616 AL-ANDALUS

  AL-ANDALUS. Expansión del Islam.


Fuente: Atlas Universal, Editorial Antártica, 1991


El mensaje religioso

Las tropas que ingresan a la península ibérica a principios del siglo VIII y que logran apoderarse del control de casi toda la península hasta el siglo XV, forman parte del movimiento expansivo llevado cabo por el Islam. Fue este un movimiento religioso nacido en el corazón de la Arabia, que con una rapidez impresionante logró extender su influencia religiosa y política por amplios territorios del mundo mediterráneo, llegando a instalarse a principios del siglo VIII en el extremo más occidental de Europa: la península ibérica.

Mahoma comenzó a darse a conocer en la Meca a principios del siglo VII su mensaje monoteísta e igualitario de la salvación eterna a través del Islam, la resignación ante la voluntad de Dios, encontró rápido eco, que lo elevó una posición excepcional. El Corán, texto sagrado de esta nueva religión, es la Palabra de Dios. Le fue revelada a Mahoma por medio del Arcángel Gabriel, para que la propague entre los hombres. El nuevo mensaje promete a todos los hombres salvación eterna siempre y cuando crean en Alá, Dios único y misericordioso, y cumplan sus preceptos. Y estos últimos constituyen los cinco pilares de la religión:

* La profesión de fe: “Solo Dios es Dios y Mahoma es su profeta”
* Oración cinco veces al día
* El impuesto religioso
* Observación del mes de ayuno
* Peregrinaje a la Meca una vez en la vida

Esta nueva religión venía a sobreponerse a un extendido politeísmo reinante en Arabia. Una de los elementos que llama la atención acerca de las ofertas entregadas por esta nueva religión era la promesa de ingreso directo al Paraíso a los caídos en la Guerra Santa contra los infieles. El éxito de las prédicas le obligó a Mahoma a huir de la Meca el año 622, refugiándose en el Oasis Yatrib, unos 360 kilómetros al norte. Con posterioridad el oasis recibió el nombre de Medina.[ Este hecho es considerado por los musulmanes como el punto de partida de su calendario.
Con el asentamiento en Medina, puede considerarse fundado el primer Estado Islámico, a cuya cabeza se ubicaba el profeta, quien ostentó a la vez el poder espiritual y el temporal. Desde este lugar comienza la irradiación del nuevo mensaje religioso al resto de la comunidad árabe, así también, la palabra de Dios, revelada al profeta estaba escrita en Árabe, con lo que se aseguraba la preponderancia de los árabes en la nueva religión que aspiraba a una universalización

 Historia de al-Andalus 



Al-Andalus fue una civilización que irradió una personalidad propia tanto para Occidente como para Oriente. Situada en tierra de encuentros, de cruces culturales y fecundos mestizajes, al-Andalus fue olvidada, después de su esplendor, tanto por Europa como por el universo musulmán, como una bella leyenda que no hubiera pertenecido a ninguno de los dos mundos. Estas son las etapas cruciales de sus ocho siglos de existencia.
 



 Proceso expansivo del Islam

La expansión islámica no respondió a un plan previamente establecido desde la administración centralizada, no hubo, por así decirlo, una planificación de guerra en sentido moderno. Más bien avanzó debido a los impulsos de las mismas tribus que se iban incorporando a la órbita musulmana. En un principio se avanzó hacia el norte y hacia el este, es decir hacia Siria e Irak-Irán. Entre el 640 642 fue tomado Egipto. En el año 698 fue tomada la Cartago bizantina y a principios del siglo VIII los ejércitos árabes y beréberes aliados avanzaron sobre Argelia Hacia Maruecos. La conducción de los ejércitos combinados estaba en manos árabes.

A partir de este momento ya tenemos toda la fuerza musulmana instalada frente a la península Ibérica. A través de saltos sucesivos, atravesando mares y desiertos, la nueva religión nacida en el corazón del desierto arábigo, prepara su avance y arremetida contra la zona más occidental de Europa, la península ibérica.

En apenas 10 años, los musulmanes llevaron a cabo una rápida conquista de Hispania que relegó a los visigodos al norte.

 El emirato y el califato Omeya.

La invasión y conquista de la península ibérica 

La presencia musulmana en España ocupa un espacio, tanto cronológico como territorial con un principio y un fin muy concretos, ocho siglos, del VIII al XV de tiempo absoluto, limitados por dos hechos históricos o políticos muy concretos: el año 711, el de la primera invasión árabe a la península, y el 1492, momento en que el último reducto árabe, Granada, es entregado a los Reyes Católicos.El problema surge cuando se intenta fijar el tiempo relativo del arte islámico en España, es decir en qué momento la totalidad de la cultura aceptó los cambios que la transformaron y se definió el arte claramente como suyo propio. Este problema de cronología lo estudia ampliamente Oleg Grabar en La formación del Arte Islámico imprescindible manual para tratar el tema que nos ocupa.

Según la documentación musulmana, en el año 710 se envió a la península una expedición de tanteo, encabezada por Tarif junto con setecientos hombres más. Desembarcaron en Tarifa, y de allí pasaron a Algeciras, con ayuda del Conde Don Julián, aliado de Witiza, y enemigo del rey Rodrigo. Será el año siguiente, el 711, una fecha a recordar: con el califa omeya Walid I y siendo Musà ibn Nusayr gobernador en Ifriqiyya, su lugarteniente Tariq ben Ziyad, viendo el estado de composición del reino visigodo, cruza el estrecho de Gibraltar con setenta mil hombres. Comienza aquí la historia del Islam en Europa.Avisado el rey Rodrigo en Pamplona, baja hasta el Sur y se enfrenta con Tariq en Guadalete. Es éste el primer enfrentamiento militar entre árabes y cristianos, la primera derrota frente al Islam y la desaparición de don Rodrigo.
Se toma Écija, Córdoba, Granada, Málaga, Orihuela, el centro de la meseta de Toledo, Guadalajara, Zaragoza y Tarragona. En el verano del año 712, Musà se traslada a España con dieciocho mil hombres, iniciando una segunda penetración hacia el Norte, conquistando sin mucha resistencia Medina Sidonia, Carmona, Sevilla, Mérida, Toledo, donde está Tariq, y luego Galicia y León. Es sorprendente la rapidez con la que avanza la conquista.
Diez años después, en el 722, se registran conflictos con Pelayo en los Montes Cántabros, en la batalla de Covadonga se hace frente al Islam y sus incursiones, considerándose el primer hecho antiislam. Las fuentes árabes y cristianas coinciden en la importancia de esta batalla, aparece en las Crónicas de Alfonso III, hablando de “ciento ochenta y siete mil hombres árabes vencidos”; las fuentes musulmanas, al contrario, hablan de la anécdota de Covadonga, haciendo referencia a “trescientos asnos salvajes”, respecto a los cristianos (Crónica de al-Moggari).

Don Rodrigo, en la batalla de Guadalupe- Wikimedia

En el año 732 se pasan los Pirineos y son derrotados en Poitiers por Carlos Martel, cerrando la posibilidad de expansión por el Norte. Significa esto el final de la penetración en Europa del Islam.

Carlos fue el fundador de la dinastía carolingia que gobernó Francia hasta 688, si bien lo hicieron en calidad de mayordomos de palacio. Carlos Martel, llamado así «como el martillo (Martel) quiebra y machaca el hierro, el acero y los demás metales». Nacido en el año 688, Carlos fue el fundador de la dinastía carolingia que gobernó Francia hasta el siglo X, si bien lo hicieron en calidad de mayordomos de palacio hasta el 752, puesto que el territorio estaba en manos de los reyes merovingios. Estos, calificados como «los reyes perezosos», gobernaban nominalmente en el territorio franco pero su poder real era inexistente. Martel, que era hijo ilegítimo del también mayordomo Pipino de Heristal, fue el encargado de organizar las huestes francas que salieron a neutralizar la incursión musulmana en el Principado de Aquitania.

Al frente del ejército islámico que invadió Francia en el 732 se encontraba Abd al-Rahman al-Ghafiqi, que se había encargado de dirigir en orden la retirada musulmana años antes en Toulouse. Este comandante musulmán era uno de los «tabi'un» (discípulo) de la aristocracia religiosa que vertebraba el Islam, solo inferior en devoción a los «ansar» (colaboradores), que habían conocido personalmenteal profeta Mahoma. En la campaña del año 732, su intención realmente no era derrotar a la Europa cristiana, ni siquiera conquistar Francia, como se ha venido diciendo a lo largo de la historia. Fue de nuevo solamente una «razia», aunque más ambiciosa de lo habitual, buscando aprovecharse de lo efectivo de los ataques rápidos y furtivos que realizaban los árabes. Sin embargo, los musulmanes volvieron a evidenciar en Poitiers que perdían todas sus ventajas en los terrenos montañosos, pantanosos y, sobre todo, en los boscosos
Durante ocho siglos en territorio hispano, convivieron dos mundos, cristiano y musulmán muy distintos culturalmente, y enemigos política y religiosamente, con constantes enfrentamientos, pero en continuo contacto entre ambos, lo que permitió un enriquecimiento cultural del que se beneficiaron uno y otro.

Es el Islam el movimiento fundamentalmente religioso, y como consecuencia artístico, que más rápidamente y en mayor espacio se difundirá a lo largo de la historia. Su propagación por Oriente había sido veloz y eficiente, pero quedaba una asignatura pendiente: su difusión hacia Occidente.
 
Presencia islámica en la península ibérica



Dividida en diferentes etapas:
- emirato,
- califato, 
-reinos taifas, 
- almorávides
- almohades
- reino nazarí,

Desde esta fecha del 711 hasta el 756 está asentado el Emirato dependiente del Califato de Damasco. 

La capital en principio estuvo en Sevilla, luego pasó a Córdoba. A partir del año 741, con la península convertida en provincia omeya, comienza una etapa de lucha por el poder entre los jefes militares desplazados a la península, acrecentado por un cierto carácter racial, ya que en las distintas invasiones habían participado diferentes grupos: por una parte, una aristocracia árabe del califato; por otra, los Bereberes llegados del Norte de África como mercenarios del Moro Almanzor; y un tercer conjunto, el formado por esclavos de origen cristiano, esclavos manumitidos, sometidos por Almanzor, una población hispana que se islamizó.

En el año 750 se produce la exterminación violenta de la dinastía Omeya por parte de la dinastía Abbasida. Constituye este hecho uno de los más sangrientos crímenes políticos de la historia.
Damasco fue abandonada como capital y Bagdad pasó a ocupar su lugar. El único príncipe Omeya que se salvó de la matanza fue Abd al-Rahman ibn Muawiya, Abd al-Rahman I, que llega a Túnez, en el 756 llega a Al-Andalus, desembarca en Almuñécar (Granada), haciéndose con el poder, y poniendo fin a la inestabilidad política que mantenía al-Andalus,

Al-Andalus, tierra de los vándalos, en árabe. Así se conoce la zona de ocupación musulmana en la Península Ibérica, que abarcó desde el siglo VIII hasta finales del XV y llegó a comprender gran parte del territorio español. La extensión del Estado musulman llamado al-Andalus varió, pues, a medida que se modificaban las fronteras y, tanto hispano-musulmanes como castellano-aragoneses avanzaban conquistando territorio.

La fusión entre árabo-bereberes e hispanogodos se produjo en un principio sin grandes traumatismos y con la naturalidad que sólo el tiempo y la cotidianeidad a veces procuran.

Ocho emires se sucedieron del 756 al 929 en una época brillante culturalmente –aunque oscurecida con diversos levantamientos muladíes y mozárabes– hasta que Abderrahman III decidió fundar un califato, declarándose Emir al-Muminin (príncipe de los creyentes), lo cual le otorgaba, además del poder terrenal, el poder espiritual sobre la umma (comunidad de creyentes).
Este califa, y su sucesor al-Hakam II, supo favorecer la integración étnico-cultural entre bereberes, árabes, hispanos y judíos. Ambos apaciguaron a la población, pactaron con los cristianos, construyeron y ampliaron numerosos edificios –algunos tan notables como la Mezquita de Córdoba– y se rodearon de la inteligencia de su época. Mantuvieron contactos comerciales con Bagdad, Francia, Túnez, Marruecos, Bizancio, Italia, y hasta Alemania.

El emirato independiente de Córdoba (756-929). comenzó con Abd al-Rahman I 

PARA SABER MÁS, VER.

 Durante este período del emirato omeya, al-Andalus se convertirá en el enclave más importante del Islam occidental, Córdoba se erigirá como el “crisol de lo oriental y de lo occidental”, siendo respetada como verdadera potencia política y cultural por musulmanes, judíos, bizantinos y cristianos. Este momento de esplendor no sólo lo fue en el ámbito político-administrativo y comercial, también la cultura fue adquiriendo un carácter propio, siempre conectada con el resto del mundo islámico, pero creándose su debida identidad, gracias, en parte a las relaciones que seguía manteniendo con el mundo cristiano.

El califato

Del la dinastía Omeya, Abderramán III era nieto de Abd Allah, séptimo emir independiente de Córdoba, y ascendió al trono en 912. Los cronistas lo describen como de baja estatura, tez blanca, ojos azules y algo pelirrojo, rasgos estos últimos que tienen su origen en su madre vascona.

Rápidamente logra éxitos militares frente a los reinos cristianos, fijando las fronteras al norte del Duero y del Ebro, y contra revueltas internas, en especial la liderada por Omar ben-Hafsún, a la que aplasta.

Córdoba se siente más fuerte que nunca y Abderramán III funda el Califato Omeya de Córdoba en el 929, rompiendo el único lazo, el espiritual, que restaba con el Califato Abasí de Bagdad. Desde Córdoba controlará dos terceras partes de la Península Ibérica, el Norte de África, por donde llegaba oro del Sudán, y gran parte del Mediterráneo Occidental.

Su Califato será respetado por Bagdad y por el Imperio Germánico, que le envían embajadores, igual que los reinos cristianos españoles.

Alhaken II

Alhakén (en árabe, الحكم الثاني), también conocido como Al-Hakam II, Al-Hakam II al Mustasir y Al-Hakem II, nacido en la ciudad de Córdoba en 915 y muerto en 976, monarca desde el 961, fue el segundo califa omeya de Córdoba. Alhakén continuó la política de Abderramán III, manteniendo la paz y la prosperidad en Al-Andalus, y sostuvo el apogeo a que llegó el califato con su padre. Se hizo cargo del poder con 47 años, tras la muerte de su padre. Hasta entonces, y pese a su unión con Radhia, no tuvo hijos, al llegar al trono la descendencia se hacía necesaria y logró dársela una concubina esclava, de origen vascongado llamada Subh, (también llamada Zohbeya y Aurora). Nunca tuvo buena salud. En 974, Alhakén sufrió un ataque de hemiplejía del que nunca se recuperó, por lo que, muerto su primogénito Abderramán en 970, hizo jurar a Hixem II como sucesor.. Realizó la ampliación más rica de la Mezquita de Córdoba y continuó con las obras en Medina Azahara. Según Ibn Idhari era rubio rojizo con grandes ojos negros y nariz aquilina; corpulento y con piernas cortas y brazos largos.

 Los bereberes se rebelarán, destruyendo la magnífica ciudad real de Madinat al-Zahra y la sede administrativa Madinat al-Zahira.

PARA SABER MÁS, VER:

Hixen II

El  hijo de Alhaken II, será el sucesor. Una marioneta utilizada con astucia por Al-Mansur (más conocido como Almanzor ) . Las desbordadas ambiciones del visir y su obsesivo fanatismo religioso y militarista, abocaría a al-Andalus a emprender continuas campañas bélicas. Junto a sus acólitos se adueñó de la autoridad administrativa, iniciando un período de intransigencia que desencadenó graves conflictos civiles y afectó muy negativamente a la unidad política de las diversas colectividades que integraban el conjunto social de al-Andalus. La continuidad del Califato se hizo inviable.

Almanzor

Nacido en una alquería en las afueras de Torrox en el seno de una familia de origen árabe yemení con algunos antepasados jurisconsultos, marchó joven a Córdoba a formarse como alfaquí.4 Después de unos comienzos humildes, ingresó en la Administración y pronto se ganó la confianza de la favorita del califa, Subh, madre de sus hijos. Gracias a esta protección y a su eficiencia, acumuló rápidamente numerosos cargos. Durante el califato de Alhakén II, ocupó importantes cargos administrativos, como los de director de la ceca (967), administrador de la favorita del califa y de sus hijos y de las herencias intestadas o intendente del ejército del general Galib (973).La muerte de este califa en el 976 marcó el comienzo de la época califal dominada por su figura, La base de su poder estaba en la defensa de la yihad que,12 al no ser califa, debía proclamar en nombre de este. Su imagen de paladín del islam servía para justificar su asunción de la autoridad gubernamental.12 Habiendo acaparado el dominio político en el califato, llevó a cabo profundas reformas tanto en la política exterior como en la interior. Realizó numerosas y victoriosas campañas tanto en el Magreb como en la península ibérica, donde solo logró detener temporalmente el avance de los Estados cristianos hacia el sur
De    929 al 1031 dura el califato cordobés. En los motivos de su larga duración, tomaron parte aspectos de diversa índole, pero fundamentalmente fueron las relaciones comerciales con el Magreb fatimí, los enfrentamientos por dominar las principales rutas, las causantes

La Fitna,

Supone el inicio de la desintegración en numerosos reinos, cada vez más debilitados, los reinos taifas (tawaif significa desmembramiento). Pero a su debilidad política y militar no se correspondió la cultural, ya que todos estos pequeños Estados decidieron convertir su capital en “una pequeña Córdoba”.



Alfonso VI aprovecha bien la debilidad y comienza una serie de campañas contra Toledo y Valencia. Los reyes taifas, muy debilitados, se hacen vasallos del rey y tributarios. Esta situación tan crítica, que a punto estuvo de acabar con el poder islámico en la península, se sucede hasta el 1086, año en que los reyes de Sevilla, Granada y Badajoz solicitan ayuda a los almorávides (al-Murabitun), bereberes del Sahara, de estricta ortodoxia religiosa, militares que habían dominado los reinos y emiratos del Mogreb. Las expediciones de los reinos cristianos avanzaban por tierras de al-Andalus, frenando los intentos almorávides de reinstaurar el puritanismo islámico.

Éstos vencen a Alfonso VI en la Batalla de Sagrajas, e intentan imponerse a los taifas, consiguiéndolo en el 1090 con Tasufin, monarca almorávide que se hace con todo el territorio árabe y que acaba con el caos. Al-Andalus pasa a convertirse en una provincia de los almorávides hasta 1145, fecha en la que aprovechando su decadencia, y con el objetivo de hacer frente a la reconquista que avanzaba con gran rapidez, invaden la península los almohades (al-Muwahhidun) haciéndose con el poder, y situando la capital en Sevilla. Este período durará hasta 1212, año en que son derrotados los almohades por las tropas cristianas en la batalla de las Navas de Tolosa. Con este hecho se pone fin no sólo a la pervivencia de los almohades en la península, sino también a la presencia del Islam en tierras hispánicas.

Sólo un reducto queda del mundo árabe, el reino que fundó en Granada, en 1238, Muhhamad ibn Nasr, perteneciente a una familia noble que da origen a la dinastía Nazarí y que pervive hasta el 1492. En este año el rey Fernando de Aragón e Isabel de Castilla entraran en la Alhambra, tomando la que había sido la última ciudad islámica en la península, Granada. Terminaba con este hecho la presencia política del poder musulmana en la península ibérica, no sucedió lo mismo con su presencia cultural y arquitectónica, parte de esta última pasaremos a analizar a continuación.

El mundo árabe en el siglo X


Fuente: Grabar, Oleg, La Formación del arte Islámico, Editorial Cátedra, Madrid 1981. Página 11

Reinos de taifas y dinastías norteafricanas.

Sin embargo, no todos los sucesores de estos brillantes califas siguieron tan acertada política, sino que dejaron desbocarse al caballo del poder. Tras veintidós años de fitna (ruptura, o guerra civil) se abolió por fin el califato. Corría el año 1031.

Los hábitos secesionistas y rebeldes surgieron de nuevo con gran fuerza; la división y la descomposición se impusieron en al-Andalus. Todas las grandes familias árabes, bereberes y muladíes, quisieron hacerse con las riendas del país o, al menos, de su ciudad, surgiendo por todas partes reyes de taifas, muluk al-Tawaif, que se erigieron en dueños y señores de las principales plazas. Este desmembramiento supuso el comienzo del fin para al-Andalus, y ante semejante debilidad, los cristianos se crecieron, organizándose como nunca antes lo hicieran para combatir a los musulmanes.

La primera gran victoria sobre el Islam peninsular la protagonizó Alfonso VI cuando, en 1085, se hizo con la ciudad de Toledo.
La unidad étnico-religiosa lograda hasta el momento también se resintió, surgiendo mercenarios, tanto musulmanes como cristianos, dispuestos a luchar contra sus propios correligionarios.

Los Almorávides y Almohades.

Sin embargo, en esta época surgieron relevantes figuras en el campo del saber, y, en una constante emulación de los lujos orientales, se construyeron suntuosos palacios, almunias y mezquitas, y se celebraron las fiestas más comentadas, fastuosas y extravagantes de la cuenca mediterránea.

Mientras, a finales del siglo XI, en el Magreb occidental, hoy Marruecos, surgió un nuevo movimiento político y religioso en el seno de una tribu bereber del sur, los Lamtuna, que fundaron la dinastía almorávide (ver Ruta de los Almorávides). En poco tiempo, su actitud de austeridad y pureza religiosa convenció a gran parte de la desencantada población, y con su apoyo emprendieron una serie de contiendas logrando formar un imperio que abarcaría parte del norte de África y al-Andalus, que a través del rey sevillano al-Mutamid, había pedido su ayuda para frenar el avance cristiano. Encabezados por Ibn Tashfin, penetraron los almorávides en la Península, infligiendo una seria derrota a las tropas de Alfonso VI en Sagrajas. Pronto conseguirían acabar con los reyes de taifas y gobernar al-Andalus, no sin cierta oposición de la población, que se rebelaba contra su talante puritano y su rigidez. Algo que no le iba nada al hedonista y liberal pueblo andalusí. A pesar de todo, la nueva situación supuso un nuevo incremento del bienestar social y económico.

Los cristianos obtuvieron mientras tanto importantes avances, conquistando Alfonso I de Aragón Zaragoza en 1118. Al mismo tiempo, los almorávides veían amenazada su propia supremacía por un nuevo movimiento religioso surgido en el Magreb: el almohade.
Esta nueva dinastía se generó en el seno de una tribu bereber procedente del corazón del Atlas que, encabezada por el guerrero Ibn Tumart, pronto se organizó para derrocar a sus predecesores. También desde Marraquech, gobernaron y se hicieron con las riendas de al-Andalus, dotándolo de cierta estabilidad y prosperidad económica y cultural. Fueron grandes constructores y también se rodearon de los mejores literatos y científicos de la época. Sin embargo, al igual que los almorávides, terminaron por sucumbir ante la dejadez espiritual y el relajamiento de costumbres que casi siempre caracterizó a al-Andalus.

La dinastía nazarí.

Cuando el avance castellano era imparable, haciéndose Fernando III con gran parte de las ciudades andalusíes en el siglo XIII, surgió en Jaén una nueva dinastía, la nasri (nazarí), fundada por al-Ahmar ibn Nasr, el célebre Abenamar del romancero, que habría de procurar un nuevo respiro a los musulmanes. Asentado en la ciudad de Granada, su reino abarcaba la región granadina, almeriense y malagueña, y parte de la jiennense y la murciana. Oprimido desde el norte por los reinos cristianos, y desde el sur por los sultanes meriníes de Marruecos, los nazaríes establecieron un reino basado en lo precario y la inestabilidad. A pesar de todo, Granada fue una gran metrópoli de su tiempo que acogía a musulmanes de todos los confines, y en la que se levantaron suntuosos palacios –la Alhambra, nada menos–, mezquitas y baños públicos. Siguió asombrando a propios y a extraños hasta que en 1492 y, tras varios años de intrigas palaciegas y escaramuzas con los castellano-aragoneses que acechaban sus fronteras, el rey Boabdil, Abu Abd Allah, capituló ante los Reyes Católicos, entregándoles Granada.


Imagen de la «musalla», o ermita, donde se cree que está enterrado el último rey moro de Granada. cercana a la Puerta de la Justicia de la medina de Fez,

El último rey moro de Granada, Boabdil «el Chico», murió en la ciudad marroquí de Fez en 1533, y su cadáver fue enterrado en un lugar donde ahora un equipo hispano-emiratí se propone sacarlo del subsuelo y de paso del desprecio con que la historia lo trató.

 REINOS DE TAIFAS

Los reinos de taifas (1ª Parte)

La palabra Taifa viene del árabe muluk al-tawa´if y significa: reinos de taifas, jefes locales o regionales. Se trata de emiratos, impropiamente llamados reinos, unidades políticas autónomas y poco después independientes, que aparecen en al-Andalus a raíz de la gran fitna (1013-1031).

Los reinos de taifas (2ª Parte): Las taifas mayores


En el siguiente artículo se realiza un repaso histórico del discurrir de los principales reinos de taifas de Al-Andalus: Sevilla, Badajoz, Toledo, Zaragoza, Málaga y Granada, desde su ascensión hasta su, en muchos casos, dramático y violento final.

Los reinos de taifas (3ª Parte): Las taifas menores

En el siguiente artículo se realiza un repaso histórico del discurrir de otros reinos de taifas más pequeños de Al-Andalus: Murcia, Niebla, Huelva, Algarve, Mertola, Silves, Alpuente, Albarracín, Ronda, Morón, Carmona, Tortosa, Arcos, Algeciras, Denia, Almería y Córdoba, la mayoría de los cuales terminarían absorvidos por los principales reinos cristianos y musulmanes.


'Salida de la familia de Boabdil de la Alhambra' (1880), Diputación de Granada, una de las obras más conocidas de Manuel Gómez-Moreno González.

Las Navas de Tolosa-1212, fin del sueño islámico sobre la península ibérica



Las Navas de Tolosa por Francisco de Paula Van Halen

El éxito de la reconquista peligró tras la derrota sufrida por las tropas cristianas en la batalla de Alarcos. El 19 de julio de 1195 Yusuf II hizo que Alfonso VIII de Castilla doblara el espinazo a orillas del Guadiana, a escasos kilómetros de Ciudad Real. Los almohades se apoderaron de las tierras controladas por la Orden de Calatrava. La consecuencia más grave era que Toledo quedaba en una posición débil. Una nueva embestida musulmana podría hacerla caer en cualquier momento. Pero este escenario dio un vuelco sólo 17 años después, en las Navas de Tolosa, el 16 de julio de 1212, en una nueva batalla con los mismos contendientes pero con un resultado diametralmente opuesto.

"Es un momento determinante en nuestra historia. A partir de ese instante el imperio almohade se hunde. Ya no hay fuerza en la península capaz de contener el empuje de Castilla y Aragón hacia el sur".

En el campo de batalla ambos bandos echaron el resto. Cada uno intentó reunir a sus mejores hombres, con sus mejores pertrechos. Las cifras bailan mucho según la voz que relata el enfrentamiento. Rivas pone las suyas sobre la mesa: "Había unos 70.000 cristianos, fruto de las alianzas forjadas por Alfonso VIII de Castilla, y unos 200.000 musulmanes, estos últimos acaudillados por el califa almohade Al Nasir". En lo que sí hay cierto consenso es en que los segundos triplicaban a los primeros. Viendo a ambos ejércitos desplegados pocos hubieran apostado de antemano por una victoria cristiana. "Además, los musulmanes llegaron antes al lugar y ocuparon las mejores posiciones".

Pero entre las distintas facciones que componían su imponente ejército no existía una fuerte cohesión. Las filas no estaban tan prietas. "Entre andalusíes y almohades existían fricciones que se agravaron con la ejecución de Ibn Qadis, que prefirió ceder Calatrava a los cristianos para evitar una carnicería entre sus soldados. Los almohades no le perdonaron esa rendición y lo acabaron matando. Él era andalusí y por tanto azuzó la desconfianza entre ellos". Esa falta de unidad debió notarse al recibir las distintas oleadas cristianas. Fueron tres, según Rivas. Primero embistió el adalid López de Haro, los francos y las milicias concejiles. Luego se lanzaron las órdenes militares, que causaron mayores estragos en el enemigo. Y la tercera que terminó por desmoronar la resistencia llevaba a la cabeza a los arzobispos y los reyes.

Las bajas fueron copiosas. Otra vez las cifras bailan.  100.000 (75.000 cristianos y 25.000 sarracenos). Cuentan que los caballos a duras penas se abrían paso entre tanto cuerpo tendido sin vida o agonizante en el suelo. Tristes guerras. Habría que esperar a 1492 para ver la caída de Granada (que agauntó por pura convenencia ecónomica) y con ella la evaporación del sueño de una península ibérica bajo el influjo islámico. 




Antes y después de la batalla crucial

1130 Se funda la dinastía almohade con Abd Al-Mumin, bisabuelo de Al-Nasir.
1147 Los almohades arrebatan Sevilla a los almorávides.
1154 Nacimiento de Sancho VII de Navarra.
1155 Nacimiento de Alfonso VIII de Castilla.
1158 El abad Raimundo de Fitero funda la Orden de Calatrava.
1160 Nacimiento del Santo Padre Inocencio III.
1177 Nacimiento de Pedro II de Aragón.
1181 Nacimiento de Al-Nasir.
1195 Yaqub Al-Manusur, padre de Al-Nasir, derrota a Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León en Alarcos. Se firma una tregua entre Castilla y los almohades.
1198 La Orden de Calatrava reconquista Salvatierra.
1211 Al-Nasir, en respuesta a las incursiones castellanas en Jaén, arrebata Salvatierra a los calatravos. 1212 Batalla de la Navas de Tolosa. 1213 Pedro II de Aragón muere en Muret combatiendo a los cruzados de Simón de Montfort. Al-Nasir muere el día de Navidad en Marrakech.
1214 Muerte de Alfonso VIII de Castilla.
1216 Muerte del Santo Padre Inocencio III.
1236 Fernando III el Santo, nieto de Alfonso VIII, reconquista Córdoba.
1248 Fernando III el Santo rinde Sevilla. Muere Ali Al-Said, último califa almohade.


En 1340 un ejército benimerín cruzó el estrecho de Gibraltar y puso sitio a Tarifa. Alfonso XI, el rey de Castilla, salió al encuentro de los musulmanes y los derrotó en una decisiva batalla

La línea del río Salado dividía dos creencias y dos maneras de entender la vida; dos mundos antagónicos separados por un río de poco caudal. A un lado, hacia Levante, con el sol a sus espaldas, las tropas de Abu-l-Hassán, rey de la dinastía benimerín (o mariní) de Marruecos, y Yusuf I, soberano nazarí de Granada; al otro lado, a Poniente, el ejército de Alfonso XI de Castilla y su suegro Alfonso IV de Portugal, apoyado por las milicias concejiles de Écija, Carmona, Sevilla, Jerez y algunas más, acostumbradas a la lucha armada con el enemigo granadino por la cercana frontera. La Corona de Aragón también colaboró con una flota de galeras al mando del almirante Pedro de Moncada, aunque su presencia fue casi testimonial ya que no intervino directamente en la batalla.
El ejército de Alfonso XI esperó a que el sol no fuera tan molesto para empezar la batalla. Tuvo suerte porque ese día, lunes 30 de octubre de 1340, el fuerte viento de Levante no sopló y ello facilitó los planes cristianos. Como buen príncipe de la guerra, el monarca castellano había preparado muy bien el enfrentamiento. Tanto él como los ricoshombres del reino, entre los que estaban el infante don Juan Manuel –tío segundo del rey–, Juan Núñez de Lara, Juan Alfonso de Alburquerque o Alfonso Méndez, maestre de Santiago, es decir, lo más granado de la alta nobleza castellana, habían repartido a sus hombres para luchar por una causa noble, la victoria del bien sobre el mal, del cristianismo sobre el Islam. Se trataba de una guerra santa. De hecho, el papa Benedicto XII había promulgado la bula Exultamus in te elevando la batalla a la categoría de cruzada contra el Islam. Una declaración bien recibida entre los contendientes cristianos porque de esta manera tendrían derecho a beneficios espirituales y, sobre todo, económicos, mucho más importantes, al poder embolsarse una parte de los impuestos eclesiásticos.
En los campos de Tarifa, entre dos mares, Alfonso XI desplegó toda su estrategia militar y su enorme talento en el campo de batalla, cultivado en la lectura de diferentes obras de su tío don Juan Manuel y en el anónimo Libro de Alexandre, un manual clásico del arte de la guerra sobre la vida de Alejandro Magno y los consejos de Aristóteles, publicado el siglo anterior. El ejército musulmán tenía fama de poseer los mejores jinetes, ligeros y rápidos como el viento del Estrecho, pero las tropas castellanas habían perfeccionado su armamento con espadas y armaduras de última generación. Así, mientras la caballería ligera benimerín luchaba a cuerpo descubierto, con la única protección de un escudo de cuero (adarga) y la ayuda de una jabalina corta (azagaya) y una espada, el ejército de Alfonso XI presumía de ser más moderno, seguro y potente. Y, tácticamente, mejor preparado.
Tanto los caballos como los soldados castellanos estaban protegidos con nuevas armaduras que cubrían todas las zonas vulnerables del cuerpo. Además, los caballeros iban equipados con lanzas largas para hacer más violenta la carga, aprovechando la inercia de la carrera, y blandían espadas puntiagudas ligeras, con cantos afilados por ambos lados, que empuñaban con una sola mano y con las que podían atravesar las viejas cotas de malla de los benimerines, ya en desuso entre los cristianos.
Según las crónicas, Abu-l-Hassán desechó la propuesta castellana de librar la contienda en las inmediaciones de la laguna de La Janda, al norte de Tarifa, cerca de Barbate, y prefirió el terreno irregular de cerros, bosques y playas más cercano a Algeciras (en poder musulmán) para de este modo asegurarse la huida en caso de derrota.
Así pues, una vez inspeccionado y preparado el terreno por el rey castellano, se dispuso la organización del enfrentamiento en sus diferentes fases: aproximación, lucha cuerpo a cuerpo y huida. Ambos ejércitos pactaron la pelea en campo abierto como solución definitiva para decidir la soberanía de la zona, en permanente tensión desde que Sancho IV conquistara Tarifa a finales del siglo anterior. Alfonso XI y sus nobles repartieron las tropas en función del terreno, disposición y efectivos del enemigo. Las tropas de Alfonso IV de Portugal, de apenas mil soldados, recibieron la ayuda de cinco mil castellanos y se dirigieron por el flanco izquierdo en busca del ejército granadino, situado al pie de uno de los cerros. El grueso del ejército cristiano se distribuyó de la forma tradicional, con cuerpo central, zaga y dos alas. La vanguardia estaba formada por caballeros e infantes, dirigidos por varios nobles, que tenían la misión de cruzar el río Salado en el momento en que se iniciara el ataque.
Por su parte, el rey de Marruecos, que situó su campamento en una «escarpada peña» para seguir mejor el desenlace de la batalla, ordenó a las tropas que cercaban Tarifa que abandonaran el asedio para incorporarse al grueso del ejército y que quemaran los ingenios de guerra utilizados en el cerco para evitar que cayeran en manos enemigas. Está claro que la decisión tomada fue un signo evidente de desconfianza a pesar de la superioridad numérica. Una crónica castellana eleva los efectivos benimerines a 53.000 jinetes y 600.000 peones, divididos en tribus y linajes, según la costumbre bereber. Las cifras resultan muy exageradas para aquellos tiempos. Según estimaciones más ajustadas a la realidad, el ejército cristiano pudo reunir a 22.000 soldados, mientras que el musulmán triplicaría esa cifra.
No durmió bien Alfonso XI esa noche por la preocupación de la batalla y las ganas de que llegara la hora del encuentro. Después de oír misa y comulgar con las armas encima del altar para ser bendecidas, esperó a que el astro rey dejara de molestar en el horizonte. El combate comenzó hacia las diez de la mañana. La vanguardia castellana cruzó el río Salado y embistió con bravura la delantera marroquí, que apenas pudo aguantar la fuerza de la caballería pesada. La espolonada castellana fue tan feroz que el ejército musulmán apenas pudo desarrollar su táctica favorita, el tornafuye, utilizada por los almohades con suerte desigual en las batallas de Alarcos (1195) y Las Navas de Tolosa (1212). La estrategia consistía en fingir la huida con la idea de atraer al enemigo para desorganizarlo y a continuación revolverse y atacar a los confiados soldados con jabalinas y saetas.
Hasta el atardecer lucharon los dos ejércitos cuerpo a cuerpo, a caballo, con hondas, lanzas, ballestas y arcos. La pelea se extendió por los cerros cercanos y la playa. Las tropas cristianas, que registraron pocas bajas según las crónicas –según una de ellas, no más de «quince o veinte jinetes», cifra poco verosímil–, arrasaron el campamento de Abu-l-Hassán matando a sus mujeres, entre ellas a Fátima, su favorita, y apoderándose de todas las riquezas. El rey castellano, disgustado, ordenó perseguir a los saqueadores dentro y fuera del reino y que se devolviera el botín.
Pero lo peor llegó cuando el ejército musulmán se sintió derrotado y empezó la retirada. Cada musulmán escapó del campo de batalla como pudo, sin orden ni concierto. Algunos lo hicieron por la playa, muriendo ahogados, y otros por los cerros en busca de los campos de Algeciras. Precisamente en la retirada fue apresado el príncipe Abu Umar, hijo del rey marroquí, que fue liberado años más tarde tras sufrir un ataque de locura. Alfonso XI llevó a rajatabla la máxima de la caballería de siempre: la persecución y destrucción total del enemigo, es decir, el concepto de batalla decisiva que tantas veces había leído en el Libro de Alexandre, donde se defendía la figura de un rey soberbio y a la vez piadoso.
 Javier Leralta., Historia NG nº 102

La expulsión de los moriscos (1894)», de Gabriel Puig Roda.

 La palabra morisco hacía referencia a los musulmanes bautizados tras la conquista de Granada por parte de los Reyes Católicos. Ya fuera una conversión voluntaria u obligatoria, todos los habitantes de procedencia islámica fueron designados de esta manera. Tras un proceso para convertir a la población por medios pacíficos, una visita de los Reyes a Granada en 1499 hizo saltar las alarmas en la corte: el aire musulmán seguía impregnando la ciudad, tanto en sus vestidos como en sus costumbres. Es por esta razón que el Cardenal Cisneros tomó las riendas de la situación para lo que empleó toda clase de métodos, más intrusivos de lo que le habían autorizado los monarcas. No en vano, el clérigo cumplió con su objetivo puesto que fueron miles los musulmanes que recibieron el agua del bautismo, ya fuera de forma sincera o para seguir practicando el Islam en secreto, convirtiéndose en católicos romanos.

PARA SABER MÁS, VER:

Las grandes batallas de la Reconquista. Ambrosio Huici. Universidad de Granada, 2000.
Alfonso XI (1312-1350). J. Sánchez-Arcilla. Trea, Gijón, 2008

No hay comentarios:

Publicar un comentario