Europa más allá de la UE
Foto: GETTY Banderas de un grupo de Estados
de la UE.
La UE entra en la segunda década del siglo XXI con
graves problemas de cohesión, deuda y crecimiento, mientras Rusia y
Turquía emergen
La UE entra en la segunda década del siglo
XXI con graves problemas de cohesión interna, de deuda y de
crecimiento, al tiempo que Rusia y Turquía emergen al este con fuerzas
renovadas. Lo hacen, además, con modelos que se presentan como
complementarios (Turquía) o alternativos (Rusia). Moscú, en
particular, ha optado por el camino autoritario y blande nuevos
instrumentos para extender su poder: sin renunciar a la fuerza
militar, utiliza petrodólares, el grifo del gas y estrategias de poder
blando inspiradas en las occidentales (apoyo a asociaciones y partidos
afines, penetración mediática, atracción de las élites). Turquía ha
puesto en marcha una nueva política exterior, a la vez al servicio y
como consecuencia de su espectacular crecimiento económico, en sus
tradicionales zonas de influencia de los Balcanes y el Cáucaso. En los
países balcánicos y de Europa del Este, situados en el triángulo
UE-Rusia-Turquía, aparecen alternativas a una UE exigente e inflexible y
emerge la atractiva posibilidad de repartir juego entre Bruselas,
Moscú y Ankara.Lo que está en entredicho no es ya la ampliación sin límites de la UE -que de hecho está más cuestionada en el seno de la propia Unión que fuera de ella- sino más bien que se legitimen regímenes de corte autoritario o versiones limitadas de la democracia en el espacio europeo. En la última década los retrocesos en libertades fueron evidentes en Rusia y otros países del ámbito exsoviético como Azerbayán y Bielorrusia. En los años que vienen las amenazas se ciernen sobre los candidatos, reconocidos o no, a formar parte de la UE: Turquía, los países balcánicos, Ucrania y Moldavia. Y quién sabe si sobre Estados miembros.
La UE, que tantísimo hizo por la consolidación democrática y las reformas, desde Estonia hasta Turquía, tiene por delante un reto colosal en un momento poco propicio. El problema principal no es la crisis, que deteriora la imagen de éxito de la UE, sino que la calidad democrática en la propia Unión deja mucho que desear. En los años que vienen los Estados miembros y la UE en su conjunto deben hacer frente al desapego ciudadano respecto de sus representantes políticos y a una serie de males que corroen los cimientos básicos de la democracia europea: la corrupción, el populismo xenófobo (antiinmigración en el oeste, antiminorías en el este), el declive del pluralismo informativo y la erosión de la separación de poderes.
En el continente europeo los usos de la democracia liberal ya no son indiscutidos ni como ideal, ni en su práctica. No es casualidad que coincidan en el tiempo las dudas sobre la ampliación, la falta de exigencia democrática con candidatos y vecinos y el deterioro de la solidaridad en el seno de la UE. Volver a una situación en la que la democracia de calidad sea la norma y el ideal no será fácil, y la UE tiene una evidente responsabilidad, para consigo misma y para con sus vecinos del sur y del este.
Las derivas hacia una democracia deteriorada son un ataque a la línea de flotación del propio proyecto europeo: nada legitima a la UE tanto como su capacidad de promover y dar estabilidad a las democracias en cada país. La calidad de la democracia en el espacio europeo, dentro y fuera del ámbito comunitario, serán el gran examen para la UE: la Europa unida será democrática, o no será.
ELPAIS.COM, JORDI VAQUER, 1-6-2011
¿Cómo podría ser una unión política europea?
Cada respuesta política a la crisis de la deuda soberana en el último año ha empujado la Unión Europea hacia una mayor integración. La conclusión lógica de este proceso es una unión política completa
La identidad de Europa nacerá siempre de la
diversidad, no de la
uniformidad ni la centralización excesiva. Nadie desea la homogeneidad.
Sobre todo, tiene poco sentido construir un edificio burocrático
desmesurado en Bruselas en la era de la información, cuando el poder
repartido de las redes está transformando la propia naturaleza de la
gobernanza.
Con el propósito de ayudar a iniciar el debate, vamos a proponer un diseño institucional que podría estudiarse:
1. El Parlamento Europeo elegiría al principal responsable de la Comisión Europea, que formaría un gabinete de ministros sacados de los grandes partidos de la Cámara, entre ellos, un Ministro de Finanzas con potestad para supervisar y sancionar los presupuestos nacionales y la capacidad de aplicar impuestos y formular un presupuesto a escala europea. La prioridad del Ministro de Finanzas sería la coordinación macroeconómica, no la gestión microeconómica. Las competencias de los demás puestos del gabinete estarían limitadas a los "bienes públicos europeos" supranacionales (defensa, política exterior, energía, infraestructuras, etcétera), mientras que se dejarían todas las decisiones posibles sobre otros asuntos en manos de los Gobiernos nacionales dentro de la federación. El Tribunal Europeo de Justicia sería el encargado de arbitrar cuando entrasen en disputa cuestiones de soberanía del Gobierno federal y la nación-estado.
2. Como el poder reforzado del Parlamento para escoger al máximo mandatario de los órganos europeos le otorgaría la responsabilidad suprema, las elecciones al Parlamento Europeo, basadas en listas europeas y no en listas de los partidos nacionales, se consolidarían y tendrían más interés para los ciudadanos, con lo que se acabaría con la apatía actual que despiertan, debida a la sensación de que, en el fondo, no importan. Una mayor participación de los ciudadanos significaría más legitimidad para las instituciones europeas.
3. El Consejo Europeo actual se convertiría en una "cámara alta". Las naciones-estado elegirían a sus miembros de la manera que cada uno quisiera, para unos mandatos escalonados, más largos que el ciclo más breve del Parlamento, con lo que se fomentaría una perspectiva de Gobierno más a largo plazo. El número de miembros de cada nación-estado se calcularía en función de una ratio de 1 por cada 10 millones de habitantes. Los Estados con menos de 10 millones tendrían garantizado un escaño. De esa forma, la cámara, en total, tendría alrededor de 50-60 miembros.
4. Para conservar parte del carácter meritocrático y no partidista de la Comisión actual, cada ministro del gabinete trabajaría con un secretario permanente de la Administración Europea, especializado en su área de competencia.
5. Como en una especie de "sistema de Westminster" ideal, la elaboración de los presupuestos dependería de la Comisión, no del Parlamento. La comisión presentaría el presupuesto a votación en el Parlamento, sin someterlo a las negociaciones y los tomas y dacas de los intereses especiales durante el proceso legislativo. El Parlamento podría rechazar la dirección política emprendida por la Comisión mediante un voto de no confianza, en cuyo caso habría que formar nuevo Gobierno.
6. Los impuestos y las leyes tendrían que aprobarse mediante mayoría tanto en el parlamento como en la cámara alta.
7. Con el fin de promover una "mayoría de consenso" en el Parlamento, los partidos que obtuvieran menos del 10% en las elecciones europeas estarían presentes en los debates, pero sin derecho a voto. Esta norma facilitaría la tendencia a lograr compromisos de centro y ayudaría a evitar los posibles bloqueos debidos al derecho a veto de los partidos pequeños de una coalición. Además, ofrecería un incentivo para la formación de partidos europeos más fuertes, capaces de integrar diversos intereses.
Como es natural, existen aún muchas cuestiones sobre el camino hacia una unión política. Si queremos más legitimidad, ¿no deberían establecerse estas instituciones, con sus reglas, desde abajo, a través de una Asamblea Constituyente, mejor que mediante la modificación del tratado? ¿Los grandes partidos, después de obtener la mayoría de los escaños en el Parlamento Europeo, tendrían agendas lo suficientemente comunes como para poder lograr consensos de Gobierno? Y, en un plano todavía más esencial, como pregunta el politólogo Francis Fukuyama, ¿puede una unión política llegar verdaderamente a cohesionarse si no va precedida de un proceso de construcción nacional europeo que cree una cultura europea común? Es un interrogante que también ha planteado Bernard Henri-Lévy.
En 1789, el entonces Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Alexander Hamilton, propuso un sistema de Gobierno federal fuerte que asumiera las deudas contraídas por el Estado en la revolución y garantizara unos ingresos futuros constantes, con una mayor integración de la política fiscal pero conservando un grado considerable de soberanía local en los asuntos no federales. Ese fue el primer paso del proceso para hacer de Estados Unidos una potencia continental y mundial.
Del mismo modo, en Europa, en 2012, la resolución de la deuda alumbrará una unión política que podría convertir al continente en el pilar más poderoso del orden geopolítico multipolar del siglo XXI. La única forma de afrontar ese reto, ante las incertidumbres mencionadas, es que los dirigentes europeos y sus ciudadanos se comprometan, al menos, con esta transformación, en vez de seguir dando pasitos que solo sirven para debilitar el euro, intensificar la crisis y erosionar la presencia de Europa en el mundo.
Con el propósito de ayudar a iniciar el debate, vamos a proponer un diseño institucional que podría estudiarse:
1. El Parlamento Europeo elegiría al principal responsable de la Comisión Europea, que formaría un gabinete de ministros sacados de los grandes partidos de la Cámara, entre ellos, un Ministro de Finanzas con potestad para supervisar y sancionar los presupuestos nacionales y la capacidad de aplicar impuestos y formular un presupuesto a escala europea. La prioridad del Ministro de Finanzas sería la coordinación macroeconómica, no la gestión microeconómica. Las competencias de los demás puestos del gabinete estarían limitadas a los "bienes públicos europeos" supranacionales (defensa, política exterior, energía, infraestructuras, etcétera), mientras que se dejarían todas las decisiones posibles sobre otros asuntos en manos de los Gobiernos nacionales dentro de la federación. El Tribunal Europeo de Justicia sería el encargado de arbitrar cuando entrasen en disputa cuestiones de soberanía del Gobierno federal y la nación-estado.
2. Como el poder reforzado del Parlamento para escoger al máximo mandatario de los órganos europeos le otorgaría la responsabilidad suprema, las elecciones al Parlamento Europeo, basadas en listas europeas y no en listas de los partidos nacionales, se consolidarían y tendrían más interés para los ciudadanos, con lo que se acabaría con la apatía actual que despiertan, debida a la sensación de que, en el fondo, no importan. Una mayor participación de los ciudadanos significaría más legitimidad para las instituciones europeas.
3. El Consejo Europeo actual se convertiría en una "cámara alta". Las naciones-estado elegirían a sus miembros de la manera que cada uno quisiera, para unos mandatos escalonados, más largos que el ciclo más breve del Parlamento, con lo que se fomentaría una perspectiva de Gobierno más a largo plazo. El número de miembros de cada nación-estado se calcularía en función de una ratio de 1 por cada 10 millones de habitantes. Los Estados con menos de 10 millones tendrían garantizado un escaño. De esa forma, la cámara, en total, tendría alrededor de 50-60 miembros.
4. Para conservar parte del carácter meritocrático y no partidista de la Comisión actual, cada ministro del gabinete trabajaría con un secretario permanente de la Administración Europea, especializado en su área de competencia.
5. Como en una especie de "sistema de Westminster" ideal, la elaboración de los presupuestos dependería de la Comisión, no del Parlamento. La comisión presentaría el presupuesto a votación en el Parlamento, sin someterlo a las negociaciones y los tomas y dacas de los intereses especiales durante el proceso legislativo. El Parlamento podría rechazar la dirección política emprendida por la Comisión mediante un voto de no confianza, en cuyo caso habría que formar nuevo Gobierno.
6. Los impuestos y las leyes tendrían que aprobarse mediante mayoría tanto en el parlamento como en la cámara alta.
7. Con el fin de promover una "mayoría de consenso" en el Parlamento, los partidos que obtuvieran menos del 10% en las elecciones europeas estarían presentes en los debates, pero sin derecho a voto. Esta norma facilitaría la tendencia a lograr compromisos de centro y ayudaría a evitar los posibles bloqueos debidos al derecho a veto de los partidos pequeños de una coalición. Además, ofrecería un incentivo para la formación de partidos europeos más fuertes, capaces de integrar diversos intereses.
Como es natural, existen aún muchas cuestiones sobre el camino hacia una unión política. Si queremos más legitimidad, ¿no deberían establecerse estas instituciones, con sus reglas, desde abajo, a través de una Asamblea Constituyente, mejor que mediante la modificación del tratado? ¿Los grandes partidos, después de obtener la mayoría de los escaños en el Parlamento Europeo, tendrían agendas lo suficientemente comunes como para poder lograr consensos de Gobierno? Y, en un plano todavía más esencial, como pregunta el politólogo Francis Fukuyama, ¿puede una unión política llegar verdaderamente a cohesionarse si no va precedida de un proceso de construcción nacional europeo que cree una cultura europea común? Es un interrogante que también ha planteado Bernard Henri-Lévy.
En 1789, el entonces Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Alexander Hamilton, propuso un sistema de Gobierno federal fuerte que asumiera las deudas contraídas por el Estado en la revolución y garantizara unos ingresos futuros constantes, con una mayor integración de la política fiscal pero conservando un grado considerable de soberanía local en los asuntos no federales. Ese fue el primer paso del proceso para hacer de Estados Unidos una potencia continental y mundial.
Del mismo modo, en Europa, en 2012, la resolución de la deuda alumbrará una unión política que podría convertir al continente en el pilar más poderoso del orden geopolítico multipolar del siglo XXI. La única forma de afrontar ese reto, ante las incertidumbres mencionadas, es que los dirigentes europeos y sus ciudadanos se comprometan, al menos, con esta transformación, en vez de seguir dando pasitos que solo sirven para debilitar el euro, intensificar la crisis y erosionar la presencia de Europa en el mundo.
ELPAIS.COM, 25/I/2012. Nicolas Berggruen es
presidente del Consejo para el Futuro de Europa. Nathan Gardels
es asesor principal del grupo. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
He encontrado casualmente esta página navegando por la red y me ha parecido un gran trabajo. ¡Enhorabuena, Teodosio!
ResponderEliminarUna profesora de CC.SS. desde Algeciras (Mila).