FERNANDO VII
1- La restauración absolutista (reacción), entre 1814 y 1820.
2- El Trienio Liberal (revolución), entre 1820 y 1823.
3- La Década Ominosa (reacción), entre 1823-1833.
4- La Emancipación americana
4- La Emancipación americana
INTRODUCCION:
El segundo reinado de Fernando VII va a suponer un periodo que va
a bascular entre el rechazo a la Constitución del 12 y su aceptación. Va a ser
una lucha entre sus principios absolutistas y los liberales. A la vuelta de
Fernando VII en 1814 se va a producir una primera represión de las ideas
liberales desarrolladas durante el periodo anterior, pero estas ideas no van a
ser extirpadas y permanecerán de forma clandestina o se manifestarán a través de
pronunciamientos hasta que en 1820 uno de ellos, el de Riego, logra triunfar y
restablecer las conquistas de las Cortes de Cádiz aunque sól durante tres años
ya que a partir de 1823 volverá el absolutismo….por ello este segundo reinado
presenta 3 grandes fases:
1-LA
RESTAURACIÓN ABSOLUTISTA (1814-1820) (“Sexenio absolutista”)
El 11 de diciembre de 1813 se firmó el Tratado de Valençay,
por el que se destronaba de hecho a José Bonaparte. El nuevo rey Fernando VII
entró en nuestro país por la frontera de Girona en 1814, con el fin de dirigirse
a Valencia. De esta manera evitaba verse obligado a jurar la Constitución de
Cádiz ( a pesar de que en los contactos que mantuvo con las Cortes había
legitimado su obra legislativa) que es lo que hubiera sucedido de haber tomado
la ruta directa hacia Madrid. Téngase en cuenta que las Cortes habían decidido
no reconocerlo como rey hasta que no hubiera jurado la Constitución.
Nada más llegar a España, Fernando VII encontró muchos apoyos e
incitaciones para que gobernara como monarca absoluto, entre los cuales conviene
destacar dos: el general Elío, un militar ultrarrealista que puso a
disposición del Rey el segundo ejército; y el que le prestaron los diputados
“serviles” de las Cortes ordinarias. Estos diputados fueron denominados
así por sus enemigos políticos, existiendo discrepancias por parte de los
historiadores sobre si se les identificaba de esta manera como serviles (de
siervo), o como «ser viles». Sea como fuere, lo cierto es que estos, al
propugnar el Manifiesto de los persas, demandaban
al Rey la restauración del absolutismo. Añádase a todo esto que el pueblo llano
aclamó con entusiasmo al nuevo rey (“vivan las caenas”), al Deseado,
a quien concebían según los usos y modos anteriores a 1808; es decir, como
monarca absoluto.
LA SITUACIÓN INTERNA Y LA POLITICA INTERIOR
DE FERNANDO VII
Las circunstancias de orden interior aconsejaron a Fernando VII
desde el primer momento la restauración del absolutismo, tras evaluar los apoyos
con que contaba: la mayoría del pueblo llano, que le aclamaba con entusiasmo,
una parte del ejército y un sector considerable de los diputados de las Cortes.
El Rey, ante estas evidencias, dio en realidad un
golpe de Estado, si por tal se entiende la promulgación del Real Decreto de 4
de mayo de 1814 , por el que se declaraban «nulos y de ningún valor ni
efecto, ahora ni en ningún tiempo, como si no hubieran pasado jamás tales actos»,
los Decretos de las Cortes y la Constitución de Cádiz. Desde ese momento, los
partidarios de la monarquía constitucional fueron proscritos como traidores,
quedando reservada la pena de muerte para quienes mantuvieran aquellos
principios.
La facilidad con que Fernando VII se desembarazó de las
imposiciones liberales radicalizó las posturas de los absolutistas, quienes se
afanaron de inmediato en la reinstauración de las instituciones del Antiguo
Régimen, incluida la Inquisición. Además, se restablecieron inmediatamente los
señoríos y los otros. privilegios del estamento nobiliario y se reintegraron a
la Iglesia las propiedades desamortizadas.
EL CONTEXTO INTERNACIONAL. LA SANTA ALIANZA
Tras la derrota de Napoleón en Waterloo el mapa político,
social e institucional de Europa cambió radicalmente; aunque por lo que
concierne a nuestro país, las fronteras definitivamente delimitadas en la Paz
de los Pirineos de 1659 no sufrieron modificación alguna.
Lo esencial de la política postnapoleónica en el continente fue
la restauración del Antiguo Régimen, sobre el ideario del legitimismo
y bajo la garantía de la Santa Alianza, que era la cobertura
ideológica de la coalición que habían formado las potencias vencedoras de
Napoleón, para mantener el absolutismo.
España, cuyo papel en la derrota de Napoleón fue decisivo, no
formó parte del grupo de países que tomaba las decisiones en la Santa Alianza,
aunque formara parte de ella por decisión secreta del rey Fernando VII.
La política de Fernando VII de restauración
absolutista, independientemente de sus tendencias o
preferencias personales, estaba en línea con la que, con la excepción de
Inglaterra, se practicaba en toda Europa. No es descartable por tanto que, de
haber jurado el monarca la Constitución de Cádiz e instaurado un régimen liberal
en España, este hubiera sido sofocado inmediatamente por la Santa Alianza, tal
como haría algunos años más tarde para acabar con el Trienio Liberal
(1820-1823).
La Guerra de la Independencia deterioró hasta límites
extremos la situación de España, hasta quedar reducido nuestro país a la
condición de potencia de segunda o tercera categoría. En la Guerra de la
Independencia se iniciaron los movimientos independentistas en América, todos
ellos bajo el signo del liberalismo.
LA PRIMERA RESTAURACIÓN ABSOLUTISTA (1814-1820)
La restauración del absolutismo provocó una escisión entre los
españoles. En las Cortes de Cádiz esta tendencia era ya evidente, pero
minoritaria porque se reducía estrictamente a los diputados presentes en las
sesiones de discusión y trabajo. Sin embargo, tras el regreso de Fernando VII
España se polarizaba en dos bandos: el de la tradición -el
absolutismo en este caso- y el del progreso en cualquiera de sus
manifestaciones, que en aquel momento representaba el liberalismo. Por primera
vez se iniciaba la represión sistemática del adversario político, la depuración
de la administración y el destierro.
Consecuencia inmediata del golpe de Estado fue la represión.
Se procedió a la detención y juicio tanto de los afrancesados como de los
liberales, acusados respectivamente de traición y de conspiración contra el Rey. Como los Tribunales no pudieron
concretar las acusaciones, no establecidas corno delito en la legislación del
Antiguo Régimen, fue el propio Rey quien tuvo que dictar sentencia: destierro y
confiscación de propiedades para los ministros consejeros, militares y
funcionarios que habían colaborado con José I y prisión o destierro y
confiscación de bienes para 51 diputados. ministros o regentes liberales
encarcelados, de los 100 que habían sido procesados. Otros muchos habían
conseguido huir en las primeras semanas de represión. Mientras que en 1818
Fernando VII atenuó las medidas contra los afrancesados y restituyó sus
propiedades a los familiares, la persecución contra los liberales se mantuvo
hasta 1820. fecha hasta la cual ni unos ni otros pudieron regresar a España.
En realidad, el trato recibido por los afrancesados fue
diferente en función de su implicación en el gobierno de José I. Quienes
justificaron su apoyo a los franceses por la imposibilidad de victoria o con
argumentos providencialistas, y enviaron solicitudes de perdón al Rey (hombres
como Llorente, Reinoso o el obispo Félix Amat) no fueron atendidos. Mucho menos
lo fueron los políticos y militares que. de forma expresa y pública, habían
aceptado el gobierno josefino y se implicaron en él (Azanza, Cabarrús y Urquijo,
entre otros). Procedentes de las filas del viejo despotismo ilustrado, eran
partidarios de reformas, pero no liberales; pensaban que había que enfrentarse
a la anarquía que para ellos significaba la rebelión popular. Situados entre los
absolutistas intransigentes y los liberales, eran sinceros patriota, pero su
programa era ya anacrónico, y resultó un fracaso completo que pagaron con el
destierro y la confiscación de sus bienes. Diferente trato recibieron los
funcionarios que habían jurado fidelidad al nuevo Rey para mantener sus empleos:
la mayoría de ellos fueron excluidos de las medidas represivas de Fernando VII.
En consonancia con el Antiguo Régimen, Fernando VII gobernó
mediante sucesivos ministerios, en permanente inestabilidad politica ante
la falta de coherencia en la línea a seguir y la incapacidad de los consejeros
del Rey para gobernar un país que, quisieran o no. ya no podía ser gobernado
como antes. El auténtico gobierno en la sombra lo constituía la camarilla,
formada por hombres de confianza del Rey: clérigos, aristócratas
reaccionarios y consejeros que impedían cualquier cambio que, por leve que
fuera, permitiera al régimen sobrevivir. El resultado fueron seis años caóticos,
en los que los problemas se fueron agravando hasta provocar el triunfo del golpe
militar de 1820.
Una serie de
graves problemas acabó por dar al traste con
el régimen absolutista. En primer lugar, en toda Europa se produjo una
caída de los precios gracias a una racha de buenas cosechas. Tal
situación incidió sobre un país arruinado tras 5 años de guerra e incapaz de
reconstruirse, con un mercado nacional que seguía siendo inexistente, y un
comercio colapsado por el hundimiento de la producción industrial y la pérdida
del mercado colonial. Esta situación coincidió con una serie de factores que
agravaron la situación en el campo: la restitución de sus bienes
a la nobleza y a la Iglesia; la vuelta de la Mesta, que forzaba a los campesinos
a abandonar las tierras recién roturadas para volverlas a convertir en pastos;
y el restablecimiento de los derechos jurisdiccionales (en la práctica, porque
el decreto de las Cortes de 1811 quedó simplemente en suspenso). Todo ello hizo
subir la tensión en las zonas agrarias, hasta desencadenar sucesivos
movimientos de protesta. Eso explica porqué los campesinos apoyaron en 1820 el
golpe de Riego.
El descontento no se limitó al campo. Se extendió también
paulatinamente entre los grupos sociales urbanos, a causa de la
represión política, del hundimiento económico, de la pérdida del comercio
colonial (como consecuencia del movimiento independentista americano) y del
paro subsiguiente, que afectaba a los sectores burgueses y al naciente
proletariado.
Una institución especialmente sensible fue el ejército.
El gobierno fernandino se vio ante la imposibilidad de recompensar a los
militares tras el esfuerzo de guerra. la negativa a integrar a los jefes
guerrilleros en el ejército, el retraso en el pago de soldadas, las míseras
condiciones de vida en los cuarteles. y. sobre todo, el envío de tropas a
América para intentar sofocar la rebelión independentista multiplicaron el
malestar. No debemos olvidar que el pronunciamiento de Riego en 1820 se produce
precisamente entre las tropas preparadas para embarcar hacia las colonias.
Pero el principal problema de los débiles gobiernos fernandinos
era, sin duda, la quiebra financiera del Estado. Los sucesivos ministros
de Hacienda se encontraron con la imposibilidad de gestionar unos ingresos
medios de unos 650 millones de reales anuales para unos gastos corrientes de
850, más la amortización e intereses de una deuda que ascendía a 12.000
millones. A los gastos ordinarios había que sumar la reconstrucción tras la
guerra y los enormes gastos militares necesarios para sofocar el levantamiento
colonial. Sucesivos ministros fracasaron en su intento de reequilibrar la
situación de la Hacienda al borde de la bancarrota. Los expertos eran
conscientes de que la causa del problema estribaba en que la mayor parte de las
tierras del país no estaba gravada con impuestos, pero una y otra vez
tropezaron con la negativa del clero y de la nobleza a pagar tributos,
Oposición para la que contaban con el total respaldo de un Rey que prefirió
cambiar ministro tras ministro sin encontrar solución al problema.
La dureza de la reacción absolutista
obligó a los liberales a decidir entre:
a) Marchar al exilio. Esta fue la actitud de
millares de liberales, e incluso de los afrancesados, mucho más moderados que
aquellos. Con este éxodo -el tercero-, se reproduce de nuevo el espectáculo del
exilio de los judíos y de los moriscos, disfrazado entonces de expulsión étnica;
al mismo tiempo que asistimos al primer gran exilio político moderno de la
historia de España. El último tendría lugar inmediatamente después del triunfo
del general Franco en la Guerra Civil
b) Pasar a la clandestinidad. Así obraron quienes
eran conscientes del peligro de la represión y del escaso apoyo popular con que
contaba el liberalismo. Por esto pensaron que el triunfo de sus ideas dependía
de la actitud del ejército. Convencidos de esta realidad, iniciaron sus
maniobras conspirativas para imponer, por la vía del pronunciamiento militar,
la causa liberal por la que habían combatido durante la guerra contra los
franceses.
c) El atentado político. Aunque es menos conocido
este aspecto, tampoco faltaron los intentos de imponer la solución liberal
eliminando al principal obstáculo: Fernando VII. En 1816 tuvo lugar un intento
de asesinato del Rey en un burdel de Madrid, a donde acudía con bastante
frecuencia en sus escapadas nocturnas. Fracasada la operación, los implicados
fueron ejecutados.
d) Ganarse el aprecio del nuevo régimen. Este fue
el caso de quienes intentaron lavar su imagen, para hacerse perdonar el papel
desempeñado durante la guerra, o su colaboración o simpatía con José I
Bonaparte. El más ilustre de todos, Francisco de Goya, tenido por afrancesado,
pintó después de acabada la guerra sus dos cuadros más significativos: La
carga de los mamelucos y Los fusilamientos del 3 de mayo, muy
lejos ya de los años en que se produjeron los hechos. De poco le valió aquella
demostración de patriotismo y de simpatía por la causa española: el viejo pintor
tuvo que emprender también el camino del exilio. Lejos de su país, falleció en
Burdeos en el año 1828.
LOS PRONUNCIAMIENTOS
El pronunciamiento es una proclamación política por parte
de unos pocos militares, a veces uno solo, para cambiar el rumbo político en
España. Con los pronunciamientos se abre un peligroso camino en nuestro país, al
quedar demostrado que la intervención militar era también un medio para
propiciar los cambios, o para conseguir el poder más rápidamente y con menos
complicación que siguiendo la vía legal o los procedimientos democráticos. Los
autores del pronunciamiento contaban a menudo con el apoyo de algún grupo
social, político o económico, con influencia suficiente para lograr el cambio.El
pronunciamiento fue siempre obra de una minoría, sean cuales fueren las
simpatías que suscitara entre las mayorías. La finalidad de los
pronunciamientos era por lo general unánime: el cambio político, aunque no lo
fueran tanto los motivos. Así, mientras los liberales pretendían cambios de
tipo político, la oligarquía terrateniente y de los negocios los pretendía de
índole económica. Los militares, que eran los ejecutores materiales de los
pronunciamientos, buscaban frecuentemente gloria personal y ascensos en el
escalafón.
En el período comprendido entre 1814 (el regreso de Fernando VII)
y 1819 se produjeron varios pronunciamientos liberales, que al final fracasaron
todos. Los más importantes fueron los de:
- Espoz y Mina se levantó en Pamplona en septiembre de
1814 contra el absolutismo fernandino, intentando cambiar la voluntad del Rey
hacia una solución liberal. El movimiento fracasó y Espoz y Mina tuvo que
refugiarse en Francia.
- Menos suerte tuvo Díaz Porlier, otro héroe de la Guerra
de la Independencia y declaradamente liberal. El antiguo guerrillero, que había
sido la pesadilla de los franceses en la región noroeste de España, fue ahorcado
tras el fracaso de su pronunciamiento a favor de la Constitución de 1812.
- La Conspiración del Triángulo, al parecer de inspiración masónica, tuvo lugar en 1816, y tenía como objetivo secuestrar al Rey para obligarle a jurar la Constitución de 1812. Este hecho será el antecedente más inmediato del alzamiento del coronel Riego en 1820.
- Los generales Lacy y Milans del Bosch se pronunciaron en Barcelona, donde se contaba, al parecer, con el apoyo de un amplio sector de la burguesía catalana. El pronunciamiento fracasó, siendo su primera consecuencia la condena a muerte de Lacy por parte del propio general Castaños, el otro héroe de la Guerra de la Independencia y vencedor de los franceses en Bailén. Este Último episodio es tal vez el testimonio más elocuente de la división entre los españoles que se inicia a partir de las Cortes de Cádiz, escisión que no dejaría de incrementarse durante los siglos XIX y XX:, cuando, sobre este sustrato inicial, se sobreimponga el dramatismo de la lucha de clases.
- La última conspiración fracasada, la de 1819, tuvo lugar en
Valencia, y, aunque fue reprimida con cmeldad inaudita, no se lograría por ello
evitar el alzamiento exitoso del coronel Riego en Cabezas de San Juan, el
año siguiente.
- EL
PRONUNCIAMIENTO DEL GENERAL RIEGO:
El 1 de enero de 1820. el teniente coronel Rafael Riego al mando
de un cuerpo de ejército se sublevó en Cabezas de San Juan contra el régimen
absolutista impuesto en España desde el regreso de Fernando VII. Las tropas se
encontraban acantonadas en esta localidad sevillana esperando ser embarcadas
hacia América para sofocar el movimiento independentista, que, aunque ya había
obtenido triunfos importantes en Boyacú (1819), Maipú (1817) y Chacabuco (1818),
todavía no había conseguido los decisivos de Carabobo, Pichincha y Ayacucho
(todos ellos posteriores a 1820), que decidieron el fin de la presencia española
en la América continental. Se ha especulado mucho acerca del papel que pudo
jugar la masonería en el levantamiento de Riego. Que el intento de Riego triunfara fue más bien consecuencia de
factores ajenos al propio golpe. Pasaron dos meses entre el
pronunciamiento y el triunfo de la revolución, dos meses en los que Riego
emprendió una marcha a la desesperada proclamando la Constitución por toda
Andalucía sin obtener demasiados apoyos. El golpe triunfó gracias al apoyo de
otras guarniciones (la Coruña, Barcelona, Asturias, etc.) y, sobre todo, a la
irritación campesina por la situación económica, que se expresó en
levantamientos por todo el país que contribuyeron a atemorizar al gobierno de
Fernando VII.
El levantamiento triunfó definitivamente cuando el ejército
enviado por el Gobierno para combatir la sublevación se pronunció también en
Ocaña (Toledo) a favor de la Constitución de 1812.La primera medida política de
las nuevas autoridades fue la reimplantación de la Constitución de Cádiz
de 1812 y la puesta en vigor de los principios que proclamaba,
especialmente las libertades de expresión, de reunión y de asociación.
Esta última permitió la aparición de las llamadas sociedades patrióticas,
que eran en realidad grupos informales de liberales, que discutían libremente
(generalmente en cafés y en otros lugares públicos) los problemas del país y los
principios del liberalismo. Este hecho es importante, dado que las sociedades
patrióticas representaban la plataforma básica a partir de la cual iban a surgir
los partidos políticos modernos. Siendo esto importante, las sociedades fueron
también desde el primer momento un instrumento de formación política del pueblo
menos ilustrado para neutralizar su proclividad hacia el absolutismo.
2-EL TRIENIO LIBERAL (1820-1823)
Las canciones revolucionarias:
el Himno de Riego y el Trágala.
Himno de Riego
"Serenos, alegres. valientes, osados, cantemos, soldados, el Himno a la lid.
Y a nuestros acentos el orbe se admire, y en nosotros mire los hijos del Cid.
Soldados, la Patria nos llama a la lid; juremos por ella vencer o morir
Blandamos el hierro, que el tímido esclavo, del libre, del bravo la faz no osa ver.
Sus huestes cual humo veréis disipadas, y a vuestras espadas fugaces correr.
Soldados, la Patria...
¿El mundo vio nunca más noble osadía? ¿Lució nunca un día más grande en valor que aquel que inflamados nos vimos del fuego que excitara en Riego de Patria el amor?...
El Trágala
"De los pellejos de los serviles
hemos de hacernos portafusiles y al que le pese que roa el hueso y un cordelito
para el pescuezo.
Trágala, trágala, trá~ala, trá~ala... (bis)
Tragala. faga fa tú, servilon, trágala, trágala... fbis) tú que no quieres constitución.
Se acabó el tiempo en que se asaba cual salmonete la carne humana.
Los liberales dicen a eso al que le pese que roa el hueso
Inmediatamente después de las primeras medidas de la Junta de Gobierno, esta dio paso a la formación de un gobierno liberal del que formaron parte algunos personajes que habían participado en la elaboración de la Constitución de 1812, a la sazón presos en las cárceles de Fernando VII. Éstos, por extraño que parezca, eran el sector más moderado del nuevo Gobierno, y los más decididos a aceptar a Fernando VII como rey constitucional. Serían los llamados moderados o doceañistas, partidarios de pactar con la Corona para implicada en el proceso reformista. Argüelles, Martínez de la Rosa y Toreno eran los personajes más representativos de esta tendencia. Pero junto a ellos surgieron los exaltados o veinteañistas, para quienes la Constitución gaditana había quedado obsoleta y era preciso reformada en un sentido más progresista o escorado hacia la izquierda. La base social de los veinteañistas eran las clases medias urbanas y la oficialidad del ejército, siempre proclives a soluciones radicales que condujeran a la desaparición de! Antiguo Régimen.
Las tendencias que se señalan, moderada y exaltada, revisten suma
importancia, porque a partir de la brecha abierta en este momento en e! campo
liberal empiezan a delimitarse con bastante claridad las dos grandes corrientes
ideológicas de la España contemporánea, la derecha y la izquierda, que por
evolución y con las lógicas adaptaciones al imperativo de los tiempos van a
configurar los partidos que vertebrarán la vida política española hasta
nuestros días.
La política del Trienio, a pesar de que intentaba liquidar el
Antiguo Régimen, se llevó a cabo con relativa moderación, diseñándose en este
caso un modelo de transición que, con las lógicas diferencias y adaptaciones,
se aplicaría en varias ocasiones. La última de ellas en el último tercio del
siglo xx durante la transición del franquismo a la democracia. En la de 1820 se
trataba de implicar al monarca en el proceso de cambio, contando con el concurso
del sector más moderado de la oposición política -los doceañistas en este caso-
encarcelados hasta el momento de la transición por el régimen absolutista
fernandino. Se vinculó incluso a las fuerzas económicas y políticas del viejo
sistema, es decir, a la aristocracia, al proceso de creación del Nuevo Régimen,
garantizándoles previamente la propiedad privada de sus dominios feudales o
señoriales y su preeminencia política en el Senado, que era realmente una
segunda Cámara en las Cortes que les permitía filtrar las decisiones de la
Cámara Baja o Congreso (el verdadero depositario de la soberanía nacional)
cuando fueran contrarias a sus intereses.
El liberalismo moderado. que había actuado con tanta diligencia
para garantizar los bienes de la aristocracia, previa transformación jurídica
de los mismos (los dominios feudo-señoriales o bienes vinculados fueron
convenidos en propiedad libre), no hizo lo mismo con la Iglesia, contra la que
se dictaron una serie de disposiciones contrarias a su estatus tradicional,
incluidas algunas leyes desamortizadoras, la expulsión de los jesuitas y la
reducción del clero a las leyes comunes.
Una fuente de inestabilidad también fué la actitud involucionista del Rey. Expresada a través de los nombramientos de ministros absolutistas. del veto a determinadas leyes y de la des confianza ante los ministros liberales, que llegó incluso a hacer pública en 1821 ante las Cortes. Al cabo de pocos meses comenzó a pedir secretamente una intervención extranjera que le restaurara en su poder absoluto. Los liberales, por su parte. desconfiaban también del Monarca y de su gobierno. En la práctica. la contradicción constitucional entre el derecho del Rey a nombrar libremente a sus Ministros y la obligación de éstos de responder ante las Cámaras, ocasionó continuos conflictos y cambios de gobierno.
A esta inestabilidad gubernamental se sumó la presión en la
calle, tanto de radicales exaltados, a través de las Sociedades
Patrióticas, como de la reacción absolutista, que produjo levantamientos y
provocó la resistencia guerrillera, sobre todo en el Norte. Todos los
testimonios de la época hablan de continuas manifestaciones. algaradas en las
calles y en locales públicos (cafés, teatros), con enfrentamientos entre
partidarios radicales y las fuerzas militares. La proliferación de prensa
exaltada, las canciones populares y la sátira florecieron en un clima de
intolerancia hacia los llamados serviles, ante la inoperancia del
gobierno, lo que contribuyó a alimentar la contrarrevolución.
La Legislación reformista del Trienio: A lo largo de estos tres años
las
Cortes aprobaron una legislación reformista que tenía la intención de
acabar con el Antiguo Régimen. En el terreno agrario, se emprendió una
legislación dirigida a favorecer más a los propietarios rurales y urbanos que
al campesinado cuya decepción fue determinante para explicar la caída del
régimen en 1823. Entre las principales medidas destacan:
* la supresión de la vinculación de la tierra en todas sus
formas (mayorazgos, tierras eclesiásticas y comunales);
* la desamortización de tierras de propios y baldíos, con
el doble propósito de proporcionar tierras a militares retirados y labradores,
v destinar los fondos a amortizar la deuda del Estado. Fue un fracaso: las
tierras fueron a parar a los propietarios, aumentando su poder, y se recaudó
mucho menos de lo esperado;
* la desamortización eclesiástica: tierras de conventos.
que casi no hubo tiempo de llevar a la práctica;
* la reducción del diezmo a la mitad: los diputados no se
atrevieron a eliminarlo por completo, para no arruinar a la Iglesia. lo que sólo
consiguió provocar el descontento de los campesinos;
* el establecimiento de una contribución directa sobre la
propiedad que debía aplicarse a partir de 1822;
* el restablecimiento del decreto de 1813 que declaraba la
libertad de contratación. de explotación y comercialización de la producción
agraria, lo que sirvió para que los propietarios revisaran al alza los viejos
contratos.
Las consecuencias de esta política fueron negativas: no mejoró la situación campesina, se consolidó la gran propiedad, y originó el alineamiento campesino a favor de la reacción absolutista.
La política religiosa de las Cortes estuvo marcada por el anticlericalismo y la defensa visceral del poder del Estado. Se exigió a los clérigos el juramento de la Constitución y el estudio de la misma en las escuelas (en manos de la Iglesia), así como su explicación desde los púlpitos, medidas que fueron rechazadas por los obispos. Volvieron a suprimirse el Tribunal de la Inquisición y la Compañía de Jesús, y, como ya hemos visto, también se decretó el fin de la vinculación de las tierras de la Iglesia. Pero la medida más importante fue la Ley de Supresión de Monacales, sin duda la más polémica de todo el Trienio:
se disolvían todos los conventos regulares, menos los ocho de
mayor valor histórico y artístico; las órdenes pasaban a depender de los
obispos; se prohibía aceptar nuevos novicios, y se desamortizaban sus bienes
para venderlos y amortizar deuda. Apenas tuvo tiempo de aplicarse. La
consecuencia de toda esta legislación fue el enfrentamiento con la Iglesia, que
pasó a apoyar decididamente la vuelta al absolutismo y a la vieja alianza entre
el Altar y el Trono.
Otro aspecto de la legislación reformista fue la
reorganización militar y policial, encaminada a satisfacer las
reivindicaciones militares y a garantizar la defensa de la Constitución. La Ley
Orgánica del Ejército establecía su subordinación al poder civil, una
mejor instrucción, un sistema de ascensos más ágil, una mejora en los sueldos y
el principio de desobediencia a toda orden que tendiera a atentar contra el
orden constitucional. Se restableció la Milicia Nacional,
con el objetivo de contar con un cuerpo de defensa de la Constitución y de
apoyo al ejército en caso de guerra. Por su parte, la Ley de Orden Público
establecía garantías para la defensa del nuevo orden constitucional. De todo
ello, la consecuencia más significativa fue la legitimación de la participación
del ejército en la vida política, que traería funestas consecuencias en la
historia posterior de España.
La reforma educativa, pendiente desde 1808, se abordó a través del Reglamento General de Instrucción Pública, que establecía la secularización de la enseñanza como principio, la centralización del sistema educativo, su extensión gradual, su ordenación en tres niveles (primaria, secundaria y superior), y la regulación de la enseñanza privada. Prohibía los castigos corporales y la educación mixta.
El problema de la Hacienda se afrontó asumiendo la deuda
del gobierno anterior e ideando una reforma a medio plazo. Mientras tanto se
tomaron medidas de urgencia para afrontar la situación a corto plazo. Así, se
procedió a una devaluación y a un recorte de los gastos, y posteriormente se
suscribieron créditos en el extranjero para invertir en obras públicas,
completamente abandonadas desde la guerra. El sistema definitivo, que debía
entrar en vigor en 1823, se basaba en la Contribución Territorial Unica y
Directa, un impuesto sobre la propiedad de la tierra, y en los llamados
consumos, o impuestos indirectos. Posiblemente hubiera
comenzado a resolver el problema, pero no llegó a ponerse en vigor a causa de la
invasión francesa. Los liberales del Trienio también decepcionaron en materia
fiscal. Para reducir la carga se procedió a rebajar el diezmo a la mitad, pero
esta medida ni alivió demasiado a los campesinos ni permitió un respiro al
gobierno, que no podía eliminar aquél sin previamente fijar el nuevo sistema de
impuestos. Lo que consiguió fue irritar a los campesinos, que ya habían dejado
espontáneamente de pagar a la Iglesia. y que se encontraron con que debían
seguir pagando y además también con la amenaza del nuevo sistema de impuestos.
CAUSAS
DEL FRACASO DEL TRIENIO
El Trienio no fue sino un paréntesis en la restauración
absolutista y ello se debió a una serie de problemas internos y a la
intervención extranjera:
**Problemas Internos: La
política de orientación moderada provocó, por una parte, el descontento de los
sectores más extremos de la derecha (los absolutistas) y por otra, la repulsa de
la izquierda (los liberales exaltados o veinteañistas). En definitiva, las
consecuencias que se derivaron fueron de diversa naturaleza: sociales y
económicas, por una parte, y políticas, por otra.
- Las consecuencias sociales y económicas
resultaron en cualquier caso negativas. La desamortización
de bienes de la Iglesia, además de acrecentar el patrimonio de las clases
poseedoras agravó considerablemente las condiciones de vida de la población
campesina, habida cuenta de que al cambiar de manos la propiedad, antes
vinculada y ahora privada, se alteraron también los antiguos modos de
producción y las formas de explotación, que ahora eran ya decididamente
capitalistas. Las condiciones de los campesinos, en lugar de mejorar,
empeoraron, lo que hizo que se inclinaran hacia las tesis absolutistas, que
eran también las que compartía la mayor parte del clero, igualmente perjudicado
por la política desamortizadora del Trienio.
- Las consecuencias políticas
fueron graves, a pesar de cuanto tiene de positivo el primer ensayo liberal.
Los liberales se escindieron definitivamente a partir del inicio del Trienio,
separándose los que hicieron la revolución de 1820 -los exaltados-, de quienes
se iban a beneficiar de ella, es decir, los moderados y las oligarquías del
Antiguo Régimen, reconvertidas ahora en liberales, y asociadas a la nueva
situación. Por esta causa procedieron los moderados a disolver inmediatamente
las juntas (dominadas por los exaltados) ya desarmar al ejército revolucionario.
Incluso al propio Riego se le ordenó la disolución de sus tropas, siendo después
destituido, encarcelado y finalmente ejecutado en 1823.
El propio rey Fernando VII, que en
correspondencia privada no dejaba de solicitar la intervención de la Santa
Alianza para restablecer el absolutismo( también por medio des u labor
obstruccionista en las cortes), no logró detener, a pesar de todo, los
movimientos absolutistas, descontentos con los moderados por causa de la
política llevada a cabo en relación con la Iglesia.
Aunque se produjeron varias intentonas absolutistas, sólo dos de
ellas fueron realmente importantes, a saber:
a) En 1822 se produjo la sublevación de la Guardia Real.
que pudo ser sofocada gracias a la intervención de las milicias urbanas armadas
por los propios ayuntamientos. Este hecho revestirá una importancia
extraordinaria, pues a partir de ahora las milicias urbanas
van a ser el más firme baluarte del progresismo español durante el siglo XIX, y
el elemento más activo a la hora de imponer cualquier opción de izquierda.
b) La Regencia de Urgel, en el verano de 1822, es
otro hecho notable de la reacción absolutista, de entre los varios que se
produjeron en diferentes puntos del territorio español: en Cataluña, Valencia,
Navarra y el País Vasco, especialmente. En Cataluña, en la ciudad leridana de
la Seo de Urge!, se estableció la mencionada regencia, que permaneció durante
cuatro meses intentando reponer en el absolutismo al rey Fernando VII,
esclavizado por la Constitución, según ellos.
**Intervención extranjera:
Para entonces, las potencias europeas que formaban la Santa A1ianza,
en su Congreso de Verona (octubre de 1822) ya habían decidido
intervenir para acabar con el experimento revolucionario español. Hay que tener
en cuenta que la revolución española de 1820 había provocado una oleada
expansiva en todo el sur de Europa incluyendo Portugal y Nápoles, donde los
revolucionarios habían proclamado, lisa y llanamente, la Constitución gaditana.
Sofocados estos brotes revolucionarios, era preciso extirpar el ejemplo liberal
español. Con la abstención de Inglaterra, que obtuvo garantías de que la
intervención no se extendería a las colonias de América se encomendó a Francia
la operación militar. Tras varios meses de preparativos y discusiones en la
Asamblea francesa, el ejército francés los llamados Cien Mil Hijos de
San Luis, con el refuerzo de 35.000 voluntarios realistas entró
en España (abril de 1823) y recorrió sin apenas oposición. la Península. En
octubre liberaban al Rey en Cádiz devolviéndole su poder absoluto.
3-LA DÉCADA
OMINOSA (1823-1833)
Los historiadores han convenido en denominar de esta manera al
último período del reinado de Fernando VII, caracterizado al principio por la
represión contra los liberales, y, al final por una atenuación de la misma. Esta
última actitud aplacaba aparentemente los ánimos, aunque en realidad sólo
aplazaba el desbordamiento de las tensiones existentes entre el absolutismo y el
liberalismo, que no tardarían en desatarse en las guerras carlistas que
estallaron inmediatamente después del fallecimiento del Rey. A partir de 1823,
la represión se tradujo especialmente en la depuración de los oficiales del
ejército, jueces, funcionarios, etc., y de cuantos hubieran colaborado con el
gobierno del Trienio Liberal, o simplemente fueran sospechosos de liberalismo.
Su número sobrepasó ampliamente las 80.000 personas, incluidos civiles y
militares.
Ya desde la entrada de los franceses se formaron primero una
Junta Provisional y, semanas después, una Regencia. que actuaron en
nombre del Rey, aún «preso» del gobierno liberal. Las medidas tomadas, que
serán luego ratificadas por Fernando VII, tuvieron corno objetivo doble la
vuelta al Antiguo Régimen y la represión indiscriminada de los liberales. Entre
esas medidas, destacan: la restitución de los Ayuntamientos de 1820; la
revocación de todos los nombramientos y ascensos civiles y militares producidos
durante el Trienio; la restauración del sistema fiscal tradicional; el
restablecimiento del diezmo y la disminución del subsidio que la Iglesia pagaba
al Estado; la anulación de las desamortizaciones y de la supresión de órdenes
monásticas; y la restauración del régimen jurisdiccional en toda su extensión.
Fernando VII, en su Decreto de 1 de octubre, ratificó estas medidas y
declaró nula toda la legislación del Trienio. Las medidas represivas,
igualmente respaldadas por Fernando VII, renovaron la persecución en todos los
ámbitos de liberales y reformistas de todas las tendencias. En el ejército se
organizaron Comisiones Militares, que procesaron a todos los miembros de
aquél que desempeñaron papeles importantes durante el Trienio. las
Comisiones estudiaron un total de 1.094 casos; se ejecutó a 132 de los
procesados (incluido Riego), y se envió a presidio a otros 435. Se trataba de
desmantelar la oficialidad al completo, en la que Fernando VII yano podía
confiar. Las Juntas de Purificación, por su parte, fueron las encargadas
de depurar a todos los funcionarios, empleados públicos y profesores de
tendencia liberal. Su acción fue rigurosa, suspendiendo de sueldo a los
sospechosos y emprendiendo una auténtica caza de brujas, que condenó a muerte,
a la cárcel y a la expropiación a miles de personas que habían colaborado más o
menos activamente con los gobiernos del Trienio. Muchos de los represaliados
optaron por el exilio antes de ser depurados.
En cuanto a la Inquisición, fue sustituida por las
llamadas Juntas de Fe, que recibieron el encargo de
censurar y vigilar todas las publicaciones y opiniones para evitar cualquier
tipo de propaganda liberal.
Además de estas medidas, se creó el Voluntariado Realista,
formado por partidarios del absolutismo más rígido, que
sustituyeron a la
abolida Milicia Nacional y actuaron agudizando la represión por su
cuenta, en
una oleada de «ajustes de cuentas» que recorrió todo el país. Fernando
VII
pidió, por otra parte, la permanencia de las tropas francesas en España
para
poder, mientras tanto, reconstruir el ejército. Hasta 1825 la represión
fue durisima, a pesar de que en 1824 se aprobó un Decreto de Amnistía forzado
por Francia, pero lleno de excepciones que lo hacían, de hecho, ineficaz. El
Ministro de Justicia desde 1824, Calomarde, desempeñó un papel
tristemente protagonista dirigiendo la represión. Esta, aunque algo más lenta,
burocrática y leve, continuó hasta 1828, en que amainó bastante. En total, se
calcula que afectó a unas 80.000 personas.
La vuelta al absolutismo no fue, sin embargo, idéntica a la de
1814. No podía ser igual porque era ya evidente que había que introducir
cambios si se quería mantener el Antiguo Régimen. Se empezó por crear el Consejo
de Ministros en noviembre de 1823. Se emprendió una fuerte restricción de gastos
y se introdujo un presupuesto formal, para intentar controlar la gestión de
Hacienda. Se mantuvo la definitiva abolición de la Inquisición, y. en conjunto.
Fernando VII intentó mantenerse alejado de los absolutistas más radicales,
contando incluso con algunos ministros que como Cea Bermúdez o
López Ballesteros, eran claramente reformistas. Incluso la moderación de la
represión desde 1825 se adoptó ante la evidencia de que estaba suponiendo la
eliminación de los funcionarios v técnicos más cualificados de la
Administración.
Esa línea política sirvió para dividir al absolutismo en dos
bandos cada vez más enfrentados. Originó levantamientos realistas v
generó la reivindicación del trono para el hermano del Rey, el infante don
Carlos, reaccionario convencido (Carlos María Isidro de Borbón, se
convertirá en el representante del absolutismo más intransigente, y en defensor
del legitimismodinástico frente a los derechos de su sobrina Isabel, cuando ésta
nazca en 1830.)
. Pero, además la tibia moderación del régimen fue inútil,
por cuanto el gobierno siguió siendo incapaz de arreglar los problemas del país
y del Estado.
La crisis económica continuó agravándose en todos los
campos. En la agricultura, por la persistente caída de los precios. La vuelta de
la Mesta, la renovada presión fiscal y la falta de mercados, pese a que
continuaban prohibidas las importaciones de grano. En la industria, algunas
medidas, como la Léy de Minas. intentaban impulsar la producción. pero en
conjunto seguían faltando las bases para un despegue industrial: no había
capitales. ni inversores, ni estabilidad política ni un sistema fiscal que
animara a los empresarios a arriesgar su dinero. Sólo la industria textil
catalana apunta en estos años un ligero crecimiento. al reorientar sus
exportaciones al mercado europeo y hacia el interior. iniciando un tímido
avance hacia un mercado nacional. En cuanto al comercio, el hundimiento del
mercado colonial supuso un auténtico mazazo. pero tuvo la ventaja de orientar
los capitales repatriados desde América a inversiones en la Península. En 1829
se aprobó el código de Comercio, una normativa relativamente avanzada que
constituyó, junto a la creación de la Bolsa en 1831, la única aportación
importante de la década en el terreno legal.
El gobierno se mostró incapaz de abordar el problema de la
Hacienda, a pesar de los intentos bien enfocados de López Ballesteros.
Rechazada continuamente la propuesta de hacer tributar a los estamentos
privilegiados, al menos consiguió que se disminuyeran los gastos y que los
ministerios se atuvieran a un presupuesto durante algunos años, hasta que en
1827 la insurrección realista obligó a disparar el gasto militar, colapsando de
nuevo la Hacienda. El Tesoro se mantuvo durante esos años gracias a los
préstamos exteriores, conseguidos con intereses elevadísimos a causa de la
negativa de Fernando VII a reconocer la deuda contraída por los ministerios del
Trienio. En conjunto, en 1830 la deuda no había sido amortizada más que en un
7%, mientras que se había multiplicado por siete la deuda exterior, la
bancarrota era poco menos que inevitable.
El mayor foco de tensión de la década le vino a Fernando VII
desde su derecha. Los llamados realistas, partidarios del
absolutismo más cerril, criticaban el talante del Rey, a su juicio demasiado
moderado, la lentitud de la represión, el no restablecimiento de la Inquisición,
el decreto de amnistía y el hecho de que se mantuviera en altos cargos a
ministros sospechosos de moderantismo. Poco a poco los realistas fueron
radicalizando sus posturas y comenzaron a apoyar la candidatura al trono del
hermano del Rey, don Carlos, que conspiraba abiertamente por la
Corona. En 1826 aparecen nuevos movimientos guerrilleros en el Norte, formados
por campesinos y dirigidos por militares descontentos y clérigos
ultrarreaccionarios. Tras la aparición de un Manifiesto de los Realistas
Puros en 1826, que apoyaba el relevo en el Trono, en 1827 estalló una
insurrección general en el Pirineo catalán, la llamada Guerra de los
agraviados, que llegaron a controlar varias plazas importantes.
La gravedad de la situación llevó al propio Rey a viajar a Cataluña. En octubre
fueron finalmente vencidos, y ejecutados sus dirigentes. Pero la ruptura en el
bando absolutista se hizo definitiva. Los realistas más radicales pasaron a
apoyar abiertamente al príncipe don Carlos: era el comienzo del carlismo.
A partir de 1830 vuelven a producirse conspiraciones
animadas en parte por el triunfo de la revolución en Francia .Las intentonas son
abortadas, tanto la de Espoz y Mina en el Norte como la del general Torrijos,
que es apresado y ejecutado en Málaga tras ser engañado por el gobernador de la
ciudad. En 1831, sin embargo es evidente que el régimen ya no puede sostenerse:
la Hacienda está en quiebra, la disidencia en la Corte cristaliza en torno a
don Carlos, vuelven las protestas en la calle y el descontento campesino va en
aumento.
La política relativamente moderada del Rey, no consiguió atraerse
a los liberales, aunque le acarreó la animadversión de los absolutistas
intransigentes -los voluntarios realistas-, que, aunque pudieron representar en
principio una fuerza para la contención del liberalismo, se convirtieron a la
larga en el principal problema del Rey, al que acusaron de tibieza, " cuando no
de connivencia con los liberales.
La revuelta absolutista más importante fue la llamada de los
agraviados o malcontents, que prendió en algunas
comarcas de la Cataluña central, especialmente en Manresa, Cervera y la Plana
de Vic. Los malcontents, que llegaron a contar con 30.000 personas
armadas, pedían, además del restablecimiento de la Inquisición, el destierro de
todos los militares y funcionarios sospechosos de liberalismo, e incluso de
quienes no fueran considerados absolutistas puros. Contra lo que cabía esperar,
Fernando VII actuó decididamente contra la rebelión absolutista ejecutando a
todos sus cabecillas. Un hecho significativo fue el apoyo que le deparó la
burguesía catalana, que incluso pactó con el Rey la concesión de un préstamo a
cambio de la fijación de unas tarifas arancelarias, lo que significaba en la
práctica la iniciación de una política proteccionista favorable a la industria
catalana.
Finalizando el reinado de Fernando VII se produjo en Francia la
revolución liberal-burguesa de 1830, que se extendió inmediatamente por varios
países de Europa (Bélgica, Italia, estados alemanes, Austria, Polonia...). Los
ecos de esta oleada revolucionaria repercutieron también en España, donde
reaparecieron algunos exiliados que creyeron hallarse en la coyuntura más
favorable para la restauración del liberalismo. Algunos cabecillas fueron
apresados en Andalucía y ejecutados posteriormente, entre los que cabe
mencionar a Manuel Torrijos y la dama granadina Mariana Pineda. A
partir de aquí, y cerrada ya cualquier solución, quedaba abierto el camino para
el cambio de reinado y de régimen, aunque esto sucedería a partir de 1833, año
del fallecimiento de Fernando VII.
La no restitución de la Inquisición vino compensada con la
creación de un cuerpo de policía que la reemplazó en gran medida, pese a que su
actividad se encaminara preferentemente hacia la represión política,
especialmente del liberalismo.
Pasados los primeros momentos del nuevo período, Fernando VII
renunció por esta vez a la restauración plena del absolutismo, convencido acaso
de que era ya una vía agotada. Por eso optó por la vía más templada del
despotismo ministerial, como si este no hubiera periclitado también en el Motín
de Aranjuez de 1808. En realidad, esta última etapa del reinado de Fernando VII
puede considerarse como de transición hacia la instauración definitiva del
Nuevo Régimen, que tendrá lugar tras su muerte. Este proceso se iniciará
realmente durante la regencia de su esposa María Cristina de Barbón y culminará
en el reinado de su hija y sucesora Isabel II.
LA CUESTION SUCESORIA:
Fernando VII de España tuvo cuatro esposas pero solo la última, su sobrina María Cristina de las Dos Sicilias, le dió descendencia. No en vano, las dos hijas que tuvo con María Cristina, entre ellas la futuraIsabel II, se antojaron insuficientes para convencer a su hermanoCarlos María Isidro de Borbón de que no se entrometiera en el proceso de sucesión. Hasta entonces, todos los reyes desde la unión dinástica –salvo Carlos II «El Hechizado» que era estéril y Luis I y Fernando VI que reinaron muy poco tiempo– habían procurado dejar a su muerte al menos a un heredero varón. Una forma de evitar la problemática de hacer valer los derechos al trono de un heredero de género femenino, que, según el reglamento de sucesión impuesto por Felipe V, imposibilitaba a las mujeres a acceder a la corona, excepto en casos muy extremos. Los esfuerzos legales del Rey para anular esta situación llegaron tarde y mal.
Fernando VII de España tuvo cuatro esposas pero solo la última, su sobrina María Cristina de las Dos Sicilias, le dió descendencia. No en vano, las dos hijas que tuvo con María Cristina, entre ellas la futuraIsabel II, se antojaron insuficientes para convencer a su hermanoCarlos María Isidro de Borbón de que no se entrometiera en el proceso de sucesión. Hasta entonces, todos los reyes desde la unión dinástica –salvo Carlos II «El Hechizado» que era estéril y Luis I y Fernando VI que reinaron muy poco tiempo– habían procurado dejar a su muerte al menos a un heredero varón. Una forma de evitar la problemática de hacer valer los derechos al trono de un heredero de género femenino, que, según el reglamento de sucesión impuesto por Felipe V, imposibilitaba a las mujeres a acceder a la corona, excepto en casos muy extremos. Los esfuerzos legales del Rey para anular esta situación llegaron tarde y mal.
Fernando VII no había tenido descendencia en sus tres primeros matrimonios.
En mayo de 1829 falleció la tercera esposa de Fernando VII, doña
María Josefa Amalia, tímida de carácter, fecunda en su producción literaria y
estéril en su matrimonio. El rey vio inmediatamente la posibilidad de tener
descendencia, idea que siempre había mostrado y acariciado, si contraía un nuevo
matrimonio. Los achaques que adolecía y la “avanzada edad de 45 años” le
forzaron a tomar rápidamente la decisión. Al ser desechada una princesa de
Baviera y otra de Cerdeña la infanta Luisa Carlota propuso como candidata a su
propia hermana María Cristina. Su juventud, 23 años, y el
descender de una familia prolífica decidieron al Rey de inmediato a su favor. En
diciembre de ese mismo año se celebró la boda en Aranjuez . Todos coincidían en
alabar la alegría juvenil de la nueva reina que contrastaba con "la grave
sosera" de la Reina Amalia" y que explica en parte la rápida y eficaz
influencia que María Cristina alcanzó sobre el envejecido y achacoso Fernando
VII. (Prematuramente
envejecido, Fernando se enamora caprichosamente de la joven, a la que escribe
una serie de cartas en las que se refiere a ella con expresiones de enamorado
adolescente, como «pichón mío», «gachona», «resalada», «sol de mis ojos» o «¡cáspita,
que novia tan buena que tengo!». A los pocos meses quedó embarazada,
planteándose abiertamente el problema.
**La legalidad dinástica antes del matrimonio real
era la siguiente: Felipe V, siguiendo la ancestral costumbre de los Borbones,
había establecido la Ley Sálica en 1713. Las Cortes aprobaron en 1789 la
vuelta a "la costumbre inmemorial" plasmada en las Partidas por la que "si el
Rey no tuviera hijo varón, heredará el Reino la hija mayor" y pasaron su acuerdo
al Consejo de Castilla para que se siguiera el trámite de la publicación
mediante una Pragmática. Sin embargo, por razones de índole exterior
(acontecimientos en Francia), el gobierno decidió aplazar hasta otro instante
más oportuno la publicación de la misma.
**En 1830 Fernando VII, ante
el embarazo de la reina, mandó publicar en la Gaceta esta Pragmática Sanción,
con lo que el infante don Carlos quedaba prácticamente excluido de la sucesión
ya que el fututo hijo/hija sería el heredero. Los efectos políticos de la
publicación de la Pragmática Sanción fueron indudables sobre todo cuando nació
la futura Isabel II.
---Por un lado los realistas se opusieron porque
confiaban en que Carlos seguiría o incluso reforzaría el absolutismo monárquico.
---Por su parte los liberales no se opusieron a la
modificación del orden de sucesión porque éste era el único camino para lograr
sus esperanzas de la liberalización del régimen.
**En 1832 el rey enfermó gravemente..
La reina se informó de la situación que podría crearse en el caso de la muerte
del Rey entre la sucesión de su hija o evitar una guerra civil eligió la segunda
posibilidad para lo que se preparó un decreto que debía permanecer en secreto
hasta la muerte de Fernando VII, derogando la reciente Pragmática
Sanción. Como ocurre frecuentemente, el decreto que debía haberse mantenido en
secreto, se convirtió en un secreto a voces de tal forma que las noticias de la
derogación sirvieron de acicate a los liberales que inmediatamente empezaron a
desarrollar sus actividades y mover sus resortes con vistas a mantener la
Pragmática Sanción por encima de todo para lo que empezaron a influir en la
Reina.
**Una vez que el rey se restableció
y que se contó con una fuerza militar adicta se cambió a todo el gobierno por
uno nuevo presidido por el embajador de España en Londres don Francisco
Cea Bermúdez. El nuevo gabinete ministerial, con el pleno apoyo de la
Reina María Cristina, se planteó dos objetivos fundamentales:
1-Hacerse con el poder a todos los niveles y
2-Resolver el problema planteado con la firma del decreto
derogatorio de la Pragmática Sanción.
**El primer objetivo se logró sustituyendo cuidadosa y paulatinamente a todos los mandos militares y policiales que pudieran estar comprometidos con las ideas del infante don Carlos y desmontando los cuerpos de voluntarios realistas. Para proporcionar a la reina la fuerza que necesitaba en el caso de que los seguidores del infante intentaran actuar contra la situación nacida del golpe de estado, María Cristina concedió una amnistía general que supuso de hecho un pacto entre la reina y el liberalismo: la monarquía isabelina se asentaría con el apoyo de todos los liberales mientras que éstos realizarían sus ideales bajo la bandera de la legitimidad.
**El segundo objetivo tuvo dos fases bien diferenciadas. En la primera de ella se buscó a una cabeza de turco en la persona de Calomarde. Para llevar a cabo la segunda fase se esperó a dominar plenamente todos los resortes del país. El 31 de diciembre de 1832 el Rey declaró públicamente que el decreto por el que había derogado la Pragmática Sanción era nulo y de ningún valor" al mismo tiempo que tachaba a los que habían sido sus ministros de desleales, ilusos, embusteros y pérfidos, defectos en los que él había sido un auténtico maestro. Esta declaración hizo posible que la infanta Isabel fuese jurada heredera por unas Cortes restringidas en mayo de 1833.
El 29 de septiembre de 1833 Fernando VII murió "definitivamente"
dejando como herencia a su hija Isabel una guerra civil que ensangrentaría el
territorio español y las bases para poder establecer un nuevo régimen: el
liberal.
Surgieron dos grupos: por un lado los
absolutistas moderados, aliados con los liberales y sectores de la aristocracia
partidarios de las reformas políticas y económicas, que apoyaban a la nueva
reina, en quien veían la única posibilidad de cambio. Por otro lado, los
absolutistas intransigentes, que apoyaban a Don Carlos. Fernando VII, ya
envejecido, queriendo garantizar la descendencia en su futuro hijo o hija hace
publicar el 29 de marzo de 1830 la PRAGMATICA SANCION , que
eliminaba la Ley Sálica y restablecía la línea sucesoria de las Partidas,
favorable a la sucesión femenina. Significaba poner en vigor una decisión
aprobada por las Cortes de 1789, lo que, si bien era legal desde el punto de
vista jurídico, no dejaba de ser una medida polémica, teniendo en cuenta los
años que habían pasado desde su aprobación. Protestada por los carlistas como un
atentado a los derechos del infante don Carlos, se convierte en un conflicto de
primera magnitud cuando en octubre nace la infanta Isabel, convertida en
heredera.
En septiembre de 1832 se van a producir los llamados
sucesos de la Granja, cuando sucesivas intrigas
palaciegas, ante el lecho del Rey agonizante, consiguen que Fernando firme la
supresión de la Pragmática. Pero, sorprendentemente, el Rey se restablece y
vuelve a ponerla en vigor. Inmediatamente sustituye a los principales ministros
carlistas, desterrando a Calomarde y sustituyéndole por Cea Bermúdez, al tiempo
que la reina María Cristina es autorizada a presidir el Consejo de Ministros.
Rápidamente se decreta la reapertura de las Universidades (cerradas en 1830 por
Calomarde) y una amnistía general, que libera a los presos políticos y permite
la vuelta de los exiliados. Los capitanes generales más intransigentes fueron
sustituidos por mandos fieles a Fernando VII, y en abril Carlos abandonó la
Corte y se trasladó a Portugal, antes de que Fernando le comunicara oficialmente
su destierro. Mientras Cea buscaba apoyos para la regente y para su tímido
proyecto reformista, Fernando VII muere en septiembre de 1833. Con él muere
también el absolutismo y se produce el estallido de la guerra civil, la primera
guerra carlista.
AMÉRICA
4. La emancipación Americana
4. La emancipación Americana
En el proceso de independencia se pueden distinguir dos grandes etapas:
1808-1814
Los territorios americanos se declararon independientes de la España napoleónica, pero mantuvieron sus lazos con las autoridades de Cádiz, enviando representantes a las Cortes.
Cuando Fernando VII fue repuesto en el trono, todas las colonias, excepto Argentina, volvieron a unirse a la Corona española.
1814-1824
La vuelta al absolutismo propició pronunciamientos militares que rápidamente derivaron hacia posturas independentistas entre los criollos.
Esta deriva fue alentada por Inglaterra, que rápidamente se hizo con
la influencia económica en la zona, y por Estados Unidos.
Entre los caudillos independentistas sobresalen las figuras de San Martín y Bolívar. Las guerras de independencia siguieron una trayectoria compleja y culminaron con la derrota española en Ayacucho en 1824.
Esta batalla puso fin a la dominación española en América. Sólo las
islas antillanas de Cuba y Puerto Rico siguieron ligadas a la metrópoli.
Simón Bolívar planteó la alternativa de la unidad americana
tras el fin del imperio hispánico. Los localismos, las mezquindades de
los nuevos dirigentes, el atraso económico, las dificultades de
comunicación, ayudados por las maniobras de Estados Unidos, llevaron
al fracaso del ideal bolivariano y a la fragmentación política de la América hispánica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario