica en este momento por el empeño de España en la Guerra de los Treinta Años.
                Hasta 1643 España vence, pero a partir de ahí, las tropas dirigidas por Fontaine, son destrozadas por las de Condé, sobre todo en la batalla de Rocroi, tumba de la infantería española.
                A partir de 1635, que Francia entra en lucha particular con Alemania, la lucha de ja de ser ideológica y pasa a ser de supremacía en Europa.

    Rocroi, el último Tercio», cuadro del pintor Augusto Ferrer-Dalmau


Fue allá en Rocroi, entre Francia y Bélgica,  donde nuestros Tercios lo perdieron todo menos el honor y la gallardía. Hasta el último suspiro, cuando sus cuerpos ya estaban martirizados por heridas y magulladuras sin número, resistieron nuestros compatriotas, aquellos españolazos que a miles de kilómetros de su Patria consiguieron que con su sangre, su sudor y sus lágrimas (los hombres valientes no temen llorar) que en España no se pusiera el sol durante larguísimos y gloriosos años. 
Pero el día no había amanecido, ni siquiera la del alba sería, cuando aquel 19 de mayo de 1643, y en la dicha Rocroi (que teníamos sitiada, prestos ya para el asalto) la gabachada innumerable se lanzó, cuentan que al hilo de las tres de la madrugada, contra nuestros paisanos. 
Mandaba a los franceses Luis II de Borbón-Condé, Duque de Enghien, y a la tropa hispana el caballero de origen portugués Francisco de Melo, a la sazón entonces Capitán General de los Tercios de Flandes, que esperaba la llegada del apoyo de Jean de Beck. Durante seis larguísimas y dantescas horas, veintipicomil contra otros veintipicomil por cada lado, se clavaron picas, espadas, lanzas, hubo arcabuzazos, balas de cañón, caballos destripados, heridas espantosas, legiones de héroes sobre el polvo, mandoblazos, estacadas, puñadas y puñaladas, orina y barro... y una gigantesca legión de muertos por ambas partes. Pocos, aunque los hubo pero apenas ninguno con un apellido de los nuestros, rechazó aquel terrible envite de la Historia. Allí había que dejarse la piel y las entrañas y a fe que los españoles de aquellos Tercios memorables se la dejaron,
 Cuentan las crónicas que el flanco izquierdo franchutón lo comandaba La Ferté, que el centro lo capitaneaba L'Hôpital, y que a la derecha se situaba un tal Gassion. La retaguardia, a las órdenes del Marqués de Sirot.
Los nuestros pensaban en principio que los franceses se disponían a reforzar la ciudad y que al menos de momento no pensaban en una batalla a campo abierto. Así que nuestros paisanos colocaron a los temibles Tercios españoles en vanguardia, el privilegio que se habían ganado peleando como fieras durante décadas, mientras que los mercenarios valones y alemanes formaban la retaguardia dirigidos por el Conde Paul-Bernard de Fontaine, un tipo de Lorena, es decir, francés, de sesenta y seis años entonces, pero que servía al rey de España lo mejor que Dios le daba a entender.
En tanto, la caballería imperial se situaba en los flancos. El derecho, repleto de tropa alsaciana a las órdenes del Conde de Isenburg, mientras que la jinetería flamenca, mandada por el Duque de Alburquerque quedaba a la izquierda y, por delante de todos, la artillería.
Por supuesto y no siempre con lealtad, a lo largo de los siglos se han escrito crónicas y cronicones de esta batalla. Se ha dicho y escrito de todo, pero el transcurso de la Historia ha ido aclarando muchas cosas y dando las pistas suficientes para que hoy se pueda construir bastante aproximadamente el relato de aquella carnicería.
Los franceses encabalgaron, picaron espuelas y se lanzaron al galope con fuerza nutrida contra nuestra ala derecha. Se las veían muy felices, banderas al viento, espadas afiladas en la noche, pero de pronto dieron con una nutrida hueste de arcabuceros imperiales envalentonados sobre una pequeña colina. La pólvora española cayó como un rayo sobre la caballería francesa, haciéndole importantes desperfectos. Para rematarlos llegaron al galope los centauros flamencos mandados por Alburquerque, que tras repartir sablazos y lanzadas se lanzaron hacia la artillería gabacha a la que robaron varias piezas.

Estrategas a posteriori

Cuentan expertos estrategas  que tal vez entonces, desorganizados y maltrechos los franceses, nuestro jefe, el tal Melo, debió jugarse entonces el todo por todo y dar cumplido finiquito del enemigo. Pero no lo hizo, mientras sí que anduvo presto y atinado el jefe de los galos, Enghien, que supo restablecer el orden en sus líneas y pasar al contraataque y consiguió hacer mucho mal entre nuestra gente.
Muchos españoles dejaron allí mismo esta tierra, otros se retiraron a toda la velocidad que les permitieron sus fuerzas, mientras el Duque de Alburquerque resistía al frente de sus jinetes como un toro, que ese apellido siempre ha sido de confianza y de genial cabalgar como mucho tiempo después demostraría en nuestros hipódromos uno de los herederos de este Duque, el también Duque de Alburquerque, decimoctavo de la estirpe, genial jinete llamado Beltrán de Osorio, y a la sazón fiel escudero de Don Juan de Borbón durante toda su vida.

El siguiente y terrible embate de los franceses comandado por Gassion vino a dar contra buena compaña de nuestra leal infantería en forma de varios escuadrones. La lucha fue cuerpo a cuerpo y hasta diríamos que alma contra alma. En ella se nos fueron un buen puñado de españoles de a pie, de corazón sublime, y también algunos de sus capitanes, como el Conde de Fontaine y oficiales como el Conde de Villalba y Antonio de Velandia, denodados comandantes de Tercio hasta ese día que firmaron el último contrato, el que se sella ante la Parca, en aras de la amada España.
Las cosas se estaban poniendo más que feas en nuestro costado izquierdo y el propio general en jefe, Francisco de Melo, se lanzó al galope hacia allí a fin de recomponer la situación, mientras los franchutes caían sobre la retaguardia española, nutrida de alemanes y valones, y producían en ella un gigantesco escarmiento. Heridos, muertos, prisioneros componían un gigantesco cambalache de espanto.
Ya no quedaba zona en el campo de Rocroi donde no se combatiera hasta el último aliento. Franceses y españoles demostraban sobre el campo con su sangre y con sus generosísimas agallas porque eran naciones a las que temer cuando hay una zurra de por medio. Allí, en Rocroi, hasta los jefes caían prisioneros, como el gabachón de La Ferté. Otro de los comandantes principales, La Barre, pasó allí mismo a mejor vida, mientras L’Hôpital también resultaba herido y el propio Capitán General en aquel día, Enghien, no daba abasto para poder animar a su tropa, ahora aquí, luego allá, luego acullá. Pero por muy españoles que seamos, y no olvidemos nunca lo del Dos de Mayo, hay que reconocer que aquel franchute de Enghien los tenía bien puestos.

A Melo casi lo pillan in fraganti los franceses, aunque pudo cobijarse junto a una tropa de un Tercio italiano que no hacía otra cosa que salir por piernas cada vez que aparecían los gabachos. Los nuestros, mientras tanto, reunieron las pocas huestes que quedaban más o menos ilesas, pero llenas la mar de los casos de costurones, tajos, golpazos, y se unieron formando un gran rectángulo con las picas trabadas y los mosquetones preparados, unidos en un solo cuerpo .  A las primeras y mientras fue posible tiraron de la mosquetería y resquebrajaron los primeros ataques franceses, hasta el punto de que casi le destapan la sesera al generalísimo Enghien, que recibió un disparo en la coraza y besó el suelo de Rocroi, pues su caballo quedó allí mismo hecho trizas.
 Y allí ya no se hablaba de pólvora, arcabuces ni mosquetes. Había llegado la hora de que el acero dirimiera quién había de llevarse la victoria. Cuerpo a cuerpo, cuchillada va, estocada viene, españoles y franceses se mataron a conciencia. Tras varios asaltos y acometidas, tan solo quedaban en pie algunos veteranos de los Tercios de Garcíez y Villalba, que ya, con las armas melladas, se defendían a mordiscos, hincándole las ponzoñosas dentaduras a cualquier cosa que por allí oliera a francés. Sin embargo, llegaba el final. 
Y sobre este punto, los historiadores, cuatro siglos después, aún siguen discrepando. Parece ser no obstante que el astuto Enghien ofreció una negociación honrosa a nuestra gente, antes de que las cosas pudieran darse la vuelta por la llegada de los refuerzos. Se asegura que generoso, el adalid francés ofreció respetar la vida y libertad de los todavía supervivientes, dejarles ondear sus banderas y portar sus armas, e incluso si querían tomar el camino de la amada España tenderles un puente de plata.

Algunos de los nuestros aceptaron. Pero otros no y siguieron al pie del cañón, aunque cañones, lo que se dice cañones, no nos quedaba ni uno. Finalmente, tuvieron que rendirse pero no perdieron el honor ni el orgullo, y los franceses siguieron fieles a sus generosas ofertas de rendición.
 Cinco mil de los nuestros ya nunca volverían a ver nuestro sol, ni nuestra tierra, para siempre quedaron, desaparecidos pero inmortales, en las arenas de Rocroi. 
A pesar del destrozo, los Tercios todavía darían mucha guerra, y obtendrían victorias resonadas y resonantes como la de Valenciennes, también ante el francés.
Para la historia, quizá mejor para la leyenda, ha quedado la respuesta de un superviviente de los nuestros cuando fue preguntado por un oficial francés sobre la cuantía de nuestra gente en Rocroi. «Contad los muertos», le contestó aquel español gallardo, honroso hasta en las últimas. Zurramos y nos zurraron. Perdimos la batalla, sí, pero no perdimos la vergüenza.

           Fuente: Rocroi, el último tercio», Galland Books, de ABC.ES, manuel de la fuente, 01/02/2013


 3.- Paz de Westfalia.
El agotamiento de las potencias obliga a firmar un trata do de paz en 1648, en el que se reconoce la independencia de la Provincias Unidas (Holanda), creyendo así los españoles que dominarían a Francia, Cataluña y Portugal, pero se equivocan, tan sólo es el fin de la Guerra de los Treinta Años.

                4.- Paz de los Pirineos.
 Con Westfalia termina la guerra de los 30 años, pero sigue en los Pirineos la Guerra contra Francia, que a su vez está en la guerra de la Fronda, y España no sabe aprovechar esto, por lo que Francia es más fuerte. Pero los generales franceses colaboran con España, ganando ésta la batalla de Valenciennes en 1656, pero son derrotados en las Dunas de Newport (1658). El cansancio de la guerra, lleva  ala paz de los Pirineos en 1659, por la que se decidía el matrimonio de María Teresa de España con Luis XIV, renunciando a sus derechos al trono, y además, perdía España casi todos sus terrenos en Francia (Rosellon, Cerdaña y plazas en Flandes).


Tapiz, gran salón de la Residencia francesa de Madrid
Luis XIV y Felipe IV –el «rey sol» y el «rey planeta»– están representados en el gran salón de la Residencia de Francia en Madrid en dos tapices que «sellaron» la paz entre ambas naciones en 1660, tras la guerra de los Treinta Años. En ambas telas, obra de Charles Le Brun, se refleja el «Encuentro de Felipe IV y de Luis XIV en la Isla de los Faisanes, el 7 de junio de 1660» y la «Ceremonia de la boda del rey, el 9 de junio de 1660». María Teresa de Austria, infanta de España, se casó con el «rey sol» por contrato.


CARLOS II.
  
                Nace y muere en Madrid (1661 - 1700). Es hijo de Felipe IV y Mariana de Austria, reina desde los cinco años de edad, por lo que regenta su madre. Es de naturaleza débil y enfermiza, le llaman “el Hechizado”. Se casa dos veces: la primera con Mariana de Neoburgo y María Luisa de Orleans, con las que no tuvo hijos. Testa a favor de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia.

                2.- VALIDOS.

                1.- Padre Everardo de Nithard: Fue jesuita alemán, consejero de Ana de Austria y consejero durante la regencia de Mariana. Fracasó en la política exterior y tras la Paz de Aguisgrán, y el testimonio de Juan de Austria, fue destituido y enviado a Roma como embajador.

                2.- Juan José de Austria: Hijo bastardo de Felipe IV e Inés Calderón. Consigue la pacificación de Nápoles, pero fracasa en Flandes y Portugal. Se subleva contra Carlos II, y logra la destitución de Nithard y de Valenzuela, al que envía a Filipinas, tras lo cual se hace valido en 1677 y es destituido al tiempo que la paz de Nimega.

                3.- Fernando de Valenzuela: Político español, que fue valido de la regente de Mariana de Austria, la cual le nombre Conde de España. Su ambición y osadía le llevan a enfrentarse a los nobles, que obligan al monarca a sustituirlo por Juan José de Austria, mientras Fernando, era desterrado primero a Filipinas y luego a Nueva España.

                3.- POLÍTICA INTERIOR.

                Francia y Austria, al ver que no había sucesión, se esmeraban en conseguir el trono. Los austríacos tienen a favor a la reina, por su parte el Emperador Leopoldo, propone a su segundo hijo Carlos, los franceses por su parte, proponen al segundo nieto de Luis XIV, Felipe, su derecho provenía por su matrimonio María Teresa, hermana de Carlos II. A pesar de que España ya no es lo que era, todavía sigue teniendo vital importancia la herencia de sus vastos territorios, teniendo en cuenta que cualquiera de los países favorecidos por esta herencia recibiría un elemento desequilibrador a su favor, en contra de la hegemonía continental de Luis XIV.
                En un principio, se quiere dar la herencia al príncipe José Fernando de Baviera, pero este intento se frustra por la muerte de éste. En sus últimos días, preocupado por mantener la unidad de la monarquía, lega en favor de Felipe de Anjou ( también fue presionado por Inocencio IX ), con la condición de que nunca se unieran la corona de Francia y España.

                4.- POLÍTICA EXTERIOR.

                1.- Guerras con Francia: La tradición de las guerras, continúa en este reinado, pero no por iniciativa española.
                En la primera guerra, Luis XIV invade los P. Bajos españoles, con la excusa de que  no había pagado la dote de su esposa, por ello, se le llama la guerra de “la devolución”. El rey francés, además de vencer en numerosas batallas, busca alianzas con otros países con el fin de aislar a España. En 1668, se firma la paz de Aguisgrán, por lo que Luis XIV devolvía el Franco Condado.
                Luis XIV ofrece el Rosellón y la Cerdaña, a cambio de los P. Bajos, que le interesaban para su guerra particular con Holanda, pero España, se niega, y empieza la segunda guerra. Luis invade Holanda, que se alía con España, y el rey francés les aplasta de nuevo. Se firma la paz de Nimega en 1678, por la que España pierde el Franco Condado y plazas en los P. Bajos.
                Los franceses, atacan Cataluña, y España se alía con Inglaterra, Holanda y Suecia, por lo que el rey francés firma la paz de Reysmick, devolviendo muchos terrenos, pero no le importaba, porque su hijo Felipe, había de reinar en España, con esto termina la tercera guerra.


La despedida de los Austrias

El testamento de Carlos II:  Presionado por todos, se vio impelido a hacer  algo que a él debía resultarle repulsivo, pero que debió considerar necesario: hacer testamento y hacerlo a favor del nieto de Luis XIV, con la condición expresa de que ambas coronas permanecerían separadas.Objeto desconocido
El 11 de octubre de 1700 se formalizó su voluntad en este sentido, y nombró una Junta de Gobierno hasta que su sucesor accediese al poder. La misma estaba integrada por la reina, Portocarrero, los presidentes de los Consejos de Castilla, de Aragón, de Italia y de Flandes, el inquisidor general, el conde de Frigiliana como representante del Consejo de Estado, y el de Benavente, en representación de la grandeza. 
Portocarrero sería la pieza clave y estaba acompañado de dos señalados austracistas: el inquisidor general, don Baltasar de Mendoza, y el conde de Frigiliana. A la reina se le asignó una pensión anual de cien mil doblones y el señorío de la ciudad donde quisiese residir.
Tres semanas más tarde, el 1 de noviembre, fallecía.,el último de los Austrias españoles. Una dinastía que había llevado a la monarquía hispánica a un esplendor difícilmente igualable y a la ruina más espantosa.
Aquel mismo día se hizo público el testamento real en presencia de toda la representación diplomática acreditada en Madrid. Blecourt y Harrach esperaban impacientes, el duque de Abrantes se dirigió al segundo para decirle maliciosamente: “Sire, es un placer, es un gran honor para toda mi vida, Sire, despedirme de la ilustrísima Casa de Austria”.
Despejada oficialmente la incógnita que tantos quebraderos de cabeza había dado a políticos y diplomáticos de media Europa, los acontecimientos se sucedieron con rapidez. Portocarrero comunicó la noticia a Versalles, solicitando la aceptación de la Corona para el duque de Anjou y en Madrid se hicieron rogativas con este fin. Dicha circunstancia pareció poco digna a muchos. Daba la impresión de mendigarse por un rey en lugar de ofrecerse una herencia.
Mientras, ingleses y holandeses esperaban la decisión de Luis XIV y le recordaban el compromiso adquirido en el Tratado de Partición hacía unos meses. En Viena la indignación era absoluta; se creía o, al menos así lo afirmaban, que el testamento era falso y que se había violentado la voluntad de Carlos II, y se negaban a aceptar su contenido. Se amenazó con la guerra. En París, Luis XIV aceptó el testamento a favor de su nieto y el 17 de noviembre le presentó en la corte como Felipe V de España.
Inglaterra y Holanda se sintieron burladas y el monarca francés fue tachado de felón y falto de palabra. Una abundante literatura, de tonos insultantes hacia el Rey Sol, circuló en abundancia. No obstante, ambas potencias reconocieron a regañadientes al nuevo soberano. 
Los resquemores, sin embargo, estaban a flor de piel y el emperador atizaba los ánimos de los holandeses, que se sentían más amenazados que nunca, desde que en el reinado de Felipe II iniciaran la lucha por su independencia, con un Borbón en Madrid. Guillermo III reunió el Parlamento inglés para que se analizase la situación y Leopoldo I convocaba a la dieta imperial en Ratisbona, con la finalidad de que el imperio declarase la guerra a los Borbones.
En Versalles se decidió que la salida de Felipe V hacia España no debía demorarse. Partió el 4 de diciembre, y el plan de viaje contemplaba cuarenta y un días hasta llegar a la frontera española y veinte días más para entrar en Madrid, lo que se produciría el 5 ó 6 de febrero.
FUENTE: mundohistoria.org 
Carlos II «El hechizado», de Juan Carreño de Miranda

A pesar del «benévolo tratamiento pictórico» de este rey, el pintor no ha podido ocultar alteraciones típicas del raquitismo, la anemia («tal vez de origen palúdico») y un más que posible déficit intelectual. Estos síntomas son el cráneo con abombamiento frontoparietal, intensa palidez, deformidad de las extremidades y mirada melancólica y vacía. Fras su fallecimiento la historia se encargó de maquillar su aspecto y atributos en pos de favorecer al monarca entrante, Felipe V de la casa de los Borbones. “Se utilizó la vapuleada imagen del monarca para enaltecer y legitimar al nuevo rey. La imagen de la degeneración de los Austrias pretendía reflejar la decadencia española del momento

La muerte sin descendencia de Carlos II, el último Habsburgo español, y la lucha por su trono sumergió a Europa en una contienda internacional que enfrentó a las principales potencias del continente. 

Hace 300 años, en abril de 1713, se firmaba la Paz de Utrecht. El tratado ponía fin a doce años de guerra en Europa, desencadenada tras la muerte, sin descendencia, del rey Carlos II, el último Habsburgo español. El conflicto había comenzado en 1701 y se había convertido en una conflagración internacional donde se enfrentaron, por razones muy diversas, las principales potencias del occidente europeo.
Por un lado, el bloque borbónico, con España y Francia a la cabeza, defensoras de los derechos al trono español del duque de Anjou, sobrino del todopoderoso Luis XIV. Por otro, el Sacro Imperio Romano Germánico, apoyado por Inglaterra y las Provincias Unidas holandesas, que postulaban como candidato al archiduque Carlos de Habsburgo, hijo menor del emperador Leopoldo I.
El enfrentamiento entre los dos bloques desembocó en una guerra a gran escala. Y en el caso español, en una guerra civil, entre los partidarios de uno y otro bando. La paz de Utrecht, ratificada después en los tratados de Rastatt, cesó las hostilidades y asentó definitivamente a los Borbones en el trono español. A cambio, España liquidó la mayoría de sus posesiones en Europa.
Algunos de estos territorios se recuperarían después. Entre ellos, la isla de Menorca. Pero no Gibraltar, la más dolorosa de las amputaciones del tratado, que hoy, tres siglos después, continúa siendo colonia británica.

                 
Guerras de sucesión:

Hay tres bandos: La coalición antifrancesa, que estaba en La Haya, los franceses y los alEmanes. Comienzan ganando los franceses, pero las tropas austrobritánicas, dirigidas por Malborough, derrotan al rey Sol en Blenheim, pierden también los franceses en el Danubio, y en Ramillies (Flandes), y Eugenio de Saboya los vencía en Turín.
                Pero la resistencia de los franceses, en cierto modo debida al apoyo de Castilla, logran contener la alianza borbónica. En 1704, el archiduque Carlos desembarca en Lisboa y el inglés Rooke lo hace en Gibraltar. En junio del 1705 los catalanes firman con los aliados el pacto de colaboración de Génova, por lo que el archiduque Carlos establece su corte en Barcelona, hay que señalar, que no todos lo catalanes, estaban a favor de el. Carlos conquista Zaragoza y las tropas anglo-portuguesas conquistan Madrid, que luego cae en manos de Felipe V, mientras el archiduque era nombrado rey de España en Valencia. Felipe vence en Almansa, pero ganan los aliados en Flandes, de nuevo.
                La guerra se decide en la Península desde 1710: Los aliados ganan las importantes batallas de Almenara y Zaragoza, por lo que Carlos conquista Madrid por segunda vez. La situación militar se invierte en favor de Felipe V, que vence en Brihuega y Villaviciosa, por lo que poco después, a Carlos ya sólo le quedan algunos territorios en Cataluña.
                Luis XIV vence en la Península, pero lo tiene mucho más crudo en los otros frentes, donde perdía claramente. Pero para su suerte muere el Emperador José I, por lo que su hijo el archiduque ha de heredar los territorios de Alemania y España, lo cual no aceptan los ingleses, pues los alemanes, serían claramente superiores.
                Carlos sale de Barcelona en 1771 dejando de regenta a su mujer Isabel, y sus ejércitos reaniman el poder del futuro Emperador. Finalmente, en un esfuerzo de los Borbones, cae heroicamente Barcelona, a pesar de su patriotismo español.
                La paz se restaura en Utrech (1713) y Rastatt (1714), por las que Felipe es proclamado rey de España y de las Indias, pero pierde territorios en Italia, Gibraltar, Menorca, el sur de los P. Bajos, y lo más costoso, la corona de Francia. Por ellas cede Francia a Inglaterra la isla de San Cristóbal en las Antillas y sus territorios en la Bahía de Hudson, por lo que los ingleses son los grandes beneficiados de esta guerra.

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