DICTABLANDA BERENGUER, EL FIN DE LA DICTADURA
El último "borboneo" del Rey
El
general Primo de Rivera, dándose cuenta de que imponían poner fin a
aquella interinidad ya tan prolongada, en el Consejo de Ministros del 31
de diciembre de 1929 expuso ante el Rey un proyecto para convocar, en
el curso del primer trimestre del año 1930, unas elecciones municipales
y provinciales, (...)para el retorno a la normalidad constitucional y
establecer el estatuto correspondiente.
El Rey, que ya conocía este proyecto antes de que le fuera presentado en el Consejo, invitó a los ministros reunidos a exponer su opinión sobre él. Estos se limitaron a apoyar a su Presidente, sin argumentar ni en favor ni en contra; mas su misma reserva ponía en evidencia lo forzado de su conformidad. El rey se sumó a aquella indiferencia y la interpretó según sus deseos.
Esta reserva del Rey, por primera vez quizá puesta de manifiesto en sus relaciones con el Dictador, alarmó a éste profundamente, agudizando su desconfianza siempre despierta en las posibles influencias que pudieran haberla determinado, y al día siguiente de la celebración del Consejo, el l.° de enero, publicaba en la prensa un largo articulo en el que, haciendo consideraciones sobre el presente y el porvenir de España y rechazando algunos cargos que, a su juicio, se hacían contra su gestión gubernamental, aludía al ambiente que se había creado a la Dictadura.
El Rey, que ya conocía este proyecto antes de que le fuera presentado en el Consejo, invitó a los ministros reunidos a exponer su opinión sobre él. Estos se limitaron a apoyar a su Presidente, sin argumentar ni en favor ni en contra; mas su misma reserva ponía en evidencia lo forzado de su conformidad. El rey se sumó a aquella indiferencia y la interpretó según sus deseos.
Esta reserva del Rey, por primera vez quizá puesta de manifiesto en sus relaciones con el Dictador, alarmó a éste profundamente, agudizando su desconfianza siempre despierta en las posibles influencias que pudieran haberla determinado, y al día siguiente de la celebración del Consejo, el l.° de enero, publicaba en la prensa un largo articulo en el que, haciendo consideraciones sobre el presente y el porvenir de España y rechazando algunos cargos que, a su juicio, se hacían contra su gestión gubernamental, aludía al ambiente que se había creado a la Dictadura.
Así
las cosas en el interior del Gobierno, y bien manifiesta la reserva del
Rey a aceptar los proyectos del Presidente, en la mañana del domingo 26
de enero publicó éste en la Prensa una nota oficiosa, enviada aquella
madrugada a las redacciones de los periódicos. La nota contenta, entre
otros, estos párrafos: Como la Dictadura advino por la proclamación de
los militares, a mi parecer interpretando sanos anhelos del pueblo, que
no tardó en mostrar su entusiasta adhesión, con la que, más crecida aún,
cree seguir contando hoy, ya que esto último no es fácil de comprobar
numéricamente, y lo otro sí, a la primera se somete, y autoriza o
incita a los diez Capitanes generales. Jefe superior de tas fuerzas de
Marruecos, tres Capitanes generales de Departamentos Marítimos y
Directores de la Guardia Civil, Carabineros e Inválidos, a que, tras
breve, discreta y reservada exploración, que no debe descender de los
primeros jefes de unidades y servicios, le comuniquen por escrito, y si
lo prefieren se reúnan en Madrid bajo la presidencia del mas
caracterizado, para tomar acuerdo, y se le manifieste si sigue
mereciendo la confianza del Ejército y de la Marina.
Si
le falta, a los cinco minutos de saberlo, los poderes de jefe de la
Dictadura y del Gobierno serán devueltos a Su Majestad el Rey, ya que
de éste !os recibió haciéndose intérprete de la voluntad de aquellos.
Ahora pido a mis compañeros de armas y jerarquías que tengan esta nota
por directamente dirigida a ellos, y que, sin pérdida de minuto, pues ya
comprenderán lo delicado de la situación, que este paso, cuya gravedad
no desconozco, crea al régimen que presido, decidan y me comuniquen su
actitud. El Ejército y la Marina, en primer término, me erigieron
Dictador, unos con su adhesión, otros con su consentimiento tácito; el
Ejército y la Marina son los primeros llamados a manifestar, en
conciencia, si debo de seguir siéndolo o debo de resignar mis Poderes.”
(Dámaso Berenguer en “De la Dictadura a la República”) Esta consulta que
el general hace a los Capitanes Generales esperando seguir contando con
su apoyo recibe la desagradable respuesta de éstos donde sólo reiteran
su lealtad al rey y eluden cualquier otro comentario. Aunque Primo hacía
alarde en muchas ocasiones, de la frase “a mi no me borbonea nadie”.
El
rey ha creído llegado el momento de cambiar de cabalgadura y salir
impoluto de tan larga carrera a lomos de “su general”. El 28 de enero de
1930 Primo de Rivera presenta a Alfonso XIII su dimisión. “Iniciado
como una esperanza profunda y dilatadamente sentida por la opinión
pública—dice José Pla—el Régimen del general Primo de Rivera terminó su
existencia en medio de la hostilidad de algunos, del alejamiento de los
más, de la indiferencia casi universal del país.” Esta vez el “borboneo” de Alfonso XIII, no le iba a salir gratis.
La
noticia del fallecimiento del Dictador en su exilio de París, produjo
un desagradable efecto entre sus antiguos seguidores y sobre todo en la
mayoría de los militares que le secundaron y sacaron provecho de su
lealtad con el Dictador. Como recambio al general caído, puso al frente
del Consejo a otro general, este de la “casa”. Dámaso Berenguer,
Comandante general de Alabarderos y jefe de su Casa Militar, hombre más
afín a la monarquía no se podía encontrar, pero los resultados de esa
decisión no cumplieron sus expectativas. El tiempo demostraría las
impensables reacciones de hombres de los que se esperaban otras bien
distintas.
El rey pugnó por reanimar
un gobierno constitucional lo más pronto posible, esperaba que quizás
al año siguiente a la caída de Primo se pudiera reconducir la situación y
situarla según sus deseo, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Muchos
partidarios de Alfonso XIII, tanto en el Ejército como en los partidos
dinásticos, agraviados por la conducta hacia ellos por los gobiernos de
Primo, ahora se mostraban reticentes a los proyectos del rey y con el
fin de resarcirse de supuestos o reales ultrajes, pusieron condiciones a
su posible apoyo, mientras, quizás no muy seguros del éxito de lo que
el rey les demandaba, emprendían un peligroso coqueteo con movimientos
antimonárquicos que estaban proliferando.
La
violación por Alfonso XIII de la Constitución y aquella pirueta de
intento de regresar a ella como ahora pretendía, repugnó a muchos de sus
partidarios, y es posible que hasta el propio monarca se diera cuenta,
de lo poco legitimo de su proyecto. Los gobiernos reales que siguieron a
la caída de Primo fueron indecisos, escépticos del papel que les tocaba
jugar y desde luego apáticos y carentes de nervio. Después del régimen
dictatorial, ahora se había sustituido por blandura de las medidas de
orden público. El pueblo, siempre sagaz y oportuno en sus juicios, lo
bautizó como la “Dictablanda” La falta de enérgicas disposiciones que
cuando menos limitaran la libertad de movimientos de sus contrarios,
enemigos y agitadores, permitieron que con mejor o peor suerte se
organizaran.
La izquierda tuvo la
ventaja entre enero de 1930 y abril de 1931 de tener enfrente a aquellos
gobiernos medrosos y vacilantes, demostración palpable de un régimen
en bancarrota. La identificación de la Monarquía con la Dictadura de
Primo de Rivera había dado a las izquierdas una popularidad y
legitimidad muy superiores a las que habrían conseguido sobre la base
estricta de los cambios acaecidos en la estructura social y económica de
España durante las décadas precedentes. Aunque el alcance de las
transformaciones en la opinión pública no saldría a la superficie hasta
las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 (convocadas en el
marco de los planes de Alfonso para volver a la legalidad), ya a
principios de 1930 un ex ministro conservador, Ángel Osorio y Gallardo
había sabido captar el nuevo estado de ánimo general con estas palabras:
"En mi casa, hasta el gato se ha hecho republicano".
LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA (1930-1931)
DICTABLANDA BERENGUER
Tras la dictadura del general Primo de Rivera, la monarquía acometió el primer intento de transición hacia un sistema político liberal, o liberal-democrático. Este intento se conoce como la dictablanda del general Berenguer.
La tensión política crece, y, el 27 de enero de 1930 Primo de Rivera debe dimitir.
Le sucede el gobierno del general Berenguer, que es el que debería tutelar la transición política hacia la democracia. No obstante, la lentitud y superficialidad de los cambios que lleva a cabo van a conllevar el crecimiento de una oposición republicana que se materializa en el Pacto de San Sebastián y en la sublevación de Jaca.
Las medidas represoras llevadas a cabo por el gobierno contra los sublevados conllevarán un crecimiento del republicanismo que, como sabemos, cristalizará en las elecciones convocadas por el almirante Aznar, el encargado de tornar al sistema parlamentario.
PARA SABER MÁS, VER:
http://www.youtube.com/watch?v=X6wcvmIT9Ms,
http://www.youtube.com/watch?v=aOWNKCPh9Rk&feature=related
La sublevación republicana de Jaca.
El 12 de diciembre de 1930, en la madrugada, el capitán Fermín Galán se sublevó en contra de la monarquía y a favor de la república en la guarnición donde estaba, en Jaca. Teóricamente, este movimiento suyo, que acabó costándole la vida, a él y al capitán Ángel García Hernández, aquél era un movimiento coordinado que tenía que prender una mecha que, lógicamente, se extendiese por todo el país. Prueba de esta coordinación es que, durante toda esa semana, se desplazó a Jaca un puñado de civiles, casi todos socios del Ateneo de Madrid y fervientes republicanos, para estar presentes en la sublevación.
Los conspiradores republicanos estaban bastante organizados y en conexión con grupos de izquierdas. Por la parte militar, su principal coordinador, extraños retruécanos de la Historia, era el general Gonzalo Queipo de Llano; sí, el mismo que «reinó» en Sevilla para Franco, algunos años más tarde. Galán era un viejo conspirador republicano porque ya había participado en la «sanjuanada», por lo que había pasado tres años en el castillo de Montjuich. Para Galán, era básico que su pronunciamiento se produjese antes de que el invierno duro llegase a Jaca, porque entonces no pocos pasos de montaña quedarían cegados por la nieve. Sin embargo, el pronunciamiento republicano se hacía esperar; o, más bien, se multiaplazó. Primero, estuvo fijado para el 12 de octubre, pero la delación de un militar conspirador aconsejó aplazarlo. Entonces se fijó para el 18 de noviembre, pero no pudo ser porque en esas fechas hubo una huelga general en Madrid a causa de los obreros muertos en la obra de la calle Alonso Cano (si, ya, ya; un día también tengo que contar esto). Luego se fijó el 26 de noviembre, pero también se fastidió porque uno de los conspiradores, Ramón Franco, se escapó del presidio militar donde lo tenían preso, lo cual puso nerviosas a las autoridades. Problablemente hartos de tanto golpus interruptus, los conspiradores decidieron, según Queipo, que se alzarían en la semana que terminaba aquel 13 de diciembre de 1930. O no. Los conspiradores de Valencia, que algún problema tendrían, pidieron un pequeño aplazamiento, hasta el 15. Y aquí empezó la chapuza.
El 9 de diciembre, el capitán Galán recibe la orden de los conspiradores de alzarse a las cinco de la mañana del día 12 de diciembre, salvo contraorden. Nosotros ya sabemos que hubo contraorden. Y la hubo. Hacia Jaca, el gobierno republicano en la sombra envió a una persona bien conocida de la Historia, Santiago Casares Quiroga (que sería presidente del Gobierno el 18 de julio del 36), para avisar a Galán de que no, que no era el 12 sino el 15. Según el testimonio de un militar que se alzó con Galán, Salvador Sediles, Casares Quiroga y sus dos acompañantes (de apellidos Graco Marsá y Pastoriza) se tomaron una hora para cenar en Huesca y llegaron a Jaca a la una de la madrugada del día 12. Cuatro horas antes, pues, de que Galán se alzase. En una ciudad tan pequeña como Jaca, y sabiendo los viajeros como sabían, según Sediles, que Galán se alojaba en el Hotel Mur de dicha ciudad, tenían tiempo más que suficiente para avisarle.
Sin embargo, ¿qué hace Casares? Pues irse a otro hotel (llamado, irónicamente, Hotel La Paz), meterse en la cama y dormirse. Las razones para ello, por lo menos hasta donde me alcanzan las lecturas, son, por decirlo elegantemente, difíciles de saber.
Chapuza conspiradora. Pero es hay más. Porque un conspirador siempre tiene delante un objeto de la conspiración. El objeto, en este caso, es un militar también muy conocido, el Director General de Seguridad, Emilio Mola (sí: Mola y Queipo estaban uno enfrente del otro en diciembre del año 30). ¿Controlaba Mola?
Pues él mismo reconoce en sus memorias que no. Ya hemos dicho que el alzamiento se produce a las cinco de la mañana del día 12. A mediodía de dicha jornada, Mola está despachando un asunto insulso con un funcionario Telégrafos (uno de esos tipos que mandar, no manda, pero sabe muchas cosas, porque para eso trabaja en comunicaciones). En el apartado de comentarios generales, ambos abordan la situación política y el funcionario, como si tal cosa, hace el comentario de que la situación es comprometida, pero peor se puede poner si se repiten más sucesos como los de Jaca.
En ese momento, el Director General de Seguridad, el teórico hombre mejor informado de España, el funcionario con más soplones, informadores y espías a sueldo del país, pregunta: ¿Qué pasa en Jaca?
¿Y Queipo?
Pues el jefe de los conspiradores, el cappo di tutti cappi, el coordinador de toda la acción, se entera de que Jaca se ha sublevado, ¡mientras toma café, como si tal cosa, en su cafetería preferida, a última hora de la tarde del día 12! Cuando Queipo se entera, el gobierno ya ha decretado el estado de guerra en Aragón.
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Sublevación de Cuatro Vientos
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La iniciativa de
Galán, de sublevarse en Jaca el 12
de diciembre de 1930 fue el motivo del fracaso del movimiento
revolucionario preparado para el 15 de diciembre, en Madrid. Este
movimiento subversivo de carácter republicano se venía fraguando desde
el mismo mes de agosto en que se reuniera el «Pacto de San Sebastián»,
aunque diversos aspectos provocaron el que se fuera retrasando una y
otra vez. Después de varias dilaciones, Queipo de Llano, jefe del
comité militar, tomó la decisión de sublevarse el 26 de noviembre,
aunque la fuga de la cárcel la noche anterior de Ramón Franco, uno de
los más conspicuos conspiradores republicanos, lo retrasó una vez mas.
Tras la adquisición de un lote de pistolas y municiones a precio de
saldo, se llegó al acuerdo de que el movimiento comenzase la madrugada
del día 15 de diciembre, lunes.
Se organiza el movimiento
Diferentes comisionados militares comprometidos y delegados sindicales de la UGT, salieron con destino a todas las guarniciones y provincias para notificar a militares y obreros la fecha pactada. Los sindicalistas habían de declarar para esa jornada la huelga general revolucionaria, con lo que facilitarían a los militares insurrectos su labor. Pero el 14 por la tarde, por diversos problemas de última hora, se tenían noticias que ni el partido socialista ni su sindicato irían a la huelga en Madrid y se pensó que lo más prudente era suspender el movimiento.
En una reunión de los miembros de comité para analizar la situación, se oyeron opiniones discordantes; la de Queipo, absolutamente contraria a la acción en aquellas circunstancias y la de otros como González Gil, quien hablando en nombre de Franco, decía estar convencido de que al día siguiente se declararía la huelga general en toda España. La postura radical de Franco de sublevarse en cualquier caso prevaleció, pese a que se le enviaron varios emisarios para que reconsiderase su postura. La suerte estaba echada. Uno de los problemas surgidos a la sombra de la decisión precipitada de Franco fue que los artilleros comprometidos con el movimiento insurreccional, piezas claves para movilizar los cuarteles de Carabanchel, se sintieron desligados de sus compromisos al conocer la falta de cooperación de los socialistas y de su sindicato. Los aviadores propusieron entonces que se podría ir al aeródromo de Cuatro Vientos y desde allí, con los paisanos que se unirían a la sublevación y los soldados del aeródromo se podría intentar sorprender a la guardia de los acuartelamientos citados.
Como se había concertado con anterioridad, a las 04:00 h de la madrugada del día 15 de diciembre salían en taxi para Cuatro Vientos Queipo, Muñoz, Hidalgo de Cisneros y Martínez Aragón. El vehículo salió por el paseo de Santa Engracia embocando Cuatro Caminos y aunque era muy temprano, sus ocupantes no vieron signo alguno de anormalidad en la vida de la capital.
La asonada
A las 06:00 h de la mañana entraban en el aeródromo los cabecillas de la sublevación, procediendo a despertar a los oficiales y a la tropa e intentando ganarlos para la causa. De inmediato, Queipo ordenó preparar los aviones para que éstos pudieran efectuar el vuelo, que sería fundamental a la hora de movilizar a otras tropas comprometidas de la guarnición de Madrid. Pero fueron necesarias dos horas para que los aeroplanos estuvieran en condiciones de despegar. Las proclamas que se iban a lanzar sobre Madrid no se habían recibido por lo que, sobre la marcha, se redactaron e imprimieron en la imprenta de Cuatro Vientos... con faltas de ortografía incluidas.Unos minutos antes de las ocho de la mañana, dos aviones Breguet 19 levantaban el vuelo para arrojar sobre Madrid las octavillas que anunciaban la proclamación de la República. Queipo en sus memorias de aquellos días escribió: «...Véase el caso de unos oficiales que se lanzan a la revolución sin armas ni municiones, ni otros elementos que los aparatos para volar, para lo que tampoco estaban preparados. A nuestro lado, Galán había sido el colmo de la prudencia y de la previsión ¿Cómo podía haber supuesto yo una situación semejante?...»
Eran tan sólo las 9:00h de la mañana y el teniente Collar había conseguido hacerse con unas cuantas bombas de avión en el polvorín de Retamares, no sin antes haber amenazado al oficial de guardia. Una hora más tarde elevaba el vuelo el avión de Ramón Franco dispuesto a bombardear el Palacio Real de Madrid. En sus alas, como emblema revolucionario, los sublevados pintaron escarapelas rojas. El propio Ramón Franco recogerá en sus memorias de aquellos momentos lo siguiente: «...Llegan las bombas, y en contra de la opinión de algunos, que ya lo dan todo por perdido, salgo decidido a bombardear el Palacio. Me acompaña Rada que se encarga de hacer el bombardeo. Llegamos sobre Palacio. Hay dos coches en la puerta. En la Plaza de Oriente y explanadas juegan numerosos niños. Las calles tienen ya su animación habitual. Paso sobre la vertical del Palacio dispuesto a bombardear, y veo la imposibilidad de hacerlo sin producir víctimas inocentes. Paso y repaso de nuevo, y la gente sigue tranquila, sin abandonar el peligroso lugar. Doy una vuelta por Madrid, regreso al Palacio y no me decido a hacer el bombardeo. (...) ¿Qué pasaría si una de las bombas por nosotros lanzada matara, por ejemplo, a una pobre mujer y media docena de criaturas? La reacción más espantosa se levantaría contra la República y todo el terreno ganado para ésta se perdería en un solo día...»
Fue en ese momento cuando Franco dio todo por perdido: había observado a las fuerzas gubernamentales controlando la situación en los cuarteles de Carabanchel, los carros de combate trataban de envolver el aeródromo y la artillería se establecía para batir con su fuego Cuatro Vientos. Tras aterrizar y comunicar a sus compañeros la situación, todos comprendieron la imposibilidad de sostener la rebelión y decidieron, para evitar el sacrificio inútil de la tropa que les seguía, marchar en vuelo a Portugal. Tras avisar a los oficiales que estaban con las tropas que todo era inútil. Los jefes más significados de la rebelión tomaron tres aparatos que había en los talleres, recién reparados y con los depósitos llenos de combustible y tomaron rumbo a Lisboa.
Un fracaso exitoso
«¿Hubo realmente fracaso en la sublevación de Cuatro Vientos?», se preguntaba Queipo de Llano en sus memorias.
Desde el punto de vista militar, sin duda lo hubo. Fue una chapuza similar, aunque sin víctimas, a la organizada por el capitán Galán en Jaca.
Pero la revuelta de Cuatro Vientos proporcionó un soplo de aire fresco a la causa republicana, llegando a muchos rincones de España los radiogramas emitidos desde el aeródromo madrileño proclamando a los «cuatro vientos» la República que los conjurados ansiaban. Si Jaca dio «mártires» y excitó odios contra la monarquía, «...el movimiento reivindicativo de Cuatro Vientos había inferido la herida de muerte a la Monarquía...»
Se organiza el movimiento
Diferentes comisionados militares comprometidos y delegados sindicales de la UGT, salieron con destino a todas las guarniciones y provincias para notificar a militares y obreros la fecha pactada. Los sindicalistas habían de declarar para esa jornada la huelga general revolucionaria, con lo que facilitarían a los militares insurrectos su labor. Pero el 14 por la tarde, por diversos problemas de última hora, se tenían noticias que ni el partido socialista ni su sindicato irían a la huelga en Madrid y se pensó que lo más prudente era suspender el movimiento.
En una reunión de los miembros de comité para analizar la situación, se oyeron opiniones discordantes; la de Queipo, absolutamente contraria a la acción en aquellas circunstancias y la de otros como González Gil, quien hablando en nombre de Franco, decía estar convencido de que al día siguiente se declararía la huelga general en toda España. La postura radical de Franco de sublevarse en cualquier caso prevaleció, pese a que se le enviaron varios emisarios para que reconsiderase su postura. La suerte estaba echada. Uno de los problemas surgidos a la sombra de la decisión precipitada de Franco fue que los artilleros comprometidos con el movimiento insurreccional, piezas claves para movilizar los cuarteles de Carabanchel, se sintieron desligados de sus compromisos al conocer la falta de cooperación de los socialistas y de su sindicato. Los aviadores propusieron entonces que se podría ir al aeródromo de Cuatro Vientos y desde allí, con los paisanos que se unirían a la sublevación y los soldados del aeródromo se podría intentar sorprender a la guardia de los acuartelamientos citados.
Como se había concertado con anterioridad, a las 04:00 h de la madrugada del día 15 de diciembre salían en taxi para Cuatro Vientos Queipo, Muñoz, Hidalgo de Cisneros y Martínez Aragón. El vehículo salió por el paseo de Santa Engracia embocando Cuatro Caminos y aunque era muy temprano, sus ocupantes no vieron signo alguno de anormalidad en la vida de la capital.
La asonada
A las 06:00 h de la mañana entraban en el aeródromo los cabecillas de la sublevación, procediendo a despertar a los oficiales y a la tropa e intentando ganarlos para la causa. De inmediato, Queipo ordenó preparar los aviones para que éstos pudieran efectuar el vuelo, que sería fundamental a la hora de movilizar a otras tropas comprometidas de la guarnición de Madrid. Pero fueron necesarias dos horas para que los aeroplanos estuvieran en condiciones de despegar. Las proclamas que se iban a lanzar sobre Madrid no se habían recibido por lo que, sobre la marcha, se redactaron e imprimieron en la imprenta de Cuatro Vientos... con faltas de ortografía incluidas.Unos minutos antes de las ocho de la mañana, dos aviones Breguet 19 levantaban el vuelo para arrojar sobre Madrid las octavillas que anunciaban la proclamación de la República. Queipo en sus memorias de aquellos días escribió: «...Véase el caso de unos oficiales que se lanzan a la revolución sin armas ni municiones, ni otros elementos que los aparatos para volar, para lo que tampoco estaban preparados. A nuestro lado, Galán había sido el colmo de la prudencia y de la previsión ¿Cómo podía haber supuesto yo una situación semejante?...»
Eran tan sólo las 9:00h de la mañana y el teniente Collar había conseguido hacerse con unas cuantas bombas de avión en el polvorín de Retamares, no sin antes haber amenazado al oficial de guardia. Una hora más tarde elevaba el vuelo el avión de Ramón Franco dispuesto a bombardear el Palacio Real de Madrid. En sus alas, como emblema revolucionario, los sublevados pintaron escarapelas rojas. El propio Ramón Franco recogerá en sus memorias de aquellos momentos lo siguiente: «...Llegan las bombas, y en contra de la opinión de algunos, que ya lo dan todo por perdido, salgo decidido a bombardear el Palacio. Me acompaña Rada que se encarga de hacer el bombardeo. Llegamos sobre Palacio. Hay dos coches en la puerta. En la Plaza de Oriente y explanadas juegan numerosos niños. Las calles tienen ya su animación habitual. Paso sobre la vertical del Palacio dispuesto a bombardear, y veo la imposibilidad de hacerlo sin producir víctimas inocentes. Paso y repaso de nuevo, y la gente sigue tranquila, sin abandonar el peligroso lugar. Doy una vuelta por Madrid, regreso al Palacio y no me decido a hacer el bombardeo. (...) ¿Qué pasaría si una de las bombas por nosotros lanzada matara, por ejemplo, a una pobre mujer y media docena de criaturas? La reacción más espantosa se levantaría contra la República y todo el terreno ganado para ésta se perdería en un solo día...»
Fue en ese momento cuando Franco dio todo por perdido: había observado a las fuerzas gubernamentales controlando la situación en los cuarteles de Carabanchel, los carros de combate trataban de envolver el aeródromo y la artillería se establecía para batir con su fuego Cuatro Vientos. Tras aterrizar y comunicar a sus compañeros la situación, todos comprendieron la imposibilidad de sostener la rebelión y decidieron, para evitar el sacrificio inútil de la tropa que les seguía, marchar en vuelo a Portugal. Tras avisar a los oficiales que estaban con las tropas que todo era inútil. Los jefes más significados de la rebelión tomaron tres aparatos que había en los talleres, recién reparados y con los depósitos llenos de combustible y tomaron rumbo a Lisboa.
Un fracaso exitoso
«¿Hubo realmente fracaso en la sublevación de Cuatro Vientos?», se preguntaba Queipo de Llano en sus memorias.
Desde el punto de vista militar, sin duda lo hubo. Fue una chapuza similar, aunque sin víctimas, a la organizada por el capitán Galán en Jaca.
Pero la revuelta de Cuatro Vientos proporcionó un soplo de aire fresco a la causa republicana, llegando a muchos rincones de España los radiogramas emitidos desde el aeródromo madrileño proclamando a los «cuatro vientos» la República que los conjurados ansiaban. Si Jaca dio «mártires» y excitó odios contra la monarquía, «...el movimiento reivindicativo de Cuatro Vientos había inferido la herida de muerte a la Monarquía...»
LARAZON.ES,
4 Junio 11
-
- Lucas MOLINA
Organización de la oposición
Pacto de San Sebastián (agosto 1930) republicanos, nacionalistas de izquierda y socialistas programa para presentarse a las elecciones y constituir un comité revolucionario que debería convertirse en el gobierno provisional de la futura República. Es sustituido por el gobierno del almirante Aznar en el que están representado los partidos del turno monárquico. Puso en marcha unos comicios en los tres niveles: municipales, provinciales y legislativos. El 12 de abril de 1931 se celebraron las elecciones municipales por sufragio universal masculino. La oposición las presentó como un plebiscito a favor o en contra de la monarquía. La victoria de las candidaturas republicano-socialistas en la mayoría de las capitales de provincias, se interpretó como un rechazo total a la monarquía: el 14 de abril de 1931 se proclamó la II República y Alfonso XIII se marchó.
“En el domicilio social de Unión Republicana y bajo la presidencia de D. Fernando Sansisin, se reunieron esta tarde don Alejandro Lerroux y don Manuel Azaña, por la Alianza Republicana; don Marcelino Domingo, don Alvaro de Albornoz y don Angel Galarza, por el partido republicano radical socialista; don Niceto Alcalá Zamora y don Miguel Maura, por la derecha liberal republicana; don Manuel Carrasco Formiguera, por la Acción Catalana; don Matías Mallol Bosch, por la Acción Republicana de Cataluña; don Jaime Ayguadé, por el Estat Catalá, y don Santiago Casares Quiroga, por la Federación Republicana Gallega, entidades que, juntamente con el partido federal español -el cual, en espera de acuerdos de su próximo Congreso, no puede enviar ninguna delegación-, integran la totalidad de los elementos republicanos del país. »A esta reunión asistieron también, invitados con carácter personal, don Felipe Sánchez Román, don Eduardo Ortega y Gasset y don Indalecio Prieto, no habiendo podido concurrir don Gregorio Marañón, ausente en Francia, y de quien se leyó una entusiástica carta de adhesión en respuesta a la indicación que con el mismo carácter se le hizo. »Examinada la actual situación política, todos los representantes concurrentes llegaron en la exposición de sus peculiares puntos de vista a una perfecta coincidencia, la cual quedó inequívocamente confirmada en la unanimidad con que se tomaron las diversas resoluciones adoptadas. »La misma absoluta unanimidad hubo al apreciar la conveniencia de gestionar rápidamente y con ahinco la adhesión de las demás organizaciones políticas y obreras que en el acto previo de hoy no estuvieron representadas para la finalidad concreta de sumar su poderoso auxilio a la acción que sin desmayos pretenden emprender conjuntamente las fuerzas adversas al actual régimen político.”
El Sol, 18 de agosto de 1930
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