LA ESCULTURA BARROCA
BERNINI.
La escultura barroca se desarrolla a través de las creaciones arquitectónicas, sobre todo en estatuas, y también en la ornamentación de ciudades en plazas, jardines o fuentes. En España también se manifestó en imágenes religiosas talladas en madera, en la llamada imaginería que esperaba despertar la fe del pueblo.
ITALIABERNINI.
El afán de movimiento llega a convertirse en una obsesión para los escultores barrocos. Miguel Angel llega al último extremo en la expresión del movimiento contenido en sí mismo, y ese sentido del movimiento es el que heredan sus imitadores manieristas. En el Barroco ese dinamismo se dispara hacia el exterior, y los miembros de las figuras y los ropajes se desplazan hacia fuera. En esa liberación, los ropajes adquieren la personalidad que nunca antes habían tenido. Sus formas se hinchan, sus plegados se multiplican y arremolinan, y el escultor atiende más al movimiento del paño que a la forma de la figura humana.
A la concepción puramente escultórica del Renacimiento, de planos precisos y líneas vigorosas, sucede otra de carácter más pictórico que se preocupa en representar más la apariencia que la imagen en sí misma. En esa misma apariencia se preocupa más de captar el momento, el estado de ánimo, y el éxtasis o máxima unión con Dios, resultado del exaltado fervor de la Contrarreforma.
La escultura barroca es efectista, trata de impresionar a quien la contempla, y mover su conciencia.
Podemos considerar a Juan Lorenzo Bernini (+1680) como el padre indiscutible de la escultura barroca. Napolitano de nacimiento, aunque establecido en Roma, es un artista precoz, de gran fantasía que impuso su estilo al resto de Europa.
El rapto de Proserpina, de Bernini.
Formado con su padre, colabora con él en el Rapto de Proserpina, obra en la que ya se aprecia la intensidad del movimiento. Pero donde su estilo se manifiesta sin trabas es en el David (1619). El joven héroe que Miguel Angel esculpió derecho, concentrado en sí mismo, con la mirada fija, se convierte en manos de Bernini en una figura de actitud violenta, representada en el momento mismo que va a arrojar la piedra (momento fugaz). El modelado del cuerpo refleja a un gran artífice del cincel.
Ambos valores, movimiento expansivo y finura del modelado, se acusan aún más en el famoso grupo de Apolo y Dafne (1621) que esculpe a los veintitrés años. Bernini ha elegido el momento mismo del final de la persecución, cuando, al abrazar el dios a la ninfa, los blancos brazos de ésta se hacen ramas, y su blanco cuerpo se recubre de las duras cortezas del tronco. Nunca se había interpretado el contraste entre la suave piel de la ninfa y la quebradiza corteza del árbol, por más que se había interpretado por varios autores este mismo tema.
Veinte años después, en 1644, tratará de nuevo el amor, pero no el amor pagano de Apolo y Dafne, sino el amor divino en la que será su obra maestra: El éxtasis de Santa Teresa, concebido el tema como un cuadro a pesar de ser una escultura de bulto redondo. Presenta a la Santa suspendida en el espacio, desfallecida sobre un trono de nubes horizontales y superficie rugosa, que al contacto con la superficie pulida de los ropajes, adquieren calidad vaporosa. El hábito, con sus grandes plegados, no permite apreciar las formas del cuerpo. Pero el conjunto muestra un cuerpo carente de vida, el pequeño pie desnudo y cayendo en el vacío, la mano entreabierta que solo apoya ligeramente. En contraste con la Santa desfallecida, la túnica del ángel vuela ligera, y su rostro rebosa vida y alegría al lanzar el dardo del amor divino.
Este tema del transporte místico lo trata de nuevo al final de su vida, aunque de una forma más sencilla pero con la misma intensidad en la Beata Albertona.
El movimiento expansivo, propio del Barroco lo representa también en la grandiosa actitud de San Longino de 1638. Obra que será modelo para sus sucesores.
Pero donde la grandiosidad, la teatralidad y el efectismo del barroco alcanzan su máxima altura, es en los monumentos funerarios. Lorenzo Bernini crea en el sepulcro de Urbano VIII el prototipo barroco: La estatua de bronce del Pontífice con el brazo levantado emerge en un elevado pedestas, mientras que a sus pies, esculpidas en mármol, se hallan representadas las figuras alegóricas de la Caridad y la Justicia que se apoyan en el sarcófago, del que se incorpora la Muerte para escribir en una negra lámina el nombre del difunto.
En el de Alejandro VII, abandona el modelo de Miguel Ángel, e imagina una gran cortina que la Muerte, de la manera más impresionante separa, quedando la misma aún escondida entre los pliegues. Tras la cortina muestra el sepulcro y el reloj de arena que cuenta nuestros días. Cuatro grandes figuras femeninas alegóricas, esculpidas en mármol blanco, ocupan los cuatro ángulos.
Incluso en sepulcros sencillos como el de Fonseca, (Iglesia de San Lorenzo en Roma) los concibe con sorprendente originalidad. De media figura y lleno de vida, parece querer hablarnos desde el nicho donde se encuentra. En realidad nos está ofreciendo un auténtico retrato del difunto.
En el género del retrato, también dejó Bernini la huella excepcional de su talento artístico, además el naturalismo propio del barroco encuentra en el retrato uno de los temas más apropiados. En el busto de Constanza Buonarelli y en el del Cardenal Borghese, puede apreciarse dos características del escultor italiano, el intenso naturalismo que imprime a los rostros y la penetrante mirada. Unos años más tarde (1665) en el retrato de Luis XIV, considerará más decisivo para el aspecto general de la obra, el intenso movimiento. También en la estatua ecuestre de Constantino, del Vaticano (1663) puede apreciarse este movimiento, y puede apreciarse también como ha roto con el esquema clásico del retrato ecuestre y adopta una nueva postura, que arraigará en el barroco, del caballo apoyado en las dos patas traseras.
Su obra, La Fuente del Tritón (Roma), es un bello ejemplo de cómo puede llegar a fundir en una misma obra la arquitectura y la escultura.
Juan Lorenzo Bernini crea escuela, sus discípulos seguirán su trayectoria no sólo en Roma, sino en el resto de Europa, e incluso al otro lado del Atlántico.
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