LOCALIZACIÓN Y PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN EN ESPAÑA
ESQUEMA
Las desigualdades en el reparto espacial de la industria son, a su vez, fuente de otros desequilibrios territoriales en el reparto de la población; en la riqueza; en la dotación de infraestructuras, equipamientos y servicios sociales, y en el peso político, que ha afectado negativamente a las regiones españolas menos industrializadas. Por eso, el fomento de la industria ha sido uno de los objetivos básicos en las políticas para el desarrollo regional.
Los distritos industriales en España: identificación, innovación y política industrial”. Vittorio Galletto
Existen diferentes sectores industriales: los sectores adaptados a la reconversión, los sectores dinámicos y los sectores de alta tecnología.
Los sectores industriales adaptados a la reconversión, afectados por el descenso de la demanda, de la producción y de las subvenciones, son la industria siderúrgica (Asturias, País Vasco, Cantabria y Cataluña); la fabricación de maquinaria industrial (Barcelona, País Vasco y Madrid); la construcción naval (Galicia, Cádiz, Cantabria y País Vasco); y la industria textil, del cuero y del Calzado (Comunidad Valenciana y Cataluña), que ha mejorado la maquinaria, el diseño y la moda.
Los sectores industriales dinámicos se han adaptado a los nuevos tiempos de fuerte competencia internacional: son sectores con importante dependencia de capital extranjero y alta demanda asegurada. Sobresalen la industria automovilística, la industria química, ya sea la petroquímica o de refinería (Puertollano, Cartagena, Algeciras y Huelva) o química de transformación con empresas de fertilizantes, fibras sintéticas, pinturas, barnices, material fotográfico, productos de farmacia y papel (País Vasco, Cataluña y Madrid), la industria agroalimentaria y el sector de la construcción, que si bien conoció un auge espectacular desde finales del siglo XX hasta 2008, hoy es un sector en claro declive y sufre una grave crisis financiera y estructural.
Los sectores industriales de alta tecnología en electrónica, telecomunicaciones y biotecnología dependen del exterior en investigación, tecnología y patentes. Aunque las empresas están muy atomizadas, diversifican sus productos y servicios.
España se incorporó al proceso industrial con mayor lentitud que algunos países europeos occidentales por la dificultad de implantación del sistema liberal, tanto político como económico. Aunque había materias primas (algodón, hierro y carbón), fábricas textiles en Cataluña, industrias siderúrgicas en el País Vasco, la construcción del ferrocarril tuvo un desarrollo industrial importante y se incrementó considerablemente el sector financiero, estos condicionantes económicos solo se desarrollaron en pequeñas zonas del país, lo que contribuyó a que no se crease un amplio mercado interior, condicionado por el poco poder adquisitivo de campesinos y obreros con un nivel de vida que sólo les permitía sobrevivir. La burguesía invirtió poco en las industrias y aun menos en la modernización del campo probablemente por la poca estabilidad política, manifiesta en la Guerra de Independencia (1808-1814), la pérdida de las colonias americanas, las tres guerras carlistas (1833-1839; 1846-1849; 1872-1876), los continuos pronunciamientos y golpes militares que cambian de gobiernos que deshacían lo realizado por los gobiernos anteriores y ordenaban cambios que no favorecían un clima apropiado para invertir.
A pesar de estos problemas la situación económica mejorará con la estabilidad política conseguida durante la Restauración Borbónica (1875-1902).El proteccionismo económico va a favorecer la consolidación de un incipiente mercado interior aunque con la tecnología atrasada, la inversión de capital nacional y extranjero, el predominio de la población rural sobre la urbana. Los focos industriales se localizan en Andalucía, aprovechando los yacimientos minerales, especialmente importantes fueron los altos hornos de Málaga, que terminaron cerrando por la falta de combustible y por la competencia de otras zonas más activas como los altos hornos de Vizcaya donde la concentrada industria siderúrgica se incrementó a partir de 1880. Otros focos económicos fueron Barcelona y Madrid. Barcelona con la poderosa industria textil del algodón y la lana que permitió el desarrollo de industrias químicas y metalúrgicas; Madrid se consolidó como centro financiero y administrativo, con industrias de bienes de consumo por el aumento de la población.
2.- Crecimiento industrial en el primer tercio del siglo XX
El progreso industrial se debe al incremento de la población en ciudades de la región cantábrica (Asturias, País Vasco), Cataluña y Madrid que potencian el consumo y favorecen inversiones económicas de la burguesía; ésta dispone del capital repatriado de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, perdidas en 1898.
Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) los países contendientes mantenían una industria de guerra y España, neutral, conseguía beneficios con las exportaciones a países europeos y la entrada de capitales. Como los beneficios no se invirtieron en modernización de la maquinaria, la tecnología española era obsoleta al finalizar la guerra; los países europeos dejaron de comprar mercancías iniciándose una crisis económica.
En los años veinte la instalación de compañías multinacionales (Nestlé, Standard Eléctrica) y, sobre todo, la recuperación y prosperidad económica durante la dictadura de Primo de Rivera con la política de obras públicas, el proteccionismo industrial y la electrificación de ferrocarriles e industrias, mejoró el nivel de vida y favoreció el desarrollo de numerosos sectores, situados preferentemente en la periferia. Sobresalen la siderurgia en la franja cantábrica, la instalación de altos hornos en Valencia, industrias químicas, material eléctrico, cemento, transformación mecánica e industrias de bienes de consumo. Mientras decae e foco industrial andaluz se consolidan Cataluña, Madrid, Asturias, Valencia y País Vasco.
3.- Estancamiento durante la guerra civil y la posguerra (1936-1959)
La Guerra Civil (1936-1939) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) frenaron drásticamente el proceso industrial. Durante el periodo de posguerra y aislamiento internacional (1939-1951) España vivía en la penuria, con una economía autárquica y de intervencionismo estatal, sin materias primas imprescindibles como petróleo o caucho, sin producción ni comercio. Entre las medidas adoptadas destacan la mejora de las explotaciones agrarias organizada por el Instituto Nacional de Colonización, la regulación de la producción de cereales con la fundación del Servicio Nacional del Trigo y el apoyo a la industria con la creación, en 1941, del Instituto Nacional de Industria (INI). La Guerra Fría entre la URSS y Estados Unidos afianzará al régimen franquista iniciándose el fin del aislamiento dándose el fin del aislamiento el bloqueo económico.
Los acontecimientos que marcaron el cambio de actitud internacional, atenuando el aislamiento, fueron la normalización de las relaciones diplomáticas entre España y las potencias occidentales, la aproximación de los Estados Unidos, la anulación por parte de la ONU de las sanciones contra España en 1950 y la admisión de la FAO (1951).
El pleno reconocimiento internacional del régimen y el apoyo a su permanencia se consolidan en 1953 con la firma del Concordato con la Santa Sede y los Acuerdos Hispano-norteamericano sobre los créditos de la banca privada norteamericana, y el Pacto de Madrid con las tres vertientes de ayuda económica, ayuda para la defensa mutua y suministro de material bélico. España fue admitida en 1953 en la UNESCO y en 1955 en la ONU. La situación económica cambió comenzando un periodo de expansión industrial acelerada que provocó una inflación (1954-1956), manifiesta en el agotamiento de las divisas y en el alza de precios y salarios. Fue la época de las migraciones del campo a la ciudad, la política de regadíos con la construcción de pantanos, el auge de la industria de la construcción y, debido a la crisis económica, la aparición de agitaciones sociales en 1956. En 1957 tecnócratas y economistas establecieron medidas de ajuste, entre otras, congelación de salarios, preestabilización de precios y liberalización comercial conducentes al Plan de Estabilización de 1959. El ingreso en el Fondo Monetario Internacional FMI (1958) fue una acertada decisión en el marco de la política económica que tendía a la liberalización. Las empresas, impulsadas por el INI, fueron la siderurgia, la construcción naval, las refinerías y las petroquímicas. En los años cincuenta surgen numerosas empresas privadas que superan la producción de las públicas.
4.- Desarrollo económico (1959-1975)
El Plan de estabilización de 1959 se caracterizó por una serie de medidas que hicieron posible la competitividad de la economía española alineada en el sistema monetario europeo, compatibilizando la estabilidad de precios, el desarrollo económico y el equilibrio de la balanza de pagos. La mejora técnica, los bienes de equipo, la inversión de capital extranjero, las remesas de los emigrantes, las divisas dejadas por los turistas y la intensificación en el proceso industrializador integraron la economía española en el capitalismo mundial colocándola, desde 1960, en el puesto de décima potencia industrial.
La mayor actividad industrial se centraba en la siderurgia, el cemento y los materiales de construcción, la electricidad, los astilleros, los automóviles y los electrodomésticos. La renta por habitante o per cápita alcanzó cotas sin precedentes, próximas a las de los países más avanzados, aunque aun había mucha desigualdad social. A partir de 1962 se impulsaron los planes de desarrollo. Los planes pretendían favorecer las concentraciones de la producción creando polos de desarrollo en las regiones menos industrializadas, potenciando la reestructuración de la minería del carbón, la producción de la energía eléctrica, la modernización de la siderurgia y del sector textil y, en consecuencia, aumentando la población activa en el sector secundario. El I Plan de Desarrollo (1964-1967) creó polos de promoción en Burgos y Huelva y polos de desarrollo industrial en La Coruña, Vigo, Zaragoza, Valladolid y Sevilla. El II Plan de Desarrollo (1968-1971) impulsó los valles del Ebro y Guadalquivir, descongestionó Madrid sobre la base del crecimiento del corredor del Henares y creó nuevos polos de desarrollo en Oviedo, Córdoba y Granada. El III Plan de Desarrollo (1972-1975) definió las zonas de preferente instalación industrial.
5.- Crisis y reestructuración industrial (1975-1985)
La crisis económica mundial, iniciada con el aumento del precio del petróleo en 1973, que perjudicó tanto a España como al resto de países europeos, encareció la energía e incrementó los costes de producción, afectando negativamente a una industria dependiente en exceso de la energía y poco modernizada tecnológicamente que aceleró el cierre de numerosas empresas y el paro.
La tercera revolución industrial, con las nuevas tecnologías de la informática y las telecomunicaciones, dejó desfasados los sistemas de producción precedentes cambiando la demanda hacia la innovación y la diversificación de productos, basados en la calidad y el diseño. Numerosos países del sudeste asiático se han especializado en las industrias tradicionales y en las de alta tecnología poniendo difícil la competencia a los países occidentales por los exiguos salarios y el precio de venta bajo.
Con la Ley de Reconversión y Reindustrialización de 1984 se ha procedido a la reconversión de la industria y de os espacios industriales adaptando las empresas a las nuevas tecnologías. En el proceso de reindustrialización han desempeñado un papel fundamental las comunidades autónomas y la inversión de capital extranjero delimitándolo a seis zonas: Madrid, Cataluña, Galicia, la cuenca del Nervión y Cádiz.
6.- La industria desde 1985
Aunque el sector terciario es la principal fuente de ingresos, la recuperación de la industria, siguiendo las pautas de la Unión Europea (desde el ingreso de España en 1986), se ha basado en la innovación tecnológica de la informática (rapidez de comunicación y precisión en el trabajo) y en las telecomunicaciones (difusión de la información en tiempo real), que ha favorecido la creación de parques tecnológicos, la investigación y desarrollo, la subcontratación, los equipamientos, los servicios, el aumento de PYMEs y la automatización y flexibilización de la producción. La política industrial favorece e incentiva determinadas localizaciones industriales y regulan el impacto medioambiental.
- Indicadores del proceso de industrialización en España
Años | Indice de producción industrial | Población activa industrial | Productividad industrial | Consumo de energía | Población total | Producción industrial por capital |
1900 | 100,0 | 100.0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 |
1910 | 115,2 | 106,4 | 108,2 | 137,7 | 107,2 | 107,7 |
1920 | 130,9 | 170,2 | 76,9 | 150,3 | 114,6 | 114,4 |
1930 | 206,4 | 227,4 | 90,8 | 261,9 | 126,7 | 163,1 |
1940 | 164,5 | 193,0 | 85,2 | 292,2 | 139,2 | 118,4 |
1950 | 262,1 | 209,3 | 79,8 | 392,1 | 150,4 | 139,3 |
1960 | 420,9 | 334,6 | 125,8 | 658,1 | 163,6 | 257,4 |
1970 | 1.278,6 | 410,2 | 311,7 | 1.336,4 | 181,9 | 703,4 |
1980 | 2.051.8 | 373,3 | 549,6 | 2.243,6 | 202,3 | 1.015,0 |
Tras la larga fase de ajuste (1977-1984) para numerosos sectores, empresas y territorios, que estabilizó la producción final y acarreó importantes reducciones en las plantillas laborales, se inició un periodo de recuperación (1985-1990), que se vio interrumpido por la coyuntura internacional recesiva de los primeros años noventa (1991-1994), para recobrarse el dinamismo industrial desde entonces.
Pero tales oscilaciones no deben ocultar un balance final relativamente desfavorable respecto a los impactos derivados del rápido proceso de apertura exterior e integración en los mercados internacionales, que supuso una brusca ruptura con el tradicional proteccionismo anterior. Algunas de las deficiencias estructurales del tejido industrial español (elevada proporción de microempresas poco capitalizadas y escasez de grupos industriales de cierta dimensión, limitado esfuerzo tecnológico...), junto a una progresiva reducción en el diferencial de costes salariales en relación a otros países europeos y la escasa tradición asociativa del empresariado, son algunos de los principales factores explicativos de tales dificultades.
El impacto de la mundialización ha provocado una verdadera mutación interna que, en primer lugar, ha afectado la anterior jerarquía existente entre las diversas ramas industriales. Se contraponen así las que debieron enfrentarse a una estabilización del mercado interno y/o una pérdida de competitividad exterior que obligó a una profunda reconversión destinada a reducir capacidad productiva y el empleo, en contraste con aquellas otras más dinámicas, que se beneficiaron de un aumento constante de la demanda y/o la conquista de nuevos mercados en el exterior. Al respecto a la evolución seguida por la producción y el empleo entre 1980 y 1995 el mejor comportamiento lo registró el sector de electrónica e informática, que creció un 231.5 y 55,8 %, respectivamente, si bien a partir de cifras muy modestas, razón por la que aún representa menos del 2 % de la producción industrial española. Comportamiento también favorable tuvieron otros sectores considerados de demanda fuerte y alta complejidad tecnológica como el material eléctrico (+83,9 %) y la química (+68,3 %), a las que se sumó la fabricación de automóviles (+85.,0 %).
Por el contrario, las mayores pérdidas de empleo y un leve retroceso en el valor de la producción afectaron a sectores con dificultades para elevar su cuota de exportación como el textil-confección, la madera y el mueble, los artículos de piel y el calzado.
Programa de ayudas a la reindustrialización
El Programa de Ayudas a la reindustrialización es una línea de actuación que juega un importante papel en el desarrollo económico y social del conjunto del Estado, mediante la creación de nuevo tejido industrial o adaptación del existente a las mejoras tecnológicas disponibles en los ámbitos territoriales de menor renta y los especialmente afectados por procesos de reestructuración y/o deslocalización industrial.En primer lugar, se pretende apoyar la creación de infraestructuras técnicas e industriales de uso común o compartido, que actúen como fuerza motriz del desarrollo del sector empresarial en el ámbito geográfico de referencia, centrado fundamentalmente en la creación de suelo industrial debidamente acondicionado. En segundo lugar se apoya el arranque y ejecución de iniciativas industriales generadoras de empleo que desarrollen el sector productivo empresarial e incorporen procesos de elevado contenido tecnológico.
En el año 2004 se amplió su ámbito de aplicación a aquellas regiones o territorios afectados por procesos de ajuste, no sólo del sector público estatal, sino también del sector privado. Es este un hecho muy significativo ya que con relación a la etapa anterior, se extendía el programa a una parte muy importante del territorio nacional llegando a territorios que anteriormente quedaban excluidos por no haber tenido en ellos implantación el sector público estatal.
Por otra parte el programa se ha adaptado para hacer frente a nuevas realidades como los fenómenos de deslocalización en los sectores textil-confección, mueble, juguete, calzado, curtido, marroquinería, y también hacer énfasis en zonas específicas afectadas por graves problemas de despoblación y de desarrollo económico (planes específicos provinciales).
Así, estas ayudas se articulan a través de convocatorias anuales, una general que abarca todos los territorios dentro del Mapa de Ayudas para España de la Unión Europea (2007-2013), y otras más flexibles que acuden a territorios específicos que se aprueban cada año (Campo de Gibraltar, zonas afectadas por procesos de deslocalización de los sectores textil-confección, calzado, mueble, juguete, curtido y marroquinería, comarcas de Ferrol, Eume y Ortegal, provincias de Soria, Teruel y Jaén, Margen Izquierda del Nervión, Bahía de Cádiz y comarca de Almadén).
Los ejes de desarrollo principales son los que parten de las principales metrópolis del sistema (Barcelona, Madrid, Valencia, Bilbao...), donde se generaliza la sustitución de industrias por servicios, para alcanzar especial dinamismo en los Ejes Mediterráneo (Gerona-Málaga) y del Ebro (Álava-Lérida), que reúnen ya un 50 % de la producción industrial española, un 54 % de las empresas de nueva instalación posteriores a 1981, y hasta un 58 % de la inversión correspondiente a estas últimas.
Las grandes áreas metropolitanas son el mejor exponente de un mosaico de empresas y espacios industriales que comparten un mismo territorio, pero responden a lógicas muy distintas, En su interior registran un particular dinamismo tres tipos de espacios:
Por una parte, en los distritos centrales y los grandes ejes de circulación que conectan con el aeropuerto crece la presencia de oficinas industriales, que corresponden a establecimientos de empresas manufactureras donde se realizan tareas previas y/o posteriores a la fabricación (gestión y administración, investigación y desarrollo tecnológico, distribución...), muy vinculadas con el centro de negocios, lo que las aleja de la imagen tradicional de la fábrica o el taller. Por otra, en las áreas suburbanas aumenta la presencia de polígonos y parques industriales, parques empresariales de oficinas y, en algunos casos, parques tecnológicos, donde operan empresas de ámbito multirregional que se benefician de una oferta de suelo e inmuebles mejor adaptada a sus demandas, junto a una buena accesibilidad a las redes de comunicación. Muchas de estas nuevas áreas productivas, donde surgen redes de empresas interrelacionadas, se ubican en ámbitos de escasa tradición fabril (norte metropolitano en Madrid, Valles en Barcelona, margen derecha de la ría en Bilbao...), con mayor calidad ambiental que los antiguos espacios de la gran fábrica hoy en crisis, o sometidos a una renovación que sustituye naves industriales por viviendas u oficinas. Finalmente, en la periferia externa de esas aglomeraciones aparece una aureola de minipolígonos industriales, de escasa calidad urbanística y pequeñas naves en venta o alquiler, ocupadas por pequeñas empresas surgidas de la descentralización productiva, junto a otros destinados principalmente a actividades logísticas y de almacenamiento.
Durante la primera década del siglo XXI, la industria española, como la de numerosos países, tuvo que enfrentarse a tres retos de envergadura. El primero, el rápido avance de la globalización económica, con China ejerciendo una elevada presión competitiva sobre los mercados internacionales, puesta de relieve en el formidable ascenso de sus cuotas de exportación hasta ocupar la primera posición por volumen total de comercio. El segundo, la multiplicación de las redes internacionales de comercio, conforme las nuevas tecnologías, iban permitiendo una creciente fragmentación de la producción a escala internacional. El tercero, la crisis económica y financiera iniciada en 2007, con la depresión de la demanda en los principales mercados del mundo desarrollado.
Frente a los dos primeros retos, la industria española respondió muy aceptablemente, mejor hasta 2007 que otros países europeos como Reino Unido, Francia o Italia. Creció más rápidamente, creó empleo y aumentó sus exportaciones, mostrando altas cifras de rentabilidad que apenas reflejaban un impacto de la mayor competencia internacional. A la vez, las empresas se incorporaron activamente a las redes internacionales de producción, en particular en la fabricación de equipos mecánicos y de transporte, donde el porcentaje de empresas filiales de multinacionales de capital extranjero es más elevado.
No por ello, sin embargo, el impacto de la globalización dejó de acusarse, en particular en ritmos de crecimiento del valor agregado bruto (VAB) manufacturero sensiblemente más distante de los alcanzados por el PIB que en otras épocas anteriores de expansión, y en cualquier caso inferiores a los logrados por Alemania, Irlanda o Finlandia. Además, el escaso avance de la productividad del trabajo puso de manifiesto un excesivo apoyo de la expansión industrial en la intensidad de la mano de obra, en gran parte inmigrante, al tiempo que también el exceso de financiación dirigida a los inmuebles tuvo un coste de oportunidad en términos del desarrollo de actividades industriales y de servicios. Por supuesto, si se hubiera canalizado menos capital financiero y humano hacia la construcción, dirigiéndolo hacia otros sectores productivos y a la aplicación de nuevas ideas y técnicas a los negocios, hoy los problemas no serían tan graves. Pero ni unos ni otros Gobiernos durante los años de expansión se propusieron seriamente cambiar las prioridades, renunciando al brillo de registros inmediatos.
La producción industrial en España se encuentra en sus niveles más bajos desde 2007, con una caída acumulada del 30%, según los números del Banco de España. El índice que mide su actividad bajó un 8,5% el año pasado, pese a la nueva marcha de las exportaciones. Lleva un lustro cayendo; solo en 2010 registró un ligero repunte.
La causa quizás más importante de la particularización de la crisis financiera en la economía española fue el exceso de concentración de actividad económica y financiera en un solo sector: la construcción residencial y la promoción inmobiliaria. Esa rama de la actividad no solo llegó a absorber una parte muy significativa de la contribución del PIB y del empleo, sino que también lo hizo con una amplia mayoría de los recursos financieros captados en el exterior por el sistema bancario español. Tal concentración fue posible por las excelentes condiciones financieras que los agentes económicos disfrutaron a partir de la entrada de España en el euro y por una política económica y fiscal que propició la fiebre por la extensión de la propiedad de la vivienda. Los resultados son hoy suficientemente explícitos.
La desmedida atención a los activos inmobiliarios no solo es el responsable del elevado endeudamiento privado en España, sino del abandono de otros sectores industriales. Desde luego, de aquellos más intensivos en ventajas competitivas basadas en el conocimiento y de los más abiertos al exterior. Exponente del primero de los abandonos es la posición relativamente rezagada de España, de sus empresas, en la producción de bienes y servicios basados en las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC). Del segundo es la dificultad para diversificar la base exportadora de nuestra industria, ya sea por sectores o por tamaños de las empresas abiertas al exterior.
Y, sin embargo, el repliegue industrial no es una historia de la crisis, o, al menos, no solo de ella. El de Miniwatt es uno de esos relatos que se perdieron entre las brillantes cifras macroeconómicas que brindó la última burbuja económica de España, una imagen muy gráfica de cómo el foco inversor y de crecimiento se centró en el ladrillo a costa de otras fuentes, de cómo algunos productos obsoletos de las plantas no dieron el relevo a otros de mayor valor añadido.
El peso de la industria manufacturera en el producto interior bruto (PIB), que era del 17,4% en 2001, se quedó en el 13% en 2011, tres puntos por debajo de Italia y nueve por debajo de Alemania, aunque por encima de Francia (10%). Si se incluye la energía, el peso porcentual supera el 16%, pero la brecha con la media europea (19%) es similar, según Eurostat. Y el hundimiento de la construcción en la tarta se ha compensado sobre todo con el avance de los servicios.
El economista e historiador Jordi Nadal, una autoridad en el estudio de la industrialización en España, habla de una economía víctima de sí misma: “La industria necesita mucho talento, educación de alto nivel, es difícil, mientras que construir casas requiere muy poca preparación y en cambio generaba muchas plusvalías, así que se invertía en eso y los bancos lo financiaban”.
El autor de El fracaso de la primera revolución industrial en España reprocha el poco entusiasmo que la industria despertó en la política económica: “Hace 10 o 12 años la industria estaba desprestigiada y se consideraba que era mucho mejor crecer en servicios. El Gobierno de Aznar cambió incluso el nombre del Ministerio de Industria para llamarlo Ciencia y Tecnología. Ahora lo han recuperado. Sin industria no hay servicios, porque estos trabajan para la industria”, apunta el historiador.
La burbuja crediticia amortiguó el efecto de muchos procesos de deslocalización industrial a países con costes más bajos, y el brillante crecimiento del PIB desvió la atención de algo peligroso: la productividad solo mejoraba un 0,5% anual, frente al 1,3% que lo hacía en el conjunto de la Unión Europea.
la industria tradicional para crecer y ganar competitividad necesariamente debe invertir en innovación”. La industria genera el 45% de la inversión en Investigación y Desarrollo (I+D) en España.
sufrimos una pérdida de competitividad responde a la importancia que cobró la construcción y la relevancia del llamado turismo de sol y playa, pero la cuota de exportaciones se ha comportado bien durante la crisis y pese a los efectos de la globalización.
Hay muchas empresas que innovan y exportan, pero hay poco crédito,
La industria española, bastante diversificada, ha mostrado un buen nivel de competitividad exterior a la vista de sus exportaciones, pero no ha evitado el repliegue.
La preocupación por la pérdida de la industria inquieta en toda Europa. Es sintomático que Francia haya llamado a su ministerio del ramo “Ministerio de Recuperación Industrial”. La llamada terciarización constituye un fenómeno común en las economías más desarrolladas por la pujanza de las emergentes, pero España se distingue de sus socios europeos en que el punto de partida ya era más bajo y en que una parte del auge industrial durante la bonanza venía precisamente de la construcción. “La terciarización de una economía no es mala per se; el problema es que en España ha traído consigo la destrucción de valor añadido porque ha llevado al auge de sectores como la hostelería o el turismo”,Hay una parte de la industria que se evapora en las estadísticas porque la externalización de sus servicios complementarios a otras empresas reubica esta actividad en la rama de servicios dentro de una misma base de datos
La industria auxiliar del ladrillo explica una tercera parte de los 30 puntos porcentuales en que ha caído la producción desde 2007, según cálculos del Banco de España.
La obra nueva ha caído alrededor de un 90% desde 2007 y menos casas significa menos cemento, menos muebles y menos cuartos de cuartos de baños.
El peso del empleo industrial en el total de la ocupación ha encogido hasta el 12,8% en 2011 (era del 18% en 2010), frente al 16% de media europea.
En todo caso, como consecuencia de la disminución de la producción, el empleo industrial ha caído aún más drásticamente, forzando el aumento de la productividad del trabajo. La desaparición de los establecimientos más intensivos en mano de obra y los esfuerzos de los supervivientes por mejorar su competitividad, explican lo sucedido. Según la CNE trimestral, la disminución del empleo industrial alcanza ya un 26,7%, medida entre el IV trimestre de 2007 y el IV trimestre de 2012, último dato disponible, un total de 717.300 personas, algo más según la EPA. Una reducción que se extiende con similar intensidad a todas las regiones españolas, con Cataluña a la cabeza de la destrucción de empleo manufacturero y el País Vasco en el extremo opuesto. A través de este proceso, las regiones españolas se han sumado a la deslocalización del tejido industrial que con anterioridad a la crisis acometieron las inglesas y francesas, desplazándose gradualmente la actividad manufacturera hacia Alemania, Holanda, y hacia fuera de Europa.
En las dos últimas décadas, España ha destacado por sus inversiones en construcción e infraestructuras.
La inversión en bienes de equipo metálicos y maquinaria está liderada por Italia en el periodo que va de 1991 a 2011, seguida de Alemania y Reino Unido, mientras que España y Francia quedan relegadas a los últimos puestos.
Jordi Nadal lamenta el bajo valor añadido del sector: “Fíjese lo que ocurre con el automóvil: somos uno de los principales productores del mundo (los segundos de Europa y los duodécimos del mundo) y, sin embargo, no tenemos una sola marca propia. Es lamentable. Tenemos que pagar todas las patentes fuera”.
España ha incumplido las metas planteadas en Investigación y Desarrollo (I+D). Para 2010 debía situar su gasto en I+D en el 2% del PIB. Agua. Y de esa inversión, al menos dos terceras partes debían provenir de las empresas. Agua. El máximo alcanzado se situó en el 1,39% de 2010 y menos de la mitad procede del sector privado, que ha ido perdiendo peso en los últimos años.
Los incentivos fiscales no funcionaron. Necesitamos un cambio de mentalidad para entender que la I+D no es un gasto, sino una inversión, y las empresas que innovan exportan”.
destaca el problema del tamaño de las empresas en España: “No hay una masa suficiente de medianas y grandes empresas, que son las que más invierten”Son los grandes grupos los más capacitados para apostar por la innovación.
Las luchas en las multinacionales son fratricidas: los directivos de cada país compiten entre sí, y en España suele jugar en contra el efecto sede, porque la mayor parte de la gran industria es foránea. “Los comités estratégicos industriales son la forma eufemística de referirse a una reunión en la que los directivos de cada país iban a vender su fábrica, a pelear por llevarse la producción”
Los detalles que marcan la diferencia son los costes energéticos, la formación de la plantilla, la flexibilidad y el bajo absentismo, porque en costes salariales no podrá competir con China”
¿Está España a tiempo de recuperar fábricas?
Para Jordi Nadal, más que recuperarlas, se trata de empezar de verdad, de subirse al carro de las nuevas industrias. Recuerda bien que España fracasó en la primera revolución industrial.
La economía española no ha dejado en estos años de profundizar en los servicios. Aunque la tercerización de la economía española ha sido una tendencia paralela a la de otras economías avanzadas, que en modo alguno hay que infravalorar —más todavía dado el peso específico del turismo—, es vital afianzar la diversificación en el seno de la industria. La dirección de esa reindustrialización tiene que seguir potenciando los subsectores con mayor valor añadido, es decir, aquellos menos vulnerables a la competencia de las economías menos desarrolladas. De ello depende que el crecimiento futuro sea más sostenible, de mayor calidad. Diversificar hacia el conocimiento también permitirá un empleo de mayor calidad que el conseguido en las últimas décadas: mejores cualificaciones, mejor formación profesional y, en última instancia, mucha menor temporalidad que la que sigue dominando el conjunto del mercado de trabajo español. En ese nuevo patrón de crecimiento, la inversión en I+D+i es esencial. El sacrificio que a lo largo de esta crisis están sufriendo esas partidas dificultará la transición hacia una nueva frontera de producción menos vulnerable: retrasará la modernización de la industria. Y con ella su potencial exportador, que debería ser la guía fundamental que orientara las políticas públicas al respecto.
Los problemas de la industria española en la actualidad son un tejido industrial en claro declive, por la falta de investigación y los recortes financieros; la excesiva concentración de PYMEs, estranguladas fiscalmente, menos competitivas y de mediana calidad con respecto al mercado internacional; la necesidad de comprar patentes al exterior; la escasa inversión en desarrollo tecnológico; y los fuertes desequilibrios regionales, agudizados por los intentos industrializadores de zonas ultra periféricas que con la crisis se han estrangulado y en muchos casos desarticulado. El principal objetivo de la Unión Europea es conseguir mejor calidad y competitividad en la producción industrial, cada vez más a costa del sacrificio del Estado del Bienestar.
Aumento de la flexibilidad, apuesta por la innovación y la calidad, racionalización de costes, moderación salarial, seguridad jurídica, una envidiable posición geoestratégica, infraestructuras y redes de telecomunicaciones
El gobierno corporativo ha ido adquiriendo gran transcendencia en los últimos años por ser considerado un factor que contribuye a la generación de valor en la empresa, a la mejora de la eficiencia económica y a reforzar la confianza de los inversores
Los que están ganando la batalla de la competitividad: Automoción, biotecnología, TICs, agroalimentario, aeroespacial y máquina-herramienta copan una facturación del 35% del PIB. la cuarta revolución.
Plan de reindustrialización poscovid-19 (2020) gracias a la contribución de los fondos europeos, el peso de la industria podría elevarse desde el 16% hasta el 18% del PIB español a finales de la próxima década. Este aumento, para avanzar hacia una economía más sólida y estable, requiere un incremento de la productividad por empleado y el impulso de la inversión en I+D. En paralelo, se abre paso hacia una nueva industria 5.0 caracterizada por la hiperconectividad y la hiperautomatizació. El despliegue de tecnologías como el 5G en el sector industrial permitirá dar un gran salto en términos de conectividad: se espera que su impacto llegue a alcanzar el 0,3% del PIB en 2025 y el 1% en 2030.
Además, si la industria lograse aumentar el tamaño medio de sus empresas y el país fuese capaz de mejorar la calidad de la educación y la carga administrativa, estos factores se traducirían en una aportación mucho mayor al crecimiento económico.
¿Cuáles son las claves para que se produzca este salto hacia una España 5.0? "El primer paso es establecer un pacto de Estado por la industria, que fortalezca este sector aumentando su competitividad, flexibilidad y eficiencia"
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