500 SOCIEDAD MEDIEVAL, UNA PIRAMIDE ESTAMENTAL

SOCIEDAD:

 Una sociedad estamental.

Las sociedad medieval quedó dividida en 3 grupos llamados estamentos:

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La píramide estamental de la baja Edad Media varía un poco con respecto a la Alta Edad Media, al aparecer una nueva clase social, los burgueses, habitantes de las ciudades que se dedican a la artesanía y al comercio, principalmente, llegando a tener grandes fortunas, pero estando fuera de los privilegios que seguían manteniendo le clero y la nobleza. Espero que este esquema visual os ayude a entender mejor el tema.


La sociedad medieval


Entrada de Rodolphe de Habsburgo en Bale' 

  • Los nobles eran los caballeros y sus familias. Su misión consistia en defender al resto de la población.
  • Los clérigos eran los monjes y los sacerdotes. Debían rezar para lograr la salvación espiritual de las personas.
  • Los trabajadores eran en su mayoría campesinos, aunque también había artesanos y comerciantes. Se ocupaban de producir y vender los alimentos y los productos que necesitaba la sociedad. Se pertenecia a cada estamento por nacimiento, excepto en el caso de los clerigos.
Los nobles y los clérigos eran privilejiados tenian ventajas: no pagaban impuestos y no realizaba trabajos manuales. Además controlaban los cargos más importantes de la administración.

 La nobleza

Todos los nobles no eran igual de poderosos. La guerra era su principal actividad. Los hijos de los nobles empezaban su educación militar desde niños. De pequeños servían como pajes y escuderos de un noble importante. Cuando llegaban a la mayoría de edad pasaban a ser caballeros tras una ceremonia específica.
En caso de guerra, el rey convocaba a los caballeros y les pedía ayuda militar. Los caballeros y sus vasallos acudían con sus tropas y formaban una mesnada.
La función fundamental de las mujeres nobles era casarse y tener hijos que asegurase la permanencia del linaje. Los matrimonios se concertaban por los padres de los novios, a veces cuando estos eran niños. Las mujeres que permanecían solteras ingresaban en monasterios. Dirijian las labores de los sirvientes, educaban a los hijos más pequeños y bordaban y tejian.

 Los clérigos.

La institución eclesiástica estaba presente en toda Europa occidental.
El papa de Roma era la cabeza de la Iglesia y gobernaba su Estado propio: los Estados Pontificios. Poseía sus propios ejércitos aunque su poder militar era escaso. Pero sí tenía gran influencia al poder excomulgar a un rey que no se comportara adecuadamente. Esto suponía para el rey la anulación del juramento de fidelidad de sus súbditos.
Por debajo del papa la iglesia se dividía en:
  • Clero secular, formado por obispos, arzobispos y sacerdotes.
  • Clero regular, formado por las órdenes religiosas, encabezadas por un abad principal. Le seguían los superiores, los frailes, monjes y monjas.
Las parroquias y los monasterios eran unos señoríos más, ya que poseían tierras propias
y tenían siervos que las trabajaban.

Los monasterios aparecen como a institución que debía ser «bastón de los ciegos, despensa de los hambrientos, esperanza de los desgraciados, consuelo de los afligidos».
Surgen varias órdenes con sus reglas.una regla que explicaba su estructura, organización y las obligaciones de todos
sus miembros.

 Los monasterios primeros siguieron la reglao de san Benito se llamaron «benedictinos», aunque dada la extensión tanto geográfica como temporal en que iban apareciendo resultaban poco uniformes. fundada por Benito de Nursia en Italia en el siglo VI.

Lo que cambiaría a partir de la fundación a comienzos del siglo X en Cluny de una abadía que serviría de modelo. Sería la regla cluniacense.  

La posterior llegada de la Orden de Císter recuperaría sin embargo ese valor del trabajo y rebajaría el voto de silencio.

Aunque en general las reglas eran comunes en bastantes aspectos para monjes y monjas
Votos de obediencia, pobreza, castidad, humildad y penitencia, a veces de siolencio. . Uno de los principios fundamentales sobre los que debía sustentarse la vida monacal era el voto de pobreza. No solo debían desprenderse de todas sus posesiones personales al ingresar, sino que en él no debían acumular ninguna otra. Todos los bienes eran comunitarios, si bien la riqueza colectiva del monasterio y de la Iglesia en su conjunto sí estaba permitida, aunque ello diera lugar a innumerables disputas teológicas en torno a la pobreza de Cristo y a condenas por herejía a los discrepantes, .El trabajo dejó de valorarse como remedio contra la ociosidad, que ya se sabe que es la madre de todos los vicios. 


Monje defendiéndose a garrotazos de los demonios dibujado en los Decretos de Smithfield, año 1300.

El monasterio aspiraba a ser una Ciudad de Dios agustiniana a escala, un pequeño espacio de orden, sosiego y regularidad en una época de incertidumbre y violencia. Eso se aplicó a la distribución del espacio, del trabajo y también, en lo que terminaría adquiriendo una gran importancia, del tiempo.

Un monasterio podía estar formado por unos setenta monjes aproximadamente, si bien aquellos que no eran autosuficientes terminaban generando en su entorno una economía  a su servicio , y finalmente llegar a convertirse en un núcleo de población. 

Monjes trabajando en la biblioteca, escena de la película El nombre de la rosa.
Imagen de un monasterio (FUENTE: Editorial Vicens Vives)
Ver vídeo: la vida en un monasterio (FUENTE: www.artehistoria.com)

Su interior estaba organizado en diferentes estancias. La sala capitular, donde se celebraban las reuniones y se confesaba o se acusaba a los demás por alguna falta cometida. Aunque sin citar su nombre, que hay que señalar el pecado pero no el pecador. También solían contar con una enfermería, a la que llamaban «puertas del cielo», demostrando así que no tenían muchos remedios medicinales a su alcance pero sí un agudo humor negro. Precisamente uno de sus principales remedios para la salud eran las sangrías, ideales para prevenir toda clase de males, desde la viruela hasta las hemorroides. Se realizaban a cada monje en algunos casos hasta una vez al mes y tenían para ello una sala específica llamada minutorio. Existía todo un ritual para llevar a cabo la sangría que incluía un buen banquete con toda clase de manjares para que el afectado repusiera fuerzas tras la operación, quizá por eso se hacían con tanta frecuencia. Aunque respecto a la comida no puede decirse en general que llevasen una vida de excesiva renuncia. 

La Regla de Benito desaprobaba la glotonería y establecía que todos los monjes debían ser cocineros, por turnos, así como que debían servirse dos platos para que los comensales pudieran escoger el que les gustase, al que luego se añadía unas frutas como postre. Había días de ayuno como penitencia pero lo más interesante era lo relacionado con la bebida. «El vino hace claudicar hasta a los más sensatos» advierte la Regla mientras desaconseja caer en la embriaguez; sin embargo numerosos monasterios llegaron a convertirse en destacados productores de vino y cerveza, en los que se llegaba a ingerir en ciertos casos hasta diez litros diarios por persona.

El reglamento imponía una serie de castigos para evitar e excesos sexuales, que iban desde los tres años a base de pan y agua por caer en la masturbación, la fornicación o el bestialismo, hasta los diez por la homosexualidad o el asesinato. Además se sancionaba con tres días de excomunión a quien tuviera una polución nocturna y no se lo comunicara al abad.

Buena apariencia y mantenían unas rigurosas costumbres en su higiene personal de manera que, hiciera falta o no, cada sábado se lavaban los pies. Además cada día, antes de tercia, se cambiaban  el calzado y se limpiaban las manos mientras que una vez por semana, en un día variable según el monasterio, tocaba afeitarse. No todos estaban de acuerdo en esto e incluso un tal Burcardo de Bellevaux llegó a escribir en el siglo XII una Apología de las barbas, un libro que lamentablemente no hemos tenido ocasión de leer pero seguro que era muy interesante. Respecto al corte de pelo que les proporcionaba esa característica calva, conocido como tonsura, variaba tanto en su estilo —celta, romano o griego (rapado)— como en la frecuencia, desde los quince días a las tres semanas. Sobre la ropa y complementos, según la Regla se debía proporcionar a los hermanos «cogulla, túnica, escarpines, calzado, ceñidor, cuchillo, estilete, aguja, pañuelo y tablillas ».

El voto de silencio, no solo favorecía la introspección y la elevación del espíritu tan características de la experiencia religiosa,  por tanto da más puntos de santidad. Pero la convivencia requiere inevitablemente un mínimo de comunicación y fue desarrollándose una lengua de signos. En algunos monasterios llegaron a contar con un lenguaje con las manos que abarcaba nada menos que cuatrocientos setenta signos distintos, que por tanto podía suplir con bastante solvencia a la lengua hablada. 

La flagelación, una práctica recomendada y habitual pero que algunos ejercían con colas de zorro, para no hacerse daño. 

Los horarios.  Las horas canónicas en las que san Benito estableció la distribución del día según los rezos fueron maitines (medianoche), laudes (3:00), prima (6:00), tercia (9:00), sexta (12:00), nona (15:00), vísperas (18:00) y completas (21:00). El historiador Jacques Le Goff señaló que esta racionalización del tiempo terminaría transmitiéndose a toda la población, sentado así las bases del desarrollo de la economía burguesa y, en último término, de la modernidad. 

El legado cultural  en su labor bibliotecaria, conservaron el legado cultural de la antigüedad clásica . Asi como, Ganó peso la espiritualidad y la ceremonia, dando pie al canto gregoriano.


Javier Bilbao: .jotdown.es/2015/02/como-era-la-vida-en-los-monasterios-medievales (adaptación)

Los campesinos.

Representaban el 90% de la población. Muy pocos eran propietarios de sus tierras. La mayoría vivía en el feudo y trabajaban las tierras del señor. Se dividían entre siervos y libres:
  • Los siervos. Estaban sometidos completamente a la autoridad del señor. no podían abandonar el feudo, ni casarse sin su permiso, trabajaban gratuitamente para el señor. A cambio el señor los mantenía y alimentaba. Su condición social pasaba de padres a hijos.
  • Los campesinos libres por el contrario sí podían abandonar el feudo y decidían sus actos personales. Trabajaban en los mansos del señorío pagando a cambio unas rentas al señor y el diezmo a la iglesia.

La casa de los campesinos en general tenía una sola habitación grande


Una casa campesina medieval

Vivían por lo general en pequeñas aldeas. Sus viendas eran muy pobres, hechas de adobe, madera y cañas. Tenían una sóla habitación en la que toda la familia comía y dormía.

Los campesinos eran autosuficientes, producían todo lo que necesitaban, se alimentaban con lo que cultivaban y se vestían con la ropa que tejían las mujeres. El trabajo en el campo era muy duro. Toda la familia, incluidos niños y ancianos, trabajaban de sol a sol con herramientas muy rudimentarias. 


VIDA COTIDINA

¿Cómo era la comida en un castillo medieval?

Primero: nada de platos. Cogemos una buena hogaza de pan (redonda) y la partimos por la mitad para usarla como plato.

Segundo. Olvidaros de los cubiertos. Los asados (que tanto gustaban a los nobles), se comen con las manos (os los llevarán a la mesa en grandes bandejas, troceados), las sopas se beben directamente del cuenco, y la ensalada con las manos también (Os darán un gran delantal para no poneros perdidos).

La palabra vianda definía entonces a todos los alimentos en general, no sólo a las carnes, y de ahí el interés de este tratado ya que en sus “inventarios” aparecen capones, conejos, jabalíes, cisnes, pavos, cigüeñas, avutardas, cormoranes y tórtolas junto a la charcutería, lampreas, anguilas, carpas y pescados de río, mientras que los pescados de mar son más raros y únicamente se citan los congrios, los arenques, lenguados, bacalao, esturión, mejillones, ostras y, aunque parezca mentira, también la ballena.

El orden de los alimentos es diferente al nuestro (que viene del mundo andalusí). Primero la fruta y luego, todo junto, carnes (asadas, especalmente valoradas las de caza), guisos (con manteca, el aceite de oliva es también islámico), queso, y mucho mucho pan... El vino, ofrecido de forma generosa, será muy recio, y a veces habrá que mezclarlo con aguaTodo bien lleno de grasa, sabores muy potentes y bastante poco equilibrado. No os extrañe que una de las enfermedades más comunes fuera la gota, producida por el ácido úrico (carnes rojas y de caza, alcohol) que produce fortísimos dolores en las piernas (especialmente en el dedo gordo del pie)

Las comidas de los señores feudales eran habitualmente banquetes pantagruélicos. Enorme cantidad y variedad de viandas que se colocaban sobre las mesas ya que los señores, queriendo demostrar su riqueza, ordenaban que se cocinasen gran cantidad de recetas, en cuantías enormes, para que ningún invitado tuviese que renunciar a un plato que le agradase de manera especial.

La carne de cacería (al contrario de lo que se piensa) no era habitual en los menús diarios. Era la carne de corral, el pescado, las aves y la verdura los ingredientes que formaban parte de los menús habituales.

 La cocina solía estar situada en el patio, separada del resto de las dependencias para evitar los incendios. Normalmente disponía de un gran fuego de cocina con diversos anexos como el horno para el pan, la frutería, la bodega y un gran almacén donde se guardaban las reservas de comida.

Cada invitado elegía los platos que le interesaban. Normalmente las recetas contenían pocas grasas ya que el aceite de oliva y de nueces se utilizaba poco. A diferencia de la actualidad las salsas no se emulsionaban con harina, sino que eran bastante ácidas a base de vinagre y zumo de limón. La sal se utilizaba como conservante, normalmente los cerdos de la matanza de otoño se conservaban en el saladero. Las especies (la pimienta, el jengibre, la canela y la nuez moscada sobre todo) se utilizaban para dar sabor exótico a los alimentos de la comida en un castillo medieval y para disimular el gusto de la carne pasada.

Cuando el señor feudal organizaba un gran festín normalmente invitaba a representantes de la nobleza que ocupaban lugares en la mesa según su importancia. La comida se cogía de los grandes platos con el tenedor de dos dientes o con la punta del cuchillo. Estos con frecuencia eran dagas y puñales, Las piezas de carne, a menudo animales asados y servidos enteros, los cortaba el dueño de la casa, el anfitrión, con la espada. No se había inventado todavía la servilleta, el mantel, siempre con caída muy larga del lado de los comensales, servía para limpiarse. Los purés y sopas se comían con la cuchara. Era habitual y bien visto comer con tres dedos de cada mano por lo que antes de comer los comensales se solían lavar las manos. Los recipientes raramente eran de vidrio puesto que eran un material caro y lujoso en las mesas medievales. Normalmente los invitados beben en vasos y copas de metal o maderas nobles.

Los alimentos se cocinaban sobre el fuego de la chimenea y se puede comprender fácilmente que esos hogares ardientes no permitieran guisar ciertos platos que había que remover durante la cocción, o que se preparaban en pequeños calderos. Eso se cocinaba con infiernillos llenos de brasas. Los arquitectos del siglo XIII comenzaron a instalar en las cocinas hornillos y también mesas para decorar los platos antes de servirlos

utopolibre.educahistoria.com


Había otra realidad, la del campesino. En esa época comían menos que nosotros. Comían una vez al día, una comida principal, y no tenían tanta variedad de productos como hay hoy en día.En las casas no había ni muchos utensilios de cocina ni muchos muebles.
La alimentación de las clases populares estaba compuesta principalmente por pan, raramente carnes, y algunos componentes de origen vegetal. Salvo para quienes tenían capacidad adquisitiva suficiente, era una alimentación de subsistencia hecha de estofados, guisados y potajes enriquecidos como se verá más adelante,

Cuando se ponía el sol los trabajadores volvían a sus casas y, una vez atendido el ganado doméstico para acomodarlo en los corrales o en el pesebre, cuando no lo metían en la misma vivienda en tiempos de mucho frío, se reunían todos para la cena en familia que no solía ser demasiado 
alimenticia pero sí abundante. Cenaban generalmente las llamadas ollas, pucheros o cocidos, complementados de vez en cuando con frutos secos, con productos grasos del cerdo, con embutidos, queso o cecinas,

Comían en silencio, acompañándolo con queso, consumiéndolo en silencio, sentados, posiblemente con los ojos fijos en el rectángulo de paisaje.

A pesar de que Carlomagno fue el primer rey que permitió a las mujeres sentarse a su mesa, no pasó de ser un espejismo de igualdad y en el siglo XVI, las damas comían separadas de los hombres, quienes eran servidos en primer lugar y, por supuesto tenían “derecho” a recibir los mejores bocados de las fuentes y escudillas, dejando para las mujeres lo que no querían cuando se encontraban hartos en demasía

Frente a las grandes y grasientas comilonas de los nobles, los monasterios medievales tenían una dieta mucho más saludable.

Con pocas carnes, consumían especialmente legumbres, hortalizas y pan (todo ello cultivado en sus campos y huertas), así como pescado (en algunos monasterios tenían sus propias piscifactorías) o queso (de sus rebaños)
Cada monje disponían también de un jarro de vino (en la Edad Media el vino era un alimento que daba calorías).
La comida se realizaba en el refectorio, en torno a largas mesas y con un púlpito para la lectura


Nos parece suficiente que en la comida diaria, ya se sirva ésta a la hora sexta o a la hora nona, se sirvan en todas las mesas dos platos cocidos a causa de las flaquezas de algunos, para que el que no pueda comer de uno, coma del otro. Sean, pues, suficientes dos platos cocidos para todos los hermanos, y si se pueden conseguir frutas o legumbres, añádase un tercero.
Baste una libra bien pesada de pan al día, ya sea que haya una sola comida, o bien almuerzo y cena. Si han de cenar, reserve el mayordomo una tercera parte de esa misma libra para darla en la cena. Y todos absténganse absolutamente de comer carne
En la mesa de los hermanos no debe faltar la lectura. (...) 
Reciba luego la bendición y comience su oficio de lector. Guárdese sumo silencio, de modo que no se oiga en la mesa ni el susurro ni la voz de nadie, sino sólo la del lector.
Sírvanse los hermanos unos a otros, de modo que los que comen y beben, tengan lo necesario y no les haga falta pedir nada; pero si necesitan algo, pídanlo llamando con un sonido más bien que con la voz. Y nadie se atreva allí a preguntar algo sobre la lectura o sobre cualquier otra cosa, para que no haya ocasión de hablar, a no ser que el superior quiera decir algo brevemente para edificación
«Desde la santa Pascua hasta Pentecostés, coman los monjes a la hora sexta, y cenen al anochecer. Desde Pentecostés, durante el verano, si los monjes no trabajan en el campo o no les molesta un calor excesivo, ayunen los miércoles y viernes hasta nona, y los demás días coman a sexta. Pero si trabajan en el campo, o el calor del verano es excesivo, la comida manténgase a la hora sexta. Quede esto a juicio del abad. Éste debe temperar y disponer todo de modo que las almas se salven, y que los hermanos hagan lo que hacen sin justa murmuración».

Regla de San Benito

El pan era sin duda el alimento más apreciado por todas los estamentos, de cualquier confesión religiosa. Pensemos que el cultivo del trigo era básico en aquel tiempo por lo bien valorado que estaba el consumo del chusco y porque con la harina de este cereal se elaboraban las gachas y otros compuestos; pero también hay que decir que, mientras los moriscos manufacturaban el cous-cous y el pan de pita, la tradición cristiano-judaica, con fundamentos claramente religiosos había impuesto el pan como alimento básico de la población

A partir del siglo XIII, el hambre va retrocediendo ante el honrado empuje de las gachas, de los cereales, del pan, de las legumbres, las aves criadas en el corral y a la carne de cerdo salado o embutido

Es cierto que a veces las recetas de la época son toscas, casi rudimentarias, remitiéndose al hervido, asado, fritura y estofado de las piezas.

Los recetarios del siglo que nos ocupa, entre otras fórmulas magistrales encontramos con alimentos cocidos en vino o miel y profusión de especias. 

En muchas casas pobres, las mismas rebanadas de pan servían como plato, y más de una comida se resolvía con pan untado con algo, al estilo del pan mojado en vino y azúcar


la manera de confeccionar el “almadroque”, que se elaboraba emulsionando ajo crudo, queso y agua, haciendo una salsa que es muy parecida a la del ajolio.

Al final de la comida aparecían dulces hechos con miel, torrijas, arroces con almendras y miel, frutas confitadas en vino y frutos secos. Además, si se trataba de grandes celebraciones, aparecían bocaditos dulces, y mazapanes, que también servían como un regalo

LA PESTE

La peste asoló la Europa medieval como ilustra esta imagen de una edición del Decamerón de Boccaccio de la plaga en Florencia.  WELLCOME LIBRARY


 
En los siglos XVII y XVIII, algunos doctores utilizaron máscaras que parecían picos de aves llenas de artículos aromáticos para atender a los enfermeros de la peste.

Ni la peor de las guerras ha matado a tanta gente como la peste. Solo entre 1346 y 1453, acabó con la mitad de la población de Europa y en los reinos hispánicos la mortandad superó el 70%. Aunque los científicos siempre han mantenido que aquel primer brote vino de Asia, no tenían claro el origen de las sucesivas epidemias que, hasta el siglo XIX, castigaron a los europeos.

La peste de 1346 vino para quedarse. Los historiadores han señalado tradicionalmente que aquel brote lo llevaron los mongoles al asedio de Caffa (actual Feodosia), a orillas del mar Negro. La ciudad era entonces punto final de la Ruta de la Seda y embarque para las mercancías asiáticas con destino a las ciudades europeas. Para vencer la plaza, usaron cadáveres infectados. En su huida, los comerciantes y marinos llevaron la peste a los puertos italianos y de ahí al resto de Europa.

Eso explicaría el origen de la pandemia, pero no los sucesivos brotes de hasta bien entrado el siglo XIX, fecha en la que la peste desapareció de Europa. Hasta ahora se ha creído que las ratas urbanas y otros roedores silvestres europeos habrían servido como reservorio de la enfermedad y causado los posteriores brotes.

Otros trabajos revelan una estrecha relación entre el clima en Asia central y cada gran brote de la enfermedad. Un clima más cálido provoca que la población de roedores aumente y su densidad supere un determinado umbral necesario para que surja un brote de peste"

Entre 1346 y 1347 se propagó en Europa el brote de peste negra con mayor virulencia de la Historia. Cualquiera podía ser víctima de una enfermedad de la que se ignoraba su origen y no se conocía remedio. Ni los reyes ni los mendigos: nadie estaba a salvo. La enfermedad se manifestaba en las ingles, axilas o cuello, con la inflamación de alguno de los nódulos del sistema linfático acompañada de supuraciones y fiebres altas. Faltaban muchos siglos para que los médicos comprendieran que el contagio se producía de las ratas (portadores de pulgas con la bacteria) a los humanos; y que el probable puente con Asia estuvo en la ciudad comercial de Caffa, en la península de Crimea.

En el año cero de esta pandemia de procedencia asiática, los habitantes de Caffa se contagiaron de la enfermedad a través de los mongoles, que asediaron con brutalidad la ciudad y, de los que se dice, arrojaron sus muertos mediante catapultas al interior de los muros. Hasta ese momento, Europa había recibido con indiferencia los rumores de una terrible epidemia, supuestamente surgida en China, que a través del Asia Central se había extendido a la India, Persia, Mesopotamia, Siria, Egipto y Asia Menor. El concepto de enfermedad contagiosa seguía siendo incompleto en la sociedad medieval.

Desde el puesto comercial de Caffa la «muerte negra» cayó sobre Italia con cifras apocalípticas. Los mercaderes genoveses llevaron consigo los bacilos hacia los puntos de destino, en Italia, desde donde se difundió por el resto del continente. Las grandes metrópolis italianas sirvieron como catapulta para que la pandemia se extendiera con rapidez. Para enero de 1347 ya había penetrado en Francia, vía Marsella, y poco después en España. En 1349 la peste se movió, cual serpiente reptando, por Picardía, Flandes y los Países Bajos; y de Inglaterra saltó a Escocia e Irlanda, así como Noruega donde, procedente de las Islas británicas, llega un barco fantasma con un cargamento de lana y toda la tripulación muerta, que embarranca cerca de Bergen. Solo algunos países nórdicos, con baja densidad poblacional y condiciones extremas, se salvaron de la presencia de la pulga letal.

De las grandes ciudades, la plaga se transmitía a los burgos y las villas cercanas, que, a su vez, irradiaban el mal al resto de poblaciones. De ahí que la elección de los personajes del «Decamerón» resultara como poco cuestionable, pues huír al campo no era menos seguro que permanecer en las ciudades, donde el contagio era más lento y las pulgas tenían más víctimas a las que atacar.

La gravedad de la situación sacó lo peor de los seres humanos. No tardó en cundir la histeria colectiva y el miedo al contagio a niveles miserables. Agnolo di Tura, un cronista de Siena, relata en sus textos este pánico: «El padre abandona al hijo, la mujer al marido, un hermano a otro, porque esta plaga parecía comunicarse con el aliento y la vista. Y asi morían. Y no se podía encontrar a nadie que enterrase a los muertos ni por amistad ni por dinero ... Y yo, Agnolo di Tura, llamado el Gordo, enterré a mis cinco hijos con mis propias manos, como tuvieron que hacer muchos otros al igual que yo».

Se calcula que el índice de mortalidad pudo alcanzar el 60 por ciento en el conjunto de Europa. Sin ir más lejos, en la Península Ibérica habría perecido entre el 60 y el 65 por ciento de la población. Números de los que no se libraron tampoco los grandes dirigentes. El Rey Alfonso XI de Castilla murió de la peste, al tiempo que su vecino, Pedro de Aragón, perdió a su mujer Leonora, a su hija y a una sobrina, en el espacio de seis meses. El emperador de Bizancio, Juan Cantacuzeno, perdió a su hijo. En Florencia, el gran historiador Giovanni Villani murió a los 68 años en medio de una frase inacabada mientras escribía: «... en el curso de esta peste fallecieron ... ».

Una magnitud que nunca más se ha repetido, a pesar de que la bacteria ha sido reintroducida desde Asia en varias ocasiones en Europa, con episodios tales como la epidemia de 1649 en Sevilla o, uno de los casos más emblemáticos, el brote de Londres ese mismo siglo. Precisamente, cuando se produjo el Gran Incendio de 1666, la ciudad aún padecía los estragos de una epidemia que mató a más de una quinta parte de su población. Incluso el Rey y las máximas autoridades de la ciudad habían abandonado Londres.

Solo aquí el fuego pudo con «la muerte negra». Los últimos casos de peste coincidieron con el incendio, probablemente debido a que la población más pobre, y por tanto más vulnerable, o bien murió o bien tuvo que abandonar los suburbios en los que vivían
 en condiciones insalubres. La inesperada solución fue tan terrible como la propia peste.

PARA SABER MÁS, VER:
-Benedictow, La Peste Negra, 1346-1353,
-C. Cervera:La maldición negra: la peste que aniquiló a más de la mitad de Europa en la Edad Media. ABC.es, 31-10-2017

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