El general Francisco Franco recaló en Santa Cruz de Tenerife el 15 de marzo de 1936 como comandante militar de Canarias, adonde había sido destinado por el Gobierno republicano. Hacia principios de junio ya estaba más o menos decidido a rebelarse.¿Cómo pasar a la acción, trasladándose a Marruecos para sublevar al ejército español en África? ¿Cómo asegurarse de que dejaba tras de sí unas islas donde se había eliminado toda posible resistencia?
El historiador Ángel Viñas publica un nuevo libro, La conspiración del general Franco (Editorial Crítica). Contesta la versión del vuelo del Dragon Rapide contada por la historiografía profranquista y afirma que la clave para los planes de Franco fue la muerte del gobernador militar de Gran Canaria, Amado Balmes, por un disparo de su propia pistola. No parece que este general estuviera en la conspiración y su presencia en el golpe inminente podría haber dificultado el apoyo de sus fuerzas -la guarnición más potente de las islas- a quien movía los hilos desde Tenerife.
Franco pidió a los conspiradores en la Península que le buscaran un avión civil. El Dragon Rapide voló de Londres a Canarias con la cobertura de un viaje de vacaciones para un exmilitar británico, Hugh Pollard, su hija Diana y otra mujer, Dorothy Watson. Las escalas efectuadas por el aparato y su destino final tuvieron una importancia en verdad estratégica. En vez de ir directamente a Tenerife, donde se encontraba Franco, el piloto y el pasaje fueron desviados a Gando (Gran Canaria) por uno de los principales conspiradores, Juan Ignacio Luca de Tena, propietario del diario Abc.El aparato llegó el 14 de julio a Gando, justo cuando Franco, muy nervioso, más lo necesitaba, ya que sus planes preveían ir a Las Palmas. La ocasión de tomar el barco para Gran Canaria sin levantar sospechas se le presentó con la muerte del gobernador militar de esta isla. Franco obtuvo "una excusa para salir de la situación y asistir al entierro", explicó posteriormente Diana, una de las pasajeras en el vuelo de ida del Dragon Rapide.
La historiografía franquista sitúa la llegada del avión a Gando el 15 de julio. Pero Ángel Viñas, al igual que otro investigador, el coronel González Betes, ha encontrado nuevas evidencias de que aterrizó un día antes. Esas veinticuatro horas eran vitales para el golpe: los falsos turistas tuvieron tiempo de embarcarse para Tenerife a medianoche, arribar el 15 por la mañana y hacer llegar a Franco el mensaje en clave -a través de un médico militar- de que el avión esperado se encontraba en Las Palmas.
Al día siguiente, 16 de julio, el general Balmes, jefe militar de Gran Canaria, acudió a probar unas pistolas al campo de tiro, sin más compañía que la de un chófer, según las versiones profranquistas. Una de las pistolas se encasquilló. Para desatascarla, Balmes "se apoyó el cañón en el vientre para, con la mano derecha, hacer más fuerza y dejar corriente el arma, con tan mala fortuna que se disparó esta, que era una Astra del 9 largo".
El herido fue trasladado por el chófer a una casa de socorro. El citado Pinto de la Rosa atribuye al general haber dicho: "¡Qué fatalidad!, ¡maldita pistola!, ¡Ay, mi hija!, ¡que no se entere Julia!" (su esposa). La locuacidad atribuida al moribundo fue utilizada por los partidarios de la tesis de un mero accidente. Para Viñas, "la idea de que Balmes proporcionara por sí mismo una explicación perfecta es risible. Quienes le rodeaban estaban metidos de lleno en la sublevación que iba a producirse pocas horas más tarde".
El caso es que al día siguiente, 17 de julio, Franco se presentó en Las Palmas para presidir el sepelio. Asegurado el control de Gran Canaria, el 18 de julio voló a Marruecos, se puso al frente del ejército de África y se lanzó a la Guerra Civil.
Justamente después de estallar el golpe, éste triunfó en algunas zonas,
pero no en otras.
De esta manera, los insurrectos consiguieron sus
objetivos básicamente en las zonas que se observan en el mapa . En
ellas se deshizo todo lo que de revolucionario o reformista hicieron los
gobiernos republicanos.
En las zonas donde no triunfó, el poder, a nivel general, se fragmentó, ya que en algunas áreas las opciones políticas más radicales tuvieron la oportunidad de ensayar sus tesis (abolición del dinero, colectivizaciones de tierras en diferente grado y de diferente signo, cooperativas agrarias e industriales, nacionalizaciones, etc.). Es el caso de la creación del Consejo de Aragón, que con sede en Caspe, ensayó en ciertas zonas aragonesas el comunismo libertario gracias al apoyo de las milicias anarquistas que marcharon hacia Madrid para defenderla del avance nacionalista.
También en esta época se observa la ayuda internacional a los insurrectos. Esta ayuda tuvo lugar desde el inicio, por parte, prioritariamente, de Alemania, Italia y Portugal. Pero no sólo, ya que el avión que trasladó a Franco desde Canarias al Norte de África, el Dragon Rapide, estaba subvencionado por dinero británico, y la Texas Oil americana ofreció a los rebeldes combustible a crédito.
Después de embarcar hacia el norte de África, el general Franco, que era tan sólo uno más de los sublevados, contó con el apoyo de esos cuerpos de Ejército que tan bien conocía y que en parte había ayudado a crear, la Legión y los Regulares. Además, se trataba de la elite del ejército español, muy acostumbrada a la terrible guerra colonial. Por ello, tuvo muy fácil la conquista de muchas localidades del sur peninsular. Como consecuencia, el general Franco empezó a revelarse como un puntal de los sublevados. Su prestigio fue progresivamente aumentando y así sus compañeros tomaron la decisión de concentrar en él todos los poderes, tanto los militares (el título de Generalísimo) como civiles (jefe de la Junta Técnica del Estado, especie de embrión de gobierno en la zona controlada por los insurrectos), sobre todo teniendo en cuenta que el Jefe natural de la sublevación, el golpista general Sanjurjo, que estaba exiliado en Portugal, murió en un accidente de aviación al viajar a España para encabezar la revuelta.
Con la ayuda italiana y alemana, el general Franco consiguió traladar esas tropas de elite a la peníncula, hecho que condicionó considerablemente el desarrollo de la guerra. De esta forma, pudo avanzar con mucha facilidad por la parte occidental de Andalucía, y subir hacia el norte por Badajoz. Cáceres se había sumado antes a la insurrección militar, con lo que en poco tiempo había unificado gran parte del occidente peninsular.
El siguiente objetivo era Madrid, donde los insurrectos no habían conseguido imponerse (recuérdese lo que ocurrió en el tristemente célebre cuartel de la Montaña).
No obstante, y esto se ha valorado de forma muy diversa por los diferentes historiadores, se desvió hacia Toledo, donde tampoco los insurrectos habían conseguido hacerse con la ciudad, y estaban aislados y sitiados en el Alcázar.
El asalto que, en julio de 1.936, tuvo como protagonista al Alcázar de Toledo. «El coronel Moscardó conocedor del levantamiento del Ejército de África y del confuso y violento ambiente que reinaba en Madrid, donde pudo ver por la calle civiles armados, acudió a su comandancia y ordenó el acuartelamiento de la escasa guarnición. Dentro de esta fortaleza, unos 1.300 defensores a las órdenes del coronel sublevado José Moscardó lograron resistir durante más de dos meses los constantes ataques del ejército gubernamental, el cual contaba con varios millares de soldados, multitud de piezas de artillería, y algún que otro carro de combate. Llegó a la una columna republicana formada por unos 1.600 soldados acompañados por varias piezas de artillería de 105 mm y algunos vehículos blindados. Al mando de la misma se encontraba el general José Riquelme. En un intento de empujar a los defensores a abandonar la fortaleza, el jefe de milicias de Toledo contactó por teléfono con Moscardó para informarle de que tenía preso a su hijo Luis e informarle de que, si no rendía el Alcázar en diez minutos, el joven sería fusilado. : «Si es cierto (que te van a fusilar) encomienda tu alma a Dios, da un viva a Cristo Rey y a España y serás un héroe que muere por ella. ¡Adiós, hijo mío, un beso muy fuerte!». Con todo, finalmente las tropas republicanas no materializaron sus amenazas y optaron por arrestar al joven.
Tras las intentonas republicanas de rendir el Alcázar sin combatir, empezó el sitio. Ya no había cabida para la paz y, como era de esperar, Riquelme ordenó el constante bombardeó de la fortaleza mediante la artillería de 105 mm y cuatro nuevas piezas de 155 mm.Vicente Rojo continuó. Lejos de desmoralizarse, los sublevados pronto renovaron sus ánimos, pues recibieron mediante un correo aéreo varias cartas de Francisco Franco informándoles de que pronto serían liberados. Las gestiones para lograr la rendición de los sitiados, o al menos la evacuación de mujeres y niños habían sido infructuosas, el Ejército Expedicionario de Varela avanzaba por el Tajo… Cuando Varela visitó las ruinas del edificio que había cobijado a los sublevados durante más de 70 días, Moscardó no lo dudó e informó a su superior de la siguiente forma: «Sin novedad en el Alcázar, mi general». Héroes para unos, villanos para otros, lo cierto es que este grupo de soldados consiguió resistir, contra todo pronóstico, el bombardeo constante de los cañones y aviones republicanos. Sin agua, sin comida y casi sin munición, los defensores realizaron una proeza
Con este desvío, el general Franco dio tiempo a los madrileños a organizar la defensa de la capital con garantías, y al Gobierno (ahora de Largo Caballero) a huir hacia Valencia, tras dejar una Junta de Defensa al mando del general Miaja. Además, varias divisiones de las Brigadas Internacionales y la columnda anarquista de Durruti (que a su paso por Aragón fue obligando a los camepsinos aragoneses a implantar colectividades anarquistas y a practicar el comunismo libertario) tuvieron tiempo de llegar a la capital.
Como resultado, los militares rebeldes no pudieron tomar la capital, aunque batallas posteriores como la del Jarama o Guadalajara, ya en marzo de 1937 ( a manos de los italianos), tuvieron como objetivo un nuevo intento de cercarla.
El líder comunista «El Campesino» dirige las operaciones en Villanueva de la Cañada
Dolor, valentía, y una ingente cantidad de víctimas. Con estos términos se podría definir la batalla de Brunete, un choque de fuerzas en el que, desde el 6 julio de 1937, las tropas de la República se enfrentaron al ejército de Francisco Franco en las afueras de Madrid. Aquel caluroso verano, la actual capital española quedó consternada ante las casi 40.000 bajas que se produjeron, una cifra que, a la postre, convertiría este enfrentamiento en uno de los más cruentos de la Guerra Civil.
El general Mola inició las operaciones en la primavera de 1937 (31 de marzo) con el apoyo de la Legión Cóndor alemana, lo cual le reportó indudables beneficios, ya que los alemanes estaban empleando nuevas formas, muy modernas, de realizar la guerra aérea (como resultado, los bombardeos de Guernica y de Durango, por ejemplo).
Las operaciones duraron casi todo 1937, con el resultado de la caída del norte en manos de los rebeldes, como vemos en el siguiente mapa.
La
consecuencia fue una importante reducción del territorio controlado por
el gobierno legal, que, pese a tímidas ofensivas como la de Brunete y
Belchite para aligerar la presión de los insurrectos en sus objetivos
principales, en realidad no hizo otra cosa que retrasar la apisonadora
nacionalista.
La batalla en el marEn las zonas donde no triunfó, el poder, a nivel general, se fragmentó, ya que en algunas áreas las opciones políticas más radicales tuvieron la oportunidad de ensayar sus tesis (abolición del dinero, colectivizaciones de tierras en diferente grado y de diferente signo, cooperativas agrarias e industriales, nacionalizaciones, etc.). Es el caso de la creación del Consejo de Aragón, que con sede en Caspe, ensayó en ciertas zonas aragonesas el comunismo libertario gracias al apoyo de las milicias anarquistas que marcharon hacia Madrid para defenderla del avance nacionalista.
También en esta época se observa la ayuda internacional a los insurrectos. Esta ayuda tuvo lugar desde el inicio, por parte, prioritariamente, de Alemania, Italia y Portugal. Pero no sólo, ya que el avión que trasladó a Franco desde Canarias al Norte de África, el Dragon Rapide, estaba subvencionado por dinero británico, y la Texas Oil americana ofreció a los rebeldes combustible a crédito.
Después de embarcar hacia el norte de África, el general Franco, que era tan sólo uno más de los sublevados, contó con el apoyo de esos cuerpos de Ejército que tan bien conocía y que en parte había ayudado a crear, la Legión y los Regulares. Además, se trataba de la elite del ejército español, muy acostumbrada a la terrible guerra colonial. Por ello, tuvo muy fácil la conquista de muchas localidades del sur peninsular. Como consecuencia, el general Franco empezó a revelarse como un puntal de los sublevados. Su prestigio fue progresivamente aumentando y así sus compañeros tomaron la decisión de concentrar en él todos los poderes, tanto los militares (el título de Generalísimo) como civiles (jefe de la Junta Técnica del Estado, especie de embrión de gobierno en la zona controlada por los insurrectos), sobre todo teniendo en cuenta que el Jefe natural de la sublevación, el golpista general Sanjurjo, que estaba exiliado en Portugal, murió en un accidente de aviación al viajar a España para encabezar la revuelta.
Con la ayuda italiana y alemana, el general Franco consiguió traladar esas tropas de elite a la peníncula, hecho que condicionó considerablemente el desarrollo de la guerra. De esta forma, pudo avanzar con mucha facilidad por la parte occidental de Andalucía, y subir hacia el norte por Badajoz. Cáceres se había sumado antes a la insurrección militar, con lo que en poco tiempo había unificado gran parte del occidente peninsular.
El siguiente objetivo era Madrid, donde los insurrectos no habían conseguido imponerse (recuérdese lo que ocurrió en el tristemente célebre cuartel de la Montaña).
No obstante, y esto se ha valorado de forma muy diversa por los diferentes historiadores, se desvió hacia Toledo, donde tampoco los insurrectos habían conseguido hacerse con la ciudad, y estaban aislados y sitiados en el Alcázar.
El asalto que, en julio de 1.936, tuvo como protagonista al Alcázar de Toledo. «El coronel Moscardó conocedor del levantamiento del Ejército de África y del confuso y violento ambiente que reinaba en Madrid, donde pudo ver por la calle civiles armados, acudió a su comandancia y ordenó el acuartelamiento de la escasa guarnición. Dentro de esta fortaleza, unos 1.300 defensores a las órdenes del coronel sublevado José Moscardó lograron resistir durante más de dos meses los constantes ataques del ejército gubernamental, el cual contaba con varios millares de soldados, multitud de piezas de artillería, y algún que otro carro de combate. Llegó a la una columna republicana formada por unos 1.600 soldados acompañados por varias piezas de artillería de 105 mm y algunos vehículos blindados. Al mando de la misma se encontraba el general José Riquelme. En un intento de empujar a los defensores a abandonar la fortaleza, el jefe de milicias de Toledo contactó por teléfono con Moscardó para informarle de que tenía preso a su hijo Luis e informarle de que, si no rendía el Alcázar en diez minutos, el joven sería fusilado. : «Si es cierto (que te van a fusilar) encomienda tu alma a Dios, da un viva a Cristo Rey y a España y serás un héroe que muere por ella. ¡Adiós, hijo mío, un beso muy fuerte!». Con todo, finalmente las tropas republicanas no materializaron sus amenazas y optaron por arrestar al joven.
Tras las intentonas republicanas de rendir el Alcázar sin combatir, empezó el sitio. Ya no había cabida para la paz y, como era de esperar, Riquelme ordenó el constante bombardeó de la fortaleza mediante la artillería de 105 mm y cuatro nuevas piezas de 155 mm.Vicente Rojo continuó. Lejos de desmoralizarse, los sublevados pronto renovaron sus ánimos, pues recibieron mediante un correo aéreo varias cartas de Francisco Franco informándoles de que pronto serían liberados. Las gestiones para lograr la rendición de los sitiados, o al menos la evacuación de mujeres y niños habían sido infructuosas, el Ejército Expedicionario de Varela avanzaba por el Tajo… Cuando Varela visitó las ruinas del edificio que había cobijado a los sublevados durante más de 70 días, Moscardó no lo dudó e informó a su superior de la siguiente forma: «Sin novedad en el Alcázar, mi general». Héroes para unos, villanos para otros, lo cierto es que este grupo de soldados consiguió resistir, contra todo pronóstico, el bombardeo constante de los cañones y aviones republicanos. Sin agua, sin comida y casi sin munición, los defensores realizaron una proeza
Con este desvío, el general Franco dio tiempo a los madrileños a organizar la defensa de la capital con garantías, y al Gobierno (ahora de Largo Caballero) a huir hacia Valencia, tras dejar una Junta de Defensa al mando del general Miaja. Además, varias divisiones de las Brigadas Internacionales y la columnda anarquista de Durruti (que a su paso por Aragón fue obligando a los camepsinos aragoneses a implantar colectividades anarquistas y a practicar el comunismo libertario) tuvieron tiempo de llegar a la capital.
Como resultado, los militares rebeldes no pudieron tomar la capital, aunque batallas posteriores como la del Jarama o Guadalajara, ya en marzo de 1937 ( a manos de los italianos), tuvieron como objetivo un nuevo intento de cercarla.
A principios de marzo de 1937 la zona nacionalista había aumentado con la toma de Málaga (por parte de los italianos del Corppo di Truppe Volontarie), y algunos enclaves más. En ese 1937, en mayo, los sucesos de Barcelona
supusieron un grave revés en la política interna del bando republicano,
ya que los enfrentamientos entre el POUM y demás opciones políticas
revolucionarias, contra el gobierno de la Generalitat, conllevaron la
dimisión de Largo Caballero, que se negó a ilegalizarlo pese a las
presiones de los comunistas.
En julio del 37 la República tenía como terrenos propios, en primer lugar, toda Cataluña, Levante, buena parte de Andalucía, Castilla la Mancha y Madrid en lo que era llamado el Frente del Centro. Por otro lado, también disponía de la Cornisa Cantábrica, Santander y Asturias (el Frente del Norte)
En julio del 37 la República tenía como terrenos propios, en primer lugar, toda Cataluña, Levante, buena parte de Andalucía, Castilla la Mancha y Madrid en lo que era llamado el Frente del Centro. Por otro lado, también disponía de la Cornisa Cantábrica, Santander y Asturias (el Frente del Norte)
Dolor, valentía, y una ingente cantidad de víctimas. Con estos términos se podría definir la batalla de Brunete, un choque de fuerzas en el que, desde el 6 julio de 1937, las tropas de la República se enfrentaron al ejército de Francisco Franco en las afueras de Madrid. Aquel caluroso verano, la actual capital española quedó consternada ante las casi 40.000 bajas que se produjeron, una cifra que, a la postre, convertiría este enfrentamiento en uno de los más cruentos de la Guerra Civil.
PARA SABER MÁS, VER:
Paralelamente, estaba teniendo lugar la Batalla del Norte.
No obstante, en este punto debemos dejar claro que, aunque teóricamente
en esta zona las fuerzas gubernamentales estaban dirigidas por un mando
común, el general Llano de la Encomienda, en realidad la Asturias
republiucana estaba gobernada, y dirigida, por el Consejo de Asturias y
León, en Santander existía una Junta delegada, y en el País Vasco un
Gobierno autonómico (desde la aprobación del Estatuto a finales del
verano de 1936).
El general Mola inició las operaciones en la primavera de 1937 (31 de marzo) con el apoyo de la Legión Cóndor alemana, lo cual le reportó indudables beneficios, ya que los alemanes estaban empleando nuevas formas, muy modernas, de realizar la guerra aérea (como resultado, los bombardeos de Guernica y de Durango, por ejemplo).
Bombardeo de Gernika en abril de 1937. / Fundación Sabino Arana
Las operaciones duraron casi todo 1937, con el resultado de la caída del norte en manos de los rebeldes, como vemos en el siguiente mapa.
A finales de 1937, por ejemplo, tuvo
lugar una tímida ofensiva republicana en Teruel, que produjo la toma
provisional de la ciudad aragonesa por parte de las tropas
gubernamentales. Pero duró poco, ya que enseguida los franquistas la
recuperaron, aunque no fuera en sí un objetivo militar clave. Tras esta
refriega, los militares insurrectos emprendieron la gran ofensiva hacia
el Este, que les hizo tomar el resto de Aragón, además de cruzar el
Ebro, partir la zona gubernamental en dos con la toma de Gandesa, y
acometer la ofensiva sobre Cataluña.
El resultado, antes de la toma de Cataluña, es el que observamos en el siguiente mapa. Tras la toma de Aragón, los dirigentes militares gubernamentales decidieron emprendser una ofensiva a gran escala en la zona del Ebro. Para ello concentraron el grueso de las fuerzas militares y decidieron atacar en el verano de 1938. En principio consiguieron avanzar, pero tras tres meses de dura contienda, las tropas franquistas reconquistaron el terreno perdido y obligaron a las tropas gubernamentales a replegarse.
El resultado, antes de la toma de Cataluña, es el que observamos en el siguiente mapa. Tras la toma de Aragón, los dirigentes militares gubernamentales decidieron emprendser una ofensiva a gran escala en la zona del Ebro. Para ello concentraron el grueso de las fuerzas militares y decidieron atacar en el verano de 1938. En principio consiguieron avanzar, pero tras tres meses de dura contienda, las tropas franquistas reconquistaron el terreno perdido y obligaron a las tropas gubernamentales a replegarse.
Inmediatamente
después (entre el 23 de diciembre de 1938 y el 2 de febrero de 1939),
los sublevados iniciaron la ofensiva sobre Cataluña. Las elites
políticas e intelectuales abandonaron el país e incluso el grueso de las
tropas republicanas, que se refugiaron en Francia. Incluso Azaña
dimitió de su cargo de presidente de la República el 24 de febrero.
No obstante, la consigna del entonces presidente del Gobierno, Juan Negrín, continuaba siendo aguantar y aguantar. Sospechaba que la política exterior alemana, aliada de Franco, iba a provocar el estallido de una guerra general en Europa, al estilo de la Gran Guerra del 14 (la I Guerra Mundial), en la cual entrarían potencias democráticas que estaban atenazadas hasta ese momento por el pacto de No Intervención. Asaí, tendrían alguna oportunidad. No obstante, muchos no compartían este punto de vista. De hecho, el 5 de marzo estalló un golpe de Estado protagonizado por el coronel Casado, en Madrid.
El historiador Bahamonde descarta la supuesta inocencia bienintencionada de los
mentores de la rendición: demuestra que, a demanda de Franco, Casado y
los suyos, como el anarquista Cipriano Mera y el socialista Julián
Besteiro, urdieran un golpe de Estado cruento –dos mil víctimas, con
prisioneros entregados a Franco- contra el Gobierno del socialista Juan
Negrín y sus aliados del PCE, ambos opuestos a la rendición y
partidarios de proseguir la contienda hasta la inminente Segunda Guerra
Mundial. Aquel golpe, como demuestra fehacientemente Bahamonde, fue
aleccionado previamente por el espionaje y la “quinta columna” de
Franco- y preludió la entrega de Madrid por obra del coronel Casado:No obstante, la consigna del entonces presidente del Gobierno, Juan Negrín, continuaba siendo aguantar y aguantar. Sospechaba que la política exterior alemana, aliada de Franco, iba a provocar el estallido de una guerra general en Europa, al estilo de la Gran Guerra del 14 (la I Guerra Mundial), en la cual entrarían potencias democráticas que estaban atenazadas hasta ese momento por el pacto de No Intervención. Asaí, tendrían alguna oportunidad. No obstante, muchos no compartían este punto de vista. De hecho, el 5 de marzo estalló un golpe de Estado protagonizado por el coronel Casado, en Madrid.
El
1 de abril de 1939 el general Franco emitía el último parte de guerra.
Pero, pese a la propaganda franquista, con el final de la contienda no
advino la paz, sino la Victoria, como muy bien sabemos. Y no es lo
mismo. Ni fue lo mismo.
Tras algunos días de desconcierto, el recuento final dio la ventaja en el mar a la República, que pudo contar a sus órdenes 44 buques bien artillados (algunos todavía en dique seco) por los 23 del ejército sublevado -5 de ellos todavía por ensamblar-. No obstante, y a pesar de que su flota era significativamente menor, Franco guardaba un par de ases en la manga: dos nuevos y modernos navíos que, una vez fueran construidos, marcarían la diferencia en combate gracias a su polivalencia y a su ingente armamento. Estos no eran otros que los cruceros «Canarias» y «Baleares».
Tras el inicio oficial de las hostilidades navales entre la República y el bando sublevado, quedó claro que, a pesar de contar con más buques y submarinos, los gubernamentales carecían de oficiales y hombres lo suficientemente experimentados a nivel marítimo. Esto, unido alconstante envío de barcos a la flota franquista por parte de Italia y Alemania, provocó que la pequeña armada rebelde pudiera poner en aprietos a sus enemigos durante la guerra.
Por ello, en 1.938 la Armada gubernamental planeó una operación con la que elevar la moral de sus hombres y dar un golpe definitivo a la flota sublevada. Concretamente, el alto mando republicano pretendía atacar la bahía de Palma de Mallorca, lugar en el que, según diferentes informes, se encontraba una buena parte de la flota franquista.
La operación era, ya sobre el papel, dificultosa. En primer lugar, un pequeño grupo de lanchas torpederas rusas recién adquiridas (unos navíos de escaso tamaño y característicos por su velocidad, aunque también por su poca resistencia a los ataques) partiría desde su base en Portman (Cartagena) en dirección al puerto de Alicante. Allí, estos pequeños buques se encontrarían con la 1ª Flotilla de Destructores, la cual les abastecería de combustible y les escoltaría hasta la bahía de Palma, donde, finalmente, realizarían un ataque relámpago contra los buques franquistas allí fondeados.
Se ordenó al grueso de la flota republicana (7 navíos al mando del Almirante Luis González Ubieta) que cubriera el avance de la 1ª Flotilla de Destructores y de las lanchas torpederas navegando a 75 millas (unos 120 kilómetros) del Cabo de Palos. De esta forma, se pretendía proteger a los asaltantes de posibles maniobras llevadas a cabo por la flota franquista.
Frente a las costas de Cartagena, cuando una flota franquista y otra republicana se enfrentaron en la que -a la postre- sería conocida como la mayor batalla naval de la Guerra Civil.
«El “Baleares”, (…) el “Canarias” (…) y el “Cervera” (…), y en rumbo opuesto iba la escuadra enemiga»
Aquel 6 de marzo de 1.938, y tras la sucesión de una serie de complicadas maniobras navales, la marina gubernamental logró enviar al fondo del mar al orgullo de la Armada sublevada: el crucero «Baleares». Junto a este gigante metálico se hundieron además los cuerpos de casi 800 de sus tripulantes, un número que convirtió la tragedia de este buque en una de las más reseñables de la Historia española.Con todo, y a pesar de que los combates navales durante la Guerra Civil han sido dejados de lado por parte de la Historia, lo cierto es que las aguas españolas acogieron multitud de contiendas en la que se enfrentaron, a base de sangre y torpedo, a republicanos y franquistas. Y es que, el control de determinadas rutas marítimas era de vital importancia, pues a través de ellas se podían hacer llegar hasta tierra firme cientos de soldados y toneladas de material bélico determinantes para la guerra.
ANDALUCÍA
Huida de civiles, en febrero de 1937, hacia Almería tras la caída de Málaga.
NORMAN BETHUNE. LA HUELLA SOLIDARIA (CENTRO ANDALUZ DE LA FOTOGRAFÍA)
Durante una semana, en alpargatas o sin ellas, hambrientos y aterrorizados, entre 60.000 y 100.000 civiles huyeron a pie con lo poco que podían transportar —y que iban abandonando por el camino— desde Málaga, tras su caída en manos de las tropas sublevadas, hacia Almería. Una escapada-encerrona porque, mientras serpenteaban a paso de caracol por los 200 kilómetros de la carretera de la costa, recibían cañonazos desde el mar, metralla alemana desde el cielo y el aliento de columnas italianas y mercenarios africanos en el cogote. Cada paso, en vilo. No sabían si sería el último.Los Heinkels alemanes y los caza italianos bajaban en picado hacia la carretera “con tanta indiferencia como si practicaran tiro al blanco, sus ametralladoras tejían intrincadas formas geométricas sobre los refugiados que huían”
En Córdoba también hubo trágicas consecuencias. Un ejemplo son las operaciones aéreas exclusivamente de bombardeo a la ciudad por parte de la aviación republicana, con base, al principio de la contienda. 46 incursiones aéreas desde el 27 de julio de 1936 al 9 de diciembre de 1938, aportando el balance de víctimas (156 demostradas, de las que ha identificado a 127) y el daño en iglesias (Catedral, San Andrés, Santa Marina, etcétera), en edificios civiles y el pánico en la población, ofreciendo una nueva visión de la guerra.
PARA SABER MÁS, VER. :
--ITINERARIO POR LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LOS ESPACIOS DE SOCIABILIDAD DE CÓRDOBA
PARA SABER MÁS, VER:
https://www.youtube.com/watch?v=PylJpIUKJGc
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