La Unión Europea
La construcción europea, desde el lanzamiento del Consejo de Europa
en 1948, ha sabido aprender de los errores históricos y aunar en su
integración paz, democracia, prosperidad y derechos humanos. Lo que hoy
es la Unión Europea lo hizo en los años cincuenta, y también tras la
guerra fría con la ampliación al Este. La UE ha sabido exportar paz y
democracia hacia una vecindad inmediata deseosa de unirse a ella en un
proceso que está aún inacabado y en el que el portazo que se le está
dando a Turquía constituye un enorme error. La UE es un experimento
único en la historia que, al tiempo que integra, preserva las
identidades que conforman la extrema diversidad europea. Ha impulsado,
además, la defensa de los derechos humanos a niveles sin precedentes.
Tras el Estado-nación ha sido el invento político de mayor originalidad
que Europa haya aportado a sí misma y al mundo. A nadie se le escapan las dificultades que atraviesa una UE ahora más impopular. En el 2012 consigue el Premio Nobelde la PAZ
Antecedentes de la Unión Europea
En realidad ninguno de los intentos anteriores al siglo XX de unificar Europa bajo un solo poder se puede considerar como antecedente de lo que hoy entendemos por Unión Europea, puesto que todos tienen como ideal el dominio de los pueblos y no la convivencia en común.
Europa es la cuna de la civilización clásica grecolatina, una civilización que hizo del latín la lengua común hasta mucho después de que hubiese dejado de ser utilizada por el pueblo, puesto que se mantuvo en las universidades, los monasterios y la liturgia, como lengua culta y de transmisión de saber.
Después de la primera guerra mundial los países que han estado en guerra y han vencido, sienten en la necesidad de crear instituciones internacionales que garanticen la paz. El resultado de todo eso es la creación de la Sociedad de Naciones, y será en este foro donde se plantee por primera vez la idea de una Europa unida en lo político y lo económico. Será Coudehove Kalergi quien en 1922 lance por primera vez la idea paneuropea. Habrá que esperar a 1925 para que se firme el Tratado de Locarno, que no deja de ser la plasmación de unas buenas intenciones políticas.
Pronto llegaría la segunda guerra mundial que dejaría a Europa en ruinas y a merced de EE UU y la URSS, los dos grandes bloques que en 1946 iniciarían una guerra fría por el control de Europa, y el mundo. Es en esta época cuando se toma conciencia clara de la necesidad de una unión política y económica para recuperar su status de gran potencia. Sin embargo, no será hasta 1957 cuando se firme el Tratado de Roma que pone en marcha el Mercado Común.
El primer paso efectivo hacia la construcción de la Unión Europea es la firma del Tratado de la CECA, Comunidad Económica del Carbón y del Acero, en 1951. En aquella época el desarrollo de un país se medía por su capacidad de producir acero. Este acuerdo permite la liberalización de los intercambios entre Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Es un compromiso irreversible de integración económica que tiene como virtud la creación de unas instituciones independientes que velan por la buena marcha del tratado. Son: el Ejecutivo, el Tribunal de Justicia y la Asamblea Parlamentaria, que garantizan la coordinación de las políticas de los países firmantes.
El Mercado Común Europeo
En 1955 los ministros de Asuntos Exteriores y de Economía de los países de la CECA deciden ampliar el acuerdo a toda la economía. Esto implicaba, al mismo y tiempo, una unificación previa del régimen arancelario con respecto a terceros países, la armonización de la política general en materia económica, la coordinación de la política monetaria, la libre circulación de la mano de obra, la creación de unas reglas de competencia comunes, la creación de un fondo de inversión para las economías menos desarrolladas, y la armonización reglamentaria en el terreno social y su homologación. En estas condiciones se firma en 1957 el Tratado de Roma.
Proceso de crecimiento
El Tratado de Roma crea una unión aduanera. En 1957 son seis los firmantes del Tratado de Roma: Francia, Italia, Alemania, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. La Europa de los seis, que tienen relaciones privilegiadas con otras asociaciones parecidas como la EFTA (Asociación Europea de Libre Comercio), de carácter mucho más limitado y compuesta por los países nórdicos.
El Mercado Común Europeo (CEE, Comunidad Económica Europea) pronto se revela como la mejor asociación de países para permitir el desarrollo económico, y todas las naciones quieren formar parte de él. En 1970España firma una acuerdo comercial preferencial con la CEE.
En 1973 nace la Europa de los nueve, al firmar el Tratado de Roma: Inglaterra, Irlanda y Dinamarca. En 1973 hay una profunda crisis económica, pero la incorporación de estos tres países, a pesar de las dificultades, da un impulso decisivo a la Comunidad Económica Europea, hacia el desarrollo comunitario y la integración.
En 1978 se instaura el sistema monetario europeo (SME), el ECU (Unidad de Cuenta Europea) que entra en vigor el 1 de enero de 1979. La CEE es una realidad indiscutible, que cada vez tiene más prestigio y es garantía de crecimiento económico, por eso los países que aún están fuera quieren entrar.
En 1981 firma el Tratado de Roma Grecia, naciendo así la Europa de los diez. En 1986 firman el Tratado de Roma España y Portugal, naciendo, así, la Europa de los doce. Estos países, como Grecia, pertenecen al sur mediterráneo, lo que traerá dificultades en la política agraria común. Además, las preocupaciones sociales toman más relevancia, ya que estos países tienen muchas zonas desfavorecidas económicamente.
El 3 de octubre de 1990 se vuelve a unificar Alemania, al desaparece la República Democrática Alemana, integrándose en una sola, con lo que, de hecho, la Comunidad Europea crece, aunque no formalmente.
En 1992 se firma en Maastricht el nuevo tratado, el Tratado de la Unión Europea (UE). En 1995 firman el Tratado de Maastricht: Austria, Suecia y Finlandia. Noruega rechaza en referéndum, una vez más, su incorporación. Nace así la Europa de los quince.
El 1 de mayo del 2004 ingresaron en la UE 10 nuevos países. Se trata de 10 países del este de Europa: Letonia, Lituania, Estonia, Polonia, la República Checa, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia, Chipre y Malta. Todos ellos, salvo Chipre y Malta, pertenecieron a la órbita soviética hasta la caída del Muro de Berlín. Se trata de países mayoritariamente agrícolas, sobre todo de granos. Su mano de obra es muy barata, por lo que cabe pensar que las plantas productivas se transladen a estos países. Su industria está obsoleta, y necesita una profunda reconversión para que sea competitiva. El impacto en la distribución de ayudas dentro de la UE es muy grande, ya que absorberán gran cantidad de subvenciones. Su punto más débil es la estabilidad de la economía, por lo que no ingresarán automáticamente en el euro. Esto es un freno para la instalación de empresas en estos países, ya que la mayor ventaja se adquiriría si se pudiesen hacer negocios directamente en euros. Para poder acceder al euro deberán tener un déficit que no supere el 3% del PIB, una deuda inferior al 60% del PIB, una inflación que no supere el 1,5% de la media de los países con menor inflación, y unos tipos de interés que no superen el 2% de la media de los países con tipos de interés más bajos. Todo esto debe mantenerse por lo menos dos años, por lo que no ingresaría antes del 2007.
Todos estos países son pequeños y aportan poca población, excepto Polonia. en total se suman unos 75 millones de personas. El caso más difícil, desde el punto, de vista político es el de Chipre, cuyo franja norte está ocupada por Turquía, y mantiene un conflicto fronterizo muy tenso, que se ha estabilizado por la construcción de una «línea verde» a cargo de la ONU. La parte sur, que es la que ingresa en la UE, es de origen griego, y el conflicto se originó porque pretendían unirse a Grecia, lo que no gustó a Turquía que comenzó la invasión. Se celebró un referéndum para aprobar el plan de reunificación propuesto por la ONU pero fue rechazado en la parte griega.
El 1 de enero del 2007 firman el tratado de Maastricht se incorporan Bulgaria y Rumanía. Ambos países con una renta per cápita muy baja y que necesitan muchas ayudas de Europa.
Los tratados de Roma y Maastricht
En los tratados de Roma y Maastricht se determinan los objetivos de la Comunidad Europea, las instituciones y la política general. Son una especie de constituciones de la Unión Europea.
El tratado fundamental en el que se plasman la mayoría de las instituciones, y su carácter, es el Tratado de Roma, aunque el que está en vigor en la actualidad es el Tratado de la Unión Europea.
Los objetivos
Los objetivos que se plantea el Tratado de Roma afectan a diversos ámbitos.
Se establece un arancel común ante las mercancías llegadas de terceros países. La libre circulación de mercancías, uno de los ejes básicos de la creación de la Comunidad Económica Europea.
La libre circulación de capitales es uno de los objetivos fundamentales de la Unión Europea, ya que para algunos es el núcleo clave de la misma.
La libre circulación de personas y servicios, sobre todo en lo referente a los trabajadores, a los que se garantizan todos los derechos.
Armonizar la política social de todos los países, de manera que sea parecida en cualquier país de la comunidad, y un ciudadano tenga garantizados los mismos derechos en todos ellos.
El sistema monetario europeo, así como una uniformidad fiscal, para evitar la formación de paraísos fiscales que concentren la mayoría de los capitales. En todos los países habrá un mismo impuesto sobre el consumo: el IVA.
Objetivos políticos de la Unión Europea
También se determinan en los tratados cómo ha de ser la política comunitaria en los diferentes sectores.
La política agraria común (PAC) es de vital importancia, sobre todo, para los miembros del sur, que tiene una mayor proporción de la agricultura en su PIB. El objetivo de la PAC es aumentar la productividad de la tierra y asegurar al agricultor un nivel de rentas mínimo, que le permita vivir del campo con un nivel adquisitivo similar al de otros sectores. También se pretende asegurar el abastecimiento de los productos más comunes a precios razonables para los consumidores. Todo ello implica la necesidad de racionalizar las explotaciones y modernizarlas, con el fin de hacerlas más productivas. Pero, también, en contradicción con esto, se subvenciona a la agricultura de montaña, claramente deficitaria, para conservar los valores de este tipo de cultura y de población. Lo que se pretende es crear un mercado único con precios parecidos en todos los países miembros, y que el abastecimiento se haga preferentemente entre los países de la comunidad. Para ayudar a las regiones más desfavorecidas se ha creado el FEGA, un fondo de solidaridad financiera.
En cuanto a la política de transportes el objetivo es la creación de una red densa que permita integración del mercado y la eliminación de obstáculos administrativos, como las aduanas. La creación de un mercado bien comunicado es vital para el crecimiento económico de la Comunidad. Se está construyendo una tupida red de autovías, autopistas y trenes de alta velocidad que permiten el rápido intercambio de personas y mercancías.
La política comercial está dirigida por la existencia de un arancel exterior común y la defensa de la OMC.
La política social ha sido una de las más discutidas y replanteadas, pero es vital para no crear desigualdades entre los países miembros. Se centra en la unificación de las reglamentaciones y la protección social. La existencia de un fondo social europeo para la educación y la preparación técnica de los trabajadores. Esto es fundamental para la movilidad de la mano de obra. Es necesaria la cooperación educativa y el tratar de ayudar a las regiones menos favorecidas.
Ha provocado muchas tensiones la política monetaria, ya que es la que utilizan los diferentes gobiernos para estabilizar su economía. La política de los diferentes países ha de ir dirigida a la convergencia, para lograr tener una moneda única, que resistiría mucho mejor los ataques exteriores. Esta política se traduce en el sistema monetario europeo (SME), el impuesto del IVA y el ECU (unidad de cuenta europea).
También se lleva una política común en investigación y desarrollo tecnológico. Se trata de tener una tecnología propia y no depender de los EE UU ni del Japón.
Las instituciones
Los tratados de Roma y Maastricht han creado una serie de instituciones con diferentes contenidos.
El Consejo de la Unión Europea (o de Ministros), que tiene un representante del gobierno de cada país. Es el encargado de coordinar las políticas económicas, adoptar los reglamentos de la comunidad y el órgano que ha de tomar decisiones, por unanimidad o mayoría cualificada.
La Comisión Europea consta de 14 miembros de los distintos países. Es un órgano independiente y vela por el interés general de la comunidad. Se ocupa de tomar decisiones y ejecutarlas en el marco del tratado. Está, pues, al margen de los gobiernos de los países.
El Parlamento Europeo, que desde 1974 se elige por sufragio universal libre y directo, por cinco años, es el órgano legislativo de deliberación y control de la comunidad.
El Tribunal de Justicia es el órgano encargado de garantizar el Derecho, en la interpretación y aplicación del tratado. Resuelve los litigios entre Estados y entre los órganos de la comunidad.
El Tribunal de Cuentas tienen el cometido de controlar las cuentas de la comunidad y emitir un informe anual.
El Banco Central Europeo, es el encargado de la política monetaria y la implantación del euro, se creó el 1-1-1999. Dirige las operaciones de cambio y garantiza el buen funcionamiento de los sistemas de pago.
El Banco Europeo de Inversiones (BEI) es el encargado de conceder préstamos a largo plazo a las empresas. Financia proyectos de inversión para contribuir al desarrollo equilibrado de la Unión.
El Comité Económico y Social que tiene una función consultiva anta la Comisión Europea, el Consejo de la Unión Europea y el Parlamento Europeo. Los dictámenes son elaborados por diversos representantes cualificados en los diferentes sectores.
El Comité de las Regiones, creado en 1994 es la institución más joven. Pretende dar una voz ante las instituciones europeas a las regiones de cada país, sin necesidad de que el gobierno correspondiente sea su voz en Europa. Se trata de un órgano consultivo.
El Defensor del Pueblo, es un órgano unipersonal que defiende derechos de todos los ciudadanos de la Unión ante la Administración europea.
Vista general del Parlamento Europeo en Estrasburgo. / VINCENT KESSLER (REUTERS)
Vista general del Parlamento Europeo en Estrasburgo. / VINCENT KESSLER (REUTERS)
El Tratado de la Unión Europea, Maastricht 1992
El Tratado de Maastricht es, en realidad, una reelaboración de todos los tratados que desde 1957 se han ido desarrollando en la Comunidad Europea, para tener uno sólo de referencia. Su finalidad última es la unión política de todos los países que componen la Unión Europea. Esencialmente es el mismo que el Tratado de Roma, ya que se conservan las mismas instituciones pero modifica alguno de sus objetivos y amplía otros, en función de las necesidades de los nuevos tiempos.
En materia de política exterior y seguridad se pretende la defensa de unos valores comunes y el fortalecimiento de la seguridad de la Unión Europea y sus países a través de la creación de un ejército europeo: la UEO. La Unión Europea tienen un claro compromiso para defender la paz, la libertad, la democracia y los derechos humanos en todo el mundo.
La ciudadanía europea es una ampliación del derecho a la libre circulación e implica la facultad de ejercer los derechos civiles en cualquier país de la Unión, tanto ejercer el derecho al voto, como a ser elegido en un país extranjero. Este punto ha implicado la única reforma de la Constitución española, hasta el momento, añadiendo las palabras «y pasivo» al artículo 13-2.
Otro de los objetivos del nuevo tratado es la ampliación de las competencias de las instituciones. Sobre todo en materias como la cohesión social, la investigación y el desarrollo, el medio ambiente, la industria y los transportes, la protección al consumidor, la educación y los fondos de cohesión.
El tratado firmado en Maastricht se va modificando para adaptarse a las nuevas exigencias de la Unión Europea. Hasta el momento ha habido dos modificaciones, una en Amsterdam en 1997 y otra en Niza en el 2000, donde se fijaron las condiciones de ampliación a los países del este de Europa.
El euro
El objetivo a medio plazo más transcendente es la unión monetaria. Este es el punto clave del tratado, ya que exige una estabilidad económica y monetaria en cada país, así como de su industria, el control de la inflación y el gasto público. Se trata de hacer un mercado regional efectivo, con una moneda única: el euro. Todos los países miembros de la Unión Europea han intentado controlar su economía para conseguir los mínimos especificados en el tratado. En 1998 todos los países miembros, excepto Grecia, cumplían los requisitos. Entre el 1-5-98 y el 3-5-98 se reunieron en Bruselas los presidentes y los ministros de Economía de los países para presentar los resultados y crear el euro.
De los 15 países Grecia, Gran Bretaña, Dinamarca y Suecia, no formarán parte del euro. Los otros once: Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Italia, Finlandia, España, Portugal, Irlanda y Austria, crearon la nueva moneda única. El euro entró en vigor el 1-1-1999, para operaciones en mercados ficticios. Este fue el día en el que nació el euro ya que a partir de entonces nadie podrá comprar ni vender monedas nacionales, estas se convierten en expresiones de euro. La moneda oficial de esos once países es el euro. El 1-1-2002 comenzará a circular como moneda corriente, junto con las monedas nacionales, período de convivencia, para sustituir definitivamente a las monedas nacionales de estos países el 1-3-2002 (en principio se acordó un período de convivencia hasta el 1-6-2002). Los países que se quedaron fueran aún pueden formar parte del sistema. El 3 de enero del 2001 entró en el euro el Grecia. El 1 de enero de 2007 Eslovenia entra en el euro por los buenos datos de su economía.
PARA SABER MÁS:
DOCUMENTOS:
Texto íntegro del Tratado de la Constitución Europea
LA UNIÓN EUROPEA HOY
El euro es la clave de bóveda del proyecto europeo. Por esa razón, una crisis que afecte al euro es una crisis existencial. Y por eso también es fácil entender por qué, aunque la Unión Europea haya estado antes en crisis, nunca se había asomado al abismo y sentido tanto vértigo. La crisis de la silla vacía, la época de “euroesclerosis”, el bloqueo de Margaret Thatcher a causa del cheque británico, las divisiones ante la unificación alemana, las turbulencias en torno a la ratificación del Tratado de Maastricht o la rebeldía popular ante la Constitución europea, todos esos momentos agitaron las aguas europeas, pero nunca amenazaron con hacer zozobrar la nave europea. En contraste, la crisis del euro ha recorrido transversalmente y presionado intensamente sobre todas y cada una de las líneas de fuerza subyacentes al proyecto europeo.
La crisis ha agudizado las tensiones entre los viejos y los nuevos miembros, entre el Norte y el Sur, entre protestantes y católicos, entre los miembros de la eurozona y los que están fuera de ella. También ha sometido a tensión las políticas que constituyen el núcleo de la Unión: el mercado interior; la libertad de circulación y la política exterior y de seguridad. En todos esos ámbitos hemos asistido a presiones centrífugas que han debilitado el espíritu común y la capacidad de actuación conjunta.
De la misma manera, las viejas tensiones entre federalistas e intergubernamentalistas, aparentemente enterradas en el Tratado de Lisboa tras una década de debates y negociaciones institucionales, han vuelto a la superficie. Aunque la Comisión Europea ha intentado mantener la iniciativa en sus manos, los Estados no han dudado en apartarla a un lado cuando lo han considerado necesario. Y el Parlamento Europeo, aunque se ha convertido en el foro donde se ha debatido intensamente sobre la crisis, no ha conseguido tampoco forzar ni liderar los consensos necesarios para salir de ella. Al final, la crisis se ha gobernado a trompicones desde una cacofonía compuesta por Berlín, París, las agencias de calificación, los inversores privados y el Banco Central Europeo.
La crisis también ha afectado a los mimbres democráticos con los que se teje la política en los Estados. Las soluciones tecnocráticas han reavivado la crítica al déficit democrático de la UE y al sometimiento de los Estados a la lógica de los mercados. A cambio de la estabilidad, sin embargo, han proporcionado alas a los populistas y a los euroescépticos, siempre prestos a manipular la soberanía popular y los sentimientos de identidad nacional en contra del proyecto europeo. El resultado es que Europa es más ingobernable, tanto en el ámbito de las instituciones europeas como en las nacionales.
Hemos visto también resurgir las tensiones entre profundización y ampliación, que pensábamos superadas tras haber demostrado sobradamente con su crecimiento los nuevos socios del Este que habían llegado a la Unión para sumar y no para restar. Algo parecido puede decirse respecto a las grandes orientaciones macroeconómicas: donde antes de la crisis, el Pacto de Estabilidad y la Agenda de Lisboa parecían haber logrado un sano equilibrio entre el rigor presupuestario y las políticas de crecimiento y empleo, la crisis del euro ha vuelto a polarizar los debates, empujando a los Estados a posiciones antagónicas entre austeridad y estímulos económicos.
En todos estos debates, las posiciones de los gobiernos se han vuelto maximalistas e ideológicas. Así, donde en el pasado resultaba fácil construir coaliciones, intercambiar políticas, repartirse las diferencias de forma pragmática y seguir adelante, hoy la capacidad de compromiso se ha encogido de tal manera que parece que la lógica que impera no es la del consenso, sino la de vencedores y vencidos, algo que viola el código genético de la UE, construido precisamente sobre un cúmulo de victorias y derrotas de funestas consecuencias.
Pero más allá de las dinámicas internas, el problema es que la actual crisis no sólo enfrenta a Europa a sus fantasmas internos, sino que la sitúa en una senda acelerada de declive global.
EUROECEPTICISMO. ENCUESTA
Los datos son alarmantes. Casi un 90% de los españoles cree que la situación política de la Unión Europea es regular o mala, según una encuesta realizada por la consultora GAD3. Y menos de la mitad (43,8%) considera que la Unión es sinónimo de democracia, frente al 44,3% que piensa que no lo es. En España, este desencanto todavía no ha derivado en la aparición de partidos políticos que defiendan la salida de la UE, como sucede en países como Italia, Grecia o Reino Unido,
Las secuelas sociales de la crisis, que siguen cebándose sobre los más vulnerables; el aún débil ritmo de crecimiento, condicionado por una obsesión excesiva por la austeridad; las resistencias a la modernización tecnológica y educativa que redundan en una competitividad inferior a la potencial; la escasa capacidad de influencia exterior, incluso en los ámbitos cercanos (de Ucrania a Siria o Libia), cuando es más necesaria por cuanto el manto protector de EE UU disminuye o desaparece; los cuantiosos, aunque localizados, déficits en libertades internas, entre los nuevos socios, y también en seguridad externa…
DOCUMENTOS:
Texto íntegro del Tratado de la Constitución Europea
La Declaración Schuman de 9 de mayo de 1950
LA UNIÓN EUROPEA HOY
El euro es la clave de bóveda del proyecto europeo. Por esa razón, una crisis que afecte al euro es una crisis existencial. Y por eso también es fácil entender por qué, aunque la Unión Europea haya estado antes en crisis, nunca se había asomado al abismo y sentido tanto vértigo. La crisis de la silla vacía, la época de “euroesclerosis”, el bloqueo de Margaret Thatcher a causa del cheque británico, las divisiones ante la unificación alemana, las turbulencias en torno a la ratificación del Tratado de Maastricht o la rebeldía popular ante la Constitución europea, todos esos momentos agitaron las aguas europeas, pero nunca amenazaron con hacer zozobrar la nave europea. En contraste, la crisis del euro ha recorrido transversalmente y presionado intensamente sobre todas y cada una de las líneas de fuerza subyacentes al proyecto europeo.
La crisis ha agudizado las tensiones entre los viejos y los nuevos miembros, entre el Norte y el Sur, entre protestantes y católicos, entre los miembros de la eurozona y los que están fuera de ella. También ha sometido a tensión las políticas que constituyen el núcleo de la Unión: el mercado interior; la libertad de circulación y la política exterior y de seguridad. En todos esos ámbitos hemos asistido a presiones centrífugas que han debilitado el espíritu común y la capacidad de actuación conjunta.
De la misma manera, las viejas tensiones entre federalistas e intergubernamentalistas, aparentemente enterradas en el Tratado de Lisboa tras una década de debates y negociaciones institucionales, han vuelto a la superficie. Aunque la Comisión Europea ha intentado mantener la iniciativa en sus manos, los Estados no han dudado en apartarla a un lado cuando lo han considerado necesario. Y el Parlamento Europeo, aunque se ha convertido en el foro donde se ha debatido intensamente sobre la crisis, no ha conseguido tampoco forzar ni liderar los consensos necesarios para salir de ella. Al final, la crisis se ha gobernado a trompicones desde una cacofonía compuesta por Berlín, París, las agencias de calificación, los inversores privados y el Banco Central Europeo.
La crisis también ha afectado a los mimbres democráticos con los que se teje la política en los Estados. Las soluciones tecnocráticas han reavivado la crítica al déficit democrático de la UE y al sometimiento de los Estados a la lógica de los mercados. A cambio de la estabilidad, sin embargo, han proporcionado alas a los populistas y a los euroescépticos, siempre prestos a manipular la soberanía popular y los sentimientos de identidad nacional en contra del proyecto europeo. El resultado es que Europa es más ingobernable, tanto en el ámbito de las instituciones europeas como en las nacionales.
Hemos visto también resurgir las tensiones entre profundización y ampliación, que pensábamos superadas tras haber demostrado sobradamente con su crecimiento los nuevos socios del Este que habían llegado a la Unión para sumar y no para restar. Algo parecido puede decirse respecto a las grandes orientaciones macroeconómicas: donde antes de la crisis, el Pacto de Estabilidad y la Agenda de Lisboa parecían haber logrado un sano equilibrio entre el rigor presupuestario y las políticas de crecimiento y empleo, la crisis del euro ha vuelto a polarizar los debates, empujando a los Estados a posiciones antagónicas entre austeridad y estímulos económicos.
En todos estos debates, las posiciones de los gobiernos se han vuelto maximalistas e ideológicas. Así, donde en el pasado resultaba fácil construir coaliciones, intercambiar políticas, repartirse las diferencias de forma pragmática y seguir adelante, hoy la capacidad de compromiso se ha encogido de tal manera que parece que la lógica que impera no es la del consenso, sino la de vencedores y vencidos, algo que viola el código genético de la UE, construido precisamente sobre un cúmulo de victorias y derrotas de funestas consecuencias.
Pero más allá de las dinámicas internas, el problema es que la actual crisis no sólo enfrenta a Europa a sus fantasmas internos, sino que la sitúa en una senda acelerada de declive global.
EUROECEPTICISMO. ENCUESTA
Los datos son alarmantes. Casi un 90% de los españoles cree que la situación política de la Unión Europea es regular o mala, según una encuesta realizada por la consultora GAD3. Y menos de la mitad (43,8%) considera que la Unión es sinónimo de democracia, frente al 44,3% que piensa que no lo es. En España, este desencanto todavía no ha derivado en la aparición de partidos políticos que defiendan la salida de la UE, como sucede en países como Italia, Grecia o Reino Unido,
La UE de 2017 se enfrenta a un entorno totalmente diferente. Los
nacionalismos están en auge. La crisis financiera y la subsiguiente
recesión económica han minado la confianza de los ciudadanos en la
globalización. El aumento de la inmigración ha añadido una dislocación
cultural a las dificultades económicas. Rusia está desafiando los
principios fundamentales del orden europeo de la posguerra. Estados
Unidos está ahora en contra de la integración europea con el ascenso al
poder de Donald Trump, quien ha declarado que la UE es un vehículo para
la dominación alemana.
Al Brexit se suman el auge del populismo, el proteccionismo, el reto de la inmigración y la amenaza del terrorismo.
Al Brexit se suman el auge del populismo, el proteccionismo, el reto de la inmigración y la amenaza del terrorismo.
Los
políticos actuales sufren el asalto populista de la derecha que se
opone a la inmigración y de la izquierda contraria a la globalización.
Hay divisiones entre los miembros más fuertes del norte y los más
débiles del sur y entre las democracias fundadoras del oeste y las
tendencias nacionalistas de los antiguos miembros del bloque comunista.
La UE ha sobrevivido a la oleada de refugiados y emigrantes de Oriente Medio y África.
Por otra parte, después de la crisis, la economía europea está mostrando signos de crecimiento sostenidoLas secuelas sociales de la crisis, que siguen cebándose sobre los más vulnerables; el aún débil ritmo de crecimiento, condicionado por una obsesión excesiva por la austeridad; las resistencias a la modernización tecnológica y educativa que redundan en una competitividad inferior a la potencial; la escasa capacidad de influencia exterior, incluso en los ámbitos cercanos (de Ucrania a Siria o Libia), cuando es más necesaria por cuanto el manto protector de EE UU disminuye o desaparece; los cuantiosos, aunque localizados, déficits en libertades internas, entre los nuevos socios, y también en seguridad externa…
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