EL ASCENSO DE LOS TOTALITARISMOS: FASCISMO Y NAZISMO
En esos treinta años saltaron por los aires más fronteras políticas, sociales y éticas que nunca. Se desmoronaron recios imperios, se relegó al rincón de la historia a la todopoderosa aristocracia para dar paso a una hornada de desclasados como Hitler, se extendió desde distintas trincheras ideológicas el culto a la violencia como resorte político y se convirtió a la población civil en objetivo militar. Emergieron conceptos nuevos, ensayados en las colonias por las potencias europeas, como pureza étnica o superioridad racial, sobre los que descansarían infamias inconcebibles unas décadas atrás.
Dictaduras que surgieron en Europa en los años veinte recuperaron algunas de las estructuras tradicionales de la autoridad presentes en su historia antes de 1914, pero tuvieron que hacer frente también a la búsqueda de nuevas formas de organizar la sociedad, la industria y la política. En eso consistió el fascismo en Italia, el primero en germinar como producto de la Primera Guerra Mundial, y a esa solución se engancharon en los años treinta algunos partidos y fuerzas de la derecha española. Una solución al problema de cómo controlar el cambio social y frenar la revolución en el momento de la aparición de la política de masas.
"El mapa de Europa de 1900 estaba lleno de imperios y monarquías hereditarias y solo una república, Francia, mientras que en el de 1919 ya solo hay repúblicas, a excepción del Imperio Británico y las monarquías de España e Italia". La Primera Guerra Mundial, que fue larga y se había previsto corta, trastocó el viejo mundo. Se derrumbaron nada menos que los imperios alemán, austrohúngaro y ruso. Pero también se derribó un antiguo orden social. Esto, sumado a la amenaza de que se extienda el comunismo y a una aguda crisis económica, propicia que alguien como Mussolini acceda casi en volandas al poder. "Mussolini, que había sido un revolucionario callejero, acaba de presidente a los 39 años. Y el nazismo liquida la República de Weimar en Alemania
"El mapa de Europa de 1900 estaba lleno de imperios y monarquías hereditarias y solo una república, Francia, mientras que en el de 1919 ya solo hay repúblicas, a excepción del Imperio Británico y las monarquías de España e Italia". La Primera Guerra Mundial, que fue larga y se había previsto corta, trastocó el viejo mundo. Se derrumbaron nada menos que los imperios alemán, austrohúngaro y ruso. Pero también se derribó un antiguo orden social. Esto, sumado a la amenaza de que se extienda el comunismo y a una aguda crisis económica, propicia que alguien como Mussolini acceda casi en volandas al poder. "Mussolini, que había sido un revolucionario callejero, acaba de presidente a los 39 años. Y el nazismo liquida la República de Weimar en Alemania
España tampoco resultó tan diferente en la primera mitad del siglo XX, salvando el hecho de que no participó en las dos grandes contiendas. La principal singularidad -y no menor, es cierto- residió en la oposición a la insurrección militar en julio de 1936. "No tiene nada de peculiar que la República muera por un golpe de Estado, pero lo que diferencia a España es que se trata del único país europeo donde se resiste civil y militarmente ante el golpe autoritario". "Lo que realmente es excepcional, junto a Portugal, son las tres décadas de dictadura después del final de la Segunda Guerra Mundial".
FASCISMO Y NAZISMO
SIMILITUDES Y DIFERENCIAS
SIMILITUDES Y DIFERENCIAS
Los dos eran movimientos totalitarios y como tales:.Los dos pretendían el establecimiento de un partido único y la supresión de todo tipo de libertades.Los dos fueron protegidos por la oligarquía de sus respectivos países Los dos pretendían tener un carácter supuestamente revolucionario y estaban decididos a hacer todos los cambios necesarios para que todo siguiese igualLos dos aseguraban la propiedad privada de los medios de producción.Los dos preconizaban la violencia contra los adversarios. Y recibieron protección y apoyo de la policía y las fuerzas armadas de su país.Ambos grupos llegaron al poder antidemocráticamente. El Fascismo, con la "Marcha sobre Roma", los hitlerianos, arropados por la policía y el ejército en sus constantes y bestiales ataques a sus opositores, en unas votaciones en las que no alcanzaron el 33 % de los votos al ser la lista mas votada fueron los encargados de formar gobierno provisionalmente hasta las próximas elecciones. Entonces, incendiaron el Parlamento, imputándolo a los comunistas, (posteriormente en una parodia de juicio ahorcarían a un anarquista, también lo intentaron hacer con Dimitrov y otros dirigentes comunistas pero estos supieron defenderse) se abolieron las garantías constitucionales, se encerró a la oposición en la cárcel, los hitlerianos se hicieron con el poder ¿Legal? Discutible, mas bien poco, ¿Democrático? Nada en absoluto Los dos daban excesiva importancia a la figura del Líder, que habría de salvarles y conducirles al ParaísoIntegrados mayoritariamente por elementos, procedentes del proletariado o amenazados en caer en tal condición, sentían un gran desprecio por la persona y un gran sentimiento de inferioridad que intentaban compensar con su brutalidad.Los dos eran furibundamente conservadores y enemigos de los movimientos obreros.Los dos utilizaron profusamente la coreografía y los actos colectivos como métodos de alienar y controlar a la población.
El nazismo fue la versión mas brutal y criminal de un movimiento, el Fascismo, ya de por sí brutal.
El fascismo hacía énfasis en la Nación y en la tradición latina, el nazismo en la RazaEl fascismo pretendía crear un imperio en el que otros pueblos asimilasen su cultura (y de paso trabajasen para ellos). En el imperio que quería crear el nazismo los otros pueblos solo trabajarían para "la raza superior" mientras sobreviviesen, lo que se perseguía era su exterminio.La aspiración última del fascista era la buena vida propia. La del nazi la mala muerte del disidente (aunque no le hacían ascos a la buena vida y se apresuraron a robar todo lo que pudieron para garantizarla)Aunque no muy grande, el fascismo tenía un cierto empaque cultural y una admiración por la cultura de la que el nazismo carecía, de ahí las quemas públicas de libros de los hitlerianos, de esa incultura radical, el énfasis que hicieron en la raza, fijándose en una raza inexistente (la "raza aria", que jamás existió, "ario" es un concepto lingüistico) y el que uno de los grupos que persiguieron, los gitanos, fuese precisamente ario.Una de las atrocidades secundarias de ese culto por la raza, fue que en su deseo de obtener el prototipo del "ario" ninguno de los líderes hitlerianos satisfacía los requisitos, pero tampoco la mayoría de la población alemana, Himmler ordenó el secuestro de niños polacos que reuniesen las características físicas que él atribuía a la "raza aria" con objeto de (ocultando su auténtico origen) cruzarlos con miembros menos favorecidos (pero alemanes) y así acabar obteniendo el producto idealLos fascistas no alcanzaron los extremos de sadismo de los hitlerianos
El fascismo hacía énfasis en la Nación y en la tradición latina, el nazismo en la RazaEl fascismo pretendía crear un imperio en el que otros pueblos asimilasen su cultura (y de paso trabajasen para ellos). En el imperio que quería crear el nazismo los otros pueblos solo trabajarían para "la raza superior" mientras sobreviviesen, lo que se perseguía era su exterminio.La aspiración última del fascista era la buena vida propia. La del nazi la mala muerte del disidente (aunque no le hacían ascos a la buena vida y se apresuraron a robar todo lo que pudieron para garantizarla)Aunque no muy grande, el fascismo tenía un cierto empaque cultural y una admiración por la cultura de la que el nazismo carecía, de ahí las quemas públicas de libros de los hitlerianos, de esa incultura radical, el énfasis que hicieron en la raza, fijándose en una raza inexistente (la "raza aria", que jamás existió, "ario" es un concepto lingüistico) y el que uno de los grupos que persiguieron, los gitanos, fuese precisamente ario.Una de las atrocidades secundarias de ese culto por la raza, fue que en su deseo de obtener el prototipo del "ario" ninguno de los líderes hitlerianos satisfacía los requisitos, pero tampoco la mayoría de la población alemana, Himmler ordenó el secuestro de niños polacos que reuniesen las características físicas que él atribuía a la "raza aria" con objeto de (ocultando su auténtico origen) cruzarlos con miembros menos favorecidos (pero alemanes) y así acabar obteniendo el producto idealLos fascistas no alcanzaron los extremos de sadismo de los hitlerianos
-----ITALIA
Benito Mussolini, en una imagen de 1938.
"«Os digo con toda solemnidad: o se nos entrega el Gobierno o lo tomaremos marchando sobre Roma». Y las 40.000 bocas presentes gritaron: «¡A Roma, a Roma!». Aquella amenaza era el pistoletazo de salida para la multitudinaria marcha que cayó sobre la capital italiana, hace ahora 80 años, arrebatando el poder al Parlamento e inaugurando el primer régimen fascista de Europa"
•El fascismo en Italia (que originó la llamada Italia fascista) fue un movimiento político del siglo XX que surgió en el Reino de Italia tras la Primera Guerra Mundial.
Mussolini subió al poder con una combinación de violencia paramilitar y maniobras políticas, sin necesidad de tomarlo militarmente —pese al mito forjado después de la marcha sobre Roma por el fascismo victorioso— o ganar unas elecciones.
Es cierto que a finales del siglo XIX ya existían en Italia algunas organizaciones denominadas «fascio» (haz), pero era una ideología uniforme.Nació en parte como reacción a la Revolución Bolchevique de 1917 y a las fuertes peleas sindicales de trabajadores y braceros que culminó en el bienio rojo, en parte como polémica respecto a la sociedad liberal-democrática que salió maltrecha de la experiencia de la Primera Guerra Mundial.
Fue Mussolini el que creó y definió el movimiento fascista como tal, en 1919, incrementando la agresividad en sus discursos contra comunistas, socialistas o contra la misma democracia, y promoviendo la violencia como arma política legítima. Pronto los apedreamientos, las peleas callejeras y los incendios protagonizados por sus seguidores se convirtieron en algo demasiado común.
En 1921, a los 38 años, Mussolini se hacía con un escaño en el Parlamento italiano, algo considerado por el Gobierno sólo como un «mal menor», protagonizado por un grupo marginal. Pero a lo largo de 1922 era evidente que el Partido Nacional Fascista había aumentado considerablemente su número de afiliados, y que estos tenían proyectos propios que amenazaban el propio parlamentarismo italiano.
«Nosotros rechazamos el dogma democrático de que se deba proceder eternamente por sermones y prédicas de naturaleza más o menos moral. En un momento determinado es menester que la disciplina se exprese en la forma y bajo el aspecto de un acto de fuerza y de imperio… La violencia es a veces moral», dijo un exaltado Mussolini en un discurso en Udine, el 20 de septiembre de 1922. «Los fascistas no estamos dispuestos a entrar en el Gobierno por la puerta de atrás», sentenció en Génova, cuatro días después.
La tensión en Italia era tan grande que el primer ministro, Luigi Facta, anunció una gran manifestación patriótica con el objetivo de amedrentar a los exaltados fascistas y evitar una posible guerra civil. Esto enfureció a Mussolini, que se adelantó con rapidez, organizando la histórica y nefasta Marcha sobre Roma con la que cambiaría el rumbo de Europa hasta desembocar en la Segunda Guerra Mundial.
El 28 de diciembre de 1922, 40.000 fascistas salieron de diferentes partes de Italia hacia la capital con el objetivo de exigir el poder. La orden de Mussolini era la de que se realizaran manifestaciones públicas y masivas en las principales ciudades del país, recurriendo a la violencia si era necesario. Un golpe de efecto orquestado magistralmente por el futuro «Duce», con una gran dosis de teatralidad, y no menos efectividad y contundencia.
Decenas de miles de camisas negras –como se conocía a los militantes fascistas voluntarios utilizados por Mussolini para sembrar el terror– se lanzaron a la carretera armados con palos, barras de hierro, armas caseras y algunas pistolas. Llenaron trenes, coches y camiones, y muchos de ellos fueron a pie.
Cuando la gran mayoría de las hordas fascistas llegaron a las afuera de la capital, el primer ministro, Luigi Facta, pidió al Rey Víctor Manuel III que decretase el estado de sitio en la ciudad. Éste podría haber mandado al Ejército a detener a Mussolini y sus seguidores, pero, por razones que aún no están claras del todo, no lo hizo. Quién sabe lo que esta orden habría podido significar para el futuro de Europa y de la historia del siglo XX.
Mussolini estaba ya decidido a no aceptar otra cosa que no fuera el Gobierno. Y ese mismo día, el Rey optó por pedirle que fuera primer ministro y que formara gabinete. Unos 25.000 camisas negras más fueron transportados ese mismo día a Roma, en donde marcharon en un triunfante y ostensible desfile ceremonial al día siguiente.
Formalmente la dictadura de Mussolini no comenzó aquel día, pero ya no había nada que hacer. Los fascistas fueron haciéndose con todos los mecanismos del poder en los meses siguientes. El final de aquella marcha fue el comienzo del camino hacia los totalitarismos fascistas de la primera mitad del siglo XX, con sus nefastas consecuencias para las futuras generaciones de Europa.
Mussolini subió al poder con una combinación de violencia paramilitar y maniobras políticas, sin necesidad de tomarlo militarmente —pese al mito forjado después de la marcha sobre Roma por el fascismo victorioso— o ganar unas elecciones.
Es cierto que a finales del siglo XIX ya existían en Italia algunas organizaciones denominadas «fascio» (haz), pero era una ideología uniforme.Nació en parte como reacción a la Revolución Bolchevique de 1917 y a las fuertes peleas sindicales de trabajadores y braceros que culminó en el bienio rojo, en parte como polémica respecto a la sociedad liberal-democrática que salió maltrecha de la experiencia de la Primera Guerra Mundial.
Fue Mussolini el que creó y definió el movimiento fascista como tal, en 1919, incrementando la agresividad en sus discursos contra comunistas, socialistas o contra la misma democracia, y promoviendo la violencia como arma política legítima. Pronto los apedreamientos, las peleas callejeras y los incendios protagonizados por sus seguidores se convirtieron en algo demasiado común.
En 1921, a los 38 años, Mussolini se hacía con un escaño en el Parlamento italiano, algo considerado por el Gobierno sólo como un «mal menor», protagonizado por un grupo marginal. Pero a lo largo de 1922 era evidente que el Partido Nacional Fascista había aumentado considerablemente su número de afiliados, y que estos tenían proyectos propios que amenazaban el propio parlamentarismo italiano.
«Nosotros rechazamos el dogma democrático de que se deba proceder eternamente por sermones y prédicas de naturaleza más o menos moral. En un momento determinado es menester que la disciplina se exprese en la forma y bajo el aspecto de un acto de fuerza y de imperio… La violencia es a veces moral», dijo un exaltado Mussolini en un discurso en Udine, el 20 de septiembre de 1922. «Los fascistas no estamos dispuestos a entrar en el Gobierno por la puerta de atrás», sentenció en Génova, cuatro días después.
La tensión en Italia era tan grande que el primer ministro, Luigi Facta, anunció una gran manifestación patriótica con el objetivo de amedrentar a los exaltados fascistas y evitar una posible guerra civil. Esto enfureció a Mussolini, que se adelantó con rapidez, organizando la histórica y nefasta Marcha sobre Roma con la que cambiaría el rumbo de Europa hasta desembocar en la Segunda Guerra Mundial.
El 28 de diciembre de 1922, 40.000 fascistas salieron de diferentes partes de Italia hacia la capital con el objetivo de exigir el poder. La orden de Mussolini era la de que se realizaran manifestaciones públicas y masivas en las principales ciudades del país, recurriendo a la violencia si era necesario. Un golpe de efecto orquestado magistralmente por el futuro «Duce», con una gran dosis de teatralidad, y no menos efectividad y contundencia.
Decenas de miles de camisas negras –como se conocía a los militantes fascistas voluntarios utilizados por Mussolini para sembrar el terror– se lanzaron a la carretera armados con palos, barras de hierro, armas caseras y algunas pistolas. Llenaron trenes, coches y camiones, y muchos de ellos fueron a pie.
Cuando la gran mayoría de las hordas fascistas llegaron a las afuera de la capital, el primer ministro, Luigi Facta, pidió al Rey Víctor Manuel III que decretase el estado de sitio en la ciudad. Éste podría haber mandado al Ejército a detener a Mussolini y sus seguidores, pero, por razones que aún no están claras del todo, no lo hizo. Quién sabe lo que esta orden habría podido significar para el futuro de Europa y de la historia del siglo XX.
Mussolini estaba ya decidido a no aceptar otra cosa que no fuera el Gobierno. Y ese mismo día, el Rey optó por pedirle que fuera primer ministro y que formara gabinete. Unos 25.000 camisas negras más fueron transportados ese mismo día a Roma, en donde marcharon en un triunfante y ostensible desfile ceremonial al día siguiente.
Formalmente la dictadura de Mussolini no comenzó aquel día, pero ya no había nada que hacer. Los fascistas fueron haciéndose con todos los mecanismos del poder en los meses siguientes. El final de aquella marcha fue el comienzo del camino hacia los totalitarismos fascistas de la primera mitad del siglo XX, con sus nefastas consecuencias para las futuras generaciones de Europa.
ABC.es, 30-10-2012
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•Una de las primeras reformas que el «Duce» llevó a cabo tras hacerse con el poder en Italia fue la aprobación de una serie de normas conocidas como las «Leyes fascistísimas». «Eran un conjunto de decretos que desmantelaron el viejo estado liberal que heredó Mussolini y pusieron el esqueleto de lo que iba a ser el estado fascista», explica Iñigo Bolinaga, autor de «Breve historia del fascismo» (Nowtilus, 2008).
«El 25 de noviembre de 1926 se aprobó este paquete legislativo que incluyó, entre otras medidas, la creación de un Tribunal de Delitos Políticos y de una policía política, la Obra Voluntaria de Represión Anti-fascista (la OVRA), el restablecimiento de la pena de muerte, la disolución definitiva de los partidos y el cierre de numerosos periódicos. Unos 300.000 italianos se exiliarían; otros 10.000 fueron confinados en islas alejadas (Lípari, Ustica…) o en pueblos remotos e insalubres», explica el experto.
Las leyes dictaminaron la disolución de los partidos y el cierre de periódicos
Sin embargo, este fue sólo el inicio de una serie de normas que acabarían con la democracia en la «bella Italia». «En 1926, el régimen suspendió todos los Ayuntamientos electos y los sustituyó por otros designados desde arriba, a cuyo frente se nombró, con las funciones de los antiguos alcaldes, a una “podestà”. Así, Prefectos (gobernadores civiles) y jefes locales del Partido Nacional Fascista integraron la administración local y provincial», añade Lozano.
Apenas dos años después, Mussolini volvería a «decretar» una ley que mejoraba notablemente su posibilidad de ser elegido electoralmente. «En 1928, una ley transformó de raíz el sistema electoral. Los comicios consistieron en adelante en un plebiscito sobre una lista única elaborada por el Gran Consejo Fascista, convertido así en órgano supremo del Estado. En las elecciones de 1929, las elecciones eran ya una farsa. El Parlamento era una cámara oficialista sin más funciones que la aclamación de las disposiciones legales del gobierno»
Uso de las prohibidas armas químicas
A nivel militar, el «Duce» cometió varios crímenes de guerra al hacer uso de armas prohibidas para acabar con sus enemigos. «Mussolini ya había hecho uso de armas químicas en la guerra de Etiopía, como el gas mostaza, lo que contravenía las disposiciones jurídicas de la Convención de Ginebra. Pero no fue el único: también el ejército español utilizó este tipo de armamento prohibido en su particular guerra contra la República del Rif, así como otros ejércitos europeos», explica en este caso Bolinaga.
El sueño: dominar el Mediterráneo
Varios años después, en 1936, Mussolini volvió a convertirse en el protagonista del mundo cuando anunció la salida de Italia de la Sociedad de Naciones (creada tras la I Guerra Mundial para tratar de promover una paz duradera en el mundo).
«La Sociedad de Naciones no resultaba muy atractiva para Mussolini que deseaba modificar en profundidad el equilibrio internacional. Mussolini afirmó que se trataba de “una santa alianza de las naciones plutocráticas” contra los países pequeños como Italia», afirma Lozano.
A partir de ese momento, su intención fue en todo momento dominar el Mediterráneo. «El Duce estaba decidido a desarrollar y expandir el imperio colonial en África y a lograr una esfera de influencia en los Balcanes. “El Mediterráneo, para los mediterráneos”, afirmó en una ocasión»,
Leyes raciales
En cambio, el culmen del régimen del «Duce» se produjo con su acercamiento al nazismo antes de la Segunda Guerra Mundial. De forma concreta, Mussolini decretó durante esos años una serie de leyes raciales en contra de los judíos a pesar de que siempre había afirmado que Italia nunca viviría el racismo.
«La primera muestra de que el régimen estaba siendo influenciado por el nazismo apareció en 1938 cuando se otorgó el visto bueno a la publicación del “Manifiesto de los científicos raciales”. En el mismo se señalaba, de forma sorprendente y absurda, que: «El pueblo de la Italia actual es de origen italiano y su civilización es aria […]. Ya existe una raza italiana pura. […] los judíos no pertenecen a la raza italiana”»,
Junto a estas leyes, se publicó además Il Diritto Razzista. «Era una ley racial que introducía medidas para "proteger a la raza italiana". Su contenido era una copia exacta de las Leyes de Núremberg, introducidas en Alemania dos años antes», sentencia el autor.
«Los judíos fueron excluidos de los colegios públicos»
A partir de ese momento, los judíos empezaron a ser expulsados de cientos de lugares, como bien afirma Lozano: «En agosto de 1938 los judíos nacidos en el extranjero fueron excluidos de los colegios públicos y al mes siguiente la prohibición se extendió a los judíos nacidos en Italia. También fueron excluidos de la enseñanza en los colegios públicos y se establecieron colegios privados para estudiantes judíos».
Algunos meses después, también se expulsó a los judíos de las organizaciones culturales y no se les permitió ser los poseedores de grandes compañías o terrenos. «Desde noviembre de 1938, se les prohibió contraer matrimonio con no judíos o tener sirvientes “arios”. A los judíos también se les apartó de los puestos en el Ejército y la banca. Se ordenó a los italianos que tenían que aprender a sentirse como una raza superior. Los periódicos se vieron obligados a publicar artículos justificativos de las medidas discriminatorias y se prohibió que se diera a conocer la protesta que expresó el Papa», finaliza el autor.
En el primer gobierno fascista se nombran tan solo dos ministros fascistas, se aprovecha para conocer centros de poder y la administración y crear más seguidores. En las elecciones de 1924 (libres, últimas hasta después de la guerra), aquel pequeño grupo va a alcanzar 356 diputados; con este éxito electoral, control del país, empieza a verse el verdadero rostro del fascismo
«El 25 de noviembre de 1926 se aprobó este paquete legislativo que incluyó, entre otras medidas, la creación de un Tribunal de Delitos Políticos y de una policía política, la Obra Voluntaria de Represión Anti-fascista (la OVRA), el restablecimiento de la pena de muerte, la disolución definitiva de los partidos y el cierre de numerosos periódicos. Unos 300.000 italianos se exiliarían; otros 10.000 fueron confinados en islas alejadas (Lípari, Ustica…) o en pueblos remotos e insalubres», explica el experto.
Las leyes dictaminaron la disolución de los partidos y el cierre de periódicos
Sin embargo, este fue sólo el inicio de una serie de normas que acabarían con la democracia en la «bella Italia». «En 1926, el régimen suspendió todos los Ayuntamientos electos y los sustituyó por otros designados desde arriba, a cuyo frente se nombró, con las funciones de los antiguos alcaldes, a una “podestà”. Así, Prefectos (gobernadores civiles) y jefes locales del Partido Nacional Fascista integraron la administración local y provincial», añade Lozano.
Apenas dos años después, Mussolini volvería a «decretar» una ley que mejoraba notablemente su posibilidad de ser elegido electoralmente. «En 1928, una ley transformó de raíz el sistema electoral. Los comicios consistieron en adelante en un plebiscito sobre una lista única elaborada por el Gran Consejo Fascista, convertido así en órgano supremo del Estado. En las elecciones de 1929, las elecciones eran ya una farsa. El Parlamento era una cámara oficialista sin más funciones que la aclamación de las disposiciones legales del gobierno»
Uso de las prohibidas armas químicas
A nivel militar, el «Duce» cometió varios crímenes de guerra al hacer uso de armas prohibidas para acabar con sus enemigos. «Mussolini ya había hecho uso de armas químicas en la guerra de Etiopía, como el gas mostaza, lo que contravenía las disposiciones jurídicas de la Convención de Ginebra. Pero no fue el único: también el ejército español utilizó este tipo de armamento prohibido en su particular guerra contra la República del Rif, así como otros ejércitos europeos», explica en este caso Bolinaga.
El sueño: dominar el Mediterráneo
Varios años después, en 1936, Mussolini volvió a convertirse en el protagonista del mundo cuando anunció la salida de Italia de la Sociedad de Naciones (creada tras la I Guerra Mundial para tratar de promover una paz duradera en el mundo).
«La Sociedad de Naciones no resultaba muy atractiva para Mussolini que deseaba modificar en profundidad el equilibrio internacional. Mussolini afirmó que se trataba de “una santa alianza de las naciones plutocráticas” contra los países pequeños como Italia», afirma Lozano.
A partir de ese momento, su intención fue en todo momento dominar el Mediterráneo. «El Duce estaba decidido a desarrollar y expandir el imperio colonial en África y a lograr una esfera de influencia en los Balcanes. “El Mediterráneo, para los mediterráneos”, afirmó en una ocasión»,
Leyes raciales
En cambio, el culmen del régimen del «Duce» se produjo con su acercamiento al nazismo antes de la Segunda Guerra Mundial. De forma concreta, Mussolini decretó durante esos años una serie de leyes raciales en contra de los judíos a pesar de que siempre había afirmado que Italia nunca viviría el racismo.
«La primera muestra de que el régimen estaba siendo influenciado por el nazismo apareció en 1938 cuando se otorgó el visto bueno a la publicación del “Manifiesto de los científicos raciales”. En el mismo se señalaba, de forma sorprendente y absurda, que: «El pueblo de la Italia actual es de origen italiano y su civilización es aria […]. Ya existe una raza italiana pura. […] los judíos no pertenecen a la raza italiana”»,
Junto a estas leyes, se publicó además Il Diritto Razzista. «Era una ley racial que introducía medidas para "proteger a la raza italiana". Su contenido era una copia exacta de las Leyes de Núremberg, introducidas en Alemania dos años antes», sentencia el autor.
«Los judíos fueron excluidos de los colegios públicos»
A partir de ese momento, los judíos empezaron a ser expulsados de cientos de lugares, como bien afirma Lozano: «En agosto de 1938 los judíos nacidos en el extranjero fueron excluidos de los colegios públicos y al mes siguiente la prohibición se extendió a los judíos nacidos en Italia. También fueron excluidos de la enseñanza en los colegios públicos y se establecieron colegios privados para estudiantes judíos».
Algunos meses después, también se expulsó a los judíos de las organizaciones culturales y no se les permitió ser los poseedores de grandes compañías o terrenos. «Desde noviembre de 1938, se les prohibió contraer matrimonio con no judíos o tener sirvientes “arios”. A los judíos también se les apartó de los puestos en el Ejército y la banca. Se ordenó a los italianos que tenían que aprender a sentirse como una raza superior. Los periódicos se vieron obligados a publicar artículos justificativos de las medidas discriminatorias y se prohibió que se diera a conocer la protesta que expresó el Papa», finaliza el autor.
En el primer gobierno fascista se nombran tan solo dos ministros fascistas, se aprovecha para conocer centros de poder y la administración y crear más seguidores. En las elecciones de 1924 (libres, últimas hasta después de la guerra), aquel pequeño grupo va a alcanzar 356 diputados; con este éxito electoral, control del país, empieza a verse el verdadero rostro del fascismo
POLITICA ECONOMICA
•El estado totalitario-corporativo italiano, inaugura la política intervencionalista en la economía. A partir de la crisis de 1929, se emprende un programa de autarquía y de relanzamiento de la industria militar.
Para conseguir esta autarquía se dan tres fases:
Para conseguir esta autarquía se dan tres fases:
•1ª FASE.- (1925-1930).
Pretende la reducción de las importaciones, el fortalecimiento de la moneda y el aumento de la producción, por esto el gobierno practica una serie de batallas con el objetivo de alcanzar el prestigio político:
Pretende la reducción de las importaciones, el fortalecimiento de la moneda y el aumento de la producción, por esto el gobierno practica una serie de batallas con el objetivo de alcanzar el prestigio político:
•BATALLA DEL TRIGO. Mussolini intentaba lograr el autoabastecimiento del país y evitar la importación para ello trató de aumentar la producción; los campesinos dedicaron todas las tierras de cultivo a este producto incluso las no apropiadas, con lo que se produce el desabastecimiento de otros productos clave.
•BATALLA DE LOS NACIMIENTOS. Con esta batalla Italia alcanza 60.000.000 de habitantes, porque, cuantos más nacimientos, más fuerza y por tanto más base para la expansión italiana.
•Se crea una legalización promatulista apoyada por la Iglesia. Las leyes legaban hasta el punto de multar por soltería, "un país grande es un país poblado
•REVOLUCIÓN DE LA LIRA. Consistía en revaluar la lira; se intentaba pagar un costo mayor por la elaboración de los productos. Esto conlleva un carácter negativo para las industrias y los trabajadores: implicaciones económicas, aumentando el paro.
•LAS GRANDES OBRAS PÚBLICAS. Mussolini dotó a Italia de una gran infraestructura, con modernización de las comunicaciones (autopistas, electrificación de ferrocarriles...) Y una colosal arquitectura urbanística.
•2ª.- FASE. (1930-1935).
El impacto de la crisis de 1929 fue tan brutal que todos aquellos países carentes de un comercio con el que negociar, se vieron obligados a practicar la autarquía, pero en Italia este sistema ya estaba consolidado desde la etapa anterior. En 1933 se crea el Instituto para la Reconstrucción Industrial (IRI) y se fomenta la concentración industrial.
El impacto de la crisis de 1929 fue tan brutal que todos aquellos países carentes de un comercio con el que negociar, se vieron obligados a practicar la autarquía, pero en Italia este sistema ya estaba consolidado desde la etapa anterior. En 1933 se crea el Instituto para la Reconstrucción Industrial (IRI) y se fomenta la concentración industrial.
•3ª.- FASE. (1935-1940).
En esta fase, se refuerza la autosuficiencia a raíz de las sanciones impuestas a Italia por la invasión de Abisinia (1935-1936) y sobre todo, la industria bélica, que logra reducir una parte de los desempleados.
En esta fase, se refuerza la autosuficiencia a raíz de las sanciones impuestas a Italia por la invasión de Abisinia (1935-1936) y sobre todo, la industria bélica, que logra reducir una parte de los desempleados.
-----ALEMANIA
HITLER
Imagen de Hitler a color. Durante un discurso al poco de convertirse en canciller.
HITLER
Imagen de Hitler a color. Durante un discurso al poco de convertirse en canciller.
Como persona, señala Rees, Hitler era bastante lamentable. Un tipo psíquicamente “muy dañado”, incapaz de amistades y afectos verdaderos, bañado en odio y prejuicios. “Solitario y con una visión de la vida como lucha y de los seres humanos como animales". Pero tenía carisma.
Hitler cultivaba su carisma. "Absolutamente, de muchas maneras pequeñas incluso. Usaba gafas pero nunca se dejaba ver y retratar con ellas. Cargaba una lupa. Hasta fabricaron una máquina de escribir especial con caracteres muy grandes para escribirle los textos que tenía que leer, la Führeschreibmaschine. También estudiaba mucho su imagen en el espejo y practicaba su famosa mirada penetrante”
El nombramiento de Hitler como canciller del Reich el 30 de enero de 1933, porque Paul von Hindenburg, presidente de la República, así lo decidió, fue el resultado del pacto entre el movimiento de masas nazi y los grupos políticos conservadores, con los militares y los intereses de los terratenientes a la cabeza, que querían la destrucción del sistema republicano de Weimar y de la democracia.
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El Führer no parecía ser un hombre de carne y hueso; se le desconocía toda relación privada, nada se sabía de sus diversiones, sus amistades o sus debilidades íntimas; tan sólo sus colaboradores Hess, Goebbels, Göring y otros que más tarde ocuparán los cargos importantes del Reich tenían acceso a su persona y lo acompañbaan como sombras. Su principal afición era tomar el té con su gran amor,
Hitler brazo en alto, rodeado de mandatarios -le acompaña el siniestro Bormann- y guardaespaldas en una contundente apoteosis de gorras, botas de caña alta lustradas, sensación de inminencia -a ver qué invadimos hoy-, despliegue de peligro y actitudes marciales. Una estampa de autoridad y dominio
Hitler siempre mostró, desde el principio de su carrera política, una enorme reticencia a ser fotografiado. Quería poseer el control total de su imagen, en la que asentaba, recordémoslo, gran parte de su carisma. Era consciente de que cualquier desviación podía ser peligrosa: de lo sublime al ridículo hay un paso muy pequeño, como atestiguan en sus parodias del Führer Chaplin, Lubitsch, los Monty Python o más recientemente Tarantino (al que le basta con ponerle capa). En sus charlas de sobremesa (véase Las conversaciones privadas de Hitler, Crítica, 2004), Hitler elogia muy significativamente a Rommel por conservar la dignidad y, al revés de los italianos, no dejarse fotografiar nunca a lomos de un camello (el zorro del desierto, sostenía, quedaba mejor subido en un Panzer).
Sabía además Hitler que su propio aspecto no respondía precisamente al ideal ario que propugnaba -ya se sabe la broma berlinesa: "esbelto como Goering, alto como Goebbels y rubio como Hitler"-, y muy inteligentemente convirtió esos rasgos hoy universales que son su flequillo y su bigotito (peor hubiera sido la pilosidad tipo káiser que lucía en la I Guerra Mundial) en atributos de unicidad, de genio y de misterio. Pero había que cuidar el detalle. Solo en contadas ocasiones perdió Hitler la compostura ante una cámara, como cuando en aquel exceso de entusiasmo tras recibir la noticia de la caída de Francia en su cuartel general del cubil del lobo, Wolfsschlucht, se puso a bailar una giga. Aunque, claro, no todos los días te cae Francia en el saco.
En realidad, la única persona autorizada a fotografiarlo era su fotógrafo personal, camarada y confidente Heinrich Hoffmann (1885-1957) -un nazi de la primera hornada que le presentó a Eva Braun a Hitler y casó a su propia hija con Baldur von Schirach, que ya es emparentar-.
Excepcionalmente, y bajo estricto control, se permitió puntualmente a otros fotógrafos del régimen, como Walter Frentz, recoger la imagen del líder. Hoffmann retrataba siempre a Hitler en pose, en su restringido repertorio de gestos favoritos, marciales o cuidadosamente arrebatados -su característico histerismo narcisista y egomaniaco-, efectuados con esa afable naturalidad digna de un fotograma de
El triunfo de la voluntad. Todo cuidadosamente ensayado y preparado. Solo en una ocasión cambió el criterio y Hoffmann fue autorizado a realizar una colección de retratos supuestamente cotidianos y amables (!) del líder, que aparecieron reunidos en su libro Hitler wie ihn keiner kennt (El Hitler que nadie conoce). El libro, una maniobra oficial, salía al paso de una imagen excesivamente hierática o arrebatada del Führer que podía enajenarlo de las masas -no puedes estar todo el día echando espuma por la boca o como si llevaras introducida una escoba- y consagraba una especie de espontaneidad autorizada que es a lo más que se podía llegar en términos de humanizar al jefe. Eran en realidad fotos cuidadosamente estudiadas. En todo caso, además, a eso solo se llegó cuando la imagen de Hitler estaba tan consolidada en Alemania y era tan potente que ya no significaba ninguna pérdida de decoro que se le viera acariciando a su perro. El libro de Hoffmann incluía una foto de Hitler bebé que da mucho que pensar: ¿podemos proyectar la maldad posterior en esa imagen?Aunque es discutible que siempre consiguiera su objetivo de quedar sublime -las fotos de Hitler en traje tradicional bávaro con pantalón corto de piel nos resultan ridículas, aunque él lo juzgara tan apropiado que hasta quiso crear una unidad de las SS con ese atuendo-, el Führer logró una uniformidad (y valga la palabra) en su imagen como ningún otro líder mundial.
Sabía lo que hacía. Había tenido muchos problemas de imagen. Antes de su ascenso al poder, sus caricaturas estaban al orden del día en los medios opositores a los nazis. Algunas lo mostraban por los suelos recordando su nada heroico comportamiento durante el fallido putsch de 1923, cuando se echó a tierra ante los disparos de la policía y se protegió de las balas entre los cadáveres de sus camaradas. Fue notable, por su audacia, el grotesco fotomontaje que le dedicó el periodista Fritz Gerlich en el que Hitler aparecía del brazo de una novia negra, casándose con ella, y cuyo titular apuntaba burlonamente la posibilidad de que el líder nazi tuviera sangre mongola Hat Hitler mongolenblut?, a cinco columnas, con un par, en el Der Gerade Weg-. Había que tener valor. La imagen se publicó en julio de 1932, cinco meses antes de que Hitler llegara al poder. Pero Hitler no era de los que echaban pelillos a la mar. Gerlich fue a parar a Dachau, donde una escuadra de SS lo asesinó aprovechando esa gran ocasión que fue la Noche de los Cuchillos Largos. A su mujer le enviaron las gafas rotas y ensangrentadas.
Conocemos lo que buscaba Hitler en sus fotos. Imponer, impresionar, inspirar fervor y temor, la conquista del individuo y de las masas. También seducir -¿era Hitler sexi?: no es broma; sin duda, lo fue para muchas alemanas-. ¿Qué tratamos de atisbar nosotros en las imágenes? Algo que nos explique a Hitler, que nos dé pistas sobre lo que fue y lo que hizo. El tipo que dejó a su paso por la historia 40 millones de muertos y trató de borrar a un pueblo de la faz de la tierra. Se ha convertido en el gran icono de la maldad y nos fascina mirarlo. Quizá lo de fuera nos dé pistas sobre lo de dentro. Sobre el mal como capacidad de la naturaleza humana. Miramos las fotos del tirano Hitler, entre el payaso y el exterminador. Y nunca nos es posible hacerlo sin un profundo escalofrío.
Adolf Hitler y su esposa Eva Braun en su residencia de verano
Eva Braun (6 de febrero de 1912 – 30 de abril de 1945), a la que había conocido en Berchtesgaden en 1929, cuando ella contaba diecisiete años. Se trataba de una joven rubia y sonrosada, de aspecto fresco y sano, tal como le gustaban a Hitler y como convenía a su ideal ario. Su carácter alegre y despierto hizo que esta mujer se convirtiese en compañera inseparable del Führer, aunque nunca llegaría a ser oficialmente la primera dama de Alemania porque el mito del dictador solitario, abnegado y absorbido en cuerpo y alma por su pueblo no admitía una esposa. Tan sólo al final de la guerra, cuando fuera de los refugios subterráneos de la Cancillería del Reich en Berlín tenía lugar la hecatombe, Adolf Hitler contrajo matrimonio con Eva Braun. Era el 29 de abril de 1945, el mismo día en que redactó su testamento. Veinticuatro horas más tarde, Hitler y su mujer estaban muertos: él la envenenó con una cápsula de cianuro y luego se disparó un tiro en la boca.
Acabaron quitándose la vida un 30 de abril de 1945 en el último reducto nacionalsocialista de Berlín, el búnker del Führer, tras morder una cápsula con cianuro y dispararse en la cabeza.
Eva Brun, la única mujer a la que amó Hitler, nació un 6 de febrero de 1912 en Múnich.
Braun conoció a Hitler una tarde de 1929 mientras trabajaba. Concretamente, todo se sucedió cuando la joven estaba archivando unos papeles subida en una escalera. En ese momento hizo su aparición el cuarentón Adolf, un «señor de cierta edad con un gracioso bigotillo», según cuenta la propia Eva en una carta enviada a un familiar. Curiosamente, su amigo le presentaría ante la joven como «el señor Wolf».
Al parecer, el ya por entonces líder del partido nazi –un grupo extremista que, tras varios años, comenzaba a salir de la decadencia-, se encaprichó de ella, lo que provocó que organizara todo tipo de encuentros furtivos. Finalmente, pocos años antes de convertirse en el líder de Alemania, Hitler formalizó su relación con Braun.
Según pasaron los años se demostró, sin embargo, que a pesar del amor que le profesaba su querido Adolf, este ponía la política por delante de Eva. De hecho, no era raro que Braun pasara largas temporadas sin verle. A su vez, el líder nazi tampoco se mostraba muy partidario de mostrarse en público con ella, pues prefería dar una imagen de compromiso único con la causa alemana.
Tampoco ayudaba demasiado la relación que mantenía la joven con el resto de miembros del partido nazi, quienes nunca la vieron con buenos ojos. Pero, a pesar de todas estas dificultades, el carácter de Eva provocó que, salvo en alguna rara ocasión, la llama de su amor por Hitler nunca se debilitara.
Ya sabedor de que los refuerzos que esperaba no llegarían jamás, Hitler decidió poner punto y final a su agonía. «Mi esposa y yo, a fin de escapar de la vergüenza de la retirada y la capitulación, hemos elegido la muerte», escribía en su testamento el líder nazi.
De inmediato los soldados alemanes cumplieron la última voluntad de su líder y, con más de cien litros de gasolina, prendieron fuego a los dos cuerpos, ubicados uno al lado del otro.
Saludo a Hitler. THE NEW YORK TIMES / CORDON PRESS
Los líderes nazis que participaron en el asalto a la Unión Soviética son algunos de los protagonista
Soldados alemanes en un discurso de Adolf Hitler-
Cerca de 100.000 soldados escuchan el discurso de Adolf Hitler en una convención del partido nazi en Nuremberg
EL FASCIMO EN OTROS LUGARES
El fascismo apareció más tarde en España que en la mayoría de los países europeos, sobre todo si la referencia es Italia y Alemania, y se mantuvo muy débil como movimiento político hasta la primavera de 1936. Durante los primeros años de la Segunda República, apenas pudo abrirse camino en un escenario ocupado por la extrema derecha monárquica y por la derechización del catolicismo político. El triunfo de Adolf Hitler en Alemania, sin embargo, atrajo el interés de muchos ultraderechistas que, sin saber todavía mucho de fascismo, vieron en el ejemplo de los nazis un buen modelo para acabar con la República. El que iba a ser el principal partido fascista, Falange Española, fue fundado en octubre de 1933, cuando el fascismo era ya un movimiento de masas consolidado en varios países europeos.
Unos años después, Franco comenzó el asalto al poder con una sublevación militar y lo consolidó tras la victoria en una guerra civil (…) Mientras Franco consolidaba su dictadura tras el triunfo en esa guerra, los que los españoles llamamos posguerra, Aunque la intervención italiana y alemana había sido decisiva para su triunfo en la guerra y conquista del poder y aunque el fervor del sector más fascista de su dictadura por la causa nazi se había manifestado, pese a la no beligerancia oficial española, en la creación en 1941 de la División Azul, por la que pasaron cerca de 47.000 hombres que lucharon contra el comunismo en el frente ruso.
La Segunda Guerra Mundial ponía patas arriba el mapa de Europa que había salido de la de 1914-1918. Entre 1939 y 1941, siete dictaduras derechistas de Europa del este cayeron bajo el dominio directo de Alemania o Italia: Polonia, Albania, Yugoslavia, Grecia, Lituania, Letonia y Estonia. En el mismo período, siete democracias fueron desmanteladas: Checoslovaquia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia.
Casi todo el continente europeo quedó bajo el orden nazi, gobernado por dirigentes nombrados por Hitler o dictadores “títeres”, que solían ser líderes de los movimientos fascistas que no habían podido tomar el poder antes de 1939, pero que aprovechaban el nuevo escenario creado por la invasión militar alemana (…).
El destino de todos esos regímenes quedó vinculado al de la Alemania nazi. Y entre los últimos meses de 1944 y los primeros de 1945, todos esos países fueron invadidos por los ejércitos de la Unión Soviética o de los aliados occidentales. Las dictaduras derechistas, que habían sido dominantes desde los años veinte, desaparecieron de Europa, salvo en Portugal y España. Francisco Franco y Antonio Oliveira de Salazar fueron, por lo tanto, los únicos dictadores que, como no intervinieron oficialmente en la Segunda Guerra Mundial, pudieron seguir en el poder tras ella. Esa es una gran diferencia entre las dictaduras de Europa del este, destruidas por la guerra, y las de la Península Ibérica; y entre Franco y Salazar y todos esos dictadores, fascistas o no, que fueron ejecutados o acabaron en el exilio tras 1945.
Casi todo el continente europeo quedó bajo el orden nazi, gobernado por dirigentes nombrados por Hitler o dictadores “títeres”, que solían ser líderes de los movimientos fascistas que no habían podido tomar el poder antes de 1939, pero que aprovechaban el nuevo escenario creado por la invasión militar alemana (…).
El destino de todos esos regímenes quedó vinculado al de la Alemania nazi. Y entre los últimos meses de 1944 y los primeros de 1945, todos esos países fueron invadidos por los ejércitos de la Unión Soviética o de los aliados occidentales. Las dictaduras derechistas, que habían sido dominantes desde los años veinte, desaparecieron de Europa, salvo en Portugal y España. Francisco Franco y Antonio Oliveira de Salazar fueron, por lo tanto, los únicos dictadores que, como no intervinieron oficialmente en la Segunda Guerra Mundial, pudieron seguir en el poder tras ella. Esa es una gran diferencia entre las dictaduras de Europa del este, destruidas por la guerra, y las de la Península Ibérica; y entre Franco y Salazar y todos esos dictadores, fascistas o no, que fueron ejecutados o acabaron en el exilio tras 1945. En 1945, Europa occidental dejó atrás treinta años de guerras, revoluciones, fascismos y violencia.
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