LOS REYES CATÓLICOS. "TANTO MONTA, MONTA TANTO"
Los Reyes Católicos, ejemplo de monarquía autoritaria
Castillo de la Mota, Medina del Campo |
Castilla y Aragón en el siglo XV
En la primera mitad del siglo XV la península Ibérica estaba dividida en cinco grandes territorios: la Corona de Castilla, la Corona de Aragón, el reino de Navarra, el reino de Portugal y el reino islámico de Granada.La unión dinástica
En
1469 se habían casado Fernando, hijo del rey de Aragón, e Isabel,
hermana del rey de Castilla. Se produjo entonces la unión de la Corona
de Castilla y de la Corona de Aragón.
Esta unión era solo una unión personal.
Isabel y Fernando, los llamados Reyes Católicos, gobernaban conjuntamente sus territorios, pero cada reino mantuvo sus propias leyes e instituciones.
La infanta Isabel de Castilla no parecía un personaje a tener muy en cuenta cuando llegó a la Corte de Enrique IV en 1461. Era una niña de diez años de piel blanca, ojos claros y cabellos trigueños, que había vivido en retiro con su madre, Isabel de Portugal, segunda esposa viuda del rey Juan II de Castilla, y con un hermano más pequeño, el infante Alfonso.
Retrato de Isabel la Católica por Juan Antonio Morales
Hija de reyes, su alumbramiento no supuso, en principio, ningún cambio en la línea de sucesión al trono de Castilla. Esto se hizo patente cuando, unos pocos años después, su madre dio a luz a un bebé–Alfonso– que, por el hecho de ser varón, adelantaría a la joven en la carrera por la corona convirtiéndose en el sucesor del también hermano de ambos, Enrique IV –entonces rey de Castilla-.
Tanto Isabel «La Católica» como Alfonso vivieron una infancia complicada, apartados de la Corte en compañía de su madre, quien sufría un proceso de demencia. Solo cuando una parte de la nobleza vislumbró la posibilidad de usar a ambos hermanos contra Enrique IV, éste ordenó traerlos al Alcázar de Segovia, que hacía las veces de residencia regia, para mantenerlos bajo vigilancia. Las dudas sobre la paternidad de la única heredera del Rey, Juana –conocida como «la Beltraneja» porque se acusaba a Beltrán de la Cueva de ser su auténtico padre–, llevó a numerosos nobles, encabezados por Juan Pacheco y su hermano Pedro Girón, a declarar que Isabel y Alfonso eran los sucesores legítimos de la Corona de Castilla
Alfonso de Trastámara
Alfonso de Trastámara
Hijo de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal, Alfonso de Trastámara fue conocido como «El Inocente» por estimársele un títere en manos de una nobleza fuera de control que solo pretendía sacar el máximo rédito de la debilidad de su hermanastro, Enrique IV, a costa de la credulidad del joven. Aunque ambos eran hijos de Juan II, contaban con diferentes madres y Enrique IV siempre se mostró receloso con los hijos del segundo matrimonio de su padre.
Es recordado, sobre todo, por su participación en la Farsa de Ávila, donde fue coronado a los 11 años de edad como Rey por un grupo de nobles que llevaron el desafío al débil Enrique IV «El Impotente» a la categoría de rebelión. Durante varios años se dio la inusual situación en Castilla de que hubo dos reyes y dos cortes, hasta que el adolescente falleció de forma súbita a causa supuestamente de la peste. Sin embargo, el veneno era una sustancia demasiado habitual en las cortes renacentistas como para descartar su presencia en la muerte del joven Infante. Y lo que siempre perteneció al campo de la especulación, lo confirmaron hace pocos años investigaciones científicas que descartan definitivamente cualquier rastro del bacilo de la peste en sus restos mortales.
De esta forma, la joven sólo quedaba para su familia como una interesante moneda de cambio que podía ser usada en un futuro matrimonio de conveniencia.
Todo cambió cuando, repentinamente, Enrique IV dejó embarazada a su mujer, la portuguesa Juana de Avis.
Su hermano mayor –hermano solamente de padre- era el rey Enrique IV, a quien sus enemigos pusieron el vergonzante apodo del Impotente.
No le faltaban adversarios al desafortunado Enrique, corrían vientos de fronda entre la nobleza castellana, que esperaba beneficiarse de la debilidad del rey para aumentar su propio poder y privilegios. Fue por eso, y no porque de pronto hubiera tenido una necesidad afectiva, por lo que hizo venir a su hermanita Isabel junto a él, temeroso Enrique de que los nobles la utilizasen.
Las posibilidades de que Isabel se convirtiera en candidata al trono eran, sin embargo, remotas, tenía dos parientes con más derecho delante de ella. En primer lugar la hija del rey, la princesa Juana, heredera indiscutible según la lógica dinástica. Y luego el hermano pequeño de Isabel, Alfonso, que aunque menor, tenía preferencia por varón.
Unos obstáculos que desaparecerían en lo que para Isabel fue el afortunado verano de 1568, cuando la Parca se alió con Venus, y entre muerte prematura e impulso amoroso irrefrenable le dejaron vía libre al trono.
Enrique IV había tenido dificultades para engendrar un heredero a la corona.Le resultó imposible con su primera esposa, Blanca de Navarra, con la que estuvo casado desde los 15 a los 28 años. Para buscar otra solución dinástica Enrique acusó a Blanca de brujería, nada menos, de provocar su impotencia por malas artes de encantamiento. Hubo un proceso que debió ser sonado, pues el rey llevó como testigos a prostitutas, que declararon que con ellas “sí podía”; se aceptó como probado el maleficio que provocaba la impotencia real y el obispo de Segovia anuló el matrimonio en 1453, siendo luego refrendada la anulación por el Papa.
Dos años después Enrique IV se casó en segundas nupcias con su prima Juana de Portugal, que tardó seis años en quedarse embarazada. Pero esto no fue el final de los problemas sucesorios, pues desde que se manifestara la preñez de doña Juana comenzaron los rumores de que al rey solo le atraían los muchachos, que se vestía a la moruna y tenía un harén de zagales, y que era el valido del rey, don Beltrán de la Cueva, quien lo había substituido no solo en el Gobierno, sino también en el lecho matrimonial.
No existen pruebas históricas de todo esto, y sí en cambio de que los rumores eran interesados, promovidos por el marqués de Villena y su hermano don Pedro Girón, maestre de Calatrava, rabiosos con don Beltrán porque les había arrebatado el valimiento.
Pero el caso es que la niña que dio a luz Juana de Portugal, que fue llevada a la pila bautismal por su tía la infanta Isabel, junto con el nombre cristiano de Juana recibió el poco caritativo apodo de la Beltraneja.
Enrique IV había tomado la precaución de legitimar a su hija antes de que naciese, logrando que las Cortes de Castilla reunidas en Madrid proclamaran legítimo heredero al niño o niña que diese a luz la reina Juana. Sin embargo, los poderosos hermanos Villena y Girón levantaron en fronda a la nobleza, se enfrentaron al rey y lograron que este desheredara a su hija y nombrase heredero a su hermano pequeño, Alfonso.
La pugna fue a mayores, no podemos entrar en detalles de este complejo pasaje de la Historia de España, el caso es que se convirtió en guerra civil y los nobles proclamaron rey al joven Alfonso.
El reinado de Alfonso fue corto, no llegó a los tres años. El 5 de julio de 1568, don Alfonso, que tenía 14 años, falleció por causas desconocidas.
Fue en ese encierro cuando se hizo evidente lo que hasta ese momento era solo suposición de sus enemigos: que la reina Juana no guardaba fidelidad a su marido, Enrique IV, lo que por otra parte era comprensible, dadas las características del Impotente. El objeto de los amores de la reina fue, como resulta natural, el joven noble que tenía diariamente a su lado como maestresala. No fueron desde luego platónicos aquellos amores y doña Juana se quedó embarazada. Confiaba en que el aislamiento del castillo de Alaejos permitiese evitar el escándalo, pero cuando estaba en avanzado estado de embarazo Enrique IV la mandó llamar. Iba a tener lugar una importante conferencia entre el rey y los nobles rebeldes en los Toros de Guisando y Enrique quería tener junto a él a su esposa y reina en esa ocasión solemne, para dar una imagen de normalidad.
Cuando llegaron los enviados del rey a buscar a doña Juana ella entró en pánico. Planeó la fuga con su amante y esa noche se escapó del torreón donde se hallaba enclaustrada, descendiendo en una cesta atada a una soga. Sus cómplices excavaron un hueco en el muro y salió al campo, donde la esperaba don Pedro acompañado de un amigo, Hurtado de Mendoza, que los llevó bajo protección de su poderosa familia a Buitrago, feudo de don Íñigo López de Mendoza. Allí daría a luz, el día de San Andrés, dos gemelos, Pedro y Andrés de Castilla y Portugal, que serían conocidos como los Apóstoles.
El arrebato pasional de la reina Juana dejaba herida de muerte la candidatura al trono de su hija la Beltraneja. ¿Quién dudaba ahora de que la reina había engañado al rey para concebir su primera hija? En la explanada de los Toros de Guisando, en esa reunión que había provocado la fuga de la reina, la asamblea de nobles obligó a Enrique IV a desheredar de nuevo a la Beltraneja y reconocer como princesa heredera a su hermana, la infanta Isabel. A cambio, ella se casaría con quien eligiese Enrique IV.
Isabel ya no era la niña que llegó a la Corte, era una joven de 17 años de ánimo fuerte, cabeza amueblada y notable perspicacia política. Fue ella quien diseñara el compromiso de Guisando, pues los nobles querían proclamarla directamente reina, pero Isabel prefirió la seguridad de ser heredera de su hermano Enrique –era joven y podía esperar los años de vida que le quedaren al rey- a jugarse la corona en una guerra civil.
Sin embargo, todavía existía una amenaza para su candidatura, otro pretendiente al trono de Castilla: el príncipe don Fernando, heredero de la Corona de Aragón, que era de la estirpe castellana de Trastamara y sostenía tener más derechos que Isabel por su condición de varón, pues las Partidas de Alfonso el Sabio establecen que a igualdad de derechos hereditarios tiene preferencia el hombre sobre la mujer. Isabel resolvió anular al competidor por el expediente de casarse a toda prisa con él.
La boda de Isabel y Fernando, la más importante de la Historia de España, estuvo no obstante llena de irregularidades. Se celebró en secreto en el palacio de Juan de Vivero, en Valladolid, en octubre de 1469; rompía el compromiso adquirido en Guisando de que fuese Enrique IV quien eligiera el novio; y además se utilizó una bula papal falsificada, pues era necesaria la dispensa de Roma, ya que los contrayentes eran primos hermanos, y no era cuestión de esperar el papeleo de la curia. Pero Isabel le planteó a su hermano el rey un hecho consumado, que sería irreversible, y que daría origen nada menos que a la unidad de España.
La muerte del infante Alfonso en 1468 hizo que a Isabel se la presumiera firme candidata al trono, pero ello no cambió sustancialmente las directrices de la educación de Isabel. Rodeada de cortesanos más interesados en medrar que en hacer de la futura soberana una mujer capacitada intelectualmente, fue la propia reina quien, años después, advirtiendo sus carencias, buscó rodearse de los mejores maestros. Así lo afirma el humanista Lucio Marineo Sículo, quien en 1492 escribió: «Hablaba el lenguaje castellano elegantemente y con mucha gravedad. Aunque no sabía la lengua latina, holgaba en gran manera de oír oraciones y sermones latinos porque le parecía cosa muy excelente la habla latina bien pronunciada. A cuya causa, siendo muy deseosa de lo saber, fenecidas las guerras en España, aunque estaba de grandes negocios ocupada, comenzó a oír lecciones de gramática, en la cual aprovechó tanto que no sólo podía entender a los embajadores y oradores latinos, mas pudiera fácilmente interpretar y transferir libros latinos en lengua castellana»
Alonso Flórez, en su Crónica incompleta de los Reyes Católicos, describe a Isabel como una adolescente que no carecía de atractivos –se refiere a sus «ojos garzos, las pestañas largas, […] dientes menudos y blancos»–, pero que destacaba ya por su seriedad: «Pocas y raras veces era vista reír como la juvenil edad lo tiene por costumbre». Ciertamente, no le sobraban motivos para sonreír. Las intrigas cortesanas que la querían legítima heredera ante la presunta bastardía de su sobrina Juana la Beltraneja, las estrecheces económicas, la prematura muerte de su hermano y la enfermedad de su madre no propiciaban una mocedad alegre y despreocupada. Menos aún cuando, en 1461, Enrique IV la obligó a instalarse en la corte. Obedeció a regañadientes y siempre añoró los días en Arévalo. Es más, años después escribió que fue arrancada de los brazos de su madre «inhumana y forzosamente», cuando tanto «el señor rey don Alfonso y yo, a la sazón, éramos niños».
La impronta cultural y de mecenazgo de Isabel de Castilla quedó patente en muchos otros ámbitos del arte y de la cultura. Su ejemplo y su propia peripecia intelectual dieron como resultado una corte culta y con gran protagonismo femenino, que contempló la incorporación de las mujeres al mundo del saber. De unas, conocemos sus nombres: Lucía de Medrano, Beatriz Galindo, Mencía y María de Mendoza, Luisa de Sigea la Minerva…; de otras, sólo la certeza de que con el estudio se recreaban en «el dulce gusto del saber», a decir de un anónimo contemporáneo.
Se ha dicho de Isabel la Católica que olía realmente mal y que llegó a estar algo loca.
Pero, ¿qué hay de cierto en las creencias populares que existen sobre la Reina?
Es cierto que Isabel de Castilla sentía una profunda aversión por el ajo. «En una ocasión, los encargados de su cocina quisieron disimular la presencia de este ingrediente en un guiso con abundante perejil. Pero la Reina lo detectó y exclamó “¡venía el villano vestido de verde!”. Una frase que pasó al acervo popular para indicar toda amenaza oculta», explica la autora.
Sobre su higiene se ha dicho que no era mucha, y que olía muy mal. Incluso que en 1941 prometió no cambiarse de camisa hasta que se conquistase Granada. Queralt del Hierro cree que en estas creencias hay bastante de mentira. «Lo de que no se cambió de camisa hasta conquistar Granada es una de las muchas falacias que se cuentan sobre la Reina. Además, se fundamenta en un error histórico: quien aseguró -aunque de forma simbólica- que no se cambiaría de camisa hasta pacificar Flandes fue su tataranieta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y gobernadora de los Países Bajos». Con todo, en lo referente al olor que desprendía Isabel la Católica puede que haya algo de cierto. «Es posible que su pestilencia fuera cierta en sus últimos meses de vida, ya que murió con el cuerpo ulcerado», admite la biógrafa.
Isabel era una ferviente católica. Su conducta demostró su extraordinaria piedad, desde su protección a la Iglesia Católica hasta su testamento». No obstante, en algunos momentos las «razones de Estado» pesaron más que su fe. «No esperó a tener la dispensa papal para contraer matrimonio con Fernando de Aragón, lo que hace pensar que anteponía los intereses del reino a cualquier otra consideración. Y en cuanto a la expulsión de los judíos o la guerra a los musulmanes, creo que privó más la política que la fe. La unidad de credos se entendía entonces como una forma de evitar disidencias y, por tanto, un medio para fortalecer la corona», explica la autora.
Sin duda se trataba de una persona de temperamento y sentido de la realeza muy particulares. «Estando Fernando el Católico jugando a los dados con su tío, el almirante de Castilla, éste le ganó la partida. Eufórico gritó “¡te he ganado!”, e Isabel, que estaba presente, le recriminó sus palabras diciendo que así no se hablaba al Rey. El Almirante respondió que en aquellos momentos no hablaba con el Rey, sino con su sobrino, y la Reina le replicó que “el Rey no tiene parientes ni amigos, solamente súbditos”», cuenta Queralt del Hierro.
En cualquier caso, frente a quienes aseguran que la Reina fue una joven «adelantada a su época» y que se casó con Fernando por amor contra los planes que había para ella, la biógrafa sostiene que aquella unión «no fue por amor, ya que ambos no se conocían hasta pocos días antes de la boda y para entonces el enlace ya estaba pactado. Fue por criterios políticos que, en este caso, iban contra los propugnados por Enrique IV de Castilla».
FERNANDO II
Fernando II, rey de Aragón, llamado el Católico (1479-1516); rey de Castilla como Fernando V (1474-1504) y de Nápoles como Fernando III (1504-1516)
Fernando… ¿una historia de amor?
El rey trató por todos los medios de casar a Isabel con multitud de pretendientes para garantizarse desde una alianza con Portugal hasta la marcha de su hermana a París. No sirvió de nada, pues la joven reina, con una mentalidad adelantada a su tiempo, rechazó a todos los hombres que propuso su cruel hermano y dejó claras sus intenciones: únicamente se casaría con quien ella decidiera.
Por ello, en un intento de detener los ambiciosos planes del rey, Isabel decidió contraer matrimonio en secreto con Fernando, príncipe del reino de Aragón. Con las nupcias, sus territorio quedarían unidos una vez muerto Enrique IV. No obstante, y tras rechazar a multitud de pretendientes, la duda de si este matrimonio fue o no por amor todavía se cierne sobre la Historia.
No hay que considerar el matrimonio con Fernando de Aragón como una boda por amor ni como un acto de rebeldía hacia la imposición de la razón de estado. Fue, simplemente, una decisión política tomada por ella, ciertamente, pero siguiendo las recomendaciones de sus consejeros. No aceptó los enlaces francés o portugués que proponía Enrique IV, cierto, pero escogió al heredero de Aragón por considerar que éste significaba una alianza política más provechosa para Castilla. Es decir, de alguna forma también aceptó lo que era el destino común de las infantas de Castilla: casarse por razones de estado. Pero lo hizo siguiendo su criterio y no el de la corona», destaca la experta.
Así, años después -y tras la muerte de Enrique-, Castilla y Aragón quedaron por fin unidas gracias al matrimonio entre Isabel y Fernando quienes, debido a su defensa de la fe cristiana, recibieron el título de «Reyes Católicos». Pero, aunque todo había salido bien a la tenaz reina, todavía quedaban multitud de enemigos por combatir.
POLÍTICA INTERIOR
Fernando «el Católico» recibe la pleitesía de las Juntas Generales de Vizcaya, reunidas en Guernica, en 1476
-Reforma de las instituciones.
El autoritarismo regio apoyó en las siguientes instituciones:
a) A nivel territorial
el progresivo aumento del poder real en Castilla es obra de los corregidores,encargados de trasladar a las autoridades locales las órdenes de la Corte. Los corregidores concentraban un gran poder ya que, al mismo tiempo, ostentaban la comandancia militar del corregimiento, es decir, del territorio bajo su jurisdicción, y la presidencia del ayuntamiento cabeza de partido; además ejercían las funciones judiciales y recaudaban tributos. En la Corona de Aragón se instituyó el cargo de virrey en cada uno de sus territorios, como representante del monarca que, en su nombre, ejercía la plenitud de los atributos reales.
Los Reyes Católicos impulsaron la reducción y la independencia de los Concejos municipales mediante el nombramiento directo de cargos, su venta, y sobre todo, la expansión del señorío. Éste consistía en que la monarquía delegaba el ejercicio del poder real sobre los habitantes de un territorio a favor de una persona privada, a cambio de una contraprestación monetaria o como recompensa de servicios prestados. El poder de los señoríos consiguió, no pocas ocasiones, limitar el poder municipal.
Fundaron el Tribunal de la Inquisición en 1478, para perseguir a los herejes.
La expulsión de los judíos en 1492, por la que todos los judíos debían convertirse al cristianismo o abandonar España. Los adoptaron el cristianismo, eran llamados conversos o judeoconversos, sufrieron luego una dura persecución inquisitorial.
En 1512 se establecía la conversión o la expulsión de los musulmanes españoles. A los musulmanes que se convirtieron se les llamó moriscos.
La Inquisición española se fundó con aprobación papal en 1478, a propuesta del rey Fernando V y la reina Isabel I. Esta Inquisición se iba a ocupar del problema de los llamados marranos (conversos), los judíos que por coerción o por presión social se habían convertido al cristianismo; después de 1502 centró su atención en los conversos del mismo tipo del Islam, y en la década de 1520 a los sospechosos de apoyar las tesis del protestantismo.
A los pocos años de la fundación de la Inquisición, el papado renunció en la práctica a su supervisión en favor de los soberanos españoles. De esta forma la Inquisición española se convirtió en un instrumento en manos del Estado más que de la Iglesia y aunque los eclesiásticos actuaran siempre como funcionarios, de esta manera los Reyes Católicos y Sobre todo la Reina Isabel, podían supervisar las actuaciones del Santo tribunal.
El procedimiento seguido por los inquisidores era el siguiente: los acusados no conocerían a sus delatores, por lo que el sistema se prestaba a la delación. Esta delación no se consideraría injustificada por los reyes ya que estos consideraban que la delación era un deber de conciencia del pueblo.
El primer inquisidor fue Tomás de Torquemada.
-Abandono de los judíos la Península:
Los Reyes Católicos tenían miedo de que los conversos judaizaran, por lo que en 1492 se promulgó una ley por la cual los judíos debían abandonar la Península Ibérica en un plazo de 6 meses.
Para la reforma de la iglesia se llevaron a cabo 2 medidas a destacar:
La reforma de las órdenes religiosas. Estas habían caído en una relajación absoluta.
La presentación de los obispos a las sedes bacantes. Este echo también fue conocido como regalismo (o regalía, privilegio que la Santa sede concede a los reyes o soberanos en algún punto relativo a la disciplina de la iglesia) por lo que los reyes tenían el privilegio de nombrar a los futuros obispos con el fin de entrometerse en los asuntos de la iglesia, la cual se subordinaba al poder real.
CISNEROS
Cisneros llegó al poder cuando tenía más de cincuenta años y detrás de él apenas si quedan noticias biográficas. Sabemos, por el contrario, que 1492 es un año capital en su escalada en Castilla y la Iglesia. La reina Isabel lo elige como confesor y, tres años más tarde, por una decisión personalísima de la soberana, se convierte en arzobispo de Toledo. Animado por la reina, Cisneros prepara un programa de reforma de su diócesis, poniendo el acento en la promoción moral e intelectual del clero que debía repercutir en la mejora de la educación religiosa de sus fieles. En toda Europa personalidades inquietas buscaban una espiritualidad renovada dentro de la ortodoxia: el arzobispo Cisneros fue uno de ellos, el representante eximio de la prerreforma española. El empuje reformista de Cisneros tiene su manifestación más excelsa en la creación de la Universidad de Alcalá de Henares, convertida pronto en turbina del pensamiento europeo. Tanto la universidad como su obra más querida, la Biblia Políglota Complutense, en la que colaboró el gramático Antonio de Nebrija, fueron sobre todo instrumentos puestos al servicio de la necesaria formación del clero y de la mejor comprensión de las Sagradas Escrituras.
En 1504 muere Isabel la Católica y Cisneros se encuentra en el ojo del huracán de una época especialmente convulsa por la compleja sucesión de la soberana en el trono castellano. Una regencia presidida por el franciscano trata de mantener el orden entre los grupos nobiliarios y acelerar el regreso a Castilla de Fernando el Católico, que se había retirado a Aragón. Este, en recompensa, le agenció el capelo cardenalicio y, después, le hizo inquisidor general. Jamás en la historia de España eclesiástico alguno alcanzó tanto poder.
Regencia
A la hora de morir, en 1516, Fernando el Católico no dudó en encomendar a Cisneros la regencia de su reino hasta la llegada a España de su nieto Carlos de Habsburgo. Había que salvaguardar en su integridad el legado de los Reyes Católicos. Lamentablemente, el sabio cardenal no pudo transmitir al inexperto Carlos I su idea de la política, tan distinta de la concepción patrimonial en la que se había educado el Habsburgo pues la muerte le vino cuando iba a su encuentro, ocho días después de que Lutero publicase en Wittenberg las proposiciones que originarían la ruptura con la Iglesia.
FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR, Cisneros, la memoria olvidada, abc.es, 8/11/2017
Isabel, por Juan de Flandes
Pero, para que Alfonso o Isabel pudieran optar al trono, debía cumplirse una sencilla norma: Enrique tenía que morir sin descendencia-algo que no parecía difícil pues, durante varios años, no había sido capaz de tener un hijo-. De esta forma, la joven sólo quedaba para su familia como una interesante moneda de cambio que podía ser usada en un futuro matrimonio de conveniencia.
Todo cambió cuando, repentinamente, Enrique IV dejó embarazada a su mujer, la portuguesa Juana de Avis.
Su hermano mayor –hermano solamente de padre- era el rey Enrique IV, a quien sus enemigos pusieron el vergonzante apodo del Impotente.
No le faltaban adversarios al desafortunado Enrique, corrían vientos de fronda entre la nobleza castellana, que esperaba beneficiarse de la debilidad del rey para aumentar su propio poder y privilegios. Fue por eso, y no porque de pronto hubiera tenido una necesidad afectiva, por lo que hizo venir a su hermanita Isabel junto a él, temeroso Enrique de que los nobles la utilizasen.
Las posibilidades de que Isabel se convirtiera en candidata al trono eran, sin embargo, remotas, tenía dos parientes con más derecho delante de ella. En primer lugar la hija del rey, la princesa Juana, heredera indiscutible según la lógica dinástica. Y luego el hermano pequeño de Isabel, Alfonso, que aunque menor, tenía preferencia por varón.
Unos obstáculos que desaparecerían en lo que para Isabel fue el afortunado verano de 1568, cuando la Parca se alió con Venus, y entre muerte prematura e impulso amoroso irrefrenable le dejaron vía libre al trono.
Enrique IV había tenido dificultades para engendrar un heredero a la corona.Le resultó imposible con su primera esposa, Blanca de Navarra, con la que estuvo casado desde los 15 a los 28 años. Para buscar otra solución dinástica Enrique acusó a Blanca de brujería, nada menos, de provocar su impotencia por malas artes de encantamiento. Hubo un proceso que debió ser sonado, pues el rey llevó como testigos a prostitutas, que declararon que con ellas “sí podía”; se aceptó como probado el maleficio que provocaba la impotencia real y el obispo de Segovia anuló el matrimonio en 1453, siendo luego refrendada la anulación por el Papa.
Dos años después Enrique IV se casó en segundas nupcias con su prima Juana de Portugal, que tardó seis años en quedarse embarazada. Pero esto no fue el final de los problemas sucesorios, pues desde que se manifestara la preñez de doña Juana comenzaron los rumores de que al rey solo le atraían los muchachos, que se vestía a la moruna y tenía un harén de zagales, y que era el valido del rey, don Beltrán de la Cueva, quien lo había substituido no solo en el Gobierno, sino también en el lecho matrimonial.
No existen pruebas históricas de todo esto, y sí en cambio de que los rumores eran interesados, promovidos por el marqués de Villena y su hermano don Pedro Girón, maestre de Calatrava, rabiosos con don Beltrán porque les había arrebatado el valimiento.
Pero el caso es que la niña que dio a luz Juana de Portugal, que fue llevada a la pila bautismal por su tía la infanta Isabel, junto con el nombre cristiano de Juana recibió el poco caritativo apodo de la Beltraneja.
Enrique IV había tomado la precaución de legitimar a su hija antes de que naciese, logrando que las Cortes de Castilla reunidas en Madrid proclamaran legítimo heredero al niño o niña que diese a luz la reina Juana. Sin embargo, los poderosos hermanos Villena y Girón levantaron en fronda a la nobleza, se enfrentaron al rey y lograron que este desheredara a su hija y nombrase heredero a su hermano pequeño, Alfonso.
La pugna fue a mayores, no podemos entrar en detalles de este complejo pasaje de la Historia de España, el caso es que se convirtió en guerra civil y los nobles proclamaron rey al joven Alfonso.
El reinado de Alfonso fue corto, no llegó a los tres años. El 5 de julio de 1568, don Alfonso, que tenía 14 años, falleció por causas desconocidas.
Enrique IV había defendido la legitimidad de su hija manteniendo que era su auténtica hija natural, pero en realidad desconfiaba de su esposa, la reina Juana. Decidió poner a esta a buen recaudo, encerrándola en una cárcel de lujo, acorde a su rango. Fue confiada su custodia al arzobispo Fonseca, uno de los grandes personajes del reino, que la tenía más como huésped que como prisionera en su castillo de Alaejos, al sur de Valladolid. Allí la reina Juana mantenía el protocolo de soberana, rodeada de una pequeña corte, para la que nombró dama de honor a la hermana del arzobispo, doña Beatriz de Fonseca, y maestresala al hijo de esta, Pedro de Castilla y Fonseca, un guapo mozo descendiente del rey Pedro el Cruel.
Fue en ese encierro cuando se hizo evidente lo que hasta ese momento era solo suposición de sus enemigos: que la reina Juana no guardaba fidelidad a su marido, Enrique IV, lo que por otra parte era comprensible, dadas las características del Impotente. El objeto de los amores de la reina fue, como resulta natural, el joven noble que tenía diariamente a su lado como maestresala. No fueron desde luego platónicos aquellos amores y doña Juana se quedó embarazada. Confiaba en que el aislamiento del castillo de Alaejos permitiese evitar el escándalo, pero cuando estaba en avanzado estado de embarazo Enrique IV la mandó llamar. Iba a tener lugar una importante conferencia entre el rey y los nobles rebeldes en los Toros de Guisando y Enrique quería tener junto a él a su esposa y reina en esa ocasión solemne, para dar una imagen de normalidad.
Cuando llegaron los enviados del rey a buscar a doña Juana ella entró en pánico. Planeó la fuga con su amante y esa noche se escapó del torreón donde se hallaba enclaustrada, descendiendo en una cesta atada a una soga. Sus cómplices excavaron un hueco en el muro y salió al campo, donde la esperaba don Pedro acompañado de un amigo, Hurtado de Mendoza, que los llevó bajo protección de su poderosa familia a Buitrago, feudo de don Íñigo López de Mendoza. Allí daría a luz, el día de San Andrés, dos gemelos, Pedro y Andrés de Castilla y Portugal, que serían conocidos como los Apóstoles.
El arrebato pasional de la reina Juana dejaba herida de muerte la candidatura al trono de su hija la Beltraneja. ¿Quién dudaba ahora de que la reina había engañado al rey para concebir su primera hija? En la explanada de los Toros de Guisando, en esa reunión que había provocado la fuga de la reina, la asamblea de nobles obligó a Enrique IV a desheredar de nuevo a la Beltraneja y reconocer como princesa heredera a su hermana, la infanta Isabel. A cambio, ella se casaría con quien eligiese Enrique IV.
Isabel ya no era la niña que llegó a la Corte, era una joven de 17 años de ánimo fuerte, cabeza amueblada y notable perspicacia política. Fue ella quien diseñara el compromiso de Guisando, pues los nobles querían proclamarla directamente reina, pero Isabel prefirió la seguridad de ser heredera de su hermano Enrique –era joven y podía esperar los años de vida que le quedaren al rey- a jugarse la corona en una guerra civil.
Sin embargo, todavía existía una amenaza para su candidatura, otro pretendiente al trono de Castilla: el príncipe don Fernando, heredero de la Corona de Aragón, que era de la estirpe castellana de Trastamara y sostenía tener más derechos que Isabel por su condición de varón, pues las Partidas de Alfonso el Sabio establecen que a igualdad de derechos hereditarios tiene preferencia el hombre sobre la mujer. Isabel resolvió anular al competidor por el expediente de casarse a toda prisa con él.
La boda de Isabel y Fernando, la más importante de la Historia de España, estuvo no obstante llena de irregularidades. Se celebró en secreto en el palacio de Juan de Vivero, en Valladolid, en octubre de 1469; rompía el compromiso adquirido en Guisando de que fuese Enrique IV quien eligiera el novio; y además se utilizó una bula papal falsificada, pues era necesaria la dispensa de Roma, ya que los contrayentes eran primos hermanos, y no era cuestión de esperar el papeleo de la curia. Pero Isabel le planteó a su hermano el rey un hecho consumado, que sería irreversible, y que daría origen nada menos que a la unidad de España.
La muerte del infante Alfonso en 1468 hizo que a Isabel se la presumiera firme candidata al trono, pero ello no cambió sustancialmente las directrices de la educación de Isabel. Rodeada de cortesanos más interesados en medrar que en hacer de la futura soberana una mujer capacitada intelectualmente, fue la propia reina quien, años después, advirtiendo sus carencias, buscó rodearse de los mejores maestros. Así lo afirma el humanista Lucio Marineo Sículo, quien en 1492 escribió: «Hablaba el lenguaje castellano elegantemente y con mucha gravedad. Aunque no sabía la lengua latina, holgaba en gran manera de oír oraciones y sermones latinos porque le parecía cosa muy excelente la habla latina bien pronunciada. A cuya causa, siendo muy deseosa de lo saber, fenecidas las guerras en España, aunque estaba de grandes negocios ocupada, comenzó a oír lecciones de gramática, en la cual aprovechó tanto que no sólo podía entender a los embajadores y oradores latinos, mas pudiera fácilmente interpretar y transferir libros latinos en lengua castellana»
Alonso Flórez, en su Crónica incompleta de los Reyes Católicos, describe a Isabel como una adolescente que no carecía de atractivos –se refiere a sus «ojos garzos, las pestañas largas, […] dientes menudos y blancos»–, pero que destacaba ya por su seriedad: «Pocas y raras veces era vista reír como la juvenil edad lo tiene por costumbre». Ciertamente, no le sobraban motivos para sonreír. Las intrigas cortesanas que la querían legítima heredera ante la presunta bastardía de su sobrina Juana la Beltraneja, las estrecheces económicas, la prematura muerte de su hermano y la enfermedad de su madre no propiciaban una mocedad alegre y despreocupada. Menos aún cuando, en 1461, Enrique IV la obligó a instalarse en la corte. Obedeció a regañadientes y siempre añoró los días en Arévalo. Es más, años después escribió que fue arrancada de los brazos de su madre «inhumana y forzosamente», cuando tanto «el señor rey don Alfonso y yo, a la sazón, éramos niños».
La impronta cultural y de mecenazgo de Isabel de Castilla quedó patente en muchos otros ámbitos del arte y de la cultura. Su ejemplo y su propia peripecia intelectual dieron como resultado una corte culta y con gran protagonismo femenino, que contempló la incorporación de las mujeres al mundo del saber. De unas, conocemos sus nombres: Lucía de Medrano, Beatriz Galindo, Mencía y María de Mendoza, Luisa de Sigea la Minerva…; de otras, sólo la certeza de que con el estudio se recreaban en «el dulce gusto del saber», a decir de un anónimo contemporáneo.
Se ha dicho de Isabel la Católica que olía realmente mal y que llegó a estar algo loca.
Pero, ¿qué hay de cierto en las creencias populares que existen sobre la Reina?
Es cierto que Isabel de Castilla sentía una profunda aversión por el ajo. «En una ocasión, los encargados de su cocina quisieron disimular la presencia de este ingrediente en un guiso con abundante perejil. Pero la Reina lo detectó y exclamó “¡venía el villano vestido de verde!”. Una frase que pasó al acervo popular para indicar toda amenaza oculta», explica la autora.
Sobre su higiene se ha dicho que no era mucha, y que olía muy mal. Incluso que en 1941 prometió no cambiarse de camisa hasta que se conquistase Granada. Queralt del Hierro cree que en estas creencias hay bastante de mentira. «Lo de que no se cambió de camisa hasta conquistar Granada es una de las muchas falacias que se cuentan sobre la Reina. Además, se fundamenta en un error histórico: quien aseguró -aunque de forma simbólica- que no se cambiaría de camisa hasta pacificar Flandes fue su tataranieta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y gobernadora de los Países Bajos». Con todo, en lo referente al olor que desprendía Isabel la Católica puede que haya algo de cierto. «Es posible que su pestilencia fuera cierta en sus últimos meses de vida, ya que murió con el cuerpo ulcerado», admite la biógrafa.
Isabel era una ferviente católica. Su conducta demostró su extraordinaria piedad, desde su protección a la Iglesia Católica hasta su testamento». No obstante, en algunos momentos las «razones de Estado» pesaron más que su fe. «No esperó a tener la dispensa papal para contraer matrimonio con Fernando de Aragón, lo que hace pensar que anteponía los intereses del reino a cualquier otra consideración. Y en cuanto a la expulsión de los judíos o la guerra a los musulmanes, creo que privó más la política que la fe. La unidad de credos se entendía entonces como una forma de evitar disidencias y, por tanto, un medio para fortalecer la corona», explica la autora.
Sin duda se trataba de una persona de temperamento y sentido de la realeza muy particulares. «Estando Fernando el Católico jugando a los dados con su tío, el almirante de Castilla, éste le ganó la partida. Eufórico gritó “¡te he ganado!”, e Isabel, que estaba presente, le recriminó sus palabras diciendo que así no se hablaba al Rey. El Almirante respondió que en aquellos momentos no hablaba con el Rey, sino con su sobrino, y la Reina le replicó que “el Rey no tiene parientes ni amigos, solamente súbditos”», cuenta Queralt del Hierro.
En cualquier caso, frente a quienes aseguran que la Reina fue una joven «adelantada a su época» y que se casó con Fernando por amor contra los planes que había para ella, la biógrafa sostiene que aquella unión «no fue por amor, ya que ambos no se conocían hasta pocos días antes de la boda y para entonces el enlace ya estaba pactado. Fue por criterios políticos que, en este caso, iban contra los propugnados por Enrique IV de Castilla».
PARA SABER MÁS, VER:
Isabel la Católica, princesa (1468-1474). María Isabel del Val Valdivieso. Valladolid, 1974.
Isabel la Católica. María de los Ángeles Pérez Samper. Plaza & Janés, Barcelona, 2004.
Isabel de Castilla. Reina, mujer y madre. María Pilar Queralt del Hierro. Edaf, Madrid, 2012.
nationalgeographic.com.es/isabel_castilla.html
María Pilar Queralt del Hierro: Isabel de Castilla. Reina, mujer y madre
Fernando II, rey de Aragón, llamado el Católico (1479-1516); rey de Castilla como Fernando V (1474-1504) y de Nápoles como Fernando III (1504-1516)
Fernando… ¿una historia de amor?
El rey trató por todos los medios de casar a Isabel con multitud de pretendientes para garantizarse desde una alianza con Portugal hasta la marcha de su hermana a París. No sirvió de nada, pues la joven reina, con una mentalidad adelantada a su tiempo, rechazó a todos los hombres que propuso su cruel hermano y dejó claras sus intenciones: únicamente se casaría con quien ella decidiera.
Por ello, en un intento de detener los ambiciosos planes del rey, Isabel decidió contraer matrimonio en secreto con Fernando, príncipe del reino de Aragón. Con las nupcias, sus territorio quedarían unidos una vez muerto Enrique IV. No obstante, y tras rechazar a multitud de pretendientes, la duda de si este matrimonio fue o no por amor todavía se cierne sobre la Historia.
Así, años después -y tras la muerte de Enrique-, Castilla y Aragón quedaron por fin unidas gracias al matrimonio entre Isabel y Fernando quienes, debido a su defensa de la fe cristiana, recibieron el título de «Reyes Católicos». Pero, aunque todo había salido bien a la tenaz reina, todavía quedaban multitud de enemigos por combatir.
POLÍTICA INTERIOR
Los Reyes Católicos se dedicaron a pacificar sus reinos. Para ello crearon la Santa Hermandad en Castilla, un cuerpo policial que se dedicaba a luchar contra los bandidos y contra los desmanes de la nobleza. También reorganizaron la justicia, y reforzaron la Chanchillería, que era el máximo organismo judicial.
Decidieron aumentar su poder frente a las ciudades. Para ello nombraron corregidores, funcionarios encargados de imponer la autoridad de los reyes en todos los municipios de Castilla.
Reforzaron la Hacienda real. Y crearon un ejercito profesional y permanente que se convirtió en uno de los efectivos de Europa.Fernando «el Católico» recibe la pleitesía de las Juntas Generales de Vizcaya, reunidas en Guernica, en 1476
-Reforma de las instituciones.
El autoritarismo regio apoyó en las siguientes instituciones:
a) A nivel territorial
el progresivo aumento del poder real en Castilla es obra de los corregidores,encargados de trasladar a las autoridades locales las órdenes de la Corte. Los corregidores concentraban un gran poder ya que, al mismo tiempo, ostentaban la comandancia militar del corregimiento, es decir, del territorio bajo su jurisdicción, y la presidencia del ayuntamiento cabeza de partido; además ejercían las funciones judiciales y recaudaban tributos. En la Corona de Aragón se instituyó el cargo de virrey en cada uno de sus territorios, como representante del monarca que, en su nombre, ejercía la plenitud de los atributos reales.
Los Reyes Católicos impulsaron la reducción y la independencia de los Concejos municipales mediante el nombramiento directo de cargos, su venta, y sobre todo, la expansión del señorío. Éste consistía en que la monarquía delegaba el ejercicio del poder real sobre los habitantes de un territorio a favor de una persona privada, a cambio de una contraprestación monetaria o como recompensa de servicios prestados. El poder de los señoríos consiguió, no pocas ocasiones, limitar el poder municipal.
b) A nivel gubernativo
las funciones de los corregidores o de los virreyes se completaron con un papel creciente del Consejo Real de Castilla, cuya reorganización fue llevada a cabo en las Cortes de Toledo de 1480, y que actuó siempre como órgano asesor de la autoridad absoluta de los reyes. Aunque la creación del Consejo Real de Castilla fue anterior, sus atribuciones fueron ampliadas dotándolo de capacidad de decisión sobre algunos temas judiciales y administrativos. Sus consejeros fueron escrupulosamente escogidos por los reyes entre los hombres más destacados y de absoluta confianza política. La pieza fundamental del Consejo Real la componían los letrados, relegando a la alta nobleza a un papel consultivo. También se creó la figura de los secretarios, procedentes la mayoría de la baja nobleza y de la burguesía; ello comportó una pérdida de poder e influencia de la antigua nobleza cortesana.
Los consejos municipales: estos consejos, estaban controlados por los corregidores (magistrado que en su territorio ejercía la jurisdicción real y conocía de las causas contenciosas y gubernativas) Por lo que estos consejos municipales estaban correctamente presididos ya que cada uno de los corregidores conocía perfectamente las leyes a seguir. Estos consejos tenían fueros que permitían escapar del señorío jurisdiccional.
Creación del Consejo de Castilla: suprema instancia judicial por encima de las Chancillerías. La labor de este y otros consejos mas tarde creados (Consejo de Aragón, Consejo de la Inquisición y el consejo de Indias) era la de apoyar las decisiones reales.
La progresiva burocratización de la monarquía llevó a la creación de otros Consejos, cada uno de ellos, con funciones específicas: el de Aragón, el de la Inquisición (instaurado en Castilla, donde no existía, e independiente de la Santa Sede, era un instrumento para conseguir la unidad religiosa amenazada por la herejía y la gran masa de judíos conversos acusados de mantener sus antiguas prácticas, en este sentido la expulsión de los judíos en marzo de 1492 fue el episodio final contra éstos), el de las Órdenes militares (Calatrava, Alcántara y Santiago), Indias (tras el descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492), etc.las funciones de los corregidores o de los virreyes se completaron con un papel creciente del Consejo Real de Castilla, cuya reorganización fue llevada a cabo en las Cortes de Toledo de 1480, y que actuó siempre como órgano asesor de la autoridad absoluta de los reyes. Aunque la creación del Consejo Real de Castilla fue anterior, sus atribuciones fueron ampliadas dotándolo de capacidad de decisión sobre algunos temas judiciales y administrativos. Sus consejeros fueron escrupulosamente escogidos por los reyes entre los hombres más destacados y de absoluta confianza política. La pieza fundamental del Consejo Real la componían los letrados, relegando a la alta nobleza a un papel consultivo. También se creó la figura de los secretarios, procedentes la mayoría de la baja nobleza y de la burguesía; ello comportó una pérdida de poder e influencia de la antigua nobleza cortesana.
Los consejos municipales: estos consejos, estaban controlados por los corregidores (magistrado que en su territorio ejercía la jurisdicción real y conocía de las causas contenciosas y gubernativas) Por lo que estos consejos municipales estaban correctamente presididos ya que cada uno de los corregidores conocía perfectamente las leyes a seguir. Estos consejos tenían fueros que permitían escapar del señorío jurisdiccional.
Creación del Consejo de Castilla: suprema instancia judicial por encima de las Chancillerías. La labor de este y otros consejos mas tarde creados (Consejo de Aragón, Consejo de la Inquisición y el consejo de Indias) era la de apoyar las decisiones reales.
c) A nivel judicial en 1480 avanzó la creación de un embrión de administración de Justicia mediante la reorganización de las Audiencias y la creación de la Chancillería como alto tribunal con dos sedes, una en Valladolid y otra en Granada (el río Tajo separaba jurisdicciones). En Aragón continuó actuando el Justicia Mayor, cuya misión era ejercer como árbitro entre el rey y sus súbditos, y las instituciones judiciales propias de Cataluña y Valencia continuaron funcionando.
d) La Santa Hermandad
Organismo de carácter policial que vigilaba los municipios, formada por restos de otras organizaciones y por ciudadanos civiles. Lo cual permitió que se redujera el bandolerismo al que la nobleza recurría para solucionar sus problemas económicos.
Creación de un ejército profesional y permanente: gracias al aumento de los presupuestos.
Esta reforma de las instituciones se llevo a cabo para conseguir dos objetivos fundamentales: sometimiento de la nobleza, el clero y la burguesía que durante la Edad Media habían disminuido y la creación de unos organismos de poder, los cuales debían reformar la monarquía ya de por si autoritaria.
Organismo de carácter policial que vigilaba los municipios, formada por restos de otras organizaciones y por ciudadanos civiles. Lo cual permitió que se redujera el bandolerismo al que la nobleza recurría para solucionar sus problemas económicos.
Creación de un ejército profesional y permanente: gracias al aumento de los presupuestos.
Esta reforma de las instituciones se llevo a cabo para conseguir dos objetivos fundamentales: sometimiento de la nobleza, el clero y la burguesía que durante la Edad Media habían disminuido y la creación de unos organismos de poder, los cuales debían reformar la monarquía ya de por si autoritaria.
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-Reforma de la iglesia.
La unidad religiosa
Los Reyes Católicos intentaron lograr la unificación religiosa de sus reinos.Fundaron el Tribunal de la Inquisición en 1478, para perseguir a los herejes.
La expulsión de los judíos en 1492, por la que todos los judíos debían convertirse al cristianismo o abandonar España. Los adoptaron el cristianismo, eran llamados conversos o judeoconversos, sufrieron luego una dura persecución inquisitorial.
En 1512 se establecía la conversión o la expulsión de los musulmanes españoles. A los musulmanes que se convirtieron se les llamó moriscos.
La Inquisición española se fundó con aprobación papal en 1478, a propuesta del rey Fernando V y la reina Isabel I. Esta Inquisición se iba a ocupar del problema de los llamados marranos (conversos), los judíos que por coerción o por presión social se habían convertido al cristianismo; después de 1502 centró su atención en los conversos del mismo tipo del Islam, y en la década de 1520 a los sospechosos de apoyar las tesis del protestantismo.
A los pocos años de la fundación de la Inquisición, el papado renunció en la práctica a su supervisión en favor de los soberanos españoles. De esta forma la Inquisición española se convirtió en un instrumento en manos del Estado más que de la Iglesia y aunque los eclesiásticos actuaran siempre como funcionarios, de esta manera los Reyes Católicos y Sobre todo la Reina Isabel, podían supervisar las actuaciones del Santo tribunal.
El procedimiento seguido por los inquisidores era el siguiente: los acusados no conocerían a sus delatores, por lo que el sistema se prestaba a la delación. Esta delación no se consideraría injustificada por los reyes ya que estos consideraban que la delación era un deber de conciencia del pueblo.
El primer inquisidor fue Tomás de Torquemada.
-Abandono de los judíos la Península:
Los Reyes Católicos tenían miedo de que los conversos judaizaran, por lo que en 1492 se promulgó una ley por la cual los judíos debían abandonar la Península Ibérica en un plazo de 6 meses.
Para la reforma de la iglesia se llevaron a cabo 2 medidas a destacar:
La reforma de las órdenes religiosas. Estas habían caído en una relajación absoluta.
La presentación de los obispos a las sedes bacantes. Este echo también fue conocido como regalismo (o regalía, privilegio que la Santa sede concede a los reyes o soberanos en algún punto relativo a la disciplina de la iglesia) por lo que los reyes tenían el privilegio de nombrar a los futuros obispos con el fin de entrometerse en los asuntos de la iglesia, la cual se subordinaba al poder real.
Cisneros llegó al poder cuando tenía más de cincuenta años y detrás de él apenas si quedan noticias biográficas. Sabemos, por el contrario, que 1492 es un año capital en su escalada en Castilla y la Iglesia. La reina Isabel lo elige como confesor y, tres años más tarde, por una decisión personalísima de la soberana, se convierte en arzobispo de Toledo. Animado por la reina, Cisneros prepara un programa de reforma de su diócesis, poniendo el acento en la promoción moral e intelectual del clero que debía repercutir en la mejora de la educación religiosa de sus fieles. En toda Europa personalidades inquietas buscaban una espiritualidad renovada dentro de la ortodoxia: el arzobispo Cisneros fue uno de ellos, el representante eximio de la prerreforma española. El empuje reformista de Cisneros tiene su manifestación más excelsa en la creación de la Universidad de Alcalá de Henares, convertida pronto en turbina del pensamiento europeo. Tanto la universidad como su obra más querida, la Biblia Políglota Complutense, en la que colaboró el gramático Antonio de Nebrija, fueron sobre todo instrumentos puestos al servicio de la necesaria formación del clero y de la mejor comprensión de las Sagradas Escrituras.
En 1504 muere Isabel la Católica y Cisneros se encuentra en el ojo del huracán de una época especialmente convulsa por la compleja sucesión de la soberana en el trono castellano. Una regencia presidida por el franciscano trata de mantener el orden entre los grupos nobiliarios y acelerar el regreso a Castilla de Fernando el Católico, que se había retirado a Aragón. Este, en recompensa, le agenció el capelo cardenalicio y, después, le hizo inquisidor general. Jamás en la historia de España eclesiástico alguno alcanzó tanto poder.
Regencia
A la hora de morir, en 1516, Fernando el Católico no dudó en encomendar a Cisneros la regencia de su reino hasta la llegada a España de su nieto Carlos de Habsburgo. Había que salvaguardar en su integridad el legado de los Reyes Católicos. Lamentablemente, el sabio cardenal no pudo transmitir al inexperto Carlos I su idea de la política, tan distinta de la concepción patrimonial en la que se había educado el Habsburgo pues la muerte le vino cuando iba a su encuentro, ocho días después de que Lutero publicase en Wittenberg las proposiciones que originarían la ruptura con la Iglesia.
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